La producción de instrumentos musicales en la Edad Moderna estuvo en manos de oficios artesanales, algunos de ellos agremiados, entre los cuales se cuentan los organeros, los violeros, los campaneros y los maestros de hacer chirimías. En Andalucía trabajaron ejemplos de todos ellos, particularmente en las principales ciudades, aunque el oficio que mejor se ha estudiado ha sido el de organero, debido a que sus obras han sido consideradas más cercanas a la producción artística. No obstante, en la actualidad se conservan in situ muchos órganos y campanas fabricados e instalados por estos artesanos en la Edad Moderna. Por el contrario, apenas se conservan instrumentos musicales de viento o cuerda que daten de estos siglos.
Se trataba de artesanos profesionales, especializados gracias a la diversificación de la oferta y la demanda en la sociedad andaluza de la Edad Moderna, laicos y padres de familia, que vivieron modestamente de su oficio sin llegar a enriquecerse. Su oficio se transmitía por los cauces habituales en todas las artes mecánicas, de modo que se pueden reconocer dinastías. El sistema de formación era el de los contratos de aprendizaje en casa del maestro. Su nivel cultural generalmente no era elevado, sino que se asimilaba más al de los artesanos mecánicos que al de los músicos: muchos de ellos eran ágrafos y otros presentan una escritura rudimentaria. Los primeros manuales del oficio aparecieron tardíamente: en 1620 el de hacer campanas y ya en el siglo XVIII el primero de organería.
Los productores de campanas y los de órganos en origen trabajaban de forma itinerante, aunque gracias a la demanda generada por la proliferación de templos creados en la Baja Edad Media y la Edad Moderna, pudieron asentarse en las ciudades principales, sin dejar de atender los encargos de las localidades del entorno. Andalucía formaba parte de un área de influencia definida en la que entraba también Extremadura, Portugal y cierta medida América. Además de fabricar nuevos artefactos, tenían mucho trabajo ocupándose del mantenimiento y puesta a punto de los que ya estaban en funcionamiento. Con frecuencia conllevaban reparaciones y renovaciones en las piezas.
El arte de fabricar campanas era una especialidad de los latoneros, quienes por su parte producían las campanillas de mano. Sus maestros no gozaban de una posición económica demasiado elevada, vivían en barrios populares de población muy artesanal. Los encargos que recibían comprendían la fundición de la campana utilizando el metal procedente de una hipotética campana previa, que solía estar quebrada u obsoleta, su traslado al pie de la torre y su instalación en colaboración con los albañiles y los carpinteros, incluyendo un período de garantía. Entre ellos merece la pena citar a los sevillanos Juan Morel y Juan de Toralla entre finales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, y a la dinastía trianera de los Solano, los cuales realizaron varias campanas para las más importantes iglesias sevillanas de la segunda mitad del siglo XVII. En Granada destacamos en el siglo XVI a Francisco González Rubalcaba y a Pedro de Munar, en el siglo XVII a Francisco de Ballesteros y en el siglo XVIII a José Corona, Benito y Francisco del Campo y Bernardo Venero.
Por su parte, los organeros eran individuos de cierta cultura que no formaron un gremio particular. En los primeros tiempos, encontramos entre ellos a muchos clérigos y extranjeros en Andalucía, particularmente alemanes, flamencos y franceses. La traza de la caja y la composición del órgano no solía ser creación del organero, sino que le venían impuestas por los expertos en los que el templo que actuaba como cliente confiaba. En los conciertos para hacer un órgano se detallaba el número y tipología de los juegos de registros porque de ellos dependía el precio del instrumento. En ocasiones la obra salía a concurso, al que presentaban sus proyectos diversos maestros organeros. Sólo cuando ya se había escogido al organero, se firmaba el contrato y se adelantaba un tercio del dinero, en concepto de materias primas. Los organeros recibían otro tercio cuando acababan de hacer el secreto, y un tercero a la entrega. Pero no todos los órganos eran encargados mediante un contrato, pues los organeros vendían órganos fabricados previamente con tanta frecuencia como se concertaban para hacer órganos nuevos, y no sólo a iglesias, parroquias y conventos sino también a ricos particulares para sus oratorios domésticos. A su vez, en el siglo XVIII también se ocupaban de fabricar otros instrumentos de teclado como el clave.
