Desde finales del siglo XVII y hasta principios del XIX aparecen en Andalucía unas nuevas corporaciones nobiliarias, las Maestranzas de Caballería. Son asociaciones, locales en un principio, surgidas en ciudades con abundante nobleza urbana, con el fin de promover los ejercicios ecuestres y el gusto por las armas, en unos momentos en que la nobleza se apartaba cada vez más de las actividades militares, origen de su status jurídico privilegiado. Su antecedente se encuentra en las cofradías y hermandades nobiliarias locales medievales, pero mientras que éstas, al menos en su origen, tenían un carácter militar y religioso muy marcado, las Maestranzas, mucho más tardías, atenuaron las funciones religiosas y perdieron la configuración militar plena. Sus ejercicios caballerescos no tenían el carácter de entrenamiento militar, sino que se hacían para mantener las tradiciones de la nobleza y hacer ostentación, a través de festejos y espectáculos públicos, de su preeminencia social y poder económico. La pertenencia a las Maestranzas respondía más a la búsqueda del prestigio que se deriva de una corporación cerrada y elitista en la que no bastaba con ser noble para ser admitido, sino que era necesario tener medios económicos suficientes para costear los gastos que generaban sus actividades, así como a la necesidad de cualquier grupo social minoritario de cohesionarse para mantener vivos su espíritu y tradiciones.

Las Maestranzas de Caballería tuvieron especial incidencia en Andalucía. De catorce fundaciones promovidas, nueve lo fueron en esta región, no produciéndose ninguna iniciativa en el resto de la Corona de Castilla. Hubo además tres en la Corona de Aragón y dos en Hispanoamérica. En 1670 nace la primera de ellas, la Maestranza de Sevilla, que pronto fue imitada, con desigual fortuna, por la nobleza de otras ciudades como Granada (1686), Valencia (1690), Lora del Río (1691) y Ronda (1707). Estas fundaciones más antiguas, nacidas por iniciativa espontánea de la nobleza local como corporaciones autorizadas sólo por las autoridades municipales, salvo en el caso de Lora del Río que tuvo una vida efímera, fueron las Maestranzas de mayor continuidad, que durante el siglo XVIII se convirtieron en relevantes corporaciones y obtuvieron importantes privilegios concedidos por la Corona. En sus primeros años se dotaron de una organización interna que permaneció en sus líneas maestras durante todo el Antiguo Régimen, y centraron su actividad en los ejercicios ecuestres. La Guerra de Sucesión hizo que sus tareas perdieran continuidad y se desorganizaran prácticamente.

Recuperado el país de la guerra, se reorganizaron las principales Maestranzas existentes –Sevilla, Granada, Valencia y Ronda- y se promovieron nuevas fundaciones. En 1725 la Corona creó la Junta de Caballería del Reino para el fomento de la cría caballar en Andalucía, Murcia y Extremadura, puso a las Maestranzas bajo su jurisdicción y les concedió importantes privilegios. Abrigaba el proyecto de convertirlas en fuerzas de caballería de reserva. Fue entonces cuando se produjo la afluencia masiva de nobles a estos institutos, que dejaron de ser corporaciones locales, al acoger en sus filas a maestrantes forasteros, procedentes de lugares cada vez más distantes de sus ciudades sede. Al abrigo de esta nueva situación, se promovieron también nuevas fundaciones. Algunas tuvieron una corta vida, como las Maestranzas de Carmona (1726), Antequera (1728) y Jerez de la Frontera (1739). Otras ni siquiera llegaron a fructificar plenamente, como las de Utrera y Jaén (1731) y Palma de Mallorca (1738). Tampoco cuajaría en 1765 la iniciativa de Campomanes de crear una Maestranza en la corte. La última fundación de nuestro país fue la Maestranza de Zaragoza, nacida en 1819 con un status similar al de las cuatro grandes Maestranzas que funcionaron a lo largo del siglo XVIII (Sevilla, Granada, Valencia y Ronda), como corporaciones nobiliarias de ámbito suprarregional. También se promovió la fundación de Maestranzas en dos importantes núcleos urbanos del Nuevo Mundo: La Habana (1709) y México (1789), pero ambas fracasaron debido a las distintas condiciones de la sociedad colonial respecto de la peninsular. No obstante, la nobleza de ultramar se integró en las Maestranzas españolas, especialmente en la de Ronda, aunque no faltaron maestrantes americanos en otros institutos.

A partir de 1725 la Corona otorgó a las Maestranzas importantes privilegios que significaron su reconocimiento a escala nacional, elevando su prestigio y haciendo que se convirtieran en las corporaciones nobiliarias más características de la centuria. Tras los privilegios afluyeron a sus filas importantes contingentes de nobles y las Maestranzas llegaron a superar numéricamente a las Órdenes Militares. Estos privilegios no fueron concedidos sin distinción, sino sólo a las Maestranzas más prestigiosas, lo que influiría en que fueran éstas las que pervivieron. En cambio, las que no obtuvieron privilegios no se consolidaron y acabaron por desaparecer. La primera en conseguir privilegios fue la Maestranza de Sevilla, prueba de la importancia y prelación de esta institución decana. Concedidos los privilegios al instituto sevillano, los solicitaron las demás, extendiéndose en pocos años a la Maestranza de Granada y algo más tarde a las de Ronda y Valencia. Por último, la Maestranza de Zaragoza conseguiría también a poco de fundarse, a principios del siglo XIX, que los privilegios se hicieran extensivos a ella.

