Del dentro al fuera, las ciudades han establecido un juego, en cierto sentido perverso, con la complejidad. La lógica de la redistribución social las ha convertido en escenarios en los que interactúan identidades y sensibilidades sin una centralidad definida. Todo parece que se desarrolla desde una polarización extrema de las individualidades donde, excepto en espacios definidos por la élite como marginales, el contacto físico/humano carece en extremo de trascendencia. Las rutas ciudadanas se convierten en trayectos aislados, bien por el transporte privado (que conduce sin riesgo de roce desde el espacio privado al laboral o al de consumo), o por esos auriculares que incomunican y protegen. Lo social se diluye, se convierte en una mera proximidad corporal mientras las estructuras que mantenían cohesión humana van desapareciendo a la vez que legitiman el poder de la mercancía como valor extremo. Deviene una ciudad que no se comprende como un espacio para el “ser” sino como un espacio para el “estar”.
La tragedia de la ciudad mercado, podríamos decir. Aquellas que se fueron convirtiendo en “territorio de construcción” y, a la par, quizá al calor de la mercantilización general que nuestra sociedad iba incorporando, en “territorio de consumo expandido”. Aunque bien podríamos añadir otro fenómeno, si me permiten, con desastrosa carga: el “territorio marca”. Un magma donde el dogma dominante es el crecimiento neoliberal. Desde que las periferias edificaron contenedores para familias, desde que se poligonizaron los extrarradios, la ciudad ha ido perdiendo su esencia humana. Y quienes en ella habitamos, también, al parecer, hemos sido reducidos a interpretar dos papeles principales: consumidores y figurantes. Lo que la ciudadanía hemos optado por asumir y lo que la política ha optado por acometer e impulsar se reduce a una visión dominada por el capital especulativo del que no se puede salir ni es posible cuestionar.
Por ello es bien necesario verificar y establecer procesos para desmercantilización de las ciudades, y poner por delante los principios comunitarios de sostenibilidad cultural, medioambiental y social, de equidad, autonomía y bien común; establecer procesos que vayan más allá de la tutorización e intervención de las instituciones públicas y las estructuras privativas. Quizá toque recuperarla, abandonar la ciudad como territorio de explotación y convertirla en territorio de relación compartido y comunitarista… ¿El milenio de los comunes? No sé, pero cuando la ciudadanía no ocupa la ciudad, los poderes económicos y políticos se encargan de asaltar cualquier espacio físico, simbólico o de referencia. Recuperar el sentimiento comunitario como catalizador, como canal. El comunitarismo como recurso no excluyente puesto al servicio de la comunidad, de los procesos participativos y regeneradores. La sensibilidad colectiva como producto no comercializable. Superar el concepto de ciudadanía como bien de uso, como stock de la economía capitalista.
Quizá por eso la ciudad deba despertar molesta, incómoda, inoportuna. Como Samsa, Gregorio Samsa [i], que despertó una mañana convertido en un gran insecto, inútil para los fines de su familia. Así parece que debamos despertar, inútiles para los fines del capital y de sus “comisarios políticos”, como definió Saramago a los gobiernos. Como Samsa, volver de ese “sueño intranquilo”, esa paranoia de progreso, ese delirio de grandeza, ese esperpento en el que vivieron unos semidioses alucinados… La ciudad, como un gran samsa contemporáneo.
Y deba despertar, también, en estado impertinente de negación, el estado bartleby. Una ciudad a la que, después de la gran fiebre del progreso, se le abrieron los ojos y se le “enflaquecieron los sueños” como a Pedro Páramo, una ciudad que paralice su energía extractiva y decida que “prefería no hacerlo”. No se sabe qué incomoda más al poder, no se sabe cuál de los dos personajes les hiere más de lleno. Siendo Bartleby, la ciudad ni niega ni acepta, simplemente entra en una parálisis absoluta, pero se queda. Sigue ocupando el espacio.
Todavía podríamos hablar de otro despertar, si cabe, más molesto, el estado heisenberg (Walter White [ii]). Esa antesala del caos generador que se desata tras comprender que lo único que queda es sobrevivir siendo siempre nadie. Quizá porque la ciudad no es tuya y te aparta, te desprecia. Quizá porque no te reflejas en ninguna de las propuestas políticas explícitas. Explosión. Aquí sí hay acción. Y, claro, se garantiza reacción. Cuando despiertas Samsa, eres despreciado. Cuando despiertas Bartleby, vas a ser olvidado. Cuando despiertas Heisenberg, estás perseguido. Así, entre el rechazo (el esperpento samsa), el estupor (la negación bartleby) y la represión (la desobediencia heisenberg), va generándose una nueva ciudad transmutada.
Y aquí es donde aparece la necesidad de contemplar la ciudad como universo conectivo, la generación de nuevos valores: la energía simbiótica como motor de las nuevas dinámicas participativas. La ciudad, a partir del siglo XXI, sólo puede sostenerse sobre los cambios conectivos, sobre los vínculos y las conexiones múltiples. Son necesarios lo que podríamos llamar #espaciosconectoma.
