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Ciudad de México: Gentrificación y bien(mal)estar

Minerva Ante Lezama 8 septiembre, 2015

La gentrificación es un proceso de transformación espacial que tiene implicaciones y efectos en la interacción social y el bienestar de la gente. En la geografía, la sociología y el urbanismo ha habido un desarrollo importante de los estudios sobre dicho proceso. Por una parte, el debate se ha centrado en la pertinencia, utilidad o aplicabilidad del término a los distintos contextos culturales; aspecto central y no poco polémico de la discusión ha sido la definición del constructo. Por otra parte, se plantean diversos métodos de identificación, medición o evaluación de la misma, estudios de caso realizados en distintas culturas proponen indicadores como el incremento del uso de la bicicleta, la aparición de comercios de productos y servicios especializados, más cafeterías, implementación de ciclovías, presencia importante de artistas, estudiantes o habitantes con perfiles ocupacionales y productivos distintos, etc. Puesto que la gentrificación tiene una relación importante con la segregación socioespacial, se han propuesto indicadores censales como los ingresos económicos, la cantidad de hijos, el nivel educativo, la actividad productiva, el número de habitantes en los hogares, etc. Aunque las perspectivas son diversas, parece haber un consenso en cuanto a la utilidad del constructo pues convoca e invita al análisis multidisciplinar sobre un proceso que representa una de las expresiones del neoliberalismo en las centralidades espaciales de las ciudades, principalmente. Resulta importante hacer una exploración sobre las formas y particularidades de los procesos de gentrificación bajo el efecto de cada cultura. La psicología transcultural pone de manifiesto la importancia de estudiar las especificidades de los fenómenos en cada contexto cultural y contrastarlas con las generalidades o comunalidades en un mundo donde cada vez parece haber más interconexión en las dinámicas económicas, prácticas de consumo y estilos de vida. Mi contexto es la ciudad de México, por lo que haré un somero análisis de algunos aspectos relacionados con la gentrificación en esta ciudad.

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Desde que Ruth Glass acuñó el término gentrificación en 1964, han sido múltiples los esfuerzos por su conceptualización y operacionalización. Existen posturas que visibilizan la carga política del proceso y sus efectos en términos de desplazamiento e inequidad social; por otra parte, se plantean perspectivas que ponen su foco en las transformaciones culturales, ocupacionales, y las cada vez más avasalladoras formas de consumo. En común, los distintos enfoques se centran en dos aspectos básicos: el mejoramiento físico del barrio y la llegada de gente más rica. Actualmente en la ciudad de México, una queja recurrente en barrios de distintos niveles socioeconómicos es la ineficiencia e insuficiencia de los servicios públicos y de la calidad y estado de la infraestructura urbana, el discurso de organizaciones vecinales en colonias de clase media y baja tiene una importante orientación a tal aspecto, la valoración de vecinos en distintos puntos geográficos de la ciudad (a partir de un estudio exploratorio mediante entrevistas realizado por la autora en el año 2013) también hace énfasis en este aspecto y en la inseguridad como consecuencia parcial pero importante del descuido físico y los aspectos ambientales. Una de las delegaciones centrales (división política administrativa de la ciudad de México) emprendió una campaña en diciembre de 2012 en la que difundió una infografía equiparando el proceso de gentrificación a un conjunto de beneficios indiferenciados (http://www.miguelhidalgo.gob.mx/que-es-la-gentrificacion/). Existen otros proyectos urbanos que comparten semejanzas discursivas, por ejemplo, el Corredor Cultural Chapultepec (http://www.ccchapultepec.mx/), que actualmente mantiene a distintos poderes políticos y ciudadanos en tensión. Desde el discurso oficial, estos proyectos se plantean como procesos de rescate y recuperación democratizadores del espacio público y generadores de crecimiento económico y bienestar comunitario. Por lo tanto, parecieran ser congruentes a nivel discursivo con las necesidades expresadas por los habitantes; sin embargo, al verse materializados en forma de una intensa transformación de los espacios comunes y de las zonas habitacionales, y generar cambios físicos y sociales, son percibidos como una transgresión en los barrios. La actividad inmobiliaria irregular en las zonas centrales de la ciudad ha promovido la organización social y ha ocasionado desgaste psicológico en los vecinos. En entrevista, algunos líderes de movimientos informales y grupos que de forma espontánea y autogestora se han organizado reportan ciertos logros en términos del éxito de sus denuncias y gestiones, algunos efectos benéficos como una mayor cohesión social, mayor conocimiento de los vecinos y sentimientos de solidaridad, pero también reportan efectos no benéficos como procesos de conflictos familiares o de salud derivados de un exceso de inversión de energía en tratar de resolver problemas comunitarios, desesperanza aprendida hacia el gobierno y sus distintas instancias, así como frustración y sentimientos de impotencia relacionados con un espacio tan vital como es el lugar donde se vive.

