En la primera mitad del siglo XVIII, fueron al menos veintitrés los títulos nobiliarios que se concedieron a originarios del Reino de Granada, que habían nacido en estos territorios, o bien, que residían de forma más o menos permanente en ellos. Los méritos y servicios premiados fueron de diversa naturaleza, teniendo una importante presencia el servicio pecuniario -o compra-, ya que, con total constancia, sabemos que diez de ellos pagaron por estas mercedes, valoradas entonces en 22.000 ducados. El resto de titulados lo fueron en virtud de servicios prestados a la Corona, de carácter fundamentalmente político o familiar, y también, en algunos casos, merced a la influencia que pudieron ejercer sus allegados, en las instancias cercanas al poder, para conseguir y favorecer estas concesiones. Determinantes fueron también dos coyunturas como 1711, fecha en que Felipe V repartió numerosas mercedes entre las elites andaluzas que habían apoyado su causa durante la guerra de Sucesión; y 1713, año en que tuvo lugar la concesión de varios títulos con ocasión de las Cortes que convocó el monarca en 1712, para renunciar a la Corona de Francia, ratificar una nueva ley de sucesión y tratar asuntos privativos de las Cortes.

Quienes optaron por comprar sus títulos, lo hicieron a través de diversas vías disponibles para ello. Una de ellas fue la financiación de servicios para la guerra, como costear la formación de unidades militares de nueva leva. Alonso José Sánchez de Figueroa y Silva sería uno de los recompensados en 1703, con el título de marqués de Valdesevilla, por levantar y equipar a su costa un regimiento de infantería de 500 hombres. Nacido en La Pizarra, provenía de una antigua familia hidalga malagueña, de origen extremeño, inserta con toda probabilidad en un proceso de ascenso social, pues además de la hidalguía habían logrado poseer escudo de armas y capilla.

La enajenación o venta de títulos nobiliarios a través de cabildos municipales de las ciudades fue otro de los procedimientos empleados. En el Reino de Granada se constatan cuatro casos para la primera mitad del siglo XVIII. Uno de los gastos más onerosos de los ejércitos fue la compra de caballos, por ello, en 1710, la ciudad de Granada fue agraciada con dos títulos de Castilla en blanco para que su producto se aplicase a la financiación de la remonta de la caballería. Los compradores de ambos títulos fueron los oligarcas y hacendados granadinos: Luis de la Maza Montalvo y José Gregorio Altamirano Carvajal, quienes titularon como marqués de Casablanca (1710) y marqués de Alhendín de la Vega de Granada (1710), respectivamente. Aquel mismo año de 1710, la Corona concedía a Sevilla otro título para el mismo fin: costear un servicio de 400 caballos. Su destinatario sería el regidor perpetuo de Antequera, Cristóbal Santos Argueta, natural del mismo lugar, que tituló como conde de Argelejo un año más tarde.

Años más tarde, en 1735, durante la guerra con Italia, el monarca volvió a conceder a la ciudad de Granada otro título para sufragar, en este caso, con su venta, el vestuario de setecientos hombres que debían componer el regimiento de milicias de dicha ciudad. Quien pagó aquel servicio fue Melchor Velázquez Carvajal, natural de Granada, que tituló como conde de Maseguilla en 1737. Melchor, al igual que los compradores anteriores, formaba parte de la elite dirigente de su ciudad, pues además de ejercer el cargo de alguacil mayor de la Inquisición, era caballero de la orden de Calatrava desde 1726.

En el contexto de las ventas a través de ciudades, es preciso hacer mención del título de marqués de Casatabares que se otorgó en 1720 a Alfonso Tabares Ahumada. En su origen, este título había sido concedido en 1710 a la ciudad de Ronda, para agradecer los servicios prestados durante la Guerra de Sucesión. Sin embargo, a diferencia de lo sucedido en otros lugares, este título no fue sorteado entre los oligarcas, por lo que en 1715 la ciudad de Ronda solicitaba su venta al capitán Martín de Milla Zuazo. Esta operación se vio frustrada, siendo en última instancia el gibraltareño Alfonso José Tabares, de origen portugués, quien lo ostentó, tras desarrollar una trayectoria de ascenso significativa impulsada por las actividades económicas. Los indicios que nos llevan a pensar en una posible compra son la intención de beneficiar el título que tenía la ciudad, la experiencia venal previa de Alfonso Tabares, y el hecho de que no formara parte del cabildo rondeño.

