La comunidad armenia constituyó, a lo largo de la Edad Moderna, la nación oriental de mayor relevancia social y económica en los reinos andaluces. Frente a los prácticamente desconocidos griegos, los armenios han sido objeto de estudio de historiadores que han mostrado la complejidad de la identificación étnico o nacional de tal minoría. Dentro de su genérica descripción solía englobarse a los diferentes sujetos que, bajo credo cristiano, recalaron desde el Levante otomano.

Los primeros contactos entre los armenios y Andalucía se produjeron en torno a la transición hacia el siglo XVII. Además de un mercader proveniente de la Goa portuguesa, Jorge da Cruz, una pequeña serie de religiosos perseguidos por la Sublime Puerta en antiguas posesiones venecianas, como Chipre, terminaron su periplo vital en Sevilla. Entre ellos se encontrarían Nicolás Triarchi, fundador del monasterio basilio de la urbe hispalense, o el obispo Jorge Adeodato. Bajo la cobertura de su status eclesiástico, otros correligionarios alcanzaron la España de los Austrias con el objetivo de recabar limosnas, tanto en los reinos peninsulares como en las Indias. Mientras varios prelados orientales, tanto armenios como griegos, se encaminaron hacia América sin contar con la preceptiva licencia del Consejo de Indias, varios dominicos consiguieron legalizar tanto su estancia como los frutos obtenidos de la misma.

Conforme avanzara el siglo XVII, el número de armenios alcanzó cotas hasta antes nunca vistas entre las ciudades de Cádiz y Sevilla, llegando incluso a avecindarse en los puertos mediterráneos españoles, sobre todo, en la Corona de Aragón, de donde serían expelidos en 1654. A caballo entre las Indias castellanas y las plazas atlánticas andaluzas transitaron clérigos y mercaderes levantinos sin grandes problemas. Especial privilegio obtuvo la Orden de Santo Domingo, en su vertiente armenia, para remitir a lo largo de las siguientes décadas sujetos para financiar su mantenimiento ante las presiones otomanas. Sus canales de financiación, aparte de las dádivas de particulares, también alcanzaron instituciones de la Monarquía, como la tesorería del Consejo de Indias, donde se librarían diversas cantidades para dominicos “de la Armenia Mayor”. Otros connacionales decidieron avecindarse en ciudades españolas del interior, desde Zaragoza hasta Madrid, aunque sería en Sevilla y Cádiz -en la que, numéricamente, había más naturales suyos que venecianos y hamburgueses- donde sus miembros alcanzaron mayores cotas de representatividad social. A modo de ejemplo, en el puerto gaditano los armenios de mayor poder adquisitivo se hallaban vinculados desde la década de 1660 a la hermandad de Jesús Nazareno, sita en el convento concepcionista de Santa María, al que ayudaron a decorar con retablos dorados y azulejería holandesa.

Según un coetáneo, en Andalucía “[los armenios] venden y despachan las más grandes cantidades de mercancías” como “seda, lana, textiles, cintas de oro y plata, instrumentos de hierro, especias, medicinas, ropas”, sustrato comercial que permitiría acceder a mayores cuotas de negocio a alguno de sus miembros. El mayor exponente de los mercaderes armenios del siglo XVII andaluz fue Jorge Bautista Carrafa. Pese a que fue considerado parte consustancial de la nación mercantil portuguesa, Carrafa era de origen armenio, posiblemente, proveniente de las posesiones venecianas en el Adriático y el Mediterráneo Central. En 1659 ya era administrador del estanco real de Sevilla y su reino. Cuatro años después se hizo con el arriendo de la renta del estanco general del tabaco de la Corona de Castilla. El asiento firmado con la Real Hacienda dejaba en manos de este poderoso comerciante, por diez años contabilizados desde 1 de abril de 1663, una renta fundamental en la tributación castellana. El pliego que superó las expectativas de los precedentes titulares de la renta, la casa del criptojudío Diogo Gomes de Salaçar, ponía en manos de Felipe IV 270.000 escudos de a diez reales de vellón, parte en contado, parte en mesadas. Este pingüe negocio no solamente benefició al monarca, sino también a la fortuna del armenio. El monopolio del tabaco, cuyo consumo fue en continuo ascenso durante todo el siglo, le situaría en la cúspide de una intrincada red mercantil a lo largo y ancho de los reinos de Castilla y, sobre todo, supeditaba a su figura una extensa elite de administradores tabaqueros de origen portugués. Asimismo, Carrafa consiguió del Consejo de Hacienda que el tabaco decomisado por contrabando le fuese vendido privativamente a precio acordado y ventajoso, aumentándole las oportunidades de éxito financiero. Jorge Bautista Carrafa falleció hacia 1671, años antes de culminar su arriendo, que tendrían que continuar sus herederos hasta que terminó revirtiendo a la competencia lusa.

Poco a poco, las voces contra el amparo de la nación armenia en la Corona de Castilla se multiplicaron. En 1680, mientras los dominicos Benito Parón y Esteban Lirán, conseguían el permiso para dirigirse a Tierra Firme, se tramitaba en el Consejo de Castilla una solicitud de inmediata expulsión de los cismáticos levantinos, acusados de configurar una red de espionaje al servicio del sultán otomano. Será cuatro años más tarde, por una cédula real de 26 de febrero de 1684, cuando tomase cuerpo la legislación contra los armenios, decretándose su salida en un plazo de seis meses. En 1688, amparándose en una prohibición pontificia, el Consejo de Indias obtuvo del rey Carlos II un mandato para bloquear de inmediato el paso de griegos y armenios para los reinos americanos, básicamente, contra los receptores de limosnas.

El escaso éxito de las medidas punitivas de la década de 1680, que todavía alcanzarían una fecha tan tardía como 1757, advierte de la tardía pujanza de la nación armenia y los canales de anclaje en la tierra de acogida. La nueva centuria supondría el progresivo ocaso de su comunidad. Escasos son los nombres propios y relevantes de los armenios andaluces. A fines del siglo XVII y durante la primera década del siglo XVIII, Joseph Simón de Alepo colaboró con la Real Hacienda haciéndose con el control de la nueva renta del café y té del arzobispado de Sevilla y obispado de Cádiz, bienes comestibles provistos por mercaderes neerlandeses. Todavía en 1723, dos nuevos dominicos que se presentaban como procuradores de las misiones de Armenia, Alejo de Alexi y Pedro Guoani, obtuvieron el placet del Consejo de Indias para pedir limosnas novohispanas con que financiar sus labores evangélicas, no apareciendo en adelante registradas nuevas licencias similares. Se trataba del canto del cisne de una minoría ambigua, pero relevante, en la multinacional sociedad andaluza de la Edad Moderna.

Autor: Roberto Quirós Rosado

Bibliografía

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