El análisis histórico del trabajo de las mujeres en la Andalucía Moderna ofrece, al día de hoy, más interrogantes que certezas dentro del panorama general de la historiografía modernista que tiene en el tema del trabajo femenino una asignatura pendiente. Durante demasiado tiempo se ha acudido para justificarlo a la problemática de la escasa visibilización del mismo en las fuentes tradicionales (censos y padrones). Lo que es cierto en general debido a que la información en los mismos aparece referida al titular de la casa, el cabeza de familia, es decir, salvo en los casos de viudas, solteras y mujeres con marido ausente, los hombres. De esta forma la ideología de género que construía, en aquellos siglos, espacios y funciones sociales separadas para hombres y mujeres, y que a partir de la literatura normativa de libros de estados y de matrimonio, prescribía un mundo simbólico de subordinación para las mujeres, supuestamente dependientes de los hombres de su familia en todo lo referente a la subsistencia, sigue dando apariencia de realidad a la no existencia de trabajo femenino en los siglos de la Edad moderna. Es decir, un trabajo femenino que pudiera considerarse como tal, profesionalizado, permanente y valorado en un mercado competitivo. Así pues, la pregunta que, respecto al tema del trabajo femenino, hay que empezar por hacerse es por qué razón, o por qué cúmulo de razones, el trabajo femenino se silencia. La historia de las mujeres, apoyada en investigaciones pioneras procedentes del mundo de la historia económica y social que venían subrayando desde comienzos del siglo XX la importancia de la actividad laboral femenina en las economías pre-indusriales (A. Clark, P. Kriedte, H. Medick, J. Schlumbohm o M. Berg) ha tratado de reorientar el análisis a partir de una serie de premisas consideradas importantes. La primera, que parece una obviedad, pero no lo es, es la necesidad de historizar el trabajo de las mujeres y contextualizarlo debidamente. Esto significa, de un lado, analizarlo a la luz del modelo productivo y económico dominante en cada época y también en el contexto tanto de posibles modelos emergentes, como de economías tradicionales. Por otra parte, y aunque es en situaciones de dificultades de subsistencia cuando se visibiliza más fácilmente el trabajo femenino, las historiadoras insisten en la necesidad de resituarlo más allá de la encrucijada de vida y de la supervivencia, en una perspectiva social y política. Aunque aquel se haga más visible en las fuentes en condiciones de pobreza -las mujeres de los grupos populares aparecen vinculadas generalmente con el mundo laboral-, o en ciertas circunstancias vitales o familiares –viudedad, ausencia del cabeza de familia, celibato definitivo-, urge, sin embargo, ampliar la perspectiva. Considerar una de las características más destacadas del trabajo femenino en el Antiguo Régimen, su flexibilidad, puede ayudar a identificarlo y a valorar su significación, pero atender a la temporalidad y a los procesos que explican en cada momento histórico determinadas políticas respecto a la actividad laboral femenina, también. Así, desde la descripción de prácticas laborales marginales y la reflexión teórica necesaria para valorar esas mismas prácticas, se ha pasado en los estudios actuales a subrayar la imbricación existente entre familia y trabajo en la experiencia de las mujeres y la relación entre pobreza y actividad laboral. Junto a estos aspectos, nuevos conceptos relacionados con la «economía del cuidado», los tiempos, o las «economías de improvisación” que enmarcan la actividad de las mujeres dentro del objetivo más amplio de la sostenibilidad de la vida, han puesto sobre la mesa la discusión sobre la complejidad de los itinerarios laborales de las mujeres a lo largo del curso de su vida.

