Un fenómeno destacable en la España Moderna fue sin duda la proliferación de instituciones religiosas que, poco a poco, fueron poblando las ciudades, villas y hasta los lugares más recónditos de nuestra geografía. Esta intensa oleada eclosionó durante el XVI, se mantuvo en alza hasta mediados del XVII, continuando con cierta estabilidad, durante la centuria siguiente. Esta gran actividad encontró su correlato entre los miembros del grupo nobiliario, los cuales se instituyeron en promotores de la mayor parte de las iniciativas de las que se erigían en patronos, haciendo del movimiento fundacional una pauta que formó parte del modus operandi, una vía para la obtención de prestigio y honor, una señal de pertenencia al grupo, a la par que una necesidad de practicar la caridad a fin de alcanzar la misericordia divina llegado el momento de rendir cuentas con Dios.

Los ecos fundacionales se perciben en todos los estratos nobiliarios, desde la baja nobleza rural, pasando por las oligarquías urbanas, hasta la alta nobleza titulada asentada en las metrópolis. Las pequeñas villas como las grandes ciudades, vieron transformado un paisaje en el que comenzaron a dibujarse numerosas torres pertenecientes a iglesias, conventos y monasterios, cuyo patrocinio provenía de las generosas manos de las ilustres familias de cada lugar que, siguiendo las recomendaciones de los representantes de la Iglesia, trataban de agradar a Dios mediante al ejercicio de la caridad cristiana para con los pobres y desfavorecidos,  efectuando donaciones y legados a instituciones religiosas y obras pías en favor de huérfanos, mujeres pobres o enfermos.

El acto fundacional, no obstante, contiene una doble dimensión, social y religiosa, producto de la mentalidad de la época. Ambos objetivos impulsaban el altruismo de los donantes, a los que, sin duda, también estimulaban los intereses particulares, todo lo cual formó parte de la ideología nobiliaria, siempre atenta y deseosa de obtener mayor grado de consideración, reconocimiento social y perpetuación de la memoria. Así mismo, las fundaciones funcionaron como un canal a través del cual los miembros del grupo nobiliario se publicitaban, exhibiendo sus escudos de armas en las fachadas de dichos edificios. Finalmente, muchos señores, encontraron en esta labor un medio para asegurar el control sobre sus estados y fortalecer su imagen en las villas y ciudades bajo su dominio. Los estudios de Ángela Atienza, profundizan en los diversos aspectos que inciden en el hecho fundacional y en el patronazgo en el ámbito de los señoríos, analizando el carácter político y religioso de estas empresas ya que, según la autora, fundaciones y patronatos sirvieron de base al proceso de construcción del poder de la nobleza.   

En el marco de la Historia de Andalucía en época moderna, se constata el fuerte arraigo de grandes Casas tituladas entre las que destacaron las de Medina Sidonia, Medinaceli y Arcos. Cada una ha dejado su impronta en aquellos lugares bajo su jurisdicción, impronta que se percibe con mayor incidencia en las localidades adoptadas como sede ducal, en las que desarrollaron una actividad de mayor magnitud protagonizada por  los diferentes cabezas de linaje a través de los tiempos. Entre las Casas antes señaladas, destacó la de Arcos que, durante la segunda mitad del siglo XVII, estuvo presidida por el VI duque,  don Manuel Ponce de León y su esposa, doña Mª Guadalupe de Lancaster y Cárdenas, duquesa de Maqueda y consorte de dicha Casa.

Esta noble dama de origen portugués, se había instalado en la corte de Madrid hacía 1660. Mujer discreta, de profundas convicciones religiosas y famosa erudita, destacó de manera particular por su generosidad para con los pobres, dedicando una parte importante de su patrimonio a las obras pías, efectuando cuantiosas donaciones que ayudaron a impulsar nuevas instituciones religiosas, además de promover con su mecenazgo empresas como las misiones en el Nuevo Mundo, África y Oriente. Estas inquietudes también se proyectaron sobre los estados de la casa de Arcos en los que promovió diferentes iniciativas, unas a título personal y otras junto a su marido.

En Andalucía, la orden de San Agustín fue la gran beneficiada por los Duques a consecuencia de la especial vinculación con el convento de Sevilla, fundado por sus antepasados y donde poseían un panteón familiar, según recoge don Diego Ortiz de Zúñiga en su Anales. Esta singular vinculación se concretó, en el caso de don Manuel Ponce de León y su esposa, en la dotación de rentas de manutención de sus religiosos así como en obras de mejoras y equipamiento que corrieron a su cargo.

Marchena, sede ducal, fue uno de los estados más favorecidos por esta Casa, y en la que los Duques dejaron una fuerte huella tal y como cualquier viajero a su paso por esta localidad puede constatar. En ella fundaron el colegio de San Agustín, se erigieron patronos del convento de Capuchinas de San Francisco y otorgaron también, una capellanía a la iglesia de Santa María de la Mota de la dicha ciudad.

La Duquesa, amante y conocedora del arte pictórico, en cuya casa de la madrileña calle Arenal, colgaron obras de reconocidos artistas extranjeros  (Brueghel el Joven, Lucas Giordano, Van Dyck…) y españoles (el Greco, Velázquez, Murillo…) donó al convento de Santa Clara de la mencionada ciudad sevillana, un conjunto de pinturas de Durero, Carlo Morati, Callot, entre otros, procedentes de su colección personal, a fin de decorar el retablo de madera en la Iglesia de dicho convento.

La villa de Mairena, también en la actual provincia de Sevilla, el convento de la Concepción que fundara doña Ana de Aragón y Sandoval, esposa del IV Duque de Arcos en 1623, gozó de la protección de doña Guadalupe y, gracias a su intervención, experimentó un notable desarrollo económico pues la Duquesa  entregó una importante suma de dinero que se empleó en obras de fábricas en dicho convento, el cual había elegido como lugar en el que permanecer retirada