Desde mediados del siglo XVII fueron numerosos los hombres que, dedicados al comercio, lograron acumular grandes capitales que les permitieron mejorar su consideración social. Algunos de ellos lograron alcanzar un hábito de las Órdenes Militares castellanas o incluso un título nobiliario de conde o marqués, distinciones que en otros tiempos les habían estado vedadas a individuos de similar origen y ocupación. Así lo demuestra, por ejemplo, el rechazo que manifestaron instituciones como el Consejo de Estado, la Cámara de Castilla o distintas juntas de ministros, que se opusieron radicalmente a las medidas que en 1625 planteaba el Conde Duque de Olivares, quien proponía la concesión de honores a quienes hubieran servido al rey en los diferentes espacios de servicio existentes para ello, incluida la actividad comercial. Su planteamiento implicaba, además, que los servicios militares o mercantiles pudieran eliminar cualquier «mancha de raza», dando así acceso directo a los títulos de nobleza a todo aquel que lo mereciera. Esta circunstancia fue interpretada como una amenaza al sistema, teniendo en cuenta las serias consecuencias que podrían seguirse de otorgar cartas de nobleza y limpieza de sangre a quienes no la poseyeran.

Décadas más tarde, iniciado ya el siglo de las luces, el ennoblecimiento de las elites económicas dedicadas al comercio y a otras actividades igualmente lucrativas era algo ya común, pues eran numerosas las familias que habían accedido a mercedes nobiliarias en virtud, fundamentalmente, de sus importantes fortunas y de los servicios financieros prestados a la Corona, quien vio en estos grupos de poder un sólido apoyo tanto político como económico.

En lo que respecta a los hábitos de las Órdenes Militares castellanas cabe destacar que estos honores actuaron como un importante resorte social para individuos con unos orígenes humildes que habían tenido una destacada trayectoria profesional en el mundo mercantil, a pesar de que estaba considerada una actividad «indigna» para quienes pretendían lucir sus insignias. Un hábito, para aquellos pretendientes que habían experimentado una significativa promoción conseguida a través del comercio, era una importante vía para mostrar externamente su nuevo rango social, ocupar posiciones de nobleza e incluso confundirse con ella.

A partir del reinado de Felipe IV, los comerciantes se beneficiaron de una serie de facilidades para ingresar en las Órdenes Militares castellanas, medidas que buscaban una mayor tolerancia en las exigencias de calidad dirigidas hacia quienes servían, apoyaban o podían servir a la monarquía en futuras empresas. Pero la concesión más destacada, por lo que hace a los comerciantes en particular, vino con el breve otorgado en 1623 por el Papa Gregorio XV, a instancias de Olivares, para que se les permitiera a los comerciantes ad grossum ingresar en las Órdenes castellanas, de modo que, merced a esa bula los comerciantes que llevasen a cabo operaciones al por mayor podrían ingresar en ellas. En la práctica, tanto comerciando al por mayor como al por menor, quienes pretendían lograr hábitos de las Órdenes Militares castellanas no hallaron grandes dificultades para formar parte de las nóminas de caballeros de las distintas Órdenes castellanas. Pero no sólo tuvieron la posibilidad de acceder puntualmente a estos honores. Tanto la propia monarquía como algunos de sus órganos de gobierno consideraban que las mercedes de hábito debían utilizarse también para estimular el comercio y sus instituciones. Así, algunos de los más destacados comerciantes que ya ostentaban algún hábito de las Órdenes castellanas recibieron más mercedes, lo que posibilitaría “comerciar” con un nuevo “género” poniendo a la venta, a través de operaciones encubiertas, algunas de estas distinciones.

En cuanto a la concesión de títulos nobiliarios para los miembros de las elites económicas, es una práctica que ya se observa desde mediados del siglo XVII, y que a lo largo de la primera mitad del XVIII continuó siendo habitual. En lo que respecta a los comerciantes que aquí nos ocupan, desarrollaron sus carreras en dos contextos geográficos bien distintos: la Península y el Nuevo Mundo, aunque bien es cierto que estuvieron asentados en su mayoría en América, siendo menos los residentes en Cádiz y Sevilla, principales centros mercantiles.

Por lo que respecta a los comerciantes peninsulares, en buena parte diversificaron sus actividades económicas y se lanzaron a ocupar puestos en los cabildos municipales que les reportaran poder y prestigio social. En otras ocasiones, merced a la fortuna amasada en virtud del comercio con América, estos hombres llegaron incluso a prestar servicios económicos a la Corona como financieros, o a ejercer como asentistas, lo que les procuró no sólo la obtención de un título nobiliario, sino también el acceso a diversos cargos que mejoraron su consideración social y les abrieron nuevos espacios de poder donde desarrollar sus intereses.

Por su parte, algunos oligarcas locales de ciudades como Sevilla o Málaga, también comerciaron con América, o bien, se dedicaron a comerciar a nivel local o regional con lo que producían sus propiedades rurales, logrando así acumular importantes capitales que invirtieron de forma posterior en el préstamo a particulares o en la adquisición de tierras y ganados que les procuraron asimismo más ganancias.

En cuanto al conjunto de comerciantes titulados asentado en América, se contextualiza en mayor medida en el virreinato peruano y se caracteriza por seguir trayectorias muy similares entre sí, basadas en la diversificación de actividades económicas, pues junto al comercio, desempeñaron otras ocupaciones igualmente lucrativas como fue la explotación de minas y de grandes extensiones de tierra, la cría de ganado, o el préstamo. Sus ganancias las invirtieron de forma posterior en la obtención de puestos de la milicia, en la compra de regidurías y corregimientos en las principales ciudades americanas, o incluso en conseguir cargos de gobierno político-militar, empleos todos ellos que les confirieron poder y prestigio social a nivel local, municipal y regional. Algunos de estos puestos les fueron otorgados como recompensa por los servicios desempeñados en los territorios americanos.

Es preciso señalar que buena parte de los comerciantes titulados procedían de familias consideradas nobles. No obstante, a aquellos que no gozaban de este reconocimiento no les fue excesivamente complicado conseguirlo, ya que muchas veces se alcanzaba simplemente falsificando genealogías, alterando probanzas de nobleza, o aparentando un modo de vida semejante al que llevaban las clases altas de la sociedad. El siguiente paso fue titular como condes o marqueses, honores que consiguieron en compensación a sus méritos y servicios o, en mayor medida, tras desembolsar una cuantía de dinero a cambio del título. Los recién titulados, lejos de abandonar sus ocupaciones, continuaron dedicándose a las actividades económicas que tanto les habían beneficiado, y recibieron además nuevos honores y puestos que sirvieron para consolidar aún más su posición social.

Autores: Marcos Giménez Carrillo y María del Mar Felices de la Fuente

Bibliografía

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