Marcel Bataillon cuestionó la existencia de luteranos en España en los años que mediaban entre la muerte de Erasmo (1536) y la abdicación del emperador (1556). Pero lo cierto es que el mismo año en que fallecía Carlos V fueron procesadas en Sevilla por la Inquisición un grupo de personas bajo la acusación de luteranos. Aunque sabemos que en no pocas ocasiones tras este concepto se encerraba una actitud crítica, en la línea erasmista, respecto de la actuación de la jerarquía de la iglesia así como de ciertas posiciones doctrinales, cuando no disfrazaba la asunción de una ideología apocalíptica, de carácter mesiánico y profético muy propia de judeoconversos quienes desde posiciones sincréticas buscaron la salvación, no siempre de carácter individual y privado, como preconizaba el cristianismo, sino entendida de una forma colectiva.
La literatura apologética, sobre todo la coetánea a los hechos como la Sanctae Inquisitionis Hispanicae artes aliquot (Heidelberg, 1567) de Reginaldo Gonsalvio Montano o los Tratados del papa y de la misa (Londres, 1599) de Cipriano de Valera, a quienes han seguido muchos hasta nuestros días, han elevado a la categoría de mártir al lebrijano Rodrigo de Valer, que ha sido considerado el germen del luteranismo en Sevilla. Se le ha vinculado a una cierta nobleza rural de buena posición económica, tal vez para alejarlo de lo que es más seguro que fuese: un descendiente de judeoconversos y, como tal, más apegado a un apocalipticismo profético. El discurso histórico protestante de sus orígenes sevillanos afirma que Valer ejerciendo de predicador secular habría convertido al luteranismo al canónigo magistral de la catedral de Sevilla, Juan Gil “Egidio”, conformando así al primer líder del grupo heterodoxo sevillano. A este se unió más tarde, entre otros, Francisco de Vargas vinculado al Colegio de la Doctrina y, sobre todo, el doctor Constantino Ponce de la Fuente, sucesor en la magistralía catedralicia de Egidio, predicador imperial y líder también del famoso conventículo sevillano. Todos ellos tuvieron como alma mater la universidad de Alcalá y en gran medida estuvieron protegidos por el célebre erasmista, arzobispo de Sevilla e inquisidor general Alonso Manrique de Lara (1471-1538), uno de los máximos representantes de la corriente espiritual más avanzada de su tiempo.
Cuesta trabajo creer que Valer iniciara a Egidio en el “verdadero evangelio” si esto es observado desde un intelectualismo teológico y una visión eclesiológica reformada, máxime si atendemos a los motivos por los que Valer fue condenado. En efecto, Rodrigo de Valer fue encarcelado en marzo de 1540 y terminaría siendo condenado por la inquisición y concediéndosele un sambenito en el que podía leerse: “Rodrigo Váler, ciudadano de Nebrija y apóstata y seudoapóstol hispalense, que dijo haber sido enviado por Dios”.
