Tradicionalmente, la historiografía española ha venido considerando, hasta hace no demasiado, la conjura del duque de Medina Sidonia contra Felipe IV en el verano de 1641 como un episodio entre lo caballeresco, lo cortesano y lo bufonesco ya que la idea de una Andalucía independiente –objetivo que se ha supuesto perseguía el aristócrata andaluz– no podía pasar de ser la ensoñación de un noble rico, ambicioso y aburrido. En apoyo de esta tesis, claro está, los historiadores contaban con la enorme ventaja de conocer el final de la historia y la evolución secular posterior. Desde un punto de vista completamente diverso, fue don Gregorio Marañón, en su biografía sobre el Conde-Duque de Olivares, el primer historiador que puso en duda la existencia misma de la conjura. Desde el punto de vista historiográfico, la razón de aquella duda tiene, sin duda, mucho peso: la conjura no llegó a estallar, sino que fue descubierta y abortada antes de que echase andar. Ahora bien, es importante precisar que Marañón tampoco dedicó una atención muy destacada al episodio ni lo abordó de forma específica. En todo caso, la duda quedó planteada, aunque no fue hasta 1989 [¿?] cuando Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Marua, XXI duquesa de Medina Sidonia, se propuso desmontar la acusación vertida contra su antepasado. El método empleado consistió en poner en duda la veracidad de los documentos fechados en los meses previos o en los años posteriores que hacen referencia al caso, tachándolos todos ellos de falsos testimonios. De este modo, el complot no sería obra del duque sino de su pariente y supuesto rival, el Conde-Duque de Olivares, cuyos desafueros como ministro se tratan así mismo de demostrar en este trabajo.

A día de hoy existen, en opinión de quien esto escribe, pocas razones para dudar de la existencia de un plan conspirativo surgido en el entorno del duque de Medina Sidonia y que, como mínimo, contaba con su aquiescencia. Existe de ello una prueba irrefutable, aunque aún no ha sido publicada: hace uno años el profesor Maurits Ebben descubrió el cuaderno de bitácora del almirante holandés que zarpó de Amsterdam rumbo a Lisboa y Cádiz con el objetivo preciso y expreso de apoyar el levantamiento del duque de Medina Sidonia contra Felipe IV, por entonces en guerra con la Provincias Unidas –primitivo nombre de Holanda–. Pero mucho más allá de la existencia de ese documento, un análisis pormenorizado de las circunstancias, tanto de la Monarquía Hispánica en general bajo el gobierno de Felipe IV y Olivares, como de la coyuntura por la que atravesaba la casa ducal de Medina Sidonia en la segunda mitad de la década de 1630, nos permiten afirmar que el proyectado golpe o conspiración no era una idea descabellaba ni carecía de una cierta lógica interna. Además, muchos testimonios indirectos señalan a no pocos partícipes y posibles cómplices del duque, más allá del otro gran noble andaluz que resultó implicado –y al fin condenado a muerte– por el caso, el marqués de Ayamonte.

Veamos brevemente esos antecedentes. El reinado de Felipe IV comenzó con unos aires que se pretendían nuevos en todos los terrenos. En política exterior, don Baltasar de Zúñiga y su facción –en la que se encuadraba sin duda el propio Olivares–, venía imponiendo en los Consejos de la Monarquía un nuevo giro intervencionista cuyo leit motiv no era otro que la recuperación de la reputación perdida durante los años de mayor retraimiento del gobierno de Lerma. Sin embargo, desde la segunda mitad de la década de 1620, el signo de la guerra comenzó a ser francamente desfavorable, sobre todo desde que la Francia de Richelieu decidió entrar de forma directa en la Guerra de los Treinta Años declarando la guerra a España. La acumulación de problemas en Europa desembocó al fin en la dramática crisis global de la Monarquía Hispánica de 1640. Ese año, dos rebeliones trajeron la guerra al corazón mismo de aquel imperio de dimensiones mundiales: en julio se sublevó Cataluña y en diciembre Portugal. Todo ello apenas unos meses después de que una gran flota española sufriese en 1639 una durísima derrota en el canal de la Mancha. En efecto, en la batalla de las Dunas, sucumbió el último intento español por hacerse con el dominio de los mares en el siglo XVII.

Teniendo estos datos en mente, podemos hacernos una idea del estado de pesimismo que cundía en Castilla. Felipe IV y su valido habían solicitado a una sociedad exhausta un enorme esfuerzo con la promesa de una victoria que iba a aliviar muchos problemas. Sin embargo, el único resultado que los castellanos estaban cosechando de sus sacrificios era derrota. Peor aún, las necesidades militares que la Monarquía iba a precisar para subsistir iban a requerir un enorme sacrificio en el futuro inmediato, sin que resultase sencillo encontrar por dónde podría venir algún alivio. La debilidad del propio gobierno regio y lo sombrío del futuro visto desde finales de 1640 nos traza el contexto necesario a partir del cual entender por qué un noble que ocupaba la cúspide social en Castilla lo arriesgó todo –vida, honra y hacienda- para promover un golpe de fuerza cuyos objetivos consistían en forzar a Felipe IV a negociar con él un nuevo reparto de poder en Andalucía. Por lo que dejan adivinar las fuentes, el objetivo no era propiamente secesionista, aunque parece indudable el deseo del duque de desvincular Andalucía de las guerras exteriores de Felipe IV para restaurar los vínculos comerciales con muchos de los países con los que se estaba en guerra, de modo que se pudiese revitalizar el comercio entre Andalucía y América. La participación de holandeses y franceses en el plan de conjura resulta consistente con este esquema explicativo.

