Durante el siglo XVIII en Granada asistimos a la prolongación de los planteamientos estéticos heredados, algo que se vio reforzado por el influjo y los seguidores que tuvieron las grandes sagas familiares y sus talleres, como el caso de los Mena y los Mora, sin olvidar al racionero Alonso Cano, responsable y artífice de la creación de unos modelos que han perdurado hasta prácticamente el siglo XXI. Grandes artistas continuaron trabajando siguiendo las directrices aprendidas de sus maestros. A pesar de este influjo barroco, conforme avanza la centuria, empezaron a vislumbrarse cambios en la mentalidad por parte de algunos artistas del momento, como es el caso que aquí nos atañe. Comenzarán entonces a convivir diferentes puntos de vista en lo concerniente a la pintura y la escultura, junto a ello tuvo lugar el nacimiento de un nuevo pensamiento en torno a los métodos de enseñanza. Esta doble visión convivió de manera plácida, aunque el modelo que estuvo más asentado y con más aceptación sería, el “antiguo”.

Es, en este preciso momento, donde tenemos que ubicar a nuestro artista. Nacido en el barrio del Albaicín en 1704, sus padres fueron don Diego Sánchez Colorado y doña Salvadora Sarabia. Poco sabemos de sus comienzos en el mundo del arte y como pudo ser su formación, aunque se ha apuntado por algún autor, que su progenitor pudo ser maestro dorador, realizando algunos trabajos para la catedral granadina. Con tan solo 21 años, se encontraba ayudando al sevillano Pedro Duque Cornejo en la decoración del monasterio madrileño, de la Cartuja del Paular en Rascafría. Una colaboración que llegaría a su fin en 1727. Dos años más tarde, volvería a su ciudad natal donde contrajo nupcias con Ana Antonia Romero y fruto de dicha unión nacerían sus tres hijos: José, Tomasa y Rosalía. El catastro del Marqués de la Ensenada (1752), muestra el elenco de artistas que por aquel entonces convivían en Granada: Agustín Vera Moreno, Martín de Santisteban, José Hurtado, José de Bada, Tomás Ferrer y Torcuato Ruiz del Peral, Sánchez Sarabia, entre otros.

Hombre de múltiples conocimientos, respecto al arte y a las antigüedades, el proyecto que lo encumbró ante la sociedad del momento fue la decoración de la basílica y del hospital de San Juan de Dios (Granada).  El padre Fray Alonso de Jesús y Ortega, sería su mecenas y quién le encargaría tal fábrica, (1749 -1759). Su dominio de la técnica de la pintura mural se hace presente en los muros del templo, donde apreciamos un estudiado discurso iconográfico. Es aquí donde vemos al Sarabia más barroco, aunque alejado de complicadas composiciones y cuya fuente de inspiración fueron las pinturas de Lucas Jordan y los diferentes grabados que tanto conocía de Pedro de Villafranca, Juan de Noort, Hernan Pammeels, entre otros. Modelos que fueron una constante en su proyección artística. Aunque, no solo llevaría a cabo la decoración pictórica de la bóveda y las pechinas de este lugar, sino que, también realizaría la que cubre la sala central del camarín. Igualmente, son varios los lienzos que pintó en diferente formato y que decoran el claustro del hospital y el crucero de la iglesia, donde continúa con el mismo hilo conductor: episodios sobre de la vida de la Virgen y del fundador de la Orden. No fueron éstas sus únicas pinturas murales, ya que una de las composiciones que se relacionan a sus pinceles desde hace unos años, es la cúpula del presbiterio de la ermita de la Virgen de la Cabeza en Churriana de la Vega (Granada). En este mismo lugar, también se le relaciona con la hechura de una imagen de San Miguel Arcángel. Nuevamente volvería a retomar esta técnica en sus últimos de años vida, volviendo a los conceptos tardo barrocos para decorar otra cúpula: la del camarín del Cristo de la Luz en Fondón (Almería)

Pero nuestro artista también dominó perfectamente el arte de la escultura, y prueba de ello, es la que podemos considerar su mejor obra, la Inmaculada que preside el retablo del camarín de San Juan de Dios. Esta imagen es un claro ejemplo de la simbiosis entre, el barroco heredado a partir del modelo creado por Alonso Cano, y el nuevo lenguaje clasicista del momento. Para esta estructura catequética, también tallaría a San Ildefonso y a San Carlos Borromeo, ambos custodiando a la Purísima, y a los padres de la misma: San Joaquín y Santa Ana. En el primitivo templete ubicado en el interior de la cámara sagrada, existían cuatro esculturas de pequeño formato que él mismo tallaría: San Agustín, San Ambrosio, San Ildefonso y San Cecilio, de las que solo se conservan dos en la sacrista. Su obra escultórica es lo más desconocido y poco estudiado de su producción, por lo que ha sido objeto de un afán atribucionista, relacionándola al trabajo de otros artistas, como fue el caso del San José de la basílica, atribuido hasta hace muy poco a José Risueño. De sus gubias salieron también la imagen del P. Francisco Caracciolo (1769) venerada en la iglesia de San José (Granada), realizada para las fiestas de canonización del santo. La contienda civil española, hizo que se perdieran algunas de sus obras, de las que solo nos ha llegado el relato de su existencia a través de la crónica y de algunos archivos, como el crucificado y los lienzos que realizara para la iglesia de Tocón (Granada), o el San José para la iglesia de Íllora, donde también intervino a la Virgen de los Remedios.

