La Plaza Mayor o Plaza de España de Olivares (Sevilla) es un conjunto declarado Bien de Interés Histórico-Artístico el 22 de julio de 1971. De planta trapezoidal alargada, cuenta con un paseo rectangular ornamentado con dos líneas de naranjos, bancos metálicos y un par de magníficas farolas de fundición fechables en el tránsito del s. XIX al XX que representan dragones alados, máscaras, frutos y hojas, salidas de la desaparecida fábrica sevillana de San Antonio. El ámbito espacial de la plaza queda cerrado en sus lados mayores por la fachada principal del palacio de los Condes de Olivares, en el frente norte, y la fachada lateral de la colegiata de Santa María de las Nieves y el Pósito, en el lado sur. En ella convergen cuatro calles y un pasaje cubierto por bóveda de cañón conocido como “el Camarín”, que conecta la cabecera del templo con el Pósito. Se trata, por tanto, de un espacio público cerrado y monumental en el que colegiata, palacio y pósito conforman un conjunto paradigmático de los poderes civiles y religiosos característicos de la Edad Moderna española que dotaron de entidad propia al pueblo de Olivares.

Los terrenos donde se asienta actualmente el municipio, en pleno corazón de la comarca del Aljarafe, fueron donados tras la Reconquista por Fernando III a los infantes don Manuel y don Fadrique. A mediados del siglo XIV aparecían ya en propiedad de Álvaro Pérez de Guzmán con el nombre de Estercolinas. A fines del siglo XV este heredamiento pertenecía al patrimonio del III Duque de Medina Sidonia pasando a inicios de la siguiente centuria al cuarto de sus hijos, Pedro Pérez de Guzmán y Zúñiga. Nacido en Sevilla en 1503, don Pedro de Guzmán fue nombrado Conde de Olivares por el Emperador Carlos V en octubre de 1535 como recompensa por sus servicios bélicos en las campañas de Alemania, Flandes, Austria, Italia y Túnez, fundando ese mismo año su primer mayorazgo e iniciando así la “Casa y el Estado de Olivares”. Entonces don Pedro de Guzmán comenzó a edificar su residencia nobiliaria. Un palacio que conjuga a la perfección tradición y modernidad, donde los elementos decorativos de raigambre mudéjar son combinados con las novedades que aporta el arte renacentista italiano del momento, importándose desde Génova los mármoles que conforman sus columnas, relieves decorativos y portada monumental. Su amplia fachada de unos sesenta metros de longitud presenta cuatro cuerpos que avanzan ligeramente creando un ritmo alternante. En ellos se abren balcones que son articulados mediante vanos geminados que integran columnas de fuste liso con capiteles de castañuelas. Dos de estos cuerpos, los situados en los extremos, sobresalen en altura simulando ser torres que enmarcan la composición general y rompen con la sensación de vasta horizontalidad. La fachada, en su sección superior, está recorrida por un listel simple y por una minuciosa labor de ataurique que en forma de racimos queda suspendida de la cornisa, sobre la que cabalgan merlones escalonados de tipo sirio, típicos del arte hispanomusulmán y mudéjar. La portada principal, como es común en las casas-palacios sevillanas del s. XVI, está descentrada del eje de la fachada, situándose próxima al extremo oriental. Labrada en mármol blanco de Carrara, fue realizada en 1536 por el cantero lombardo Giacomo de Solari de Carona, artista relacionado con el taller de Antonio María Aprile. Se trata de una estructura adintelada, flanqueada por dos columnas embutidas de fuste liso y capiteles corintios sobre altos pedestales cajeados. El friso está decorado con los relieves de tres cabezas humanas: en el centro, tallado en posición de tres cuartos, vemos un bello rostro femenino de facciones compungidas, mientras que en los extremos se contraponen dos severos perfiles que representan a un joven imberbe con casco romano y a un adulto de mediana edad con profusa barba y gorro frigio. Sobre la cornisa de la portada vemos que en anómala disposición se sitúan cuatro capiteles de castañuelas que sostienen el balcón de gala, configurado éste por tres arcos peraltados enmarcados por alfices que apean sobre dos columnas de fuste liso y capiteles tronco-piramidales, quedando todo flanqueado por dos columnas similares de mayor envergadura sobre ménsulas voladas. A escasos metros de la portada coronando el dintel de una puerta se conserva un magnífico relieve con el blasón del I Conde de Olivares: dos calderas gringoladas enmarcadas por una bordura componada con nueve castillos, cinco con leones rampantes y otros cuatro pasantes, celada de conde, y corona con círculo engastado de pedrería rematada por cuatro puntas y doce perlas. En la cimera, un dragón con las alas desplegadas. Queda el escudo flanqueado por dos sirenas tenantes. El inmueble, abandonado en el siglo XIX, ha albergado diferentes dependencias municipales hasta la actualidad, por lo que su interior ha sufrido grandes modificaciones, perviviendo únicamente su patio principal, en eje con la fachada y adosado directamente a su muro, sin crujía intermedia. De planta cuadrada, está formado por arcos peraltados de ladrillo con alfices sobre columnas de fuste liso y capiteles de castañuelas. El palacio queda ligado lateralmente al recinto de la Plaza de España por medio de dos arcos que dan paso a otras tantas calles. El arco del extremo oriental de la fachada es apuntado, y el del lado opuesto de medio punto, con un grosor que lo hace practicable, pues en origen permitía conectar el palacio con la iglesia colegial, donde los condes de Olivares, patronos del templo, tenían tribunas altas privadas a los lados del presbiterio.

