Nacido en Pelahustán en 1681, don Mateo Pablo era hijo de Miguel Díaz de Lavandero Pablo y de María Martín de Córdoba. Su progenitor, oriundo de la villa abulense de Las Navas del Marqués, había emigrado a tierras toledanas tras habitar temporalmente en localidades cercanas, como La Adrada. Sin apenas alcanzar los veinte años de edad, Mateo Pablo Díaz de Lavandero se encaminó a Sevilla, ciudad en la que residían desde hacía medio siglo varios naveros dedicados a negocios mercantiles: los influyentes García de Segovia. En 1709 desposó con Manuela Petronila Urtusáustegui y Fernández Hidalgo, hija de Joseph de Urtusáustegui. Su suegro, natural del valle vizcaíno de Gordejuela, casado con la hija de otro capitán sevillano (María Manuela Fernández Hidalgo) y recibido por noble en La Rinconada, había fallecido años atrás después de haber ejercido como capitán de navío en la Carrera de Indias.

Gracias a los contactos familiares con los Urtusáustegui-Fernández Hidalgo, don Mateo Pablo se insertó entre la élite de cosecheros y cargadores a Indias del puerto hispalense y sus villas vecinas, en particular, Alcalá de Guadaira, donde adquirió una extensa hacienda. En torno a 1710 ya había conseguido acceder al cabildo urbano como caballero veinticuatro perpetuo, y se había distinguido como administrador de las rentas y bienes del marqués de Torrehermosa. Sus lazos con la producción agraria y su exportación a la América española perdurarían por decenios, al menos, hasta su definitiva exaltación en el ministerio madrileño.

La década de 1710 permitió a Díaz de Lavandero afianzar su posición social, siendo reconocido su estatus noble en La Rinconada (como su familia política) y electo alcalde de la Santa Hermandad sevillana (1711). Tras el canje de una deuda de la Real Hacienda por un monto total de 30.000 reales, Felipe V le concedió los honores de ministro del Tribunal y Contaduría Mayor de Cuentas (1712). Dos años después litigó ante la Real Chancillería de Valladolid su supuesta nobleza. Para ello puso pleito contra el concejo de Valdemaqueda, jurisdicción del marquesado de Las Navas. La parte de don Mateo Pablo insistió ante los jueces del lugar y de la Chancillería su directa descendencia de una ilustre progenie montañesa, los Díaz de Lavandero, cuyo solar se afincaba en el lugar de Caranceja. Obtenida la ejecutoria de hidalguía en 1714, habría que esperar un lustro para que se hiciese efectivo su nombramiento como contador mayor de Cuentas y la inclusión del matrimonio al Santo Oficio de Sevilla en calidad de familiares de la Inquisición, del que obtendría el alguacilazgo mayor en 1720. Asimismo, fue electo por mayordomo de la Universidad de Mareantes, institución mercantil compuesta en exclusividad por capitanes de la Carrera indiana.

A partir de dicho momento, su ascenso administrativo sería fulgurante. Dado su amplio conocimiento de la situación económica hispalense, el ministerio de Madrid le confió la administración general de las Aduanas de la ciudad (1720) y se le requirió su afincamiento en la corte. En 1726, contando con la protección del poderoso Giuseppe Patiño, fue nombrado tesorero general de la Guerra y director de la reformada Renta General del Tabaco, en comunión con sus homólogos Jacobo Flon y Ventura de Pinedo. Su buen hacer en los tribunales de Felipe V fue premiado con plaza de consejero de capa y espada en el Consejo de Hacienda, para ser definitivamente integrado en la nobleza castellana con la concesión del título de marqués de Torrenueva (1732, cancelándose el vizcondado previo del Pino) y un hábito de Santiago (1734).

La muerte de su patrón, Patiño, en 1736 marcaría el cénit de la carrera del advenedizo. Entonces le fue confiada la superintendencia general de Hacienda, la titularidad de la secretaría de Estado y del Despacho Universal de Hacienda y la interinidad de la de Marina e Indias, que detentaba el difunto. Como tal, el marqués se encargaría de entregar al monarca la reseñable obra del madrileño Andrés González de Barcia Epítome de la Bibliotheca Oriental y Occidental, Náutica y Geográfica, tratado clave para los oficiales reales en el conocimiento de las novedades científicas y cartográficas de la Europa del siglo XVIII. Sin embargo, la difícil coyuntura fiscal de la Corona, tras la guerra de Sucesión polaca y los enormes esfuerzos hacendísticos en su frente italiano, marcará la gestión de Torrenueva. Ante los problemas financieros de una Monarquía en quiebra, se formó en Madrid una nueva Junta de Medios, presidida por Torrenueva y compuesta por diez ministros que examinaron las entradas y débitos de la Corona desde la llegada de Felipe V. De nada servirían los esfuerzos del secretario y sus clientes (Jerónimo de Uztáriz, Fernando Verdes Montenegro, Miguel de Múzquiz, entre otros) para paliar la debilitada situación financiera económica de Felipe V. Así, en la coyuntura de la suspensión de pagos de 1739, el soberano cesó al marqués de Torrenueva de sus oficios principales, que serían cedidos separadamente a Joseph de la Quintana (Marina e Indias) y Joseph Campillo (Hacienda). Su labor precedente no se vio ensombrecida por los procesos que se abrieron años atrás a otros ministros de alto rango como el mencionado Verdes Montenegro. Por contra, se premió sus “buenos servicios” con plaza de consejero de capa y espada en el Consejo y Cámara de Indias y se le requirió en 1742 su censura para la reimpresión de la Theórica y práctica de comercio y de marina de Uztáriz, a quien referiría con palabras elogiosas y favorables dado el conocimiento habido de su labor reformista mientras ejercía el ministerio supremo de Hacienda.

El marqués de Torrenueva falleció en Madrid el 18 de abril de 1746, habiendo servido a la Casa de Borbón “por espacio de 40 años, [donde] acreditó siempre su zelo, desinterés e integridad al real servicio”, como glosaba la Gaceta de Madrid. Su sucesor, don Antonio María, prosiguió tal servidumbre paterna, obteniendo un hábito de Santiago en 1738, cuando ya era capitán de infantería y alférez de las Guardias Reales -posiblemente, gracias a un desembolso venal-. Los marqueses de Torrenueva emparentaron a sus hijas con varios señores de la corte o de Andalucía. Doña María Petronila desposó con el caballero parmesano Francesco Piscatori, marqués de Sant’Andrea, que pertenecía al círculo íntimo de la reina Elisabetta Farnese, mientras doña Catalina casó con Francisco Gómez de Barreda, hijo de un hidalgo montañés dedicado a negocios mercantiles entre Sevilla y Cádiz. Varios de los miembros de su familia, entre ellos los primeros marqueses, serían retratados por el reputado pintor hispalense Bernardo Lorente Germán. Gracias a ello, puede conocerse la figura de Mateo Pablo Díaz de Lavandero en el periodo de eclosión de su fortuna política como un hombre maduro, grueso, de gesto adusto y vestido a la moda afrancesada imperante en la corte de Felipe V, luciendo en el pecho su flamante venera de la Orden de Santiago que le distinguía de sus oscuros orígenes sociales.

Autor: Roberto Quirós Rosado

Bibliografía

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