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Conectando el azul con el gris: relaciones entre el mar y la ciudad

Pep Vivas y Silvia Collado 1 abril, 2014

Las relaciones entre las colectividades humanas y el mar han sido siempre variadas y diversas. A lo largo de la historia, las ciudades han emergido, principalmente, por asentamientos humanos junto al mar, y también al lado de deltas, lagos y cursos fluviales, entre otros. Las ciudades más influyentes del mundo actual se fundaron en relación a algún frente de agua navegable. El agua, recurso humano de primera necesidad para la vida de las personas y para la actividad social y económica, ha sido una de las principales razones para que las urbes se erigieran en dichos lugares. El agua, elemento líquido por naturaleza, ha propiciado el traslado, de unos confines a otros, de materiales, de información y de personas en cada momento histórico. Centrándonos en el mar, esta relación que la humanidad ha establecido con el mismo, se ha tejido a lo largo de los siglos por la evolución y la masificación de la ocupación urbana de los litorales marítimos, así como por las prácticas sociales y económicas que, desde tiempos inmemoriales, ha generado una construcción simbólica y significativa en relación a este medio natural. En definitiva, una parte importante de nuestra cultura y de nuestra historia humana y urbana es indesligable del mar y de los litorales marítimos.

En la explosión urbanística de las ciudades durante las últimas épocas, el mar de cemento y de asfalto se ha extendido a lo largo de los litorales marítimos del mundo. De forma inversamente exponencial a este desarrollo urbanístico, no se han ejecutado buenas políticas locales ni globales para la conservación de elementos naturales o culturales como, por ejemplo, vegetación y paisajes autóctonos, torres, castillos o poblados. Tampoco se ha prestado atención a la protección de áreas de manufacturación (suelos agrícolas, cultivos, zonas pesqueras), las cuales podrían haber actuado como auténticas moratorias de la invasión urbanística de los espacios colindantes al mar, mitigando de esta manera los impactos ambientales y económicos generados como, por ejemplo, el deterioro del paisaje marítimo, el empobrecimiento de la cultura tradicional, etc.

De forma paralela, los frentes marítimos de las urbes fueron ocupados por zonas portuarias e industriales y provocó que, en algunas ciudades, sus habitantes viviesen “de espaldas al mar”. Estas zonas, motores económicos de metrópolis y de países, quedaron desfasadas debido a la modernización y revolución del container o del tránsito global de las mercancías. Por tanto, en muchas ciudades, dichas zonas portuarias e industriales devinieron “obsoletas”, con el consecuente envejecimiento y degradación ambiental, social, económica, arquitectónica y urbana.

La centralidad y la accesibilidad, dos características vitales de las ciudades, ha provocado que, desde que se inició la globalización, las abandonadas zonas portuarias e industriales vuelvan a ser “atractivas” (siempre que se hayan modificado los planes urbanísticos y los usos de estas instalaciones para finalidades turísticas, comerciales e inmobiliarias). Estas grandes y vacías extensiones de terreno urbano, satisfactoriamente dotadas de algunas infraestructuras y con una propiedad del suelo con “ciertos” beneficios fiscales, son unos “caramelos” económicos para las ciudades globales actuales. Es necesario matizar que las razones para transformar cualquier waterfront urbano actual se relacionan con un conjunto de factores como, por ejemplo, instalación de multinacionales, atracción del capital extranjero, alzas en el precio del suelo, expansión del mercado inmobiliario, atracción de turismo con alto poder adquisitivo, creación de nuevas zonas de consumo y  de lugares de trabajo, etc.

La estandarización y la homogenización, características propias de la globalización, en el diseño arquitectónico y en las políticas económicas propuestas para ejecutar estas transformaciones, ha inducido que algunos “pastiches” de ciudad se repitan a lo largo del mundo. En consecuencia, podemos establecer una analogía con ciertas cadenas de cafés, de restaurantes o de parques de entretenimiento (lo que George Ritzer denominó como la mcdonalización de la sociedad). A escalas diferentes, dichas mutaciones urbanas en zonas marítimas se caracterizan por estar desligadas de los lugares físicos donde se localizan, perdiendo de esta manera su localidad histórica, y por construir una nueva experiencia que poco tiene que ver con las actividades humanas y sociales que, en ese lugar, anteriormente se realizaban. En cierta medida, se busca la serenidad de las personas que visitan estos lugares: la tranquilidad de comportamiento relacionado sobretodo con el consumo, observando, en el nuevo paisaje marítimo, el logo de la marca o de la compañía.  Es decir, estas zonas renovadas parecen ser ajenas a su medio natural (el mar) y guardan más relación con la lógica del centro comercial. Son infraestructuras neoliberales diseñadas en muchos casos por arquitectos famosos, repletas de puestos para toda forma de derroche y ocio. Más allá de constituir una violencia que gentrifica a las poblaciones residentes previas, de derribar la arquitectura local histórica y sus elementos simbólicos, se impulsa la realización de actividades de ocio especializadas y estándares de un nivel no popular. Creación de áreas para el tiempo desocupado, ajeno a las prácticas sociales comunes de la working class (que no tiene este tipo de ocio, más propio de ejecutivos, profesionales liberales, hipsters, etc.). El uso colectivo intermitente de estos espacios provoca una variedad de escenas diferentes. Los visitantes o los turistas alteran las formas de practicar estos lugares, en momentos concretos del día, con las prácticas de los habitantes autóctonos: un diálogo que a veces puede generar choques o contradicciones no resueltas entre las poblaciones que están de paso y las fijas.

A pesar de ello, las personas parecen aferrarse al significado simbólico y social de los espacios costeros y, si bien hacen uso de estos ambientes recreativos establecidos (por ejemplo, ir a un Starbucks), lo compaginan con actividades relacionadas con la naturaleza. Basta con acercarse al paseo marítimo de cualquier ciudad en la que se ha ejecutado alguna transformación urbanística marítima, para observar qué prácticas se realizan en relación a los beneficios para la salud física o psicológica de las personas. Así, el mar, y el espacio urbanizado creado en torno a éste en las ciudades, se ha habilitado, en parte, como zonas para la práctica de deportes relacionados o no con el agua. Aunque los intensos procesos de urbanización han ido modificando y estandarizando algunos comportamientos que los ciudadanos realizan en estos lugares urbanos, el mar sigue siendo un elemento natural simbólico cargado de significado e importante para la socialización y la salud de las personas.

Imagen: surf Barcelona by elrentaplats on flickr

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About The Author

Pep Vivas y Silvia Collado

Pep Vivas es psicólogo de la ciudad, doctor en Psicología social y máster en Intervención Psicoambiental. Es profesor agregado de la Universitat Oberta de Catalunya y coeditor de la revista URBS. Reflexiona sobre las (in)movilidades sociales y urbanas, sobre la exclusión y el conflicto en el espacio público y sobre la relación entre las tecnologías y las urbes. Silvia Collado es doctora en Educación Ambiental. Investigadora post-doctoral en la Universidad Autónoma de Barcelona. Interesada principalmente en la relación persona-naturaleza y en las implicaciones que el contacto, directo o visual, con elementos naturales o naturalizados tiene sobre el bienestar y las actitudes pro-ambientales, especialmente de los habitantes de las ciudades.

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