Nada más errático que la práctica profesional: los desplazamientos y continuos saltos a través de diferentes contextos e incluso de diferentes continentes, bien de la obra o del autor, sea físicamente o por difusión digital, constituyen la realidad de los estudios de arquitectura. Desarrollar una práctica sedentaria de puertas para adentro, en una silla y un escritorio, no es una realidad, ni tampoco es un esquema viable. Por el contrario, es la deriva la forma del recorrido a través de ese espacio intermedio entre lugares y disciplinas, donde en cada estación o ciudad que se detiene momentáneamente la práctica, nuevas imágenes se unirán a la cartografía sin márgenes que no es otra cosa sino el único resultado palpable del viaje, construida por los croquis, los escritos, las fotos, los objetos, en definitiva cacharros todos atesorados con afecto en un baúl, ese baúl muchas veces imaginario pero muchas otras real, pesado pero móvil y que plegamos y desplegamos incesantemente, un baúl incómodo pero indispensable y, en suma, un eslabón de esa caravana trashumante llamada práctica de arquitectura. Sin excepción, todos los casos de estudios amigos del autor han tenido que enfrentarse por deseo o por exigencia a esta deriva, llevando consigo lo mínimo o, por el contrario, llevando absolutamente todo: del Paseo de La Castellana a Las Condes, de Mérida a Gràcia, de Rosales a Cava Alta, de Conde Duque a Balvanera, de Granada a Puente Aranda, solos o acompañados, equipados o desprovistos, animados o no, temporal o permanentemente, con meta o sin ella… pero, más que puntos, son acontecimientos donde felizmente se entrecruzan derivas que comparten el lugar transformándolo más allá del recuerdo de la imagen postal, haciéndolo propio y a la medida y que siempre ocupará su justo no-lugar en el baúl.
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Cabecera: Biblioteca pública en Villanueva, Colombia. Vía WHATA.