Las islas Antillas fueron las primeras tierras descubiertas y colonizadas en el Nuevo Mundo, un laboratorio donde se experimentaría todo lo que sería posteriormente la América Hispana en la época colonial. Fueron la puerta de las Indias y por ello el primer puerto en donde todo aquel que se dirigió al Nuevo Mundo entraba en contacto con esa nueva realidad, muy distinta a la Vieja Europa.
Desde la primera etapa del descubrimiento, la presencia de andaluces en las islas fue muy destacada. En este contexto, es lógico entender que una de las primeras descripciones de estos nuevos y bellos paisajes llegó de la mano de un sevillano llamado Diego Álvarez Chanca, médico al servicio de los Reyes Católicos. Diego Álvarez marchó en el segundo viaje de Cristóbal Colón y tras desembarcar en la isla de La Española quedó maravillado por su naturaleza. Su carta al cabildo de Sevilla, fechada en 1494, se convirtió un valioso estudio sobre la flora, la fauna, la etnología y etnografía de la isla.
La participación de hombres y mujeres andaluces primó en la colonización de esta región durante las primeras etapas, incluso hubo periodos donde la aportación alcanzó más del cuarenta por ciento. Andalucía occidental fue la que más contribuyó. Es evidente que su posición geográfica, abocada hacia el Atlántico, permitió a su población acumular experiencias y conocimientos náuticos y geográficos a lo largo de su historia; además a ello se le sumó la elección de Sevilla como puerto único para comerciar con Indias hasta 1717, que pasó a la ciudad de Cádiz. Por estas razones, la contribución de andaluces procedentes de Sevilla, Huelva y Cádiz ocuparía un primer puesto, respecto a la Andalucía oriental.
Para el siglo XVI los andaluces eligieron como principal destino La Española; mientras que para la siguiente centuria la isla se convirtió en lugar de paso hacia el continente. Una situación distinta se vivió en la isla de Cuba. En la primera etapa de la presencia española, muchos de los andaluces que arribaron lo hicieron con el propósito de pasar hacia el continente, circunstancias que cambiaron en etapas posteriores. En la primera mitad del siglo XVII, el mundo antillano se hizo más cosmopolita; corsarios y piratas ingleses, franceses y holandeses comenzaron a instalarse por las islas cercanas. A partir de ese momento Cuba y la flota de Indias se convirtieron en la mejor presa para el asalto. Estas circunstancias obligaron a España a tomar conciencia de la necesidad de su defensa. Pronto comenzó la construcción de fortificaciones y de la preparación de una eficiente artillería; había que convertir a la isla en la mejor plaza fuerte de las Indias españolas. De ahí que la emigración andaluza a esta isla fue configurándose en relación a la política española en Indias y al papel que tomó la isla en la administración colonial. Cuba se convertiría en plaza fuerte defensora de las Antillas, de los virreinatos y de la Carrera de Indias.
Las motivaciones que primaron en los europeos que marcharon al principio al Nuevo Mundo fueron sobre todo las de aventura. Una vez transcurrido esos primeros años, las razones fueron muy diversas; búsqueda de un nuevo modo de vida, de un golpe de suerte, el asentamiento en las islas de los miembros de las tripulaciones de los barcos, el ejercer como hombres de armas,….Por estas causas el perfil profesional de los andaluces que llegaron a estas tierras fue muy variado, formado principalmente por labradores, artesano, albañiles, carpinteros, herreros y otros grupos más especializados, como fueron los plateros o entalladores a los que se le podrían considerar artistas, además de otros profesionales libres como pudieron ser hombres de leyes, cirujanos y boticarios, y un gran número de religiosos que marcharon con la intención de evangelizar.
La presencia de estos andaluces en las islas dejó una impronta cultural que ha llegado hasta nuestros días, huella que se puede percibir en cada rincón de su geografía: en las ciudades; en su planificación, organización y topónimos; en la agricultura y ganadería; en el arte y en la lengua, etc.,
En relación a las ciudades, hay que tener presente que cuando los europeos llegaron al Nuevo Mundo se encontraron con otras culturas que habitaban ya las Antillas; taínos, ciboney, araucos y borícuas que permanecían en fase preurbana. Estos primeros españoles, de los que un alto porcentaje fueron andaluces, tuvieron que planificar y edificar las primeras ciudades en aquellas tierras. No concibieron la existencia de lugares sin la protección, estructuración y cohesión que podía ofrecer una ciudad. Su fundación en las Antillas se hizo de una manera original, no continuó el modelo medieval europeo sino otro más innovador poco común en Europa, se siguió un trazado regular, en damero, donde en la misma Andalucía se encontraron algunos ejemplos como fueron Puerto Real, fundado en 1483 en la bahía gaditana o Santa Fe, situada en la vega granadina y fundada en 1491, modelo que se impuso por toda la América Hispánica. Entre las primeras fundaciones en las Antillas destacaron La Navidad 1492, La Isabela, 1493, Santo Domingo 1496, Santiago de Cuba 1514, entre otras.
