“El reto global en un mundo cada vez más urbano es asegurar que los pueblos y las ciudades provean de ambientes de vida sanos y seguros, economías productivas y beneficios sociales a los diversos grupos y las generaciones por venir. El éxito depende de un buen gobierno y de la implicación de hombres y mujeres como colaboradores y agentes de cambio al mismo nivel” (Naciones Unidas, 2009)
Los estudios de género son un campo de investigación que se ha extendido más allá de las estrictas fronteras disciplinares para examinar y analizar la situación de las mujeres, históricamente y en el presente, desde perspectivas variadas. Quizá más que en cualquier otro asunto, la ciudad es la palabra de moda y el objetivo de numerosas reuniones, cursos, debates y talleres. Igualmente, la ciudad como telón de fondo de los temas de género es cada vez más utilizada en las escuelas de arquitectura y urbanismo, en la investigación y en la práctica profesional. Claramente, los sesgos de género, el poder, el trabajo, las organizaciones, la gobernanza, la movilidad, etc., todo ello influye sobre el espacio físico y, a su vez, es influido por los espacios que habitamos. En mi opinión, hay dos cuestiones de amplio calado en el pensamiento y la investigación que encuentro especialmente interesantes y relevantes en la actualidad en relación con el género y la ciudad: la relación entre el espacio físico de la ciudad y cómo afecta a las mujeres; y el rol de las mujeres profesionales en el campo de la planificación y gestión urbana, con la necesidad de reconocer e incluir su talento en el diseño y gestión de nuestras ciudades.
El primer asunto se centra en los estudios de la ciudad histórica y contemporánea, y explora cómo la ciudad y sus políticas limitan la libertad y la igualdad de oportunidades para las mujeres. En otras palabras, los planes y políticas urbanas no son neutrales. No son simples instrumentos técnicos para la eficiencia o el desarrollo, sino que tienen repercusiones directas sobre los residentes de la ciudad, afectando a partes de la población en modos diferentes y a manudo inequitativos y discriminatorios.
Se acepta que el mundo se está urbanizado progresivamente. A menudo, la urbanización conlleva mayores estándares de vida en comparación con lo que ofrecen los medios rurales. Sin embargo, la investigación ha mostrado que las mejoras no se consiguen por igual en todos los casos, especialmente, dejando a los sectores más empobrecidos de la sociedad y a las mujeres en una posición de inferioridad. Algunos argumentos atribuyen esta desigualdad a estructuras económicas y de poder que operan dentro de la ciudad, mientras que otros hablan de que las mujeres son “invisibles” cuando se toman decisiones y se realizan políticas cruciales.
‘Inverness’, Marion Mahony Griffin, 1933. Powerhouse Museum collection.
Históricamente, la literatura se ha centrado en la segregación de las mujeres dentro de edificios y ciudades debido a los roles que tenían que cumplir, tales como cuidadoras de primer grado en el hogar o en ciertos trabajos que eran realizados casi exclusivamente por ellas. Los estudios muestran que la segregación involuntaria puede llevar a una pérdida de poder, de participación y de mejora del status, además de otros problemas. En la actualidad, podemos encontrar estudios que hablan de los impedimentos para las mujeres en las ciudades debidos al hecho de que los múltiples roles de las mujeres no se tienen en consideración en los esfuerzos de planificación. Mientras que los hombres marchan tradicionalmente al trabajo por la mañana y regresan a casa por la tarde, las mujeres, en un día cualquiera, están obligadas a combinar a menudo sus responsabilidades familiares (hijos o, incluso, padres dependientes), del hogar, laborales, y con quehaceres de todo tipo. La localización apropiada de los centros de trabajo y de servicios, así como la provisión de medios de transporte flexibles y eficientes son, las más de las veces, completamente deficientes para las necesidades de las mujeres. La carga de tiempo añadida que las mujeres afrontan y la falta de servicios de apoyo cercanos pueden limitar la generación de ingresos entre ellas como un modo de discriminación. Este es sólo un ejemplo de cómo las políticas y la configuración espacial de las ciudades afectan a una parte de la población.
Hoy en día, cualquier política o plan a ser implementado en la ciudad debería contemplar una visión de género para asegurar la igualdad en términos de accesibilidad y disponibilidad. Los urbanistas y gestores de nuestras ciudades deben aceptar que el espacio físico es un reflejo de los valores y normas sociales, y, en consecuencia, los planes deberían ser desarrollados y juzgados desde las perspectivas de los grupos implicados. Esta es una tarea especialmente desafiante, ya que es necesario reconocer y analizar los muchos cambios demográficos que están teniendo lugar en la ciudad, desde asuntos generales tales como la población global, hasta otros más específicos como la reducción de la estructura familiar, los modos cambiantes de realizar nuestros trabajos, los métodos y herramientas que usamos para comunicarnos, entre muchos otros. Estos cambios sociales y demográficos, junto con ideas de igualdad de acceso e igualdad de oportunidades, necesitan ser incorporados en la planificación junto con conceptos de cohesión social, participación y sostenibilidad.
Las mujeres que se dedican profesionalmente a los campos de la planificación y la gestión urbana es, desde mi punto de vista, la otra cuestión de interés. Si pensamos en la mujer en la arquitectura, la impresión en la mayoría de los países de todo el mundo es la misma. Las mujeres son víctimas del síndrome de la “canalización”. Se trata de que, en cada fase a lo largo del desarrollo profesional, las mujeres abandonan el campo, son empujadas afuera o no se les permite regresar después de una ausencia temporal. Las mujeres que se las ingenian para permanecer en el sistema reciben sueldos menores y un menor reconocimiento que los hombres con cualificaciones similares. Aunque no es fácil conseguir estimaciones y estadísticas en el campo de la planificación urbana, sabemos que las estudiantes de arquitectura en los países europeos y en Estados Unidos rondan el cincuenta por ciento del total; sin embargo, esta proporción se reduce hasta un veinticinco por ciento en la práctica profesional, y es incluso menor entre los directores de estudios y las altas posiciones ejecutivas.
Hoy, el libro de 1961, “Muerte y vida de las grandes ciudades americanas”, de Jane Jacobs, todavía está considerado un hito. Con su “revolucionaria” aproximación al urbanismo, Jacobs desafió las teorías tradicionales en favor de una planificación centrada en el usuario y consciente de varias escalas, especialmente en el nivel del vecindario. Profesionales como Marion Mahony-Griffin, Eleanor Roosevelt, Catherine Bauer, Roberta Gratz, Gwendolyn Wright, entre otras, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, han influido y hecho avanzar el campo a través de su trabajo académico, sus libros, su práctica profesional o política. Mirando hacia el futuro de las ciudades, es el momento de reconocer y “dar espacio” a mujeres profesionales con talento, igual que creamos espacios para todos guiados por los principios de diversidad y democracia.
Zaha Hadid, Galaxy Soho en Beijing (superior by Rob Deutscher in flickr; inferior by Hufton and Crow in flickr)
Kazuyo Sejima y Ryūe Nishizawa, Rolex Learning Center en Lausana by Forgemind Archimedia in flickr