La elección de este título para la presente entrada resultaba casi obligatorio. Es el que mejor responde a la consideración de “malagueño”, ya que el primero en recibir este privilegio vivía ya en la elegante Casa-palacio que todavía hoy se levanta majestuosa en la calle de San Agustín, y en ella continuarían sus sucesores hasta que en el siglo XIX la dejaron vacía. Además, debido a una alianza matrimonial, se le acabaron anexionando dos títulos nobiliarios, los condados de Villalcázar y Buenavista y, por último, fue uno de los que alcanzó la Grandeza de España.

El condado de Mollina se creó por decreto para Francisco Chacón Enríquez, el 8 de octubre de 1679, precisamente el año en que comenzó la enajenación masiva de mercedes, una operación venal que se prolongaría sin apenas cambios a lo largo de la centuria siguiente.

Al analizar el documento de concesión de este privilegio son los méritos de los antecesores directos los primeros que se destacan. Su quinto abuelo, Gonzalo Chacón, Alguacil y Alférez Mayor de la gente de guerra de Antequera, fue uno de los cuatro caballeros que hicieron pleito homenaje al Rey de defender la ciudad. Su hijo, Fernando Chacón, levantó a su costa una torre que forzó al rey moro a liberarla del cerco a que la tenía sometida. A continuación se enumeran los títulos influyentes de quienes los Chacón eran deudos muy cercanos: Marqueses de Priego, de los Vélez y Condes de Casarrubios. Finalmente, se exalta el “linaje ilustre de los Chacón” al que perteneció Ruy González Chacón, Comendador Mayor de Castilla, que sirvió al Rey don Pedro contra los moros, y su hijo, Domingo Fernández Chacón, Comendador de Torres del Campo de Montiel. Junto a todos estos méritos de antepasados, la única referencia monetaria que aparece es la cantidad que el I Conde de Mollina tuvo que pagar por las medias annatas, 1.500 ducados. Sin embargo, su desembolso real ascendió a 30.000 ducados que, en este caso, se utilizarían en los fastos de casamiento del Rey con Mariana Luisa de Orleans.

Francisco Chacón Enríquez de Valenzuela, en el momento de ser titulado conde de Mollina, era regidor perpetuo de Antequera, Sr. de la Ruisa y propietario de un destacado mayorazgo en Antequera, fundado en 1519 y acrecentado después mediante donaciones de parientes. Estaba casado con María Antonia Manrique de Lara y Collado, Sra. de Cazalla y de la casa de la Madera. Hasta aquí la mayor parte de los nombres citados se repetirán en las sucesivas generaciones, aparecerán en las genealogías y se convertirán en señas de identidad del linaje, todos excepto Cazalla. A pesar de ser el fundador de los bienes que sustentarían durante generaciones a estas familias, cuesta encontrarlo en los expedientes, como si intencionadamente se hubiera tratado de ocultar y cuando aparece, su descripción es bastante exigua comparada con el resto. Los Chacón, los Galdámez, los Manrique procedían de Moguer, Baena, Antequera y Málaga, participaron en la conquista y recibieron de los reyes mercedes, con lo que reunieron un patrimonio económico/social que primero consolidaron y después extendieron a otras zonas ampliando su influencia. A los Cazalla, sin embargo, no es el ardor guerrero lo que les define, sino su constante presencia en los asuntos hacendísticos de la Corona y una espiritualidad que llevó a muchos de ellos ante la Inquisición.

Diego Cazalla fue el primero de su estirpe que se asentó en Málaga (1509) y lo hizo para desempeñar el cargo de pagador de las armadas, puesto en el que permanecería hasta el final de sus días (1559), cuatro décadas que coincidieron con los años de mayor apogeo del puerto malagueño. La evolución patrimonial de este personaje resulta cuando menos llamativa. En 1516, a los pocos años de llegar a la ciudad, confesaba tener como únicos bienes una casa y dos inmuebles rurales. Cuando murió, lo hizo convertido en regidor de la ciudad, señor de vasallos, dueño de más de 40 inmuebles, entre los que figuraba la casa de la calle San Agustín, su propio enterramiento, que igualmente utilizarían sus sucesores, y más de un millón de maravedíes de renta al año procedentes de censos. Pero junto a todas estas posesiones, que oportunamente intentó preservar bajo la institución del mayorazgo, dejaba a su sucesor una deuda contraída con la Corona que ascendía a 18.000 ducados. En los años siguientes los herederos trataron de reducir tan importante débito, pero resultó imposible y el monarca acabó por ordenar el embargo de la casa, entregando la gestión de los bienes a un juez ejecutor. Las cosas continuaron así hasta que casi un siglo después, en 1648, Don Gregorio López Madera, “uno de los más sabios y excelentes ministros de su tiempo” a juicio de Don Luis Salazar, remitía una carta al rey en la que le pedía en nombre de su nieto, Antonio Manrique de Lara, nuevo señor de la Casa, que condonara la deuda y levantara la sanción, a lo que el monarca, en consideración a los más de 60 años de servicio que su ministro le había dedicado, finalmente accedió.

Tras estos accidentados comienzos, las perspectivas en los años siguientes mejoraron. Desde el punto de vista biológico las generaciones que se sucedieron a lo largo del siglo XVIII contaron con una circunstancia que en principio les favorecía, su alto índice de natalidad. Con una media de 10 hijos por generación y una baja mortalidad infantil disponían de los medios para diversificarse en otras ramas, entroncar con linajes más poderosos que el suyo y ampliar su área de influencia, pero no ocurrió así. De los 35 hijos que reunieron entre las cuatro generaciones (13 hombres y 22 mujeres) solo 11 se casaron, 18 fueron religiosos, 3 quedaron solteros y del resto se desconoce su estado.

