En las sociedades de base agrícola de la época preindustrial el bosque y los terrenos no cultivados eran fundamentales para las economías domésticas e incluso para el comercio. Tanto la silva como el saltus permitían importantes aprovechamientos. Por ello en esta ficha desarrollaremos los beneficios generados por la superficie no plantada, dedicando otra al bosque, su descripción y sus aportaciones económicas.

La enorme extensión y la variedad de los paisajes andaluces nos obliga a distinguir entre diferentes territorios para acercarnos a las características que presentaban los aprovechamientos no agrícolas que se efectuaban en el territorio. En líneas generales, las tierras no cultivadas de los reinos de Granada y Jaén, así como las laderas del sur de Sierra Morena se explotaban de modo diferente a las amplias comarcas de las llanuras aluviales del valle medio y bajo del río Guadalquivir y de las tierras onubenses.

En el primer caso, en los reinos de Granada y Jaén, la pobreza de los suelos y las fuertes pendientes generaban, sobre todo en las comarcas más montañosas, una proporción de superficie no cultivada importante, que condicionaba la productividad e imponía límites insalvables a la producción con las técnicas de cultivo disponibles. El catastro de Ensenada es parco en noticias sobre la dedicación de estas tierras. Generalmente, cuando se cita, únicamente se indica que son yermas, erial, pastizal, encinar o monte alto. Así, en el valle de Lecrín, los términos que se extienden por el borde de la depresión, sumaban más de 16.000 ha. de monte alto, dehesas y pastos. En la treintena de términos del valle del Andarax superaban las 150.000 fg., de las que 65.000 se dedicarían a pastizal. En la sierra de Baza eran unas 62.000 fg. de encinas, carrascas, pinos, chaparros, lentiscos, romeros y enebros. En los términos de la sierra de Segura unas 180.000 fg. de terrenos montuosos y cerca de 500 de matorral. También afirma la documentación que en Cabra de Santo Cristo había una superficie importante de pinar y encinar.

El esparto ha sido, tradicionalmente, uno de los más importantes aprovechamientos no agrícolas del sureste árido peninsular. Aunque no tenemos datos sobre su producción, no cabe duda de que su peso en la economía fue creciendo durante el siglo XVIII, de forma paralela al crecimiento de la población, puesto que, en 1781, pocos años después de la liberalización del comercio con América, se embarcaban en el puerto de Almería más de 1.000 tm. de esparto en rama, de las que más del 93% tenían como destino los puertos del occidente andaluz. Pocos años después, algunos de los más importantes comerciantes de la ciudad, la familia Vilchez y don Francisco Schafino, tenían establecidos talleres de espartería en sociedad con los maestros artesanos. En las décadas siguientes este ritmo de exportación no hizo sino aumentar, ya que, en 1824, se embarcaban cerca de 2.000 tm.

Todas las ciudades y villas tenían en sus alrededores varias dehesas y zonas de pasto destinadas a diversos usos. Una a la alimentación de las reses mayores y menores reservadas para el abasto de carne (era conocida normalmente como la dehesa del carnicero, a la que Málaga dedicaba 140 fg., y que era común a todas las poblaciones más o menos populosas). Otras se dedicaban a la cría de ganado caballar, de propiedad privada y acotadas, como la que poseía el conde de Luque entre Guadalmina y Guadalmasa, en Marbella, con una extensión de 150 fg.; o pública, de las ciudades, como la que explotaba el concejo de Marbella en Linarexos, con 200 fg, o como la que tenían otros muchos concejos como por ejemplo Cabra de Santo Cristo. Aunque, en algunos casos, éstas se mantenían de antiguo, de forma voluntaria por los concejos, la Real Ordenanza para el Fomento de la cría de ganado caballar, de 1775, obligó a reservar parte de las dehesas de pastizales para esta especie. En la tierra de Almería fueron reservadas Mónsul, Genoveses, Chanata, Calabrial y la de los Escullos para potros. En principio, las consecuencias de esta normativa fueron importantes para las ciudades, que perdieron esos ingresos de propios, ya que los criadores de caballos eran vecinos y, como tales, tenían derecho a disfrutar de las hierbas del común; para los ganaderos trashumantes, que ya no disponían de esos pastizales; y para los ganaderos-labradores vecinos, a quienes se impedía su acceso a los pastos en cualquier época del año. Por el contrario, la disposición real benefició a una parte de la oligarquía de las ciudades con intereses en este negocio, como, en el caso de Almería, don Andrés de Castro, don Antonio Delgado, don Miguel Cambronero, el convento de Santo Domingo y el de San Agustín de Huécija, los mayores propietarios de ganado caballar en 1779 en el partido de Almería.