A la munificencia de Pedro de Guzmán se debe también la construcción del Pósito, cuyas primeras Ordenanzas se remontan a 1552. Se trata de un edificio dedicado al acopio de cereales para paliar las épocas de carestía, y en el caso de Olivares parece que también estuvo destinado al cobro diezmos relacionados con los privilegios de la colegiata. De hecho, su fachada es una continuación del templo estando ambos edificios unidos por un pasadizo alto y una balaustrada ciega que corona sus fachadas. El Pósito se articula mediante dos cuerpos con dos alturas cada uno conectados entre sí por un pasillo descubierto. El principal, con portada a la plaza, es de planta rectangular cubierto por bóvedas vaídas sobre pechinas y gruesos pilares en el piso bajo, mientras que el alto se organiza mediante una doble arquería de medio punto sobre pilares ochavados que reciben el peso de la cubierta exterior a dos aguas. Su portada principal la forma un arco trilobulado flanqueado por pilastras toscanas y rematado por un frontón recto partido en cuyo centro se muestra un panel cerámico con las armas de la Casa de Alba, heredera del condado de Olivares.

El origen de la iglesia colegial se remonta a tiempos de don Enrique de Guzmán y Ribera, II conde de Olivares. Nacido en Madrid en 1540, desempeñó bajo el mandato de Felipe II algunos de los más influyentes cargos de la Corona española, siendo embajador en Roma (1582-1591), virrey de Sicilia (1591) y de Nápoles (1595). Durante su estancia en la Ciudad Eterna, movido por la devoción que sintió hacia la imagen titular de la basílica romana de Santa María la Mayor, solicitó permiso al papa Gregorio XIII para fundar en Olivares una capilla dedicada a la Virgen de las Nieves con idea de convertirla en su panteón familiar, obteniendo tal merced en 1590. En sus empresas piadosas y artísticas desempeñó un papel primordial su esposa María Pimentel, hija del conde de Monterrey, quien llevó a cabo una paciente y fervorosa búsqueda de reliquias sacadas de Roma con destino a la capilla de Olivares gracias al beneplácito de tres pontífices diferentes y, en algún caso, a la intervención directa de Felipe II. Es este el origen de la actual “Capilla de las Reliquias”, abierta al crucero en la nave evangelio, que con más de mil seiscientas piezas constituye la segunda mayor colección del país, después de la de El Escorial.

La capilla de Olivares comenzó a edificarse en los primero años del s. XVII, pero su historia tomó un nuevo rumbo con la llegada de Gaspar de Guzmán y Pimentel, III conde de Olivares y I duque de Sanlúcar la Mayor, uno de los personajes más controvertidos en la historia de la monarquía hispánica tras alcanzar un enorme poder al convertirse en el valido del rey Felipe IV. Mediante una bula otorgada el 1 de marzo de 1623 por el pontífice Urbano VIII logró elevar el rango del templo a colegiata, con facultad para usar sello y escudo de armas propios, y regida por unos minuciosos estatutos redactados por el propio Conde-Duque. Gaspar de Guzmán heredó también el título de Alcaide de los Reales Alcázares de Sevilla y pudo disponer así de su elenco de artistas para sus empresas en el Estado de Olivares. En primer lugar contactó con el arquitecto milanés Vermondo Resta, encargándole la ejecución de un templo más monumental acorde con el prestigio que la abadía había alcanzado por aquellos años, pero su intervención se redujo a la mera valoración de las obras pues la muerte le sobrevino en 1625. El impulso definitivo para la erección de la nueva iglesia colegial vino con el patronato de Luis de Haro y Guzmán, sobrino del Conde-Duque y su sucesor como valido del rey. En la década de 1650, Sebastián de Ruesta, maestro mayor del Alcázar, se hizo cargo del proyecto. Tras el derribo de la primitiva capilla, Ruesta trazó un una iglesia de tres naves divididas por columnas pareadas y arcos de medio punto colocando un trozo de entablamento como elemento de transición entre ambos, intervención que tuvo como resultado una mayor elevación de las cubiertas. El sistema de cubrición se articula mediante sendos abovedamientos: de cañón con lunetos ciegos en la nave principal, y de aristas, en las laterales y las capillas abiertas entre los contrafuertes. El crucero se cubre con una cúpula semiesférica que emerge al exterior como un macizo volumen cuadrangular con cubierta de tejas a cuatro aguas. La capilla mayor está ocupada en todo su testero plano por un imponente retablo en madera dorada ejecutado en 1690 por los ensambladores y arquitectos de retablos José Guisado, José de Escobar y Matías de Bruneque y por la escultora María Roldán, autora de la imagen central que representa a la Virgen de las Nieves. A los pies se edificó el coro, la torre campanario, y la capilla sacramental, donde destaca un ciclo de cuatro lienzos dedicados a la vida de María salidos del obrador de Zurbarán, así como la capilla de la Virgen de la Soledad, estancia decorada con frescos atribuidos a Lucas Valdés y Clemente de Torres que adquiere realce edilicio por su bóveda encamonada y gallonada.

Autor: Alejandro Prada Machuca

Bibliografía

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