El sentido de comunidad, según Mariane Krause [1], implica que un miembro de un barrio tenga pertenencia al mismo, es decir que se sienta parte del barrio e identificado con la gente de ahí, que tenga comunicación, interdependencia e influencia mutua con los miembros, y una cultura común: que existan significados y valores compartidos. En un estudio se exploró este proceso en habitantes de colonias centrales de la ciudad de México encontrando una clara diferenciación entre los habitantes viejos de los barrios y los que llevan algunos años habitándolos, entre los habitantes de casas y departamentos de más de diez años y habitantes de grandes edificios departamentales de reciente construcción. En términos generales, pareciera haber estilos de vida muy diferentes y formas de interrelación diferenciadas. Parece que la percepción que se tiene de estos cambios no contribuye a la mejora de la percepción de seguridad y bienestar de las comunidades. Por una parte, hay expresiones y comentarios en los entrevistados que dan cuenta de su incertidumbre o desinterés al respecto del perfil socioeconómico de los nuevos vecinos. Sin embargo, en barrios donde se puede afirmar que existe gentrificación en un estado avanzado, el discurso no se centra de forma directa en el perfil de los nuevos habitantes, sino en la incertidumbre de la permanencia debido al acelerado aumento del costo de vida. Al preguntarle a la gente si se irían a vivir a otro barrio, la respuesta más común fue no; evidentemente, en las personas con más arraigo fue mayor que en los jóvenes. La amenaza de desplazamiento podría ser un fuerte indicador de detrimento de la seguridad personal y el bienestar subjetivo. Habrá que continuar explorando de forma sistemática la percepción que tienen los habitantes de la ciudad frente a las transformaciones espaciales y sociales.

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Las ciudades son sistemas complejos, pero siempre incompletos, afirma Saskia Sassen [2]. Si asumimos la ciudad como un proceso, tendremos que estar abiertos a la experiencia de cambio: cambios en el entorno físico, cambios en las relaciones sociales y el modo de ser de los vecinos-habitantes de la ciudad, cambios en la estética de las cosas, los lugares y las personas, cambios en los sistemas de moralidad y política. Sin embargo, el cambio tendría que ser a costa de voluntades colectivas, libertades individuales y procesos de organización y participación social, no a costa del pronunciamiento de la inequidad y bajo el sistema de acumulación de riqueza de un estado neoliberal. Actualmente, organizaciones de vecinos en los barrios de la ciudad de México (Ajusco, Juárez, Santa Úrsula, Roma, etc.) e investigadores de distintas universidades construyen estrategias de análisis e intervención con una quizás insuficiente pero útil retroalimentación. Como sociedades y como personas, independientemente de las etiquetas que nos asignen o nos asignemos, tenemos mucho por hacer para desentrañar las (i)rregularidades de los sistemas complejos e incompletos que son las ciudades.

[1] Mariane Krause Jacob, Hacia una redefinición del concepto de comunidad. Cuatro ejes para un análisis crítico y una propuesta, Revista de Psicología de la Universidad de Chile, volumen 10, número 2, pp. 49-60, 1999.

[2] Saskia Sassen, “¿Tiene voz la ciudad?”, en Xavier Bonal, coord., Ciudad, inclusión social y educación, Barcelona, Asociación Internacional de Ciudades Educadoras, 2014, pp. 37-43.

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About The Author

Minerva Ante Lezama

Habitante de la ciudad de México, nacida muy cerca del ar pacífico en 1986. Actualmente, estudiante del doctorado en psicología social en la UNAM, pintora los domingos (no todos), con antecedentes en psicología, educación, estudios de género, artes visuales y proyectos colectivos de intervención cultural.

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