Aunque nunca salió de los límites geográficos de lo que hoy es Andalucía, Hernán Ruiz Jiménez “el Joven” puede ser considerado uno de los arquitectos de mayor relevancia, trascendencia y proyección del todo el Renacimiento hispano.

No ha sido posible hasta el momento precisar documentalmente y con exactitud la fecha de su nacimiento, que se sabe ocurrió en Córdoba en una fecha cercana a 1514. Vino a nacer en un ambiente familiar relacionado con la arquitectura, pues su padre, Hernán Ruiz I o “el Viejo”, burgalés de nacimiento, había sido primero cantero y después arquitecto, llegando a dirigir como maestro mayor las obras del nuevo crucero de la catedral de Córdoba.

La infancia del joven Hernán Ruiz transcurrió por tanto en un contexto en el que se familiarizó desde muy pronto con el arte de cortar la piedra, a la vez que con el universo del diseño y creatividad arquitectónica y proyectista. Una familiaridad que se vería intensificada y consolidada con la formación proporcionada por su padre, basada tanto en el dibujo como axioma creativo, como en el ejercicio práctico de las tareas propias del arquitecto. Así las cosas, prosperó en todos los campos formativos de la arquitectura desarrollando un sólido y fundamentado conocimiento del oficio. En definitiva, su formación radicó fundamentalmente tanto en los procesos técnicos y prácticos, como en el ejercicio del dibujo como base de todo proyecto edilicio.

En 1530, cuando Hernán Ruiz contaba con alrededor de 16 años, superó el examen de maestría del gremio de canteros de Córdoba, lo que supondría una casi inmediata separación en lo profesional de su padre, emprendiendo una carrera independiente en la que explorar y desarrollar su propia personalidad en lo estético, así como en lo creativo obteniendo desde el principio unos excelentes resultados. Este acceso a la categoría de maestro cantero le facultaba para dirigir obras de envergadura como la emprendida en el convento de Madre de Dios, de religiosas dominicas, en la localidad cordobesa de Baena, cuya obra proyecta en 1532 siguiendo las condiciones previamente dictadas por Diego de Siloé, compartiría con Antón Ruiz, también maestro cantero.

Un punto clave en formativo de Hernán Ruiz “el Joven” lo constituye su primera visita a Sevilla, hecho que se produce en 1535 en el contexto de la comparecencia de diversos maestros mayores que debían dictaminar acerca de cómo continuar las obras que Diego de Riaño había dejado inconclusas a su muerte ese mismo año. Entre los arquitectos que acudieron a la convocatoria de los cabildos secular y eclesiástico se encontraba Hernán Ruiz “el Viejo”, que fue acudió acompañado de su hijo Hernán Ruiz. La toma de contacto con Sevilla, le abrió todo un horizonte de posibilidades de desarrollo profesional y creativo que no tardaron en ponerse en práctica.

A partir de la década siguiente se ha podido documentar una intensa actividad profesional en el quehacer de Hernán Ruiz “el Joven” concentrándose ésta en el territorio del obispado cordobés donde se registran y documentan decenas obras suyas, tanto intervenciones puntuales sobre edificios ya construidos como en la edificación de nueva planta. Una prolífica actividad que se verá forzosamente interrumpida por causa de haber sido detenido y encarcelado en 1544 a causa del impago de deudas, primero en Lisboa y más tarde en la misma Córdoba.

Hernán Ruiz “el Joven” contrajo matrimonio con Luisa Díaz, con la que engendraría al menos cinco hijos: Hernán Ruiz, también arquitecto, Martín Ruiz, Jerónimo Ruiz, Luisa Ordóñez, María de Gibaja y Catalina Ponce. Además casó en segundas nupcias con Beatriz Cervantes, de la que tuvo al menos una hija, Petronila, figurando ambas en su testamento.

