Este enigmático escultor carece hasta el momento de todo dato biográfico, teniendo como única referencia válida el arco cronológico de su producción conocida (1673-1707) de la que además se pueden extraer algunas claves aclaratorias sobre su personalidad. Es en Cádiz donde se conserva casi la totalidad de su obra, participando en dos grandes proyectos trascendentes para la implantación del barroco italiano en la ciudad. En 1673 firmaba el milanés Andrea Andreoli “maestro en arquitectura de mármoles” el contrato de la desaparecida portada de la Catedral Vieja por un coste de 5000 pesos y en la que Stefano Frugoni cinceló todas las imágenes. La portada de columnas salomónicas presentaba en el cuerpo bajo de los intercolumnios a san Pedro y san Pablo, mientras que sobre la puerta de entrada se colocaba en una hornacina al apóstol Santiago, flanqueado por los mártires locales san Servando y san Germán. El conjunto se remataba por la efigie de Cristo Salvator Mundi recortado por el cielo; dándole sentido a todo el programa iconográfico que tenía por significación el camino a la salvación a través de las puertas de la Iglesia. Ésta se representaba por medio de sus dos pilares fundamentales, San Pedro y San Pablo; los patronos locales que daban prestigio al obispado, Santos Servando y Germán; y el patrón de España Santiago, vestido de peregrino. En 1682 se procedió al montaje de toda esta obra marmórea, siendo desmantelada en 1838 para embellecer a la Catedral Nueva donde hoy día se encuentran repartidas sus esculturas en el exterior e interior de su recinto.

Mejor suerte tuvo el retablo mayor del Convento de Santo Domingo, temprana consecuencia de la anterior obra salomónica. Contratado en 1683 por el mismo maestro Andreoli con el almirante de la flota de Indias D. Francisco Navarro, devoto de la Virgen del Rosario de dicho convento, por un total de 9200 pesos y que fue instalado en 1691. Salvo la efigie de santo Domingo de Guzmán, obra de Jacopo Antonio Ponzanelli, el resto de esculturas corresponden de nuevo a Stefano Frugoni. El retablo se rige por columnas salomónicas, localizándose en la base de éstas al citado santo dominico y a san Francisco de Asís; elección que no es baladí, puesto que remite a la leyenda originaria de las dos órdenes que fundaron y la frase del aquiescente Papa Inocencio III, quien tras ver en sueños como dos frailes de distinta vestimenta sostenían a duras penas las columnas de la basílica romana de san Juan de Letrán, vaticinó: “Las órdenes de estos dos grandes hombres serán como columnas que salvarán a la Iglesia de su destrucción”. En los extremos del cuerpo superior, dos santos dominicos completan el acercamiento a Cristo representado por el altorrelieve del Calvario del remate: a través del conocimiento según el teólogo santo Tomás de Aquino y por medio de la experiencia según la mística santa Catalina de Siena.

La labor de Frugoni en ambos proyectos revela a través de su firma en diversas peanas (STEPHANUS FRUGONUS CARRARIENSIS FECIT) el lugar de nacimiento en Carrara; una ciudad con importante escuela de canteros y otros actores del mármol que en las hipotéticas fechas de la formación de Frugoni (entre 1655-1670) no contaba con grandes maestros aventajados en el lenguaje barroco. A mediados del siglo XVII se estrechan las relaciones entre Roma y Carrara mediante el cardenal genovés Alderano Cybo (1613-1700) quien estaba situado en la alta esfera del Vaticano, momento en el que acuden numerosos artífices de Massa-Carrara y Génova bajo su amparo; acaparando la práctica totalidad de empresas papales regidas por Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) y Alessandro Algardi (1598-1654) en unos años de efervescente actividad. Uno de los escultores que arribaron desde Carrara fue Domenico Guidi (1625-1701), quien entró en el taller de Algardi en 1648 y que posteriormente ya como maestro consagrado, contó con un discípulo significativo para vincular la formación de Stefano Frugoni en Roma, Valerio Frugoni. Valerio estuvo activo en el taller de Guidi entre 1677-1685 y es el autor de la santa Teresa de Ávila (1703) que forma parte de la serie hagiográfica de la columnata de la Piazza di San Pietro del Vaticano. Quizás ambos escultores Frugoni tuvieran una relación familiar con una saga de tratantes del mármol de suficiente calado en Roma, destacando a Filippo Frugoni mercader de confianza de Borromini, Bernini, Algardi o el citado Guidi y relevante abastecedor de la fábrica de San Pedro; o a Giovanni Battista Frugone, quien también tuvo tratos con Guidi y adquirió los derechos de explotación sobre la cantera de Cottanello, monopolizando el comercio del jaspe rosáceo que de allí se extraía.

