Una pequeña amenazada y engañada por un lobo feroz, un oportunista que nos deja sin niños y un chaval ingenioso que no quiere perderse son la mezcla explosiva sobre la que Trazeo asienta su nuevo proyecto: movilidad infantil, herramientas digitales y dinámicas de juego.
La mamá de Caperucita la previene sobre los posibles peligros que encontrará a lo largo de su camino. Finalmente, se confirman sus miedos: el lobo existe y se llama tráfico. Caperucita no volverá a salir sola al bosque, ni a ningún sitio, ni ningún otro niño de la comarca. Por si acaso…
El Flautista se hace fuerte en Hamelin, aprovecha la debilidad de los habitantes del pueblo y logra dejar las calles desiertas de infancia. Hamelin podría ser hoy cualquier ciudad occidental. Invadida por coches en lugar de ratas. Los niños no están, no se ven, han desaparecido. Triste estampa.
No todo está perdido. Pulgarcito tiene ideas propias, marca su camino y es capaz de moverse solo en ambientes inhóspitos. Se revela contra su destino y lo cambia. Se enfrenta al Ogro, se siente seguro… coge las Botas de Siete Leguas y vuelve a casa triunfal.
Estos tres cuentos populares nos sirven de hilo conductor para ilustrar la problemática actual que desde hace unos 30 años existe en torno a la presencia de la infancia en nuestras ciudades. El miedo ha recluido a los niños. Éstos ya no juegan libremente en la calle. No hacen su camino al colegio solos. La supervisión adulta es constante y está impidiendo el normal desarrollo psicosocial de estas generaciones. Pulgarcito nos servirá para ilustrar otra forma de hacer las cosas. Con ingenio y valentía podemos promover los cambios necesarios para que niños y niñas reconquisten los espacios públicos.
La infancia ha ido perdiendo presencia en las ciudades silenciosamente, de forma paralela a las conquistas del vehículo privado. Hemos sido conscientes de esta reclusión infantil y de sus consecuencias, cuando los coches, las carreteras o los aparcamientos eran ya dueños de nuestro entorno urbano, cuando ha mermado tanto el espacio público que nos hemos sentido asfixiados.
No es hasta mediados de los años 90 cuando las ciencias sociales dieron la voz de alarma. El inicio del cambio ha venido de la mano de los trabajos de Francesco Tonucci, y especialmente de su libro La ciudad de los niños, inspirando a centenares de profesionales de disciplinas relacionadas (pedagogos, sociólogos, psicólogos, arquitectos, urbanistas, gestores públicos, educadores, etc.). Nosotros nos quedamos, principalmente, con su discurso sobre la necesidad real y urgente de que los más pequeños retomen su protagonismo en la vida pública. Las consecuencias están siendo directas: ciudades más amables, más humanas, más paseables y disfrutables.
Imposible exponer toda su argumentación y los beneficios socioculturales y medioambientales de esta reconquista, pero no quería dejar de hacer referencia a los cimientos de toda una corriente de cambio que busca una vuelta a la racionalidad. Otra lectura obligada es ¡Hagan sitio, por favor! La reintroducción de la infancia en la ciudad, de Marta Román y Begoña Pernas.
La complejidad del problema expuesto excede las posibilidades de este artículo. No obstante, sí me atrevo a describir con un poco de detalle el contexto en que Trazeo basa su propuesta de innovación social y tecnológica aplicada a la movilidad infantil.
La paulatina apropiación del espacio público por parte del vehículo particular y de las infraestructuras creadas para “recibirlo” es declarado como el origen del problema. El incremento exponencial del tráfico motorizado, cada día más incontrolable, con mayores velocidades y menores aceras, hizo que las familias, a principios de los años 80, alarmadas, comenzaran a tener miedo. Un miedo real. La respuesta no se hizo esperar: Caperucita estaba mucho más segura en casa. Se inicia un periodo de protección parental justificada.
Más tarde, a la sensación palpable de inseguridad vial se han ido sumando otras variables que van a influir, más si cabe, en la decisión de las familias de proteger a la prole de los “peligros de la ciudad”, entre ellas, la influencia de los medios de comunicación. La “supercobertura” a sucesos en los que hay niños implicados, accidentes de todo tipo, secuestros, violaciones, drogas…, y como consecuencia, la inseguridad social percibida, ha generado un miedo social y unas actitudes y conductas de autoprotección sin precedentes: “Estaré contigo a todas horas, te cuidaré permanentemente, te enseñaré todos los peligros que acechan…, no temas”.
Paralelamente, a la vez que la educación y la crianza se han ido tornando en responsabilidades exclusivamente privadas, se van diluyendo las antiguas funciones de corresponsabilidad social en el cuidado de los menores que jugaban comerciantes, mayores, vecinos, jóvenes… Hoy, “los ojos de los demás” son considerados como una amenaza, más que como una ayuda.
Decididamente, este contexto ha desbocado en la búsqueda de refugio y seguridad dentro del hogar. Nos encontramos generaciones carentes de experiencias propias e independientes en su infancia, sin la autonomía personal necesaria para crecer social y psicológicamente, y la pérdida de unos años de aprendizaje y destreza esenciales para su normal desarrollo.
El cambio social más observable respecto a los hábitos actuales de los más pequeños es el modo en que hacen su camino escolar. En los años 70, el 80% de los escolares de entre 7 y 8 años realizaban estos trayectos solos. Hoy, más del 70% de los escolares NUNCA han ido solos al colegio. Y los que lo hacen tienen más de 9 años. Muy descriptivo es también el dato que nos informa de que más de un tercio de los niños y niñas en edad escolar realizan el camino a la escuela en coche con sus padres. (Franciso Alonso, Cristina Esteban, Constanza Calatayud y Beatriz Alamar, 2009).
Si nos centramos exclusivamente en los hábitos de movilidad, de nuevo nos encontramos con graves carencias en hábitos saludables, en la práctica diaria de ejercicio físico o en el desarrollo de habilidades de orientación. Los niños, no ya no juegan en la calle solos o no caminan solos, sino que muchos no caminan. Las estadísticas nos muestran que uno de cada tres niños españoles padece exceso de peso u obesidad. Este motivo podría ser suficiente para movilizar a todo un ejército de niños y niñas para que volvieran a hacer sus caminos escolares a pie.
Es aquí y ahora cuando Pulgarcito, con su papel estelar, se hace dueño de esta historia. Sí, ése que dejaba las migajas de pan y que finalmente se calzó las Botas de Siete Leguas consiguiendo su libertad, la de sus hermanos y mil logros más. Desde TRAZEO, mostraremos a sus papás las migajas, pero no les invitaremos a seguirlas. Es más, invitaremos a toda la comarca a acompañarle. En ello estamos centrados.
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Colabora en este artículo Pedro Pérez Martín http://about.me/pedroperezmartin
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