Por comparación con el caso granadino, resulta significativo que la Capitanía General del Mar Océano y Costas de Andalucía –la institución que se encargó de la defensa de las costas de las actuales provincias de Huelva y Cádiz entre fines del XVI y comienzos del XVIII- no se hiciese realidad hasta 1588, casi 300 años después de la conquista cristiana.

El VII duque de Medina Sidonia, don Alonso Pérez de Guzmán El Bueno, como señor más influyente de la Baja Andalucía, buscó desde el comienzo de su gobierno sobre sus vastas posesiones extender sus responsabilidades militares, para lo que fue ofreciendo su ayuda en las diversas coyunturas bélicas del reinado de Felipe II. Así, participó de modo muy activo en las campañas para la incorporación de Portugal –tanto entrando en el reino luso al mando de un ejército como coordinando el abastecimiento de los presidios portugueses africanos para garantizar su fidelidad-, se ocupó de la defensa de Cádiz contra Drake y, por último, participó de manera cada vez más activa, desde su corte en Sanlúcar, en el apresto y preparación de los navíos de escolta de la Carrera de Indias.

Con estos antecedentes no es de extrañar que el duque buscase obtener alguna merced de Felipe II que compensase tan abnegados y continuos servicios. Sin embargo, pese a contar con influyentes valedores en la corte de Madrid, la ocasión para obtener el premio se iba a demorar hasta que, en 1588, tras la muerte del marqués de Santa Cruz, don Alonso sucediese al afamado marino en el mando de la llamada Armada Invencible, cuya misión era la conquista de Inglaterra. Así, a principios de aquel año, el duque obtuvo el nombramiento como Capitán General, primero de la Costa de Andalucía y, meses después, del Mar Océano. Con aquel cargo, que sobrevivió al fracaso de la Gran Armada, el duque pudo redondear su enorme poder en la zona, vinculando de forma muy estrecha sus intereses territoriales como señor de vasallos a la defensa de una costa particularmente estratégica.

Ahora bien, cabe preguntarse por los motivos que llevaron a la Corona, no sólo a conceder al duque una distinción que aumentaba en mucho un poder ya muy concentrado en un territorio estratégico, sino que también la impulsó a permitir que el hijo y el nieto del duque heredasen la Capitanía. En primer lugar, debemos mencionar el impulso sentido por Felipe II de contar con tal poder, instrumentalizándolo a su favor. Así, la Corona, consciente de que Medina Sidonia tenía capacidad para invertir grandes sumas y empeñar sus recursos y autoridad para garantizar la seguridad de la costa, podía contar con la seguridad de aquella aguas. Por otro lado, el deseo de hacer apetecible a los grandes nobles castellanos la participación en las empresas reales encontraría en la recompensa al duque un caso ejemplar de servicio bien pagado. Por último, la necesidad de mantener agradecido al propio Medina Sidonia, para evitar una hipotética y muy peligrosa oposición por su parte a las empresas reales, en una frontera tan vital como aquella, no dejaba de pesar en los ánimos.

En efecto, al regreso de Medina Sidonia de su fracasado intento de conquistar Inglaterra al mando de la Gran Armada, don Alonso mantuvo su doble titulación como Capitán General del Mar Océano y Costas de Andalucía. En adelante, su ocupación bélica se extendería por un distrito que abarcaba desde Ayamonte a Gibraltar, lo que permitía al duque mantenerse activo permanentemente al servicio del rey, gestionando grandes sumas de dinero, ordenando levas y milicias en toda el área y, en definitiva, consolidando su autoridad señorial. Sin embargo, cuando en 1596 una armada inglesa, comandada por el conde de Essex, tomó y saqueó Cádiz durante toda una semana, el prestigio de Medina Sidonia –a cuyo cargo estaba la defensa de la ciudad- se resintió de forma notable.

No obstante, el duque pudo resistir la tormenta que se desató en la Corte y pronto fue ratificado en su cargo. A ello contribuyó, sin duda, el cambio de reinado de 1598. En efecto, con el ascenso de Felipe III los grandes nobles castellanos trataron de obtener ventajas, sobre todo por mediación del nuevo favorito del rey, el duque de Lerma. Entre los mejor situados se encontraba Medina Sidonia, que de forma muy oportuna se hallaba en Madrid a la muerte de Felipe II, ocasión que aprovechó para emparentar con Lerma. Fruto de esta situación de favor fue la mayor atención que, en adelante, se prestó a la Capitanía del duque. Así, en 1611 Felipe III se decidió a emprender una empresa que Medina Sidonia llevaba sugiriendo desde hacía décadas como lenitivo para frenar la extensión de la piratería berberisca: la toma de una plaza en la costa Atlántica del actual Marruecos: Larache. En 1614 aquella política se completó con la toma de otro presidio un poco más al sur, el de Mamora. En ambas operaciones Medina Sidonia tomo parte activa en la preparación y, como era de suponer, el mantenimiento de ambas plazas fuertes pasó a ser responsabilidad del Capitán General.

