Durante el siglo XVII, en el que hemos identificado a 10.081 andaluces registrados en la Casa de Contratación, se produjo un descenso claro en torno a 1640-1650, que debe estar relacionado con la actitud de la corona, más reacia a conceder licencias de salida de una España demográficamente necesitada. Se habían ido durante el siglo XVI muchas familias, con muchos hijos pequeños, sobre todo en la segunda mitad; habían salido muchos solteros jóvenes en buena edad de procrear; se habían ido, probablemente, los que eran más capaces de arriesgarse y de emprender negocios. En toda España se sufrían los efectos cuantitativos y cualitativos de estas salidas, y también los provocados por las constantes demandas de la política exterior de los grandes reyes de la casa de Austria.

En líneas generales, el siglo XVII ha sido considerado como época de crisis demográfica en España, especialmente a causa de las epidemias de peste y sus secuelas de hambrunas, pero a estos elementos negativos se añadieron las consecuencias del descenso del comercio con América hacia 1620, que afectaron tanto como antes el auge había potenciado su economía. Las circunstancias se hicieron más graves a partir de 1640, a causa de las sublevaciones de Cataluña y Portugal pero, sobre todo, porque entonces se presentaron las más terribles epidemias de peste, que se sucedieron sin interrupción hasta el final del siglo. Durante el siglo XVI y en el siglo XVIII, España también padeció epidemias de peste; sin embargo, las del siglo XVII tuvieron consecuencias especialmente catastróficas, hasta el punto de que enlazan con las del siglo XIV europeo y,  junto con ellas, pasan por ser las más terribles y devastadoras entre las conocidas. En 1647 afectó especialmente a Levante y Andalucía. En Sevilla comenzó en marzo de 1649 y duró hasta julio. La ciudad sufrió como nunca a lo largo de su historia, de manera que la epidemia marcó el fin de su época de máximo esplendor demográfico y económico. Debieron morir no menos de 60.000 personas, una cifra fabulosa que implicó una gravísima despoblación. En Córdoba hubo 13.780 fallecimientos; después, la enfermedad subió a Aragón y, en general, al norte de España. Una nueva epidemia de peste se extendió entre 1676 y 1685. La enfermedad recorrió las mismas regiones, pero de forma menos violenta; en Andalucía, la mayoría de las víctimas se produjeron en la zona oriental.

Es lógico pensar que, en la segunda mitad del siglo XVII, los deseos de marchar al Nuevo Mundo debieron ser más numerosos, como consecuencia del incremento de los efectos de las pestes y sus secuelas; pero, lo cierto es que los estudios sobre la emigración a Indias muestran que fueron menos andaluces en el siglo XVII, aunque la contradicción entre deseos y realidades no tiene por qué ser necesariamente paradójica; tal vez podría sugerirse que durante el siglo XVII las salidas fueran más desesperadas. De hecho, el incremento del control oficial respondió al aumento de salidas ilegales, que naturalmente resultan muy difíciles de calibrar. Por otra parte, otros estudios sobre la demografía andaluza en el siglo XVII aconsejan abandonar las visiones catastrofistas. Nunca se produjo en Andalucía la situación de España continental, en la que las ciudades se vieron más afectadas a causa de las epidemias. En definitiva, las ciudades andaluzas se comportaron como núcleos de resistencia frente a los ataques de las epidemias y la conclusión más razonable es que el siglo XVII andaluz fue demográficamente estabilizador.

Siguiendo el modelo aplicado al estudio del siglo XVI, en cuanto al análisis cuantitativo de la emigración andaluza en el siglo XVII, se comprueba mediante los datos obtenidos que el equilibrio de aportes de hombres y mujeres, es decir, la emigración familiar, que había sido notable en la segunda mitad del siglo XVI, continuó aproximadamente hasta 1630-1640, en que también la cantidad de pasajeros disminuyó de manera acusada, como se puede ver en el gráfico: entre 1600 y 1650 se produjo el 80% de las salidas de todo el siglo.

También en el siglo XVII la emigración de mujeres se hizo más acusada en Sevilla y las localidades próximas. Enlazando con los datos correspondientes al siglo XVI, también desde 1550 hasta 1650 en la emigración andaluza aumentó notablemente el número de casados, lo cual avala la presencia de la emigración familiar. Es necesario señalar que en el aumento simultáneo de solteros hay que incluir un porcentaje muy elevado de menores de 20 años (9%), componentes igualmente de los núcleos familiares. Parece que los andaluces que partieron hacia Indias entre 1550 y 1650 iban con una voluntad manifiesta de poblamiento, es decir, de quedarse en América. Especialmente sucedió así entonces, y así lo ratifican también las fuentes de carácter privado, como los testamentos y las cartas que los pobladores de Indias dirigieron a sus familiares: muchas de ellas tenían como misión fundamental llamar a parientes. Aunque la afirmación no es excluyente: la emigración andaluza a Indias se caracterizó por ser una emigración fundamentalmente familiar.

En cuanto a la edad de los andaluces que pasaron a Indias en este siglo, la información conseguida es más abundante (un 87% de los pasajeros) y permite comprobar que se mantuvo el mismo modelo que en la segunda mitad del siglo XVI: una mayoría de personas entre 15 y 30 años, un grupo muy abundante de menores de 15 años y, de nuevo, una presencia bastante notable de personas mayores de 40 años. En los grupos familiares que integraban a los padres y a hijos de poca edad, también se incorporaron en ocasiones los abuelos y personas de edad avanzada. Los tres casos más señeros fueron tres mujeres de más de 80 años, dos de Sevilla y una de Puente Genil, que iban con sus familiares.

El destino preferente continuó siendo el virreinato de Nueva España (3.730), seguido del virreinato peruano (2.303), aunque, como en el siglo XVI, los andaluces se repartieron por todo el territorio del Imperio español. Estas cantidades, como los destinos correspondientes al siglo XVI, necesitan ser matizadas en cuanto que no en todos los pasajeros registrados figuraba el destino. Muchos de los que solicitaron ir a Nueva España o a Perú se establecieron respectivamente en Méjico y en Lima. El padrón, elaborado en México por el Virrey duque de la Palata en 1689, recoge la presencia de 1.068 españoles peninsulares y 300 de ellos eran andaluces. Por otra parte, Santo Domingo fue lugar de alto poblamiento andaluz con 387 personas que podrían significar casi el 20% de la población, según las cifras de Antonio Vázquez de Espinosa. También tuvieron un notable poblamiento andaluz Guatemala, corroborado por las fuentes de carácter particular, al menos en el caso de Córdoba. Muy distanciadas de estas zonas como lugares preferidos figuran Nueva Granada, Tierra Firme y Quito, y lugares especialmente poco poblados de andaluces fueron Argentina y Chile.

Autor: Antonio García-Abásolo González

Bibliografía

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