Volviendo a su quehacer como arquitecto, en 1548 el fallecimiento de su padre le llevó a ocupar oficialmente el cargo de maestro mayor de la catedral cordobesa, en la que venía trabajando junto a su progenitor en las obras del nuevo crucero, en el cual introdujo notables modificaciones en el planteamiento de los alzados, incorporando las formas del pleno Renacimiento en este polémico y ecléctico edificio.

En este sentido, un aspecto que preside toda la producción arquitectónica de Hernán Ruiz “el Joven” es el absoluto dominio y control de las formas clásicas, gracias por un lado al conocimiento de los tratados de arquitectura italianos del Renacimiento, especialmente los de Alberti, Palladio y Serlio. Es sabido que poseyó una nutrida biblioteca, algo que lo incluye en la serie de arquitectos eruditos que no sólo se limitaban a almacenar el conocimiento contenido en los libros y tratados, sino que se dedicaron a explorar la creatividad a partir de ensayos, propuestas e ideas generando así nuevos conocimientos y planteamientos.

Un conocimiento que supo explotar de forma extraordinaria tanto en el diseño y manejo de los espacios, como en el planteamiento de las soluciones compositivas de alzados y cubiertas, así como en el campo de lo decorativo y ornamental. Supo crear un lenguaje creativo propio, marcadamente personal, que es identificable a partir de toda una serie de recursos que abarcan desde los conceptos espaciales a los adornos que engalanan su arquitectura, pasando por un uso muy característico del lenguaje clásico, siempre presente en su obra. Por otra parte, su sólida formación como cantero constituye otro de los rasgos definitorios de su labor como arquitecto. Su amplio conocimiento y dominio, no sólo de la geometría y el dibujo aplicados al arte de cortar la piedra, sino también de las complejidades del cálculo de estructuras, le facultó para desarrollar una extraordinaria creatividad, explorando y llevando al extremo de sus posibilidades el lenguaje clásico. Razón por la cual, Hernán Ruiz “el Joven” debe ser considerado como el más alto exponente del manierismo arquitectónico hispano.

Un rasgo que identifica de manera sobresaliente a este arquitecto es su incansable actividad como proyectista y director de innumerables obras que casi siempre simultaneaba, lo que en nada agradaba a sus comitentes, siendo sancionado en alguna ocasión por considerarse que desatendía las obras, como en el caso del ayuntamiento de Sevilla, que le suspendió en 1564 de su sueldo por este motivo.

Esta ingente producción abarca desde lo sagrado a lo civil, desde lo conventual a lo palaciego, pasando por la ingeniería de puentes, como el excelente de Benamejí, erigido hacia 1561. Hernán Ruiz “el Joven” se consagraría especialmente en dos campos: la creación y manejo de espacios singularizados y cualificados tales como sacristías y capillas, entre otras, como en la excelencia en el diseño de remates, espadañas y sobre todo campanarios.