Entre los denominados luteranos sevillanos debemos destacar dos grupos. Por un lado, el grupo liderado por los canónigos Egidio y luego por Constantino Ponce de la Fuente, centrado en la propia ciudad hispalense al que pronto atacó el Santo Oficio bajo el mando supremo del propio arzobispo de Sevilla, a la sazón inquisidor general, don Fernando de Valdés (-1568). En 1549, cuando Egidio había sido propuesto por el emperador para obispo de Tortosa, la Inquisición sevillana tras acusarle de herejía le retiró los cargos catedralicios; en 1552 fue condenado y obligado a retractarse de ciertas proposiciones heréticas, cuando murió en noviembre de 1555, el Santo Oficio siguió con el proceso y finalmente fue condenada su memoria por hereje luterano, dogmatizador, impenitente y relapso; sus restos fueron desenterrados y formaron parte del auto de fe celebrado en Sevilla el 22 de diciembre de 1560 donde fueron quemados junto a su estatua. No llevó mejor suerte el otro protagonista principal de este grupo heterodoxo, Constantino Ponce de la Fuente, (1502-1559/60), de más que probable origen converso. Aunque alumno de la complutense se licenció en teología en Sevilla en 1534, se ordenó de presbítero al año siguiente, y asentado en la catedral comenzó a publicar libros que admiraron al mundo por su elegantísima prosa y su profundidad teológica y espiritual, tales como la Suma de la Doctrina Christiana (1543); Exposición del Primer Psalmo de David (1546); Catecismo para instruir a los niños (1547), la sublime Confesión de un pecador (1548); y, por último, la Doctrina Christiana y la primera parte de los artículos de la fe (1548) que quedó incompleta. Desde septiembre de ese mismo año fue nombrado capellán del príncipe Felipe al que acompañó como predicador en su famoso viaje por Europa entre los años 1548-1550. Vuelto a Sevilla el cerco en torno a su persona y el grupo heterodoxo que supuestamente dirigía se fue estrechando, y llegó a sus máximos cuando en 1557 el cabildo le concedía, tras una reñida oposición, la sucesión de Egidio como canónigo magistral de la catedral. Finalmente, el 16 de agosto de 1558, y tras hallarse en una casa de una de sus seguidoras libros prohibidos, Constantino fue encarcelado y procesado por el Santo Oficio, falleciendo en las cárceles inquisitoriales del castillo de Triana seguramente a finales de 1559 o principios de 1560. En el auto de fe celebrado en Sevilla el 22 de diciembre de 1560 estuvo presente sus restos corporales que fueron desenterrados y quemados junto con los de su amigo y compañero Egidio.
El otro grupo luterano tuvo su sede en el monasterio de ermitaños jerónimos de san Isidoro del Campo situado en la cercana villa de Santiponce y justo al lado de Sevilla la vieja, la ciudad romana de Itálica, de ambos lugares el abad del monasterio era señor jurisdiccional. En algún momento de la mitad del siglo XVI entró como director espiritual de la comunidad el maestro García Arias Blanco cuya personalidad nos la deja meridianamente clara la relación del auto de fe celebrado en Sevilla el 28 de octubre de 1562 en el que Arias fue quemado vivo: “El maestro García Arias Blanco, de generación de judíos, clérigo presbítero, natural de Baena, vecino de Sevilla”. Según los aludidos apologetas del luteranismo sevillano fue el primero que sembró en la comunidad de observantes jerónimos la primera chispa de heterodoxia, que se vería complementada, además de por sus relaciones con el grupo heterodoxo de la urbe hispalense, con la llegada de libros prohibidos que, procedentes del norte de Europa, eran facilitados a ambos grupos por otro de los grandes mártires luteranos, Julián Hernández, “Julianillo” quien fue apresado por el Santo Oficio en noviembre de 1557. A partir de aquí salieron a la palestra los nombres de los monjes heterodoxos que habían huido de Sevilla en dirección al norte de Europa, el prior Francisco Farias, el procurador del mismo Fray Pablo, fray Antonio del Corro, fray Pelegrina de Paz, fray Casiodoro de Reina, fray Cipriano de Valera, fray Juan de Medina, fray Miguel Carpintero, fray Alonso Baptista y fray Lope Cortés. A pesar de ello, trece miembros del monasterio fueron penitenciados en los autos de fe celebrados en Sevilla en 1559, 1560 y 1562, en los que algunos de los monjes fueron quemados vivos y en los que incluso salieron para ser relajados representantes de otros cenobios femeninos sevillanos e incluso miembros de la nobleza sevillana como don Juan Ponce de León, hijo del conde de Bailén.
Autor: Antonio González Polvillo
Bibliografía
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Título: 1ª: Portada de la Summa de doctrina christiana del Doctor Constantino, Anvers: Martin Nucio, [s.a.]. Fuente: Biblioteca Nacional de España.
Título: Antonio de Mora Barahona. El arzobispo de Sevilla Fernando de Valdés y Salas. (1711) Óleo sobre lienzo. Universidad de Salamanca. Fuente: Dominio público.