El sevillano Pedro Duque Cornejo es uno de los protagonistas indiscutibles de la historia de la escultura y del retablo barroco en España. Nacido en 1678, en el seno de una acreditada familia de artistas, su dilatada existencia se desarrolló en el triángulo formado por las ciudades de Sevilla, Granada y Córdoba, lugar éste donde encontró la muerte en 1757, con cerca de ochenta años. Fue Cornejo un artista prolífico y versátil: brillante escultor que trabajó la madera y la piedra, excelente diseñador de arquitecturas lignarias, mediano pintor y grabador, y un gran decorador que se destacó por su singular sentido de la integración de las artes. El estilo dinámico y exuberante de sus esculturas, la originalidad de sus propuestas ornamentales y su extraordinaria inventiva le valieron la estimación de sus contemporáneos y un reconocimiento regio como estatuario de cámara de Isabel de Farnesio. Gozó además del patrocinio de importantes prelados, cabildos catedralicios, nobles y poderosas órdenes religiosas como cartujos y jesuitas.

Su formación discurrió junto a su abuelo, el célebre Pedro Roldán, en cuyo taller de escultura también debían estar integrados sus padres, el escultor José Felipe Duque Cornejo y la pintora Francisca Roldán. Es probable que ésta también lo adiestrara en el arte de la pintura, pues sabemos que ya en su juventud el joven Duque llegó a pintar un retrato al óleo de su abuelo, que un siglo más tarde aparece en posesión del II conde del Águila. Su primer encargo escultórico conocido data de 1699, cuando concierta el apartado figurativo del retablo de la capilla de la Virgen de la Soledad, para la iglesia de Santa María de la Mota de Marchena (Sevilla), concluido junto a su padre en 1704. Por aquellos años el nieto de Roldán también colaboró con diversas imprentas hispalenses como ilustrador de aguafuertes, que acostumbraba a firmar y fechar.

Tras estos trabajos de juventud, su primera gran obra pública no llegaría hasta 1706, cuando el arquitecto Jerónimo Balbás le confió las esculturas del nuevo retablo mayor del Sagrario de la catedral de Sevilla: una veintena de santos, alegorías y ángeles, que desaparecieron casi en su totalidad con el desmonte de esta colosal estructura en el siglo XIX. En paralelo, Balbás y Duque Cornejo debieron de asociarse para realizar el pequeño retablo y camarín de la capilla sacramental de la parroquia de San Isidoro de Sevilla (1706-1708), que se les atribuye con fundamento. Ambos volverían a colaborar en 1711 en el retablo mayor de la iglesia del oratorio hispalense de San Felipe Neri, cuyas esculturas se hallan hoy dispersas por distintos templos de la ciudad.

Esta dinámica asociativa –en la que Duque Cornejo siempre se ocupaba del apartado figurativo de los retablos–, le llevó a trabajar con otros ensambladores locales como Miguel Franco o Pedro Ruiz Paniagua, y le animaría a iniciarse por su propia cuenta como arquitecto de retablos. Así, ya en 1711 contrató un retablo menor para la parroquia de San Lorenzo de Sevilla, finalmente no ejecutado. En el plano personal, esta primera etapa hispalense estuvo marcada por la muerte de sus progenitores y por su matrimonio, en 1709, con Isabel de Arteaga, con la que tendría diez hijos.

Hacia 1713 se abre un nuevo capítulo en la vida de Duque Cornejo con el establecimiento de un nuevo taller de escultura en Granada, cuya dirección simultaneó con el obrador hispalense, lo que propició sus frecuentes viajes entre ambas ciudades. Este ir y venir cesó en el verano de 1716, pues a punto de ser encarcelado por el impago de una deuda, el artista abandonó precipitadamente Sevilla junto a su familia, decidiendo establecerse en Granada durante los tres años siguientes. Durante este sexenio granadino, Cornejo colaboró activamente con el arquitecto Francisco Hurtado Izquierdo en dos importantes proyectos: las esculturas de los púlpitos marmóreos de la catedral, y el fastuoso ciclo escultórico del Sagrario de la cartuja, donde su célebre Magdalena penitente y sus alegorías rivalizan en calidad con las esculturas de José de Mora y las pinturas de Antonio Palomino. Paralelamente el artista se procuró otros encargos en la ciudad, como el monumental Apostolado de la parroquia de las Angustias o el retablo de Nuestra Señora de la Antigua de la catedral, financiado por el arzobispo Martín de Ascargorta. En él hizo gala de un lenguaje escenográfico y decorativo de matriz balbasiana, basado en el empleo del estípite, la hoja de cardo, los pabellones de tela encolada, atrevidos juegos de contraluz y perspectivas fingidas.

De vuelta en Sevilla, Duque Cornejo alcanzó la madurez de su estilo en la década de 1720 y se erigió en el principal escultor y arquitecto de retablos de Andalucía. En este sentido, le resultó enormemente favorable la marcha de Jerónimo Balbás a Nueva España y el ascenso a la mitra hispalense del arzobispo Luis de Salcedo, quien promovió importantes obras de modernización en la catedral. La primera de ellas fue la construcción de unos nuevos órganos, cuyas cajas y tribunas fueron ensambladas por Luis de Vílchez y decoradas con esculturas de Duque Cornejo entre 1724 y 1731. Mientras duró la construcción de este magno conjunto, el artista realizó algunas de sus más bellas esculturas, como el San José y el San Antonio de la capilla del Real Colegio de Mareantes de San Telmo o la pareja de Santas Justa y Rufina de la catedral de Sevilla. También entonces se desplazó junto a varios escultores hasta la cartuja del Paular, en Rascafría (Madrid), para dirigir la ejecución del centenar de esculturas que pueblan el Sagrario y Transparente que había proyectado Hurtado Izquierdo. Su talento para gestionar talleres quedó igualmente acreditado en la dirección del programa pétreo de la portada principal del colegio de San Telmo, realizado ya a comienzos del decenio de 1730. En paralelo, dirigía el ornato de las bóvedas de la capilla sacramental de la parroquia de Santa Catalina, trazando sus yeserías y pintando sus óvalos.