El contexto en el que se desarrolla la actividad profesional del arquitecto cordobés es además especialmente propicia para un artista con una fuerza creativa de enorme caudal, ya que en estos momentos están en un momento clave de su desarrollo constructivo edificios de enorme importancia y complejidad, algunos de los cuales resolvería Hernán Ruiz como es el caso del ya aludido crucero de la catedral cordobesa, que si bien fue concluido por Juan de Ochoa ya en pleno siglo XVII, recibió un planteamiento e impulso definitivo de mano de este arquitecto. Otro ejemplo significativo son las obras que realiza para la catedral de Sevilla entre 1557 y 1569, fecha de su muerte. Ya en 1551, Hernán Ruiz había acudido a la catedral sevillana para dictaminar y tasar las obras de la Capilla Real, un proceso constructivo lento y enormemente tortuoso para el que era necesario aportar una solución que no estaba al alcance de Martín de Gaínza, director en aquel momento de las obras. Años más tarde, en noviembre 1557, cuando aún no se había resuelto la conclusión de este edificio, Hernán Ruiz sucede a Gaínza, ya fallecido, como maestro mayor de la catedral sevillana, accediendo al puesto por la solución que proyecta para la cubierta de la Capilla Real, y por el proyecto presentado para la construcción de un fastuoso campanario sobre el viejo alminar almohade. La primera de las obras resultó una operación de enorme pericia, corrigiendo los errores estructurales cometidos por Gaínza e introduciendo una de sus fórmulas clásicas: una bóveda semiesférica sobre pechinas y sin tambor, rematada por una linterna, que a su vez apea en un prisma contrarrestado lateralmente por tres bóvedas de horno. La segunda es quizá una de las soluciones más felices que jamás se dieron para realizar un campanario manierista sobre la caña de un alminar almohade. La solución propuesta por Hernán Ruíz, había sido ya largamente ensayada en campanarios de Córdoba como el de la parroquia de San Lorenzo o el de la de San Bartolomé en Montoro, pero sin duda alcanzó en la torre sevillana su máximo nivel en cuanto a proporciones y composición creativa. Aquí plantea un recrecimiento de treinta metros dispuesto en cuatro cuerpos decrecientes en volumen y altura, respetando los dos primeros la planta cuadrangular de la torre, siendo redondos los dos últimos, coronados todos ellos por la escultura de bronce dorado de la Fe victoriosa, que al ser también veleta, dio su nombre, Giralda, al resto de la torre.

En la misma catedral y simultáneamente, se hizo cargo de las obras de las nuevas estancias capitulares, que dejó inconclusas a su muerte, pero aportando espacios como el patio del Mariscal, singular en su lenguaje decorativo basado en el concepto de simetría, o el antecabildo y la propia sala capitular, a la que dotó de una planta elíptica, si bien, los alzados se han atribuido a Asencio de Maeda quien trabaja, ya a final de siglo, en este espacio emblemático de la arquitectura renacentista española, sin que se haya podido determinar con seguridad si siguieron o no las trazas de Herman Ruiz.

Dentro de los encargos de las órdenes religiosas destaca la edificación de las iglesias de la casa profesa de Sevilla y la del colegio de Santa Catalina de Córdoba, ambas comenzadas en 1565 y en las que despliega un novedoso planteamiento de cruz latina en planta con una sola nave y capillas embutidas en el muro, además de una bóveda semiesférica con linterna para cubrir el crucero. Un modelo que había desarrollado un año antes en la iglesia del convento de Santo Domingo en Sanlúcar de Barrameda.

En el plano de los encargos de tipo civil, destaca sobremanera el Hospital de las Cinco Llagas o de la Sangre, cuya dirección de proyecto y obra asume en el verano de 1558: La intervención de Hernán Ruiz “el Joven” se basa en la terminación de torres y patios y especialmente en el diseño de la iglesia, cuya solución espacial original de Gaínza no se conoce y en la que destaca por encima de otras realizaciones, tanto por el concepto espacial como por la relación que guarda con el resto del edificio.

No puede cerrarse este perfil biográfico y artístico sin mencionar su faceta como teórico. Hernán Ruiz “el Joven” no llegó a dar a la imprenta ningún tratado y tampoco se conoce que tuviera esa intención, pero sí ha sido identificado y estudiado un excepcional manuscrito de arquitectura, donde se contienen capítulos dedicados a la geometría descriptiva, así como al diseño y ejecución de bóvedas y elementos arquitectónicos simples, dando las instrucciones precisas para el corte de la piedra. Por otra parte en el manuscrito se dedican láminas al estudio de los órdenes clásicos, destacando sobre todos ellos los ejercicios compositivos y ensayos de plantas y alzados, tanto de iglesias como de portadas y otros elementos arquitectónicos, la gran mayoría de ellos identificables en sus obras construidas.

En definitiva, la figura de Hernán Ruiz “el Joven” se revela no sólo como la del arquitecto más importante de su tiempo sino que sus obras tuvieron una larga estela de seguidores e influencias en el territorio de Andalucía occidental.

Autor: Pedro M. Martínez Lara

Bibliografía

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