Las instituciones religiosas, conventos y monasterios, también funcionaron como espacios de venta de títulos nobiliarios. De los diez titulados por dinero, la mitad, cinco, optaron por comprar sus títulos en este mercado, lo que lo convierte en uno de los más demandados. Los agraciados fueron: Francisco Rodríguez Chacón, marqués de Iniza en 1730; Rosa Padilla Chávez, titulada en 1740 condesa de Colchado; Agustín Moreno Beltrán-Cerrato, marqués de Valle Ameno en 1740; Luis Francisco de la Cruz Mesía, marqués de Dos Fuentes en 1741; y José Pío Montúfar Fraso, titulado como marqués de Selva Alegre en 1747. Destacamos aquí la trayectoria de ascenso del hacendado almeriense Francisco Rodríguez Chacón, natural de Paterna del Río y regidor del mismo lugar, que descendía de una familia de repobladores, originaria de Extremadura, que se asentó en el término almeriense de Presidio de Andarax. Con el paso del tiempo esta familia promocionó, a un ritmo vertiginoso, mediante la obtención de todos aquellos elementos que proporcionaban nobleza y prestigio a un linaje, tales como la posesión de tierras, la erección de una iglesia, el reconocimiento de la hidalguía y la acumulación de una impresionante fortuna. Francisco Rodríguez Chacón sería el encargado de culminar el ascenso social con la obtención de un título de Castilla.

Dejando a un lado las ventas de títulos nobiliarios y los méritos pecuniarios, como ya señalamos más arriba, los méritos familiares sirvieron igualmente para impulsar la concesión de estas mercedes. Se trataba de méritos que habían sido desempeñados por parientes, como padres, hermanos o tíos, y que se veían recompensados en forma de distinciones honoríficas. Tal suerte corrieron Jacinta Armengual de la Mota, que tituló como marquesa de Campoalegre (1716) en atención a los méritos y servicios de su hermano, Lorenzo Armengual de la Mota, que compaginó la carrera eclesiástica y burocrática, estando al frente de los más altos cargos de la administración borbónica; Antonio Joaquín Guerra Arteaga, marqués de Guerra en 1729, cuyos tíos habían desempeñado cargos tan relevantes como los de confesor de la reina Isabel de Farnesio, gobernador del Consejo de Hacienda, consejero del Consejo de Castilla, camarista y consejero de Estado; Juan Antonio Molina Oviedo, hermano del cardenal Molina, por cuyos méritos e intercesión se le concedió el título de marqués de Ureña en 1738; o el rondeño Francisco Pablo Ahumada Villalón, quien tituló como marqués de las Amarillas, teóricamente, por los servicios militares de su hermano, el mariscal de campo Agustín de Ahumada Villalón, que había servido en las campañas de Italia como comandante del cuerpo de granaderos provinciales del ejército que estaba al mando del infante Felipe.

Junto a los méritos familiares, los méritos personales, desempeñados en los diversos espacios de servicio a la Corona, también propiciaron el ascenso social hasta la nobleza titulada, máxime cuando esos servicios habían sido prestados en la proximidad de las personas reales. Paradigmático resulta el ejemplo aportado por Alonso Manrique de Lara, que estaba ya distinguido como vizconde de Altamira, conde de Montehermoso, y conde de Fuensaldaña. Desde 1701 había sido nombrado mayordomo de la reina, tras haber recibido años antes una merced de gentilhombre de cámara del rey sin entrada. Su estancia en la Corte, le facilitó el acceso a diversos empleos palaciegos y facilitó su enlace con mujeres pertenecientes, al igual que él, a la nobleza titulada. En 1706 estuvo junto a Felipe V en el asedio de Barcelona, y en años sucesivos fue ganando influencia en el círculo de íntimos del monarca, consiguiendo nuevos nombramientos que lo llevaron a convertirse en el máximo responsable del servicio personal del soberano. Su cercanía al monarca le proporcionó la obtención de diversas mercedes como un hábito de la orden de Santiago (1712), la encomienda de Valencia del Ventoso, en Badajoz (1713), y el nombramiento de montero mayor del rey con la Grandeza de España, honor que se confirmó en 1715 sobre el título de duque del Arco, aunque el despacho de nombramiento de ambos títulos no fue expedido hasta 1770 en cabeza de un sucesor.