Una de las decisiones claves en la vida de una familia titulada era la elección de cónyuges, en especial para el que estaba destinado a suceder en la Casa. Resulta obvio decir que primaba el futuro del linaje y los condes de Mollina pusieron buen cuidado a este respecto. Las esposas elegidas para los titulares procedían de ciudades distintas a Málaga, vinieron de Madrid, Sevilla y Úbeda y de familias bastante similares a la que se iban a integrar. Los padres de las futuras condesas eran también titulados con la misma antigüedad y por la misma coyuntura que el condado de Mollina, o, si aún carecían del privilegio, disponían de señoríos que en breve lo propiciarían. Otra característica común a las tres esposas es su condición de segundogénitas, por tanto, con altas posibilidades de heredar la Casa familiar.

En los enlaces de las hijas el interés más habitual parece ser el de reforzar alianzas con ramas familiares que el paso del tiempo estaba a punto de disolver. Se intentó, por ejemplo, con los Messía. La vinculación con este linaje ubetense se había realizado en el siglo anterior con un matrimonio tío-sobrina, pero no hubo descendencia. Se insiste en esta nueva centuria, pero será mediante una doble alianza, dos hermanos Chacón se unían a dos hermanos Messía, aunque dentro de un programa en el que todo parecía estar medido y equiparado. Los esposos en ambos enlaces eran los herederos principales de sus Casas, ellas las segundogénitas de las suyas, el resto, cláusulas de las capitulaciones, valor de las dotes, y hasta su composición, resultó muy similar en ambos casos.

Una vez que se habían solventado los intereses más acuciantes mediante los matrimonios, quedaban en estas familias un buen número de hijos a los que había que proporcionarles un futuro, y la vía más utilizada fue la de la Iglesia, en especial para las mujeres (de los 18 que siguieron este camino solo dos fueron varones). La entrada de las hijas en el convento solía coincidir con el fallecimiento de alguno de los progenitores, en especial con el de la madre, y no resulta extraño ver ingresar en la misma institución varias a la vez aprovechando legados de antepasados que oportunamente habían dejado en previsión de esta situación.

Entre los varones, cuatro de ellos siguieron la carrera militar y solo dos fueron juristas. Pero hemos de advertir que esta presencia de la familia Chacón en el ejército coincide con el final del siglo XVIII, cuando se convirtió en casi tendencia generalizada entre los hijos de la nobleza.

Se podría concluir que el potencial biológico que acompañó a esta Casa, apto para haber extendido su red de influencias, fue utilizado solo en una cuarta parte y la explicación parece estar en su economía.

En líneas generales, se podría decir que su patrimonio fue aumentando. El matrimonio de los primeros condes de Mollina reunía tres mayorazgos, el fundado por los Chacón, situado en Antequera, el que creó Gregorio López Madera expresamente para su nieto, cuyas propiedades estaban en Madrid, y el que fundó Diego de Cazalla, localizado en tierras malagueñas, el único que pudieron gestionar directamente y del que obtenían los mayores beneficios, ya sea con la venta de los productos de sus campos, en especial cereal y aceite o con las rentas de los alquileres. En los años 30, tras un larguísimo pleito consiguen heredar el mayorazgo de la Hoz, situado en Segovia. Pero el lote más cuantioso vendría años después, en tiempos del IV conde de Mollina. Tras el prematuro fallecimiento de María del Pilar de Medrano en 1800, se presentó como pariente varón más cercano y pudo añadir a las anteriores posesiones la baronía de Purroy, el marquesado de Villamayor y el condado de Torrubia, cuyos bienes se distribuían por Madrid y el norte de España. Fue pues un patrimonio amplio, pero todo bajo la forma de mayorazgos y, por tanto, teóricamente inmutables y tan dispersos por suelo nacional que tuvieron que ser gestionados por administradores cuyo comportamiento no siempre fue el deseado. En definitiva, sus ingresos provenían de unas rentas moderadas que resultaron ser excesivamente sensibles a los vaivenes que sufría la economía local.

Finalmente, con la llegada del siglo XIX esta Casa seguirá nuevas directrices. Los varones de aquella generación, incluido el sucesor al título fueron enviados a la Corte para seguir la carrera militar y, gracias al excelente conocimiento que uno de los hermanos demostró tener del lenguaje y modos de actuar en aquel escenario —“mis hermanos hacen sus campañas en el campo de batalla, pero yo las hago aquí en la Corte”—, se acercaron a personajes influyentes que les ayudaron a promocionar. Poco después vendría la sucesión en el marquesado de Villamayor y se le otorgará la Grandeza de España, pero como ya adelantábamos, no tardaron mucho los siguientes titulares en trasladarse a Madrid para formar parte de ese reducido grupo que rodeaba al monarca y el condado de Mollina dejó de ser malagueño.

Autora: Paula Alfonso Santorio

Bibliografía

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ANDUJAR CASTILLO, Francisco, “Nobleza y fidelidad dinástica. La hornada de títulos nobiliarios andaluces de 1711”, en DÍAZ LÓPEZ, Julián Pablo; ANDÚJAR CASTILLO, Francisco y GALÁN SÁNCHEZ, Ángel (eds.), Casas, familias y rentas: la nobleza del Reino de Granada entre los siglos XV-XVIII, Granada, Universidad de Granada, 2010, pp. 37-53

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