La primera constatación que ha de hacerse es que para la mayoría de las mujeres de los sectores no privilegiados el trabajo fue una realidad, aunque este permanezca sub-registrado en los recuentos de población. La información es opaca para los tres siglos de la Edad moderna, si bien en el siglo XVIII la abundancia de censos y la existencia de diferente documentación relacionada con el Catastro de la Ensenada de mediados de siglo, ha posibilitado algunos análisis de carácter local sobre el trabajo femenino. Los semilleros de trabajo femenino en las economías de Antiguo Régimen, distinguiendo entre el mundo rural y el urbano, estaban, de un lado en las tradicionales labores del campo y de otro en algunas manufacturas vinculadas al textil y al sector servicios. En el mundo rural se señala que por las propias características del agro andaluz en este momento donde dominaban las grandes propiedades y una orientación de la producción agraria hacia el monocultivo y el mercado, y el uso intensivo de mano de obra asalariada, el trabajo de las mujeres tenía menos representación que en otras zonas especialmente del norte peninsular con perfiles de propiedad y de producción diferentes y donde dominaba la pequeña explotación familiar. Aunque el trabajo de los jornaleros no estaba sometido a regulación estatal en estos siglos, el marco legal recopilatorio conservaba algunas leyes que databan del siglo XIV donde se prohibía la presencia de mujeres en las cuadrillas de trabajadores a jornal –salvo de las “viejas y flacas”- con el objeto de que no distrajesen del trabajo a los jornaleros. Los datos que puede obtenerse ya para el siglo XVIII, que hablan de una organización del campo andaluz que condena a la mayoría de sus trabajadores a un escaso jornal, no considera entre estos jornaleros a las mujeres.  Por otra parte, en zonas donde la propiedad de la tierra y el ganado estaba muy concentrada, y la familia campesina dependía de jornales escasos y que sólo estaban disponibles algunos meses a lo largo del año, el trabajo de las mujeres en la industria textil u otras artesanías era fundamental para la supervivencia de la familia. Además, era un trabajo producido bajo lo que se conoce como sistema doméstico; un sistema que ponía en relación el capital comercial con una mano de obra flexible, libre de las ordenanzas gremiales y con fuerte orientación al mercado. Son estos dos procesos que han de ponerse en relación. Además de ello, resulta obvio señalar que esto no quiere decir que las mujeres no trabajasen en el campo, sino más bien como se advertía, que determinadas actividades de producción en las que ellas estaban implicadas no quedaban registradas. En general, no eran valorables, a efectos de las diferentes encuestas de población, muchos trabajos productivos en el ámbito del hogar relacionados con el consumo familiar y la economía de los cuidados. Actividades que implicaban el aprovechamiento de los terrenos comunes y bosques, el sostenimiento de huertas, el cuidado de los animales o la elaboración de alimentos además de las tradicionales tareas de mantenimiento del hogar y crianza de los hijos, trabajos desarrollados por mujeres. Trabajos, en muchos casos, en relación con el consumo familiar, aunque también tenemos constancia de la fuerte implantación de la mano de obra femenina en la transformación de alimentos (elaboración de pan, dulces, o conservas). En Alcalá de Guadaira (Sevilla), la fabricación de pan, una actividad que durante mucho tiempo fue fundamental para la población, estaba en manos de mujeres. A comienzos del siglo XVIII, se obtienen cifras de la mano de obra implicada en ella que se reparte por sexos entre 488 trabajadores masculinos y 600 mujeres.

Poseemos muy pocos estudios sobre la presencia femenina en la industria rural en tierras andaluzas, una de las actividades laborales sobre la que los estudiosos de las economías preindustriales ponen el acento por su trascendencia. En un modelo económico donde la familia era la unidad de producción, de cambio, de capital y de fuerza laboral, las mujeres mantuvieron una presencia muy amplia y diversificada en algunos sectores como la manufactura de tejidos. Concretamente el hilado era una actividad que se reconoce en manos de mujeres casi en su totalidad. Si extrapolamos los datos que las Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada ofrecen para mujeres viudas y solteras en relación con la fabricación textil, podemos deducir que las actividades femeninas en el sector tenían que ver, sobre todo, con la actividad del hilado –que se realizaba al margen del sistema gremial incluso en las localidades donde la industria agremiada estaba implantada-, y también con las labores de manos, costura, bordados o la realización de encajes. En Antequera (Málaga) donde hubo una industria textil de la lana, el lino y la seda sólidamente establecida desde el siglo XV, debió existir un número notable de hilanderas, mucho más de las que las fuentes reconocen, y también en Montefrío (Granada). La misma situación puede extenderse a otras localidades andaluzas con tradición de manufactura textil y con la existencia de un número notable de telares reconocidos en el Censo de Manufacturas de 1784, como Pozoblanco, Bujalance o Grazalema. Poco se ha estudiado, sin embargo, sobre ello salvo en algún caso como el de los municipios andaluces Laujar de Andarax (Almería) y Úbeda (Jaén), para los que contamos con una investigación sobre tasas de actividad femenina obtenidas a partir de los memoriales del Catastro de la Ensenada (1752-1753). Los resultados para un modelo de economía agraria, ganadera y con actividad manufacturera textil, señalan una actividad femenina del 54,2 por ciento de lo que se considera población activa femenina en el caso de Laujar y un 27,4 por ciento en el de Úbeda. Las dos actividades ocupacionales predominantes son el sector textil y el servicio doméstico. En el caso de la actividad en la manufactura textil, se trata de una industria doméstica, no agremiada, a tiempo parcial, de tipo estacional y de elaboración textil en lana, lino o seda, de baja calidad, destinada al autoconsumo o a los mercados locales cercanos.