La conectómica (Sebastian Seung [iii]) como referencia metafórica va a servir para acercarnos a un análisis sobre el futuro de las ciudades desde una realidad más centrada en los nuevos municipalismos, la tecnopolítica, los desarrollos del procomún… Veamos, si aceptamos que una red neuronal es de una determinada manera según sea el patrón y la naturaleza de sus conexiones, podemos sostener que una comunidad adquiere una personalidad definida (configurada a través de los intercambios establecidos entre los diferentes agentes, individuos, instituciones…), una inteligencia concreta (generada a partir de la elaboración de la combinación de datos e información), e incluso unas determinadas patologías según sean las conexiones entre sus miembros, sus instituciones, sus espacios públicos y privados…
¿Podríamos decir con Seung que una ciudad es su conectoma? Sí, si aceptamos que “somos las sinapsis que tenemos” (Erik R. Kandel [iv]). Pero, ¿para qué nos sirve todo esto? Para generar espacios de laboratorio y provocatorio, de pensamiento y acción, de comunicación y escucha…; espacios que abren rutas de colaboración más allá del poder, más allá del conocimiento académico.
#espaciosconectoma que dignifican el conocimiento comunitario, la inteligencia colectiva, que permiten la combinación, la generación de nuevas posibilidades. Que abandonan la prepotencia de un conocimiento exclusivista y autoritario. Que se convierten en modelos dinámicos, nómadas, abiertos, sustentados sobre la simbiosis y los territorios de contagio, desjerarquizados y heterárquicos, dispuestos para la creación continua de comunidad. #espaciosconectoma que se generan desde la conectividad múltiple porque el espacio público ya no es solo proximal ni físico, sino que se compone de una amalgama de capas a modo de hojaldre (Carlos García Vázquez [v]) entre las que se intercalan las realidades físicas/analógicas y las digitales/virtuales. Una conectividad que podríamos definir desde tres características:
- Asociacionismo difuso. De la idiosincrasia concurrente como única referencia de relación, hemos pasado a la creación de nuevos espacios de interacción social, política y colectiva. Una realidad que requiere de mecanismos de autoorganización no jerarquizada, cooperación no presencial, inducción metanarrativa, diseño de intangibles, conocimiento abierto, empoderamiento del procomún…
- Energía simbiótica. Esta inevitable relación entre la presencialidad y la distancialidad provoca campos de energía desconocidos, la energía simbiótica no procede de yacimientos fósiles, sino que se genera desde la concurrencia, desde lo renovable. Se crea un territorio abstracto (que se añade a la realidad experimentable) de materialidad ubicua que no requiere de las ataduras físicas, un nuevo escenario en el que no interesa reproducir los modelos conocidos, sino experimentar nuevas posibilidades, un modelo que añade sin sustituir.
- Participación aumentada. Si está claro que la hibridación de los espacios públicos es algo irrefrenable, debemos asumir que las lógicas de estos nuevos escenarios nada tienen que ver con las lógicas amuralladas de los espacios presenciales. Estamos ante un espacio social ampliado hasta extremos que todavía ni siquiera intelectualmente abarcamos.
Un #espaciosconectoma necesita salir, conocer y ser conocido, volverse interactivo. Una especie de hiperespacio que conecta ciudadanía dentro (hiperlocal) y fuera (hiperglobal), que rechaza la simplificación de las murallas (también las intelectuales) para salir del entorno inmediato y mezclarse, vincularse (en el más puro sentido humano). Dos direcciones:
- El Territorio/Término. Ciudadanía hiperlocal. La ciudad es el primer nodo de la globalización. Al contrario de lo que se pretende extender desde diferentes medios, no es que el proceso de globalización haya llegado a las ciudades, sino que las ciudades son en realidad su primer estadio, donde primeramente se generan y viven sus representaciones, donde mejor se pone de manifiesto la complejidad del mundo, y donde antes que en ningún otro sitio se sienten los efectos de una sociedad múltiple y diversa. El contexto geográfico inmediato, la hiperlocalidad, es desde donde se genera el caldo de cultivo preciso para la intervención y la generación de nuevas funcionalidades.
- El Territorio/Mundo. Ciudadanía hiperglobal. El espacio relacional híbrido en el que nos movemos no permite el aislamiento, no acepta la limitación fronteriza, el confinamiento celular. Conocer y darse a conocer para multiplicar los efectos y los aprendizajes. Compartir práctica y experiencia en un escenario colectivo y abierto. Las ciudades son un beta permanente y se construyen con hipervínculos que nos aproximan a realidades de “abajo arriba”.
Y aquí es donde se muestra necesaria esa ciudad “descreída”. Porque los hábitos son nómadas, multicriterio, transferibles, renovables y ajustables. Y porque se trata de construir imaginarios simbólicos, de generar estructuras de pensamiento y crítica, de fomentar la inteligencia conectiva. La interacción y las plataformas múltiples son las que van a alimentar los canales de uso y construcción pública de una ciudad en la que son posibles las narraciones múltiples y los relatos que arriman.
¿La ciudad desnuda? Esa que ya no tiene que engalanarse para embaucar a nadie. Esa que se da por supuesta sin que venga nadie a salvarla. La ciudad sin celebridad, sin aplauso. Que se recrea con la maravilla de lo complejo. ¿Algo así como la ciudad a pesar de la ciudad?
[i] Gregor Samsa es el protagonista de La metamorfosis, la novela de Franz Kafka.
[ii] Walter Hartwell White, Heisenberg, es el protagonista de la serie de televisión Breaking Bad.
[iii] https://neurobase.wordpress.com/2013/10/31/conectomica-una-aproximacion-al-estudio-del-cerebro/
[iv] https://es.wikipedia.org/wiki/Eric_Kandel
[v] Carlos García Vázquez, Ciudad hojaldre. Visiones urbanas del siglo XXI, Barcelona, Gustavo Gili, 2006.
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