Algunos títulos nobiliarios, vinieron a recompensar también a hombres que habían desarrollado su trayectoria de servicio en el ámbito de la política, ya fuera en el ejercicio de puestos locales o municipales, o en cargos de mayor prestigio y proyección, del aparato burocrático y administrativo de la monarquía. En 1702, Tomás Marín de Poveda, natural de Lúcar (Almería), recibía el título de marqués de Cañada Hermosa de San Bartolomé por sus méritos y servicios como Consejero de Guerra, así como en consideración a todo lo que se había empeñado en los empleos políticos y militares que había ejercido. No obstante, sabemos que en esta concesión intervino además la mediación de su hermano, Bartolomé Marín de Poveda, que era capellán de honor de Felipe V y amigo del confesor real, Daubenton. De forma similar, en la obtención del título de conde de Noroña, que recayó en 1706 en Pedro Nava Noroña, debieron tener cabida otros elementos que trascienden a sus méritos y servicios como veinticuatro de Granada, y a los que estaban desempeñando sus 7 hijos por aquel entonces en el ejército, tal y como constaba en el decreto de concesión. Más evidente parece el caso del malagueño Urbano Ahumado Guerrero, que fue agraciado con el título de marqués de Montalto en 1732, en atención, principalmente, a su marcha a Sevilla, por orden del rey, para tratar el asunto del encabezamiento de la renta de la villa de Madrid, ya que ejercía como superintendente de rentas reales de Madrid y su provincia.   

Como apuntábamos más arriba, en 1711, Felipe V recompensó con numerosas mercedes a las oligarquías municipales de Andalucía, Madrid y Murcia, que habían servido con empeño durante la guerra de Sucesión, suministrando pertrechos, donativos, hombres y caballos. Los territorios de la actual Andalucía recibieron una quincena de títulos nobiliarios, de los cuales tres recayeron en naturales del Reino de Granada. Los premiados fueron: el veinticuatro de Granada Luis Beltrán Caicedo Solís, marqués de Caicedo (1711); el regidor malagueño Rodrigo Bastante Pizarro, marqués de Viso Alegre (1711); y el regidor perpetuo de Antequera Luis Ignacio Pareja Obregón, conde de la Camorra (1711).

Dos años más tarde, en 1713, con motivo de las Cortes celebradas el año anterior, el monarca volvía a otorgar algunos títulos en señal de recompensa y agradecimiento a algunos de los asistentes. El único agraciado procedente del Reino de Granada fue Antonio Chinchilla Fonseca, natural de Málaga, y veinticuatro en el ayuntamiento de Granada, ciudad que representó en Cortes. Su título llevaría la denominación de marqués de Casa Chinchilla.

Vemos, pues, como el perfil de los granadinos ennoblecidos se corresponde en su mayoría a individuos que formaban parte ya de los patriciados urbanos, de las elites locales y municipales, y que en algunos casos se encontraban además desempeñando cargos políticos en instancias superiores como los Consejos de la monarquía, o bien, instalados en América, donde ocupaban puestos públicos, como plazas de oidores, corregimientos, gobiernos o grados militares, que compaginaban con las actividades comerciales, mineras, agrícolas o ganaderas. En el caso de los titulados por dinero, estaban insertos en procesos de ascenso social que comenzaban con la compra de una regiduría o alguacilazgo, que permitía dar valoración social a la riqueza acumulada a partir del ejercicio de actividades económicas. Estos hombres adoptaron además comportamientos propios de la nobleza, como la fundación de mayorazgos, capellanías, la posesión de armas o capillas, el enlace, por medio del matrimonio, con los linajes más reconocidos del lugar, o el ingreso en aquellas instituciones que daban prestigio social. Elementos todos ellos que ayudarían, a la par que el dinero, a integrarse de lleno en las oligarquías locales y a ser considerados como nobles.

Autora: María del Mar Felices de la Fuente

Bibliografía

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