En la Edad Moderna, se configuró una escuela ibérica de organería, que nació a mediados del siglo XVI y llegó a su apogeo en el Siglo de las Luces. Se caracteriza a grandes rasgos por el teclado partido, que también implicaba un secreto dividido en dos y otros tantos sonidos diferentes sobre un único teclado manual, por la baja presión del aire y la consiguiente suavidad del teclado, por el arca de ecos, así como por la octava corta del teclado en la región grave, sin olvidar la llamativa trompetería horizontal o de batalla. Junto con Toledo, Zaragoza y Madrid, Sevilla fue uno de los focos de innovación técnica cuya influencia se extendió sobre una extensa área geográfica. Entre los organeros de Andalucía occidental, debemos destacar al flamenco Maese Jorge que construyó el gran órgano renacentista de la catedral de Sevilla, a Jerónimo de León en la segunda mitad del siglo XVI, a Pedro de Carranza a comienzos del siglo XVII, a la dinastía de los Franco encabezados por su fundador el flamenco Enrique Franco, a Claudio Osorio en el siglo XVII, y a Francisco Pérez de Valladolid, Domingo de Aguirre y Jorge Bosch en el siglo XVIII. En Andalucía oriental merece la pena citar a Martín Hernández y Francisco Vázquez en el siglo XVI, Juan de Oñate y Gaspar Fernández de Prado en el siglo XVII y a Leonardo Fernández Dávila en el siglo XVIII.
Los violeros eran aquellos artesanos que producían reparaban instrumentos de cuerda pulsada, que se hicieron muy populares en el Renacimiento y el Barroco. Durante mucho tiempo, España gozó de prestigio en la fabricación de esta familia instrumental, puesto que en buena parte tenía sus orígenes en los cordófonos andalusíes y en cualquier caso la guitarra de cinco órdenes fue popularizada por el poeta andaluz Vicente Espinel a comienzos del siglo XVII. Sevilla, Toledo y Zaragoza fueron grandes centros violeros en la Edad Moderna. Muy posteriormente, bajo la influencia de la Enciclopedia, se comenzó a utilizar el galicismo luthier para referirse a ellos. Se trataba de una de las muchas especialidades del oficio de carpintería, que en el siglo XVII estaba agremiada y muy reglamentada. Los violeros producían laúdes, arpas, monacordios, vihuelas, guitarras, clavicordios y clavicémbalos, aunque adoptaron ese nombre porque la vihuela era la pieza que había que realizar en el examen de maestría. Para convertirse en violero era necesario formarse durante cuatro años como aprendiz, superar examen y adquirir licencia para abrir tienda. Algunos de ellos aprendían a su vez a templar los instrumentos e incluso a tocarlos. Ya en el siglo XVIII, el oficio se escindió en violeros, violineros y guitarreros. Su oficio se relacionaba estrechamente con el de fabricantes de cuerdas.
En cuanto a los artesanos que producían instrumentos de viento y percusión, las fuentes no nos permiten conocerlos en profundidad y sus instrumentos tampoco se han conservado hasta la actualidad. Los constructores de cajas parecen estar cercanos al mundo de los intérpretes tamborileros y de los artesanos guarnicioneros, mientras que de los maestros de hacer chirimías no se conoce ninguna formación musical ni filiación gremial. Este tipo de instrumentos aparece documentado en el contexto de compraventa de primera o segunda mano entre particular y entre instituciones musicales, a escala incluso internacional. A Andalucía en el siglo XVI afluyeron instrumentos de viento procedentes de Inglaterra o Italia, entre otros.
Autora: Clara Bejarano Pellicer
Bibliografía
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