Ahora bien, ¿qué sabemos de la conjura? ¿Qué llegó a suceder? Para empezar, es inevitable señalar que el primer paso de la conjura fueron una serie de meses –de diciembre de 1640 a agosto de 1641– en los que el duque actuó de modo negligente, cuando no abiertamente inobediente respecto a las órdenes que el gobierno de un debilitado Olivares le enviaba para comenzar a atacar el reino rebelde de Portugal por su frontera sur. Ya en el verano de 1641, comenzaron a llegar a la corte de Felipe IV una serie de denuncias que alertaban sobre un plan conspirativo radicado en Andalucía y encabezado por Medina Sidonia. La suma de cinco informes secretos, más o menos coincidentes entre sí, alertaron al rey, que de inmediato llamó al duque a su presencia. Obviamente, el duque don Gaspar supo que su plan había sido descubierto. En un intento desesperado de alargar los tiempo, el duque puso diversas excusas para tratar de dar tiempo a sus aliados extranjeros –una flota francesa, holandesa y portuguesa– para comenzar el golpe de fuerza. Sin embargo, en a principios de septiembre no tuvo más remedio que ponerse en camino, apenas unos pocos días antes de que la flota internacional hiciese su aparición ante las costas de Cádiz.  

En Madrid, lejos de ser públicamente acusado, detenido o castigado, fue inmediatamente perdonado en bienes, vida y honra por el rey, síntoma inequívoco de la extrema debilidad del rey en aquél momento. Es más, a partir de ese momento se trató de disimular el delito del duque con una serie de exhibiciones de fidelidad del aristócrata a su rey, la más sonada de las cuales fue la publicación de un desafío caballeresco del duque a su cuñado, el autoproclamado rey de Portugal, dom João IV de Bragança. Acabado el plazo del desafío y ante la más que presumible incomparecencia del rey portugués, Medina Sidonia quedó en un limbo extraño en una pequeña villa extremeña, no lejos de la raya de Portugal. Dicha situación se vio abruptamente interrumpida en julio de 1642 cuando el duque fue nombrado Capitán General de la Frontera del Cantábrico, con sede en Vitoria, a donde se le dio orden de acudir inmediatamente. Don Gaspar Alonso, en cambio, optó por dirigir sus pasos de vuelta a su palacio, en Sanlúcar de Barrameda, quizá con la intención de reactivar el golpe, pero ciertamente sin permiso regio para regresar a Andalucía. La consecuencia fue, ahora sí, su detención y encarcelamiento. El problema para el rey y sus ministros, sin embargo, fue que el perdón otorgado en septiembre del año anterior limitaba mucho los cargos de los que se podía acusar al duque, porque nadie pudo probar que su escapada a Sanlúcar tuviese relación alguna con la conjura. No obstante, a partir de la caída del poder de su pariente, el Conde-Duque de Olivares, en febrero de 1643, el rey iba a usar todos los medios a su alcance para castigar a su vasallo. En efecto, hasta 1648, el duque se iba a ver obligado a servir al rey con diversos medios y a un coste altísimo para su ya maltrecho tesoro y, mucho peor aún, con la cesión de la localidad que más riqueza, prestigio e influencia venía reportando a su casa desde varios siglos atrás: Sanlúcar de Barrameda.

Don Gaspar Alonso Pérez de Guzmán murió expatriado en Valladolid en 1664. Jamás se le permitió regresar a Andalucía. En adelante, la casa de Medina Sidonia sólo pudo recuperar parcialmente su prestigio y su poder, pero siempre muy lejos de la preeminente posición que había ocupado entre 1580 y 1630. Su conjura había sido fruto, a partes iguales, del oportunismo –por la debilidad del poder regio– y de la desesperación de ver cómo el declive imparable del comercio atlántico español, afectado por el estado de guerra casi universal en el que estaba sumida la Monarquía Hispánica, hundía sus bases de poder y su riqueza. Precisamente en la medida en que este último problema era compartido por buena parte de la nobleza y las elites urbanas y mercantiles andaluzas, pudo el duque soñar con que su iniciativa política contase con un amplio respaldo que, quizás, pudo haber dotado a Andalucía de un estatus jurídico particular particular dentro de la Monarquía o, por qué no, tal vez en un principado más o menos independiente, pero sin duda bajo su influencia.

Autor: Luis Salas Almela

Bibliografía

ÁLVAREZ DE TOLEDO Y MARUA, Luis Isabel, Historia de una conjuración (La supuesta rebelión de Andalucía en el marco de las conspiraciones de Felipe IV y la Independencia de Portugal), Cádiz, Diputación Provincial de Cádiz, 1985.

DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, “La conspiración del duque de Medina Sidonia y el marqués de Ayamonte”, en Archivo Hispalense, 106, 1961, 115-153.

SALAS ALMELA, Luis, The Conspiracy of the IX Duke of Medina Sidonia (1641). An Aristocrat in the Crisis of the Spanish Empire, Boston-Leiden, Brill, 2013.

VALLADARES, Rafael, La rebelión de Portugal, 1640-1680. Guerra, conflicto y poderes en la Monarquía Hispánica, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1998.