Tanto el ideal nobiliario como la historiografía más clásica, han sostenido a lo largo del tiempo que los títulos nobiliarios, durante la Edad Moderna, fueron otorgados únicamente a individuos de destacada nobleza, que contaban con cuantiosas rentas y patrimonio, y que habían servido ampliamente a la Corona. Sin embargo, en la práctica, lo cierto es que numerosos títulos se otorgaron a personas de dudoso origen que habían servido únicamente con dinero, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVII.
En lo que respecta al reinado de Felipe IV, la concesión de títulos continuó estando vinculada mayoritariamente a la sangre y al origen noble, como en los reinados anteriores, así como al mérito y al servicio, pues se premiaron con estas mercedes las trayectorias de desempeño en la Corte, el Ejército, la política, la Administración, u otros ámbitos de gobierno de la Monarquía. No obstante, aunque en menores proporciones, también se vendieron estas dignidades, práctica que había sido ensayada ya en los territorios italianos de la Monarquía, desde finales del siglo XVI y comienzos del XVII. La frecuencia de estas operaciones allí debió ser significativa, lo que explicaría que desde fechas tan tempranas como 1625, Felipe IV estableciera unos precios determinados en los que tasar la enajenación de estas mercedes en Italia, como consecuencia de las protestas que habían surgido por las bajas cantidades en las que se estaban vendiendo.
En la península, la primera fórmula de enajenación registrada durante este reinado parece ser la venta a través de instituciones religiosas, tales como conventos o monasterios, vía que tuvo una amplia continuidad en las décadas venideras. Durante este periodo también se llevaron a cabo ventas directas desde la Corte -a cambio de realizar un ingreso determinado en la hacienda regia-, concesiones de títulos por el servicio de financiar nuevas unidades militares, y también por la cesión de créditos a la Real Hacienda por parte de aquellos banqueros regios a los que se les estaban debiendo importantes cantidades de dinero.
La venalidad de títulos nobiliarios llegaría a su cenit con Carlos II (1661-1700), reinado que registra las cifras más elevadas. Fue entonces cuando la política de concesión cambió sustancialmente, produciéndose así una verdadera “inflación de honores” producto de la enajenación masiva de estas mercedes. A lo largo de este reinado, siguieron otorgándose títulos en virtud de la sangre noble y de los servicios prestados en los tradicionales espacios de servicio a la Corona, pero como hemos apuntado, su venta alcanzó importantes proporciones en esta coyuntura, llegando a alcanzar incluso a las Grandezas de España. Es destacable que la concesión de estos honores por precio prosiguió en la centuria siguiente, tal y como expuso en sus escritos el duque de Saint-Simón. No obstante, el prestigio de las Grandezas no decaería, manteniéndose como el escalón más alto y anhelado de la jerarquía social.
Las enajenaciones masivas de títulos dieron comienzo a partir de 1679, con motivo del enlace real entre Carlos II y María Luisa de Orleans, operación que tuvo una fuerte proyección en Sevilla, donde se vendieron al menos 21 títulos. En los años siguientes las ventas continuaron realizándose por los caudales ya apuntados para el reinado anterior, destacando como vía más importante la enajenación a través de instituciones religiosas. Asimismo, también se otorgaron bastantes títulos a cambio de financiar nuevas unidades militares. Además, en este periodo se inician las enajenaciones a través de los virreyes americanos y los presidentes del Consejo de Indias, caso del marqués de los Vélez.
En las décadas de 1680 y 1690, al igual que ocurrió en años anteriores, muchos de los grandes hombres de negocios de la Corona, entre ellos asentistas y financieros -extranjeros, en gran medida-, también lograron titular, ya fuera desembolsando una cantidad de dinero, incluyendo la concesión del título entre las cláusulas de los asientos que firmaban con la Corona, o bien, como recompensa por ceder a favor de la Real Hacienda créditos y deudas que se les estaban debiendo. Entre las familias premiadas por sus servicios económicos destacamos a los Grillo, parentela que obtuvo diversas distinciones nobiliarias. Por su parte, el servicio de financiar una obra de construcción también comportó la obtención de algunos títulos, aunque sería una vía residual.
Por su parte, Italia continuó siendo un escenario donde la venta de títulos estuvo muy presente, circunstancia que produjo una destacable depreciación y desvalorización social. Este “desdoro” se trasladó igualmente a la península, sobre todo durante el reinado de Carlos II. En consecuencia, el precio de estos honores tuvo que establecerse finalmente en 22.000 ducados, en 1692.