Las mujeres y su actividad laboral se hacen visible en los recuentos poblacionales en determinados casos: cuando las mujeres (viudas, solteras o mujeres con maridos ausentes) ejercen como cabezas de familia. En este caso, poseemos datos del trabajo de las mujeres en un núcleo urbano andaluz del siglo XVIII, Cádiz, ciudad en la que por sus especiales condiciones de cabecera de flotas de Indias y ser zona de con emigración masculina importante existía un significativo número de mujeres cabezas de familia. El estudio del padrón de 1773 en Cádiz resulta muy revelador de las actividades laborales de las mujeres en un medio urbano. La primera conclusión significativa es su importancia en los barrios populares donde el porcentaje de mujeres cabezas de familia con actividad laboral registrada alcanza el 90 por ciento. En la mayoría de los casos son actividades relacionadas con los servicios, entre las que destacar el oficio de lavandera y los de costurera y bordadora. Hay, sin embargo, una actividad “laboral” presente en toda la ciudad: la de casera que afecta al 11,6% de las mujeres cabezas de familia que declaran actividades económicas. Con toda probabilidad la condición de casera designaba entonces actividades distintas. En los barrios populares, implicaba el desempeño de la tarea de organización de la vida común de las fincas donde habitaban estas mujeres junto a otros vecinos, en diferentes pisos o cuartos de la misma y en régimen de alquiler. Actividad, en general, por la que no se recibía recompensa salarial, sino en especie como la exención del pago del alquiler. Sin embargo, bajo el concepto de casera se refugia, también una dedicación muy diferente que ejercían ciertas mujeres propietarias de casas y que daban cobijo en las mismas a huéspedes como medio de procurarse un medio de vida. Esta, sin duda, fue una actividad de relativa importancia en Cádiz donde a una densidad de población altísima, se unía una abundante población transeúnte y el concurso de una población inmigrante que mantenía alta la demanda de pisos y habitaciones de alquiler. A partir del análisis de este padrón, resulta muy significativa la representación de la actividad laboral relacionada con la confección de ropa y accesorios del vestir –bordadora, calcetera, cotillera, sombrerera, botonera, cordonera, ojaladora-; los de elaboración y distribución de alimentos –confitera, panadera, caracolera, mondonguera, freidora de pescado, de tortillas, buñuelera, garbancera-  que se unen a un significativo número de mujeres  que venden en puestos del mercado o están al frente de una bodega, una posada, una taberna, un café o un billar. También son importantes en número y están repartidas por toda la ciudad las mujeres que poseen tiendas de ropa, de modas, de seda, de listonería, mercerías, de zapatos, de calderería, de jabones, de comestibles o de tabacos –en total 29 mujeres-. La fabricación de almidón, de fideos, de pan, de velas o tabacos está asimismo representada y no faltan oficios como el de cómica, mandadera, beata o gallinera desempeñados por una o dos mujeres. También aparecen censadas comadronas y maestras de niñas. A la apabullante presencia de actividad laboral en estos barrios populares, se une la diversidad de actividades declarada que contrasta con la relativa monotonía de los trabajos realizados por las mujeres cabezas de familia del resto del recinto urbano, reducidos, en la práctica, al hospedaje y a la propiedad de tiendas de diverso tipo. Tampoco es raro que estas mujeres compatibilicen dos o más actividades.  No falta tampoco un pequeño grupo de mujeres cabezas de familia con una posición económica deshogada que se mantiene viviendo de sus rentas o en el ejercicio de una actividad económica de cierto prestigio. Viudas titulares de Casas Comerciales, o mujeres al frente de tiendas de listonería y ropa de confección, de seda o de modas.

Entre los problemas con el que nos topamos los historiadores, la escasa o nula consideración que existía sobre el trabajo de las mujeres y sus capacidades, resulta especialmente indicativo. Una de las consecuencias ya se ha mencionado: la desaparición del mismo de los registros oficiales, pero otra muy significativa fue la exclusión de las mujeres del sistema de aprendizaje laboral en gran medida a cargo de los gremios. En este sentido, parece confirmarse que la situación se agravó a lo largo de la Edad Moderna. Según los datos que poseemos se confirma que en el XVI la presencia de mujeres en el aprendizaje de determinados oficios está normalizada y tenemos conocimiento de la existencia de mujeres que llegan a ser oficiales y maestras tejedoras e hilanderas en Málaga, Almería o Jaén, como las había en Toledo o Alcalá de Henares. A finales del XVI, sin embargo, los contratos de aprendizaje que implican a mujeres empiezan a escasear, hasta convertirse en excepcionales en los siglos XVII y XVIII. En este último siglo, con las reformas de finales de la centuria (1779-1793) aparece un interés utilitarista por el trabajo de las mujeres, concediéndose a las mujeres la posibilidad de aprender oficios o regentar el taller del marido difunto, siempre con actividades que no desdigan del necesario decoro.  Aunque, en general las mujeres no dejaron de aprender los oficios en el seno de sus familias, trabajando en el taller que su padre, marido o hermanos regentaban, las dificultades que tuvieron en el proceso de formación laboral sí supusieron una desvalorización económica y social de su trabajo.  Las distintas investigaciones que van realizándose para el conjunto peninsular vienen ofreciendo distintas respuestas a la pregunta sobre la permeabilidad del mundo gremial a las mujeres. Parece confirmarse que más que un cierre del mismo, el acceso de las mujeres a determinados oficios hay que ponerlo en relación con la coyuntura económica y con la endogamia familiar que imperaba en algunos de ellos.  En este sentido, el recurso a la documentación generada por los notarios (protocolos notariales) y la diversificación de las fuentes constituyen objetivos necesarios para tener una valoración adecuada del mundo laboral femenino en la Andalucía del Antiguo Régimen.

Autora: María José de la Pascua Sánchez

Bibliografía

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