Desde que a Raymond Williams se le ocurrió decir que “cultura” era una de las palabras más difíciles de definir, y la academia anglo-americana se tomó en serio traducir y leer a filósofos franceses, la palabra “cultura” ha pasado a significar muchas cosas, a veces inconexas, a veces contradictorias, y a veces ha sustituido a la “economía” como palabra totalizante.
No es mi intención entrar a debatir todo el giro cultural. Pero leyendo el libro CT o la Cultura de la Transición: Crítica a 35 años de cultura española, me vinieron a la cabeza todos estos debates y, para mí, la mejor definición de cultura que he encontrado, la del geógrafo americano Don Mitchell. Para Mitchell, el palabro “cultura” ha venido a significar tantas cosas, que al final ha perdido cualquier significación, y por tanto, la cultura no existe. Para ser más precisos, Mitchell (2000: 75) llega a la conclusión de que: “lo que necesitamos ahora […] no es otra definición de ‘cultura’, sino un reconocimiento sincero de que mientras la cultura en ella misma no existe, la idea de cultura se ha venido desarrollando y desplegando en el mundo moderno (y postmoderno) como un medio para intentar ordenar, controlar y definir ‘otros’ en nombre del poder y el beneficio económico”.
Esta cita fue lo primero que me vino a la cabeza tras leer los ensayos sobre la cultura de la transición (CT). En estos ensayos se puede observar como la CT ha sido eso, una idea de cultura que ha ordenado, controlado y definido lo que es y lo que no es –y por tanto, quién es aceptado y quién no– en nombre del poder y el beneficio económico. Pero además, con dos pares de características ibéricas a tener en cuenta: (1) ha sido una cultura consensuada, donde el conflicto, la discusión, se han eliminado; (2) una cultura, pues eso, reducida a ideología vertical del Estado, de arriba abajo.
¿Y qué tiene todo esto que ver con la ciudad? Bastante. Por ejemplo, la trama urbana ya nos ha ilustrado sobre la CT y el urbanismo en un par de ocasiones. De cómo aún permanece, tanto de cómo al mismo tiempo vuelve. No es mi intención repetir sus argumentos. Pero sí complementarlos a través de una reflexión rápida del caso paradigmático de CT y urbanismo: el Modelo Barcelona.
El punto de partida es que el “modelo Barcelona” tal y como Maria Dolors García Ramon y Abel Albet (2000: 1332) lo describían, ya está muerto y enterrado (varias veces). De las diez características con que ellos definían el modelo, sólo queda la última:
- El papel básico del espacio público para generar identidad e integración.
- Liderazgo público.
- Cumplimiento de las regulaciones urbanísticas preestablecidas.
- Integración de las intervenciones parciales dentro de un proyecto de ciudad holístico.
- Preocupación por la conexión y la continuidad de las nuevas áreas construidas con los vecindarios preexistentes.
- Renovación y rehabilitación de Ciutat Vella con el intento de evitar la gentrificación y mantener la coherencia social.
- Mejora de las áreas periféricas con diferentes estrategias.
- La inclusión de grandes secciones de la ciudadanía en el proyecto de transformación urbana.
- El papel dinámico de la red de ciudades del área metropolitana en equilibrar el modelo.
- El posicionamiento de Barcelona en el mundo a través de estrategias de marketing urbano.
En definitiva, la Barcelona de Clos o Hereu, o la de Trias, nada tienen que ver con el modelo Barcelona de los ochenta, pero su imaginario continúa articulando los debates sobre el modelo de ciudad deseable. En términos culturales, sigue muy vivo.
Pero como idea de cultura, el Modelo Barcelona cumplía y cumple con todos los requisitos de la CT: un modelo de consenso, vertical, marcando claramente qué estaba incluido y qué quedaba fuera. Eliminando la diferencia. Curiosamente, una de sus mayores características era la co-optación de la crítica y la disidencia. El propio modelo, o sus proponentes, eran a su vez sus críticos, y la crítica era enmarcada en relación a su éxito. Es decir, el modelo no había llegado a cumplir todos sus objetivos.
En este sentido, son bastante ilustrativos dos comentarios de Sergi Pàmies (2008: 31) en su crítica literaria acerca del libro “Odio Barcelona”:
“En este caso, parece claro que el verbo odiar es una reacción a las décadas del t’estimo oficialista (y sus secuelas cardiopáticas), pero, incluso así, existe el riesgo de que la confrontación sea abducida por el sistema.
[…]
En el caso de las iconografías urbanas, vemos que a menudo la contestación resulta atractiva y refuerza el escandaloso espejismo de una tolerancia y diversidad que, en el fondo, es pura coartada mercadotécnica. No descarten, pues, que, en un futuro cercano el odio a la tan querida Barcelona se convierta en material de alguna exposición que consolide las esencias de nuestra previsible política cultural y, como ocurrió en otras ciudades, acabe alimentando la industria del hartazgo”.
Cinco años después, no sé si hemos llegado a este extremo, pero sí está claro que el modelo Barcelona sigue culturalmente existiendo, que cuando se critica, algunas veces es intentando vender que la ciudad inteligente que ahora se nos propone es la evolución de ese modelo; otras veces es para añorar viejos tiempos idealizados, en lugar de criticar reflexivamente lo que aportó y lo que no; o planteando opciones de futuro y de coartada mercadotécnica del modelo en su supervivencia ideológica.
En definitiva, y parafraseando a Martínez en su artículo del 6 de julio en El País –aunque hablando de otros procesos–, el modelo Barcelona es eso, “consiste en convertir la cultura en la ideología del régimen y utilizarla para emitir mensajes verticales, del Gobierno hacia abajo. Una cultura que hace aguas en todo el Estado, menos en Cataluña.”
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Referencias
Garcia Ramon, Maria Dolors and Abelt, Abel. (2000). “Pre-Olympic and Post-Olympic Barcelona, a ‘Model’ for Urban Regeneration Today?” Environment and Planning A, 32: 1331-4.
Martínez, Guillem (2012). CT o la Cultura de la Transición: Crítica a 35 años de cultura española. Barcelona: Random House Mondadori.
Martínez, Guillem (2013). El ‘Concert’ como antiguo régimen. El País, 6 de julio.
Mitchell, Don (2000). Cultural Geography: A Critical Introduction. Oxford: Blackwell.
Pàmies, Sergi (2008). Odio y hartazgo. La Vanguardia, 10 de octubre de 2008, pp. 31.