El interés que en él suscitaba la antigüedad, hizo que fuese llamado en 1762 por el alcalde de la Alhambra, Luis Bucarli, para recibir el encargo de copiar sobre lienzo las pinturas de la Sala de los Reyes. Tenemos que decir que no fue la primera opción, ya que esta responsabilidad le fue otorgada al pintor Manuel Sánchez Ximénez, el cual no daba comienzo a su cometido. Ante el miedo a que se diese la misma situación y con el fin de que Sarabia aceptase y se pusiese a trabajar lo antes posible, se decidió otorgarle el título de Académico. Resta decir que tenía una excelente reputación al ser también profesor de pintura y arquitectura. Pronto se puso a trabajar, pero el resultado no fue el esperado, debido a que sus copias no eran del todo fidedignas. Un proyecto que fue ampliándose poco a poco, cuando comenzaron a encargarle que copiase capiteles, alicatados, epigrafía, además de planos y vistas del monumento. Dibujos miméticos realizados de diferentes partes del palacio nazarí, que nos ayudan a entender cómo estaba decorado antes de las intervenciones del siglo XIX. Trabajos que, junto a su valía artística, son un importante documento gráfico y científico, puesto que representan fielmente el pasado polícromo del conjunto monumental. Aunque no fueron todo alegrías las que le brindó su saber y gusto por lo antiguo, desgraciadamente, tuvo que hacer frente a una prueba de acusación por fraude relacionada con las excavaciones que realizaba el padre Flores en el Albaicín, de las que finalmente fue absuelto. Nombrado perito de arquitectura y dibujo por la Junta Real de Excavaciones de la ciudad de la Alhambra para inspeccionar los descubrimientos de la Alcazaba. Fruto de ello, escribió una obra titulada: Descripción apologética – histórica – topográfica de los documentos descubiertos en la Alcazaba de Granada. Años más tarde también publicaría:  Natural sentimiento: Apología justa. Precisada en causa común de una nación (1771) y Compendio histórico de la devoción y culto en Granada de Nuestra Señora de las Angustias.

Su saber respecto al campo de la arquitectura y las matemáticas, hizo que fuese llamado a formar parte en 1769 de la comisión para estudiar las trazas de la iglesia de Alhabía, y las de los retablos colaterales y el púlpito de la iglesia de Berja, ambas localidades en Almería.

Todas estas facetas, nos muestra a un personaje multidisciplinar, el cual era capaz de concebir y realizar grandes composiciones religiosas y que, junto a ello, también plasmaba miméticamente los motivos decorativos de la Alhambra. Su interés por la academia y una enseñanza reglada, alejada de talleres que seguían el sistema gremial, hizo que, junto a los pintores, J. Miguel Verdiguier y Luis Sanz Jiménez fundasen la Escuela de las Tres Nobles Artes, impulsada por la Real Sociedad Económica de Amigos del País, institución que finalmente declinaría en Academia de Bellas Artes en 1777, de la que fue el primer director.

A los setenta y cinco años, le llegó la muerte en Fondón (1779), donde fue enterrado en la iglesia parroquial de San Andrés, dejando a su hija Tomasa, y a su esposa, totalmente desoladas. Tuvo taller propio en el pilar del Toro, aunque no podemos decir que artistas se formaron en el mismo. No conocemos a ninguno que siguiese sus planteamientos estéticos o que podamos considerar como su legítimo seguidor. En una ciudad en la que el barroco tenía mucho peso a finales del siglo XVIII y era el modelo a seguir, Diego Sánchez Sarabia, fue un soplo de aire fresco, un hombre de su tiempo que intentó introducir nuevos puntos de vista en lo referente al arte y al sistema educativo, algo que en cierto modo desaparecería con su fallecimiento. Tendremos que esperar al siglo XIX, para volver a tener en el plano artístico granadino, sus pensamientos y sus ideales.

Autor: Venancio Galán Cortés

Bibliografía

ALMAGRO GORBEA, Antonio, El legado de al-Andalus. Las antigüedades árabes en los dibujos de la academia, Granada, Patronato de la Alhambra y el Generalife y Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 2016.

GALÁN CORTÉS, Venancio,  La ermita de la Virgen de la Cabeza en Churriana de la Vega. Historia, arte y avatares de una arraigada devoción, Alcalá del Valle (Cádiz), La Serranía, 2016, pp. 116 – 123.

GÓMEZ ROMÁN, Ana María, “Torcuato Ruiz del Peral y el devenir de la escultura en Granada hasta mediados del siglo XIX”, Boletín Centro Pedro Suárez, 21, 2008, pp. 327–398.

ISLA MINGORANCE, Encarnación, Hospital y basílica de San Juan de Dios en Granada, Granada, Everest, 1979

LÓPEZ-GUADALUPE MUÑOZ, Juan Jesús, “Escultura y escultores en Granada en la época de Ruiz del Peral. Modelos, talleres y síntesis evolutiva”, Boletín Centro Pedro Suárez, 21, 2008, pp. 291 – 326.

SÁNCHEZ REAL, Javier, “Diego Sánchez Sarabia y las pinturas murales del camarín del Cristo de la Luz en Fondón (Almería), en SÁNCHEZ RAMOS, Valeriano (coord.), Lux Mundi. La religiosidad popular en torno a la luz, Almería, Instituto de Estudios Almerienses, 2007, pp.891 – 924.