Los privilegios más importantes afectaban al status legal de los maestrantes. En primer lugar, se les concedió permiso para utilizar pistolas de arzón en los ejercicios ecuestres, pese a las prohibiciones vigentes (Sevilla, 1725; Granada, 1726). Más adelante se concedió al instituto y a sus miembros jurisdicción privativa, nombrando jueces conservadores de las Maestranzas de Sevilla y Granada al asistente y corregidor de ambas ciudades respectivamente y se dispuso que las apelaciones se hicieran ante la Junta de Caballería del Reino (Sevilla, 1730; Granada, 1739). Las causas de los maestrantes quedaban fuera de la jurisdicción de los tribunales ordinarios, reconociéndose así el carácter paramilitar de la institución. En 1748 la Corona restringió el disfrute del fuero militar a los maestrantes residentes en las ciudades sede que participaran con regularidad en los ejercicios y tuvieran una cierta antigüedad, disponiendo que las apelaciones se hicieran ante el Consejo de Guerra. En estos términos sería concedido el fuero militar a las Maestranzas de Ronda (1753) y Valencia (1760), nombrando jueces conservadores al corregidor y al capitán general de las respectivas ciudades. Otros privilegios importantes son los que concedían permiso para celebrar dos corridas de toros al año, para financiarse con sus beneficios. La Maestranza de Sevilla lo consiguió en 1730 y la de Granada en 1739. A partir de entonces ambas celebraron corridas de toros con regularidad y construyeron dos de las primeras plazas de toros estables, lo que las ligaría a la historia del toreo en nuestro país. La Maestranza de Ronda consiguió igual permiso en 1753, pero su incorporación al toreo no se produjo hasta la década de los ochenta, una vez construida su plaza de toros. En cuanto a la de Valencia, aunque consiguió el privilegio en 1760, sólo celebró corridas unos años, cayendo en desuso tal derecho. Tampoco parece que realizara corridas la Maestranza de Zaragoza, a pesar de serle reconocido este derecho en sus estatutos. Por último, las Maestranzas gozaron del privilegio de que su director honorífico fuera un infante real, con el título de hermano mayor, lo que pone de manifiesto el favor con que contaron de parte de la Corona. A partir de su concesión, la dirección efectiva de la Maestranza quedaba en manos del teniente de hermano mayor. Concedido este privilegio a la Maestranza de Sevilla en 1730, la de Granada lo obtuvo once años más tarde, y después se haría efectivo al resto de las cinco grandes Maestranzas. Diferentes infantes ostentaron tal título hasta que en 1834 asumió la presidencia de las Maestranzas la reina Isabel II. A los hermanos mayores correspondía el nombramiento del teniente de una terna propuesta por el instituto y ejercer su protección sobre estos cuerpos.

Las cinco Maestranzas se dotaron de una estructura organizativa similar, copiada de la establecida en los estatutos fundacionales de la Maestranza de Sevilla, editados en 1683. Dedicadas “al buen uso del generoso, útil y provechoso ejercicio del manejo de los caballos”, estaban formadas por un número indeterminado de individuos, que para ser admitidos, además de acreditar pertenecer a la nobleza, debían estar diestros, con caballo y pertrechos necesarios, para realizar ejercicios ecuestres. El gobierno del instituto correspondía a una mesa de seis oficiales, elegidos anualmente:  hermano mayor (más tarde, teniente de hermano mayor), maestro, dos diputados, secretario y portero. Las funciones de caballos –cañas, alcancías, carreras y otros manejos-, eran la principal obligación de sus miembros. Los estatutos prescribían a los maestrantes la asistencia regular al picadero, donde se adiestraban bajo la atenta mirada del maestro, y la realización de al menos una función pública al mes. Especialmente solemnes eran las de las festividades de las patronas y las destinadas a subrayar acontecimientos reales: visita a las ciudades sede, bodas, nacimientos y cumpleaños de reyes e infantes. De muchas de ellas han quedado relaciones impresas. Se conoce bien la nómina de las Maestranzas. Durante el siglo XVIII al lado de títulos nobiliarios y hábitos de Órdenes Militares, en ellas se asoció fundamentalmente la pequeña nobleza urbana de las ciudades sede, así como los grupos sociales ascendentes, rentistas en su mayor parte, que controlaban los concejos municipales y que constituían una importante elite local e incluso regional.

Durante el siglo XVIII las Reales Maestranzas de Caballería no desempeñaron funciones militares y, por consiguiente, no justificaron la concesión de fuero militar a las corporaciones y a sus miembros. Tan solo la Maestranza de Granada participó en algunas actividades de esta índole, pero fue en muy pocos casos y participaron muy pocos maestrantes. A pesar de ello, mantuvieron sus privilegios a lo largo del siglo. Esto les permitió ser corporaciones muy concurridas y de gran utilidad para la pequeña y mediana nobleza urbana con suficientes medios económicos que, a través de su pertenencia a ellas, conseguía prestigio social frente al resto de la sociedad y frente a las capas más bajas de su propio estamento, incapaces de hacer frente a los gastos que la pertenencia a estos cuerpos llevaba implícitos. De igual modo que la nobleza de mayor prestigio dominaba las Órdenes Militares, la nobleza de tipo medio se organizó durante el siglo XVIII en Maestranzas para salvaguardar sus privilegios y su función social rectora en las ciudades y regiones del sur y este de España. A lo largo de la centuria y frente a los conflictos, que no faltaron, los institutos mantuvieron su status y privilegios porque la monarquía absoluta los protegió, pues la protección a la nobleza era consustancial a la propia dinámica del absolutismo y de la sociedad estamental.

Autora: Inmaculada Arias Saavedra

Bibliografía

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