En 1615, a la muerte del duque don Alonso, le sucedió su hijo don Manuel Alonso, VIII duque de Medina Sidonia, que también heredó sus cargos militares. En su tiempo don Manuel Alonso consolidó la presencia castellana en Larache y Mamora y pudo lavar el honor familiar al resistir con éxito el intento de invasión de Cádiz de 1625. Sin embargo, su inicial buena sintonía con Felipe IV y su valido –el sevillano conde-duque de Olivares, fue tropezando con la marginación que, a causa de los crecientes compromisos bélicos en Europa, se fue viendo sometida la frontera sur peninsular. Con el tiempo, esta desatención creó una situación que obligaba de hecho al duque a tomar cada vez más iniciativas e invertir más cantidades de dinero sin obtener a cambio las esperadas mercedes por tanto sacrificio.

En 1636, el nuevo duque, don Gaspar Alonso Pérez de Guzmán, heredó de nuevo el título y los cargos de su padre, el VIII duque, pero además heredó ciertos agravios. Desde luego, aquella tensión –típica de una autoridad como la de la Capitanía General- no era nada excepcional ni puede ser considerada causa necesaria para ningún desenlace. Sin embargo fue el caldo de cultivo que propició el intento de golpe de mano contra la autoridad de Felipe IV protagonizado por el IX duque de Medina Sidonia en 1641, coincidiendo con la rebelión de Cataluña y Portugal. Para los efectos que aquí nos interesan, lo importante es señalar que supuso la entrega forzosa por parte de la Casa ducal de Medina Sidonia a la Corona de la joya de sus posesiones, la ciudad de Sanlúcar de Barrameda. Además, por supuesto, de la pérdida del cargo militar.

Así, entre 1641 y 1645 se abrió un paréntesis en el que nadie ostentó en la práctica el título de Capitán General de aquel distrito. En los consejos reales se barajaron diversas posibilidades: suprimir el cargo, fraccionar el distrito o encontrar un sustituto. No por casualidad, la opción elegida en 1645 fue ésta última, siendo el elegido para el cargo Juan Luis de la Cerda, duque de Medinaceli y Alcalá. Este nombramiento pone de manifiesto que, a más de medio siglo de distancia de la creación de la Capitanía, seguía pesando sobre la Corona la necesidad de apoyarse, para garantizar la defensa de la costa atlántica andaluza, en un gran señor de vasallos, dotado de mucha autoridad y poder propios. Ambas condiciones las cumplía, sin duda, el duque de Medinaceli, en cuyo tiempo hubo de hacer frente, sobre todo, a la extenuante guerra de Portugal, en especial muy activa en sus últimas fases –entre 1658 y1665-. Sin embargo, los cambios que experimentó la Carrera de Indias –en la que la frecuencia anual de los viajes, a la altura de la segunda mitad del XVII, no era más que un recuerdo- así como la pérdida de empuje de la Monarquía en los frentes europeos produjeron una disminución de la presión bélica sobre aquella costa, lo que llevó aparejado que los sucesores en el cargo de Medinaceli –entre otros el duque de Sessa y el conde de Cabra- no fuesen potentados de la talla de sus antecesores.

En definitiva, hasta la reorganización general de las capitanía generales peninsulares en tiempos de Felipe V, la Capitanía General del Mar Océano y Costas de Andalucía fue la institución ocupada de la defensa de la costa occidental de Andalucía. Cargo creado a la medida de la Casa ducal de Medina Sidonia, estuvo estrechamente vinculada a los intereses de aquella Casa señorial durante la primera mitad del largo siglo de su existencia. Es decir, se trató de una autoridad militar que aprovechó en beneficio de la Monarquía la autoridad señorial típica de la Baja Andalucía Moderna, implicando así la autoridad territorial señorial con la milicia, en una simbiosis de mutuos intereses.

Autor: Luis Salas Almela

Bibliografía

JIMÉNEZ ESTRELLA, Antonio, Poder, gobierno y ejército en el siglo XVI. La Capitanía General del reino de Granada y sus agentes, Granada, Universidad de Granada, 2004.

SALAS ALMELA, Luis, Colaboración y conflicto. La Capitanía General del Mar Océano y Costas de Andalucía, 1580-1668, Córdoba, Universidad de Córdoba, 2002.

THOMPSON, Irving A.A., Guerra y decadencia. Gobierno y administración en la España de los Austrias, 1560-1620, Barcelona,Crítica, 1981.