Por otro lado las soluciones técnicas usadas por Stefano Frugoni reflejan un pleno conocimiento de las fórmulas berninianas: el uso de la gradina para emular la superficie de tejidos, la labra con el puntero en surcos y abanicos para resaltar los pliegues, el trépano entre los bucles del cabello, o el pulido para insinuar la estructura ósea bajo la piel. No sólo el instrumental, tan conocido por el gremio de canteros de Carrara, traslada la educación artística de Stefano Frugoni a Roma, también sus composiciones encuentran modelos pretéritos en la Ciudad Eterna, llenos de espiritualidad y verismo. Sin hablar del dinámico Calvario que como escena prefiere desarrollar en altorrelieve  -al uso de Algardi o Guidi- quizás sea el san Pablo (1649) de Pietro Paolo Naldini (1619-1691) un claro precedente iconográfico al homólogo santo de Frugoni. También en la citada columnata de San Pedro se halla la santa Catalina de Siena (c. 1666) esculpida por Lazzaro Morelli (1619-1690) aunque bajo diseño de Bernini, que Frugoni retoma y depura en su versión para el convento dominico gaditano. Ambos colaboradores de Bernini cincelaron tres de los ángeles pasionistas del Ponte Sant’Angelo (h. 1670) ideados por el genio napolitano, cuyos bloques de mármoles fueron servidos por el aludido Filippo Frugoni. Habría que situar por tanto la plausible instrucción de Stefano Frugoni y su retentiva visual en Roma, dentro de la extensa nómina de artífices anónimos inmersos en los grandes proyectos pontificios, ya que ni en Carrara ni en Génova estaban familiarizados con la praxis romana en fechas tan tempranas. Su obra gaditana, por la envergadura y calidad de ambos proyectos, constata a un artista maduro e independiente. Por último, cabría incorporar otro argumento sobre su reputación al incorporar al catálogo de Stefano Frugoni la alegoría de La primavera. Este firmado busto femenino -salido recientemente al mercado- por su temática profana aproxima al escultor a una clientela culta y coleccionista, conocedora de la reputación de este eclipsado creador de exquisita técnica y con cierta raigambre clasicista en las expresiones faciales.

El único documento rubricado por el artista es el acuerdo para labrar el altar mayor de la chiesa della Natività di Maria Santissima de Bogliasco junto al marmolista Giovan Battista Stella, con firma del 23 de Octubre de 1707, siendo éste el extremo vital hasta hoy día conocido. Se trata de un singular concierto puesto que no era habitual la presencia del nombre del escultor en estos contratos, como previamente atestiguan los documentos gaditanos firmados por Andrea Andreoli. Hoy día este altar se conserva en la chiesa di Santa Chiara de la misma localidad ligur, a donde fue trasladado en 1782. La obra del ignorado carrarés Stefano Frugoni presume de ser el punto de inflexión que decantó del lado italiano el embellecimiento barroco de la ciudad de Cádiz, reduciéndose primero los encargos a otros artistas locales debido a las frecuentes importaciones, para después establecerse definitivamente una escuela de escultores genoveses que convirtieron a este puerto en una bella localidad de gusto italiano.

Autor: Ricardo García Jurado

Bibliografía

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GARCÍA JURADO, Ricardo, “Stefano Frugoni, escultor del mármol de Carrara”, en RODRÍGUEZ MIRANDA, María del Amor et al. (coord.), El Barroco: Universo de Experiencias, Córdoba, Asociación Hurtado Izquierdo, 2017, pp. 407-425.