En esta segunda etapa sevillana Duque Cornejo se convirtió en el artista de confianza de la Compañía de Jesús, a juzgar por la cantidad de retablos y esculturas que realizó para los colegios de Las Becas y San Hermenegildo, la Casa Profesa y el noviciado de San Luis de los Franceses, en Sevilla, así como para otros colegios de la provincia Bética como los de Carmona, Córdoba, Cádiz, Andújar y Las Palmas. De este ramillete de encargos merecen espigarse las obras realizadas para el noviciado hispalense de San Luis, que se encontraba muy próximo a su taller de la calle Beatos. Para esta casa de probación el nieto de Roldán realizó el original retablo de su capilla doméstica y el extraordinario conjunto de siete retablos y esculturas de la iglesia, configurando uno de los espacios más deslumbrantes del barroco sevillano.

El efímero establecimiento de la corte en Sevilla, durante el llamado “Lustro Real” (1729-1733), permitió a Duque Cornejo introducirse con los círculos cortesanos y alcanzar el anhelado nombramiento de estatuario de cámara de la reina, de carácter más honorífico que efectivo, por lo que no se vio obligado a acompañar a los reyes en su regreso a Madrid en 1733. De hecho, en aquel momento su taller se encontraba a pleno rendimiento y eran muchos los compromisos que lo ataban a Sevilla. Así, el arzobispo Salcedo le había encomendado la traza del retablo mayor de la parroquia de Umbrete (Sevilla) –llevada a la práctica por Felipe Fernández del Castillo con esculturas del taller de Duque– y el cabildo de la catedral enseguida le encargaría las esculturas de la capilla de San Leandro. Un año más tarde, el prelado volvería a recurrir a Duque para confiarle la remodelación de la capilla de la Virgen de la Antigua, también en el recinto catedralicio, con la misión de ampliar el primitivo retablo de jaspes y esculpir un sepulcro parietal a semejanza del realizado por Domenico Fancelli para el arzobispo Diego Hurtado de Mendoza, conjunto que terminó en 1738.

En el decenio de 1740 el artista atravesó una crisis personal que afectó a la calidad de su obra y que le llevó a realizar frecuentes retiros en la cartuja de las Cuevas de Sevilla. Allí trabó una gran amistad con el prior y algunos monjes, lo que propiciaría el encargo a su taller de algunos retablos, esculturas y pinturas (obras en su mayor parte perdidas), y le brindó la oportunidad de colaborar con el padre José Martín Rincón en la confección del Protocolo del monasterio, ocupándose de dibujar sus ilustraciones.

La vida de Duque Cornejo dio un giro inesperado en 1747, pues tras ganar el concurso de la sillería de coro de la catedral de Córdoba, tuvo que mudarse a esta ciudad. El conjunto consta de un centenar de sillas de imaginativo diseño, realizadas en madera de caoba y distribuidas en dos niveles. Los respaldos de la sillería alta se decoran con relieves de la vida de Cristo y de la Virgen, y otros más pequeños del Antiguo Testamento; los de la sillería baja, en cambio, muestran un martirologio cordobés. En el centro aparece el colosal trono del obispo, coronado por el apoteósico grupo de la Ascensión de Cristo. A pesar de la envergadura de la empresa, Duque volvió a demostrar sus dotes para dirigir un amplio equipo de escultores y entalladores sin que por ello se adviertan grandes desigualdades estilísticas o cualitativas.

De hecho, durante esta postrera etapa el artista fue capaz de afrontar otros muchos trabajos para Córdoba y alrededores. Así, por encargo del obispo Miguel Vicente Cebrián realizó el retablo mayor y los dos colaterales de la capilla del palacio episcopal, y dio la traza para el retablo de la parroquia de San Andrés, suministrando también sus esculturas. En 1754 llegó incluso a realizar una breve visita a Jaén por invitación del obispo fray Benito Marín, quien deseaba que el artista realizara un retablo para su capilla de enterramiento de la catedral (la de San Benito) y un conjunto de tabernáculo y retablos para la cabecera de la parroquia de San Ildefonso. Sin embargo, por su avanzada edad el maestro solo alcanzaría a ejecutar el tabernáculo en su taller cordobés, proporcionando las trazas para el resto de altares. Su óbito se produjo en Córdoba en septiembre de 1757, apenas unas semanas antes de la inauguración de la sillería. A pesar de esta fatal circunstancia, el cabildo honró su memoria disponiendo su entierro en la catedral, donde reposan sus restos bajo una lujosa lápida. En ella se grabó su escudo de armas en reconocimiento de su hidalguía y se inmortalizó para siempre su condición de “célebre profesor de la arquitectura, pintura y escultura”.

Autor: Manuel García Luque

Bibliografía

GARCÍA LUQUE, Manuel. “Duque Cornejo, el último barroco”. Ars Magazine: revista de arte y coleccionismo, 28 (2015), pp. 110-121.

GARCÍA LUQUE, Manuel. Pedro Duque Cornejo: estudio de su vida y obra (1678-1757). Tesis doctoral inédita, Universidad de Granada, 2017-2018.

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