La provincia de Huelva y de manera más intensa sus territorios fronterizos con Portugal, conocieron en primera persona la incidencia negativa de la guerra durante siglos. Al comenzar el siglo XVIII las poblaciones fronterizas, que todavía no habían olvidado los horrores de las terribles incursiones que desde uno y otro bando, de castellanos y lusitanos, se habían realizado sobre territorios enemigos durante Guerra de Restauración portuguesa, tenían que enfrentarse al nuevo conflicto bélico de la Guerra de Sucesión que iba a tener un importante escenario de operaciones en la Andalucía Occidental.

La guerra en la provincia de Huelva se desarrolló en tres fases claramente diferenciadas. Una primera fase abarcó desde 1700 a 1705. Durante los primeros años se vivió un tiempo de preparativos militares, una época de paz armada en la cual tanto portugueses como castellanos se dedicaron a poner en pleno funcionamiento sus fortalezas militares fronterizas y a desplazar contingentes militares hasta la línea de frente. La guerra volvió a la provincia de Huelva en el año 1704, en la primavera de 1704 las fuerzas del Archiduque Carlos contaban con un total de 21.000 soldados destacados en Portugal, mientras que Felipe V disponía de unos 13.000 hombres en la península más 23.000 soldados repartidos entre Milán y Flandes. En la frontera sur hispano-portuguesa 1704 fue de manera definitiva un año de guerra abierta. Las autoridades militares que apoyaban la causa de Felipe V, dirigidas por el Marqués de Villadarias, temían una invasión de Andalucía, sobre todo la posible toma de Sevilla por el enemigo austracista, a través de una invasión terrestre atravesando las tierras del Condado onubense o bien por vía marítima navegando por la costa del Golfo de Cádiz y subiendo hasta Sevilla siguiendo el curso fluvial del río Guadalquivir. Para evitar esta probable acción militar de las tropas austracistas se diseñó una doble estrategia militar, ofensiva y defensiva.

Se lanzó una primera ofensiva desde la comarca de la sierra onubense sobre tierras lusitanas, en concreto desde Encinasola y Aroche, así como también desde el sur de Extremadura, que permitió la conquista de las poblaciones portuguesas de Noudar, Santo Alexo, Safara y Castel David. Se pretendía penetrar en territorio enemigo para taponar o dificultar desde posiciones avanzadas los posibles movimientos de penetración enemiga en suelo castellano. Además, de manera paralela, se procedió al reforzar con efectivos militares de las comarcas del Andévalo, del Condado y de la costa onubense. Para defender el antiguo Reino de Sevilla se disponía de 206 compañías de milicias de infantería que sumaban entre oficiales y soldados 6.736, de ellos algo más de un millar estaban acantonados en tierras onubenses y 886 soldados de caballería estaban repartidos en 19 compañías. Huelva contaba con compañías de caballería en Zalamea la Real y Gibraleón, algunos destacamentos de la villa olontense estuvieron acuartelados en Villablanca y San Silvestre de Guzmán para ayudar a las fuerzas de infantería situadas en el litoral en plazas como Ayamonte. Las tropas de a pie se distribuyeron por comarcas, la costa onubense tuvo a la villa de Ayamonte como plaza fuerte en la cual estuvo destacado el regimiento mandado por Manuel de Figueroa y Silva con unos 400 efectivos, la comarca serrana contaba para su defensa con el de Antonio Matías de Flores acuartelado en Aroche que tenía 324 soldados y en el Condado de Niebla se concentraba otro regimiento de 315 hombres dirigidos por el coronel Martín Boneo.

La segunda fase del conflicto se extendió desde 1706 a 1709 y se puede considerar la etapa álgida de la guerra. Una fuerte y decisiva campaña militar sobre suelo portugués en los años 1706 y 1707 tuvo como resultado la conquista de dos importantes ciudades portuguesas, Moura y Serpa. Estas estratégicas posiciones permitían el control de buena parte del Alentejo portugués y, por consiguiente, aseguraban la protección del flanco occidental de Andalucía que de esta manera quedaba a salvo de una posible invasión terrestre desde Portugal. Estas ciudades se abandonaron en 1708 para reforzar las posiciones del ejército de Felipe V en Cataluña. La desprotección de la frontera se tradujo en un rebrote de las incursiones portuguesas que volvieron a ser frecuentes y se convirtieron en una amenaza para toda Andalucía, siendo el mes de julio de 1708 especialmente intenso y se puede considerar como un auténtico “mes negro” para el territorio onubense, ya que Aroche, El Almendro, San Bartolomé de la Torre, La Puebla de Guzmán, Gibraleón y Paymogo sufrieron saqueos y robos de ganados por parte de tropas portuguesas.

A partir de 1709 se produjo un enfriamiento del conflicto y los territorios de la actual provincia de Huelva se convirtieron en un lugar para el acantonamiento de tropas con el objetivo de vigilar la frontera, mientras que la guerra en sus más crudas expresiones se desplazaba a tierras de Extremadura. La máxima preocupación de los mandos militares en este año fue la reedificación de las fortalezas arruinadas en las campañas anteriores. Los portugueses también se afanaron en reconstruir las fortalezas recuperadas de Serpa y Moura y los españoles las arruinadas en su territorio durante el verano de 1708 como la de La Puebla de Guzmán o la de Ayamonte, ya maltrecha con anterioridad a las incursiones portuguesas de 1708. El correcto aprovisionamiento de víveres a las plazas fuertes de la raya fue otra de las labores en las que continuó empeñándose el mando militar, no fue tarea fácil debido a las malas cosechas, a los elevados precios que alcanzó el trigo y a los saqueos que soportaban los territorios fronterizos. La necesidad de reconstruir las actividades cotidianas en la frontera propició alcanzar acuerdos puntuales de no agresión entre los mandos militares portugueses y españoles, fundamentalmente para lograr la paralización de los robos de ganados y sementeras desde ambos lados del conflicto. Los años posteriores, desde 1710 hasta la firma del tratado de paz, constituyeron un período de tranquilidad para todo el territorio, de las poblaciones fronterizas. Por fin parecía que podían descansar de los horrores de la guerra lusitanos y españoles.

La paz regresaba de manera definitiva en 1714 pero el sentimiento de temor respecto a Portugal, a las incursiones enemigas con los robos de ganado, el rapto de personas o la destrucción de bienes, llevó a la Corona de España a diseñar diferentes proyectos defensivos a partir de 1725 para proteger los territorios fronterizos. Las propuestas arquitectónicas más destacadas fueron las redactadas por los ingenieros Gerónimo Amicy en 1740 para la construcción de 19 cuarteles de caballería, y por Antonio de Gaver en 1750 para la remodelación de la estructura del sistema defensivo existente en la frontera, tanto en lo referido a efectivos militares como a la remodelación de la arquitectura castrense existente y a la construcción de nuevos edificios militares.

Autor: Antonio González Díaz

Bibliografía

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