Tanto en los términos del norte de los reinos de Granada y Jaén como en los del sur existían todavía en el siglo XVIII importantes superficies dedicadas a pastizales. Numerosos concejos mantenían dehesas controladas por las autoridades locales, entre los que podemos citar los de Vera, Almería, Huéscar, Baena (con más de 3.000 ha., más del 8% de su territorio) o Montefrío (donde había a mediados de siglo más de 13.000 ha. dedicadas a pasto). Eran localidades en las que las explotaciones ganaderas seguían siendo importantes y donde la dehesa había resultado siglos atrás como una transformación del bosque mediterráneo como consecuencia de la intervención humana. De su producto se aprovechaban señores de ganados cuyos rebaños trashumaban en invierno a los invernaderos de sur y en el estío a las comarcas del norte. La presión del frente roturador y otros diversos factores, como se ha puesto de manifiesto en la ficha correspondiente, fue reduciendo progresivamente estas dehesas. Otro aprovechamiento no agrícola de las tierras era la posibilidad de entrar con el ganado en los campos una vez alzada la cosecha de cereales. Reconocido como un derecho desde tiempo inmemorial.

Las barrillas son plantas salitrosas muy típicas de las zonas costeras del levante peninsular. No sólo se recolectaban en los terrenos comunales (por ejemplo, en 1768, se recogieron, previo arrendamiento del concejo, 36 quintales de sosa silvestre en la Marina de Vera), sino que también se cultivaba de forma artificial desde el siglo XVII. Fue uno de los factores que colaboró en la recuperación económica de la provincia almeriense durante el XVIII, al intercalarse en los secanos en la rotación, e incluso, sustituir a la cebada en los años muy secos. El primer núcleo productor de la costa almeriense fue Níjar. Las barrillas constituyeron el primer ciclo exportador almeriense a lo largo del siglo, siendo uno de los cultivos que registraron una mayor expansión y que provocaron por tanto una enorme demanda de tierras para roturar.

En todos los baldíos andaluces, además de las producciones apuntadas, completaban los aprovechamientos una serie de actividades que complementaban la dieta de los vecinos y generaban un pequeño comercio local. Se trataba de la recogida de caracoles, la caza menor, la apicultura con la doble producción de cera y miel, así como la actividad cinegética, especialmente de especies menores, y la recogida de la grana, una cochinilla de la que se extraía un producto tintóreo, fundamental para la industria textil.

En segundo término, en las comarcas del occidente andaluz predominaban los campos abiertos con extensiones cerealísticas y dehesas en las que las encinas y olivos aparecían dispersos entre los árboles. Un paisaje conformado desde los tiempos de la conquista cristiana en el siglo XIII. Desde ese momento, los aprovechamientos extensivos conformaron enormes superficies abiertas dedicadas a los pastos, fuesen dependientes de los concejos o propiedad de latifundistas. Fue a partir de entonces cuando comenzaron las hermandades surgidas por privilegio real a compartir los pastizales de las marismas almonteñas. Unas hierbas de las que también se aprovechaban los vecinos de Niebla para alimentar sus ganados. Al tiempo se fueron generando hermandades de pastos, como la firmada entre Almonte e Hinojos, mantenida a lo largo de toda la edad moderna. También en el Andévalo surgió la dehesa medieval, aprovechada por sus vecinos y generándose litigios entre labradores y ganaderos. Unos pleitos que se solventaron a favor de los labradores dedicados a la cría de ganado, aunque no cesaron los enfrentamientos, como nos muestra el interés que tenía el cabildo municipal en el siglo XVIII por proteger la dehesa, denunciando la costumbre de los vecinos de hacer sementeras indiscriminadas y perjudicando el monte y el arbolado de encinas y chaparros con gran perjuicio para el ganado de cerda. El resultado fue un paisaje en el que el saltus y el ager competían por el control de los terrenos más cercanos a las poblaciones, mientras que en las más alejadas la presencia de ganados y su aprovechamiento de los pastos no tenía ninguna rivalidad.

El otro orden de cosas, a lo largo del XVIII se introdujo progresivamente el mulo como animal de labor, sustituyendo al buey por su rapidez. Pero en las grandes explotaciones con potentes suelos de la Campiña sevillana y en la vega del Guadalquivir, los grandes propietarios de cortijos siguieron prefiriendo a los bueyes. Ello conllevó la necesidad de mantener las enormes extensiones adehesadas con objeto de procurar el alimento y la crianza de miles de reses, asegurando el trabajo y la tasa de reposición de las boyadas. Esta estructura, que ya se había fijado desde comienzos de la época moderna, se mantendrá hasta muy avanzado el siglo XIX y no será hasta el pasado siglo cuando se cambie el buey por el mulo en los trabajos agrícolas.

En toda Andalucía durante el siglo XVIII se pusieron las bases de las grandes transformaciones de la estructura de la propiedad y de los sistemas de cultivo que se desarrollaron a lo largo del XIX. La reducción de tierras de propios y de las dehesas, y la progresiva deforestación como pilares fundamentales que posibilitaron el necesario incremento de la producción; la única salida viable para acallar el hambre de una población creciente con los limitados niveles tecnológicos.

Autor: Julián Pablo Díaz López

Bibliografía

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