La emigración española a América es uno de los grandes fenómenos del mundo atlántico en la Edad Moderna. Se inició en el siglo XVI vinculado al proceso de colonización del nuevo continente, y el flujo de población se mantuvo durante los siglos XVII y XVIII. El momento de mayor emigración se produjo entre 1550 y 1650, coincidiendo con el momento de fundación y crecimiento de la mayoría de las ciudades hispanas del continente americano. Durante este periodo, se estima que pasaron a América (considerando la emigración legal e ilegal) unas 450.000 personas.
Dentro de este proceso migratorio, las mujeres tuvieron una participación muy importante. Ya durante los procesos de conquista del territorio americano algunas mujeres se unieron a las primeras expediciones y fundación de ciudades, si bien en un número reducido, y de lo que nos queda poca información. Sin embargo, con la pacificación del territorio y la creación de los dos grandes virreinatos americanos (Nueva España y Perú), la emigración femenina aumentó de forma significativa desde mediados del siglo XVI, hasta alcanzar el 28% del total de emigrantes a fines del mismo siglo. Los registros de pasajeros conservados en el Archivo General de Indias (Sevilla) indican el paso de al menos 13.000 mujeres, aunque debieron de ser muchas más.
La cantidad de mujeres que pasaron es significativa considerando las dificultades de organizar el viaje americano y de lo peligroso de la ruta. Primero debían llegar hasta Sevilla, donde se organizaba la salida de la Flota de Indias, que partía dos veces al año. La Flota hacía una primera parada en Canarias, y posteriormente llegaba a la zona del Caribe, a Cartagena de Indias o a Veracruz (México), travesía que duraba entre uno a dos meses. Aquellos que viajaban a Perú debían atravesar Panamá y bordear la costa pacífica americana. En América, las mujeres se asentaron fundamentalmente en las ciudades de fundación hispana, sobre todo en las capitales virreinales, México y Lima.
Una gran mayoría de estas emigrantes procedía de la ciudad de Sevilla, según declaraban en sus licencias de pasajeros. Sin embargo, muchas no habían nacido en la ciudad, sino que habían llegado años antes del viaje. Esto pudo deberse a que sus familias se instalaron en Sevilla atraídas por el crecimiento económico de la ciudad, que en el siglo XVI duplicó su población hasta casi los 100.000 habitantes, al calor de la actividad del comercio con Indias. O bien, a que eran familiares de algún emigrante ya instalado en las Indias, de forma que se quedaban en la ciudad a la espera de que les llamasen para viajar a reunirse con él.
El origen social de estas emigrantes es difícil de determinar, si bien muchas proceden de los grupos medios urbanos, es decir, son familiares de artesanos, oficiales de la administración o de religiosos. El coste económico del viaje hacía necesaria disponer de unos mínimos recursos de financiación, por los que las familias emigrantes necesitaban tener un pequeño patrimonio. Sin embargo, también existía la posibilidad de pasar ilegalmente o a través de mecanismos más baratos. Mientras los hombres podían pasar como soldados o marineros de la flota, las mujeres sin recursos que quisieran viajar lo podían hacer como criadas acompañando a otros emigrantes.
Muchas de estas mujeres viajaron dentro de las cadenas familiares de emigración. El mecanismo más común era el siguiente. En primer lugar emigraba a América un varón de la familia, que podía ser el marido o un hermano, y una vez instalado y habiendo alcanzado una cierta prosperidad, llamaba al resto de la familia a reunirse con él. Esta llamada podía hacerse a través de correspondencia (parte de la cual se ha conservado y publicado por Enrique Otte), o a través de intermediarios, personas que viajaban de vuelta a España, como marineros, religiosos o comerciantes. En ocasiones la llamada podía tardar más de una década, o no producirse nunca. Aunque en muchos casos la familia pudo reunirse en América, en otros no se produjo tal reunificación, bien porque el emigrante no llegaba a acumular los recursos suficientes, o bien por abandono.
Un caso paradigmático de cómo se producía la emigración familiar en cadena es el de la familia del capitán Pedro Fernández Palomino. El capitán Pedro Fernández viajó a Cartagena de Indias en 1590, para desempeñar el oficio de regidor. Ocho años después se trasladó a Lima, donde se reunió con su mujer y cuatro de sus hijos. Una de sus hijas sin embargo, había quedado atrás en Jerez de la Frontera, y finalmente solicita licencia para viajar a Lima en 1605. Aprovechando este viaje, también solicitan licencia para acompañarla sus dos tías solteras, Doña María Sarmiento y doña Catalina Rondón. Debido a los peligros del viaje, era muy frecuente que las mujeres buscaran acompañantes, fundamentalmente familiares.
Como se ve en este ejemplo, después del primer viaje de un varón de la familia, se producía un efecto llamada por el que terminaban emigrando otros miembros de la familia, esposa, hijos, hermanos o sobrinos. Muchas de las mujeres del grupo serían además solteras, que esperaban encontrar buenas opciones matrimoniales en Indias.
La dificultad de organizar una emigración atlántica hizo que el viaje fuera más probable en aquellos casos en los que se tenía algún familiar o conocido en Indias. Sin embargo, la documentación también demuestra muchos casos de mujeres viudas, solas o sin familia, que emigraron para buscar fortuna en el Nuevo Mundo.
La emigración femenina hacia América fue uno de los grandes fenómenos de la expansión atlántica española, que permite entender cómo se organizó esta migración a larga distancia, así como estudiar el papel de la mujer en la historia.
Autora: Amelia Almorza Hidalgo
Bibliografía
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