El afán de afianzar la conquista de las nuevas tierras dio lugar a otro hecho interesante como fue el de bautizar las nuevas fundaciones de ciudades y pueblos con topónimos familiares de las ciudades de origen. Un ejemplo de ello fue la fundación que lleva a efecto el capitán sevillano Juan de Esquivel, que en 1509 llegó a la isla de Jamaica con orden de poblarla y colonizarla. Con este fin fundó la capital a la que dio el nombre de Sevilla la Nueva, en recuerdo de su patria chica. Con el mismo nombre también se bautizaron dos poblaciones de la Provincia de Oriente de la isla de Cuba, una en el municipio de Caney, y otra en el de Minguero. Otro caso de entre los muchos que salpican las tierras americanas fue el de Morón, el mismo nombre de la localidad sevillana se le impuso a un municipio de la isla de Cuba.
A medida que estos andaluces se fueron asentando en las tierras, fueron descubriendo la nueva realidad geográfica de la región y con ello la necesidad de adaptar la agricultura y ganadería del Viejo Mundo al nuevo medio: semillas, plantas, esquejes y animales vivos llenaron las bodegas de estos primeros barcos. En un corto espacio de tiempo se obtuvieron productos que fueron integrándose en la dieta de la nueva sociedad señalando, sobre todo, el arroz, la caña de azúcar y algunos árboles frutales entre otros. El arroz se adaptó con gran rapidez. Llegó en el segundo viaje de Colón, aunque no fue hasta 1512 cuando comenzó a aclimatarse, extendiéndose desde la española al resto de las Antillas y desde aquí al continente. Igualmente, la caña de azúcar encontró en el medio caribeño unas condiciones excepcionales para su desarrollo. Existe una constancia histórica dudosa acerca de dónde llegó la primera planta de caña de azúcar a las Antillas. Algunos apuestan que fue llevada desde las islas Canarias, sin embargo, otros son de la opinión de que procedía de Andalucía oriental y que se llevó en el tercer viaje de Colón. Esta planta fue sin duda la que mejor se aclimató y prosperó en aquellas tierras. Otras como la vid o el olivo no corrieron esta suerte, ya que no se adaptaron a esas latitudes, la climatología no cuadraba con los tiempos de las faenas agrícolas propias a las que estaban acostumbrado en la Península. Las dificultades se reflejan en escritos de la época, el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo ya escribía sobre los problemas en el cultivo de la vid, achacando a que la poda se practicaba de forma excesiva y las plantas “quedaban desmochadas y envejecidas en corto espacio de tiempo».
Mejores suertes corrieron en su adaptación los animales domésticos: vacas, ovejas, cerdos, cabras, mulas, burros o caballos, que fueron utilizados para carne o carga, destacando el papel bélico que tuvieron los caballos andaluces en la conquista. Es en el segundo viaje de Colón cuando se transporta estos primeros animales que cubrieron las necesidades tanto de los conquistadores y después colonizadores, como de los nativos.
Los nuevos centros urbanos se convirtieron en irradiadores de cultura. A nivel artístico no se puede obviar lo que el arte hispanoamericano debe al andaluz. Albañiles, alarifes, plateros, maestros canteros…, llegaron desde los primeros momentos a estas nuevas tierras. Junto a este personal también arribaron azulejos, ladrillos, cerámicas, etc., y los modelos de construcción. Estas son algunas de las razones por las que se puede percibir la impronta andaluza en muchas de las construcciones antillanas, valga el caso del proyecto que quiso llevar a efecto el obispo de Puerto Rico Rodrigo de Bastidas en 1540 cuando intentó levantar una catedral gótica inspirada en la de Sevilla.
Influencias semejantes concurrieron en otras artes como fueron en la pintura o la escultura, en las que se aprecian las influencias andaluzas gracias a la importación de objetos de artes y a la emigración de artistas como Martín Andújar, escultor y arquitecto afincado en Sevilla al servicio de grandes imagineros del momento. Andújar marcha a América, afincándose para 1632 en Cuba donde realiza en madera policromada una escultura de San Cristóbal con un claro estilo montañesiano y que hoy se encuentra en la catedral de dicha ciudad.
Finalmente habría que hacer mención en la expresión cultural por excelencia que es la lengua, el español hablado en la región. El predominio de la presencia de andaluces en las primeras olas de emigrantes marcó algunos de los rasgos del español caribeño, de ahí que se observe afinidad en el español hablado en las principales islas con el español meridional, es el caso del seseo, yeísmo, la debilitación de la s final, la j suave o la n final velarizada, entre los rasgos más llamativos
En definitiva, la presencia de andaluces en las Antillas dejó una impronta que hasta nuestros días se puede percibir en la planificación, arquitectura y topónimo de sus ciudades, en el mundo del arte y de los sabores, e incluso en la lengua.
Autora: Mª del Mar Barrientos Márquez
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