Ya durante el reinado de Felipe V, las dinámicas y procesos de concesión de títulos nobiliarios fueron muy similares a las del reinado anterior, manteniéndose las mismas vías de acceso a estos honores. En cuanto a la enajenación de estos honores -sin contemplar aquí las Grandezas de España-, hemos de decir que, de los 322 títulos otorgados por este monarca, casi el 60%, fueron dados en atención a méritos y servicios, principalmente de carácter político y militar. Por su parte, los títulos venales ascendieron a algo más de un tercio -aproximadamente el 37%-, existiendo además un pequeño porcentaje, representado por 17 titulados, del que desconocemos los verdaderos motivos de la concesión.
En esta coyuntura, las ventas se arreciaron con motivo de la guerra de Sucesión (1701-1714), ante las necesidades económicas existentes. Los títulos pudieron adquirirse entonces tras realizar un pago en efectivo en las tesorerías de Madrid o Indias; a cambio de financiar la formación de un regimiento; o bien, en compensación al ofrecimiento de un número determinado de caballos, servicios todos ellos que fueron destinados a socorrer las demandas generadas por el conflicto bélico. Durante estos años se enajenaron además títulos a través de monasterios y conventos, herencia muchos de ellos del siglo XVII. Ambos factores, la venta de títulos para financiar la guerra y la enajenación por parte de instituciones religiosas, provocaron que la venalidad estuviera presente de forma significativa entre 1701 y 1714, ascendiendo el número total de títulos vendidos a 31, cifra que representa un tercio de la totalidad de ventas registradas en el reinado.
Finalizada la guerra de Sucesión, tras unos años de escasa venalidad, en 1729 se aprecia un nuevo incremento con motivo del traslado de la Corte a Sevilla, estancia que generó un importante gasto. De hecho, entre 1729 y 1733, periodo en que permaneció el rey en la ciudad hispalense, se vendieron al menos 16 títulos. Por último, entre 1738 y 1746, el número de mercedes volvió a experimentar un incremento significativo con motivo, principalmente, del ennoblecimiento de diversos financieros y del incremento de las ventas, a causa de la suspensión general de pagos de 1739.
Como puede evidenciarse, los espacios de venta vigentes a lo largo de la primera mitad del siglo XVIII continuaron siendo los mismos que en la centuria anterior, destacando por su peso la venta a través de conventos y monasterios, las enajenaciones directas a través de las tesorerías de Madrid o Indias, y las ventas por medio de virreyes y gobernadores de los territorios americanos. Otras vías de enajenación también empleadas, aunque en menor medida, serían la cancelación de deudas que la Corona mantenía con prestamistas y asentistas, la compra-venta privada entre particulares, y la enajenación a través de los cabildos municipales de las ciudades. La financiación de unidades militares de nueva leva y de obras o construcciones también comportaría la obtención de algunos títulos, aunque de forma más aislada.
A modo de conclusión, podemos afirmar que, durante el periodo abordado, el “mérito” del dinero se erigió en uno de los más destacados, sobre todo en aquellas coyunturas de máxima necesidad económica de la Monarquía. La compra-venta de estas mercedes, casi siempre silenciada por los documentos y por la historiografía, permitiría titular tanto a numerosos indianos que estaban dispuestos a invertir parte de sus capitales en su promoción social -obtenidos en el comercio, la minería, o la explotación de haciendas-, como a compradores peninsulares, fundamentalmente comerciantes y miembros de los patriciados urbanos.
Es preciso señalar que la mayor parte de los títulos venales fueron otorgados a través de un decreto ejecutivo emitido por el rey a la Cámara de Castilla, institución que, pese a estar teóricamente encargada de consultar las peticiones de títulos y velar por las calidades y el origen de los solicitantes, apenas fue requerida para ello.
Finalmente, podemos afirmar que, pese al malestar que provocaron las numerosas ventas de títulos, tanto en el estamento nobiliario como en otros sectores conservadores de la sociedad, este medio para procurar ingresos a la hacienda regia se consolidó como uno de los más eficaces para allegar recursos en momentos de necesidad. Muestra de ello es la prolongación que tuvieron todas las vías de enajenación de títulos a lo largo del siglo XVII y XVIII.
Autora: María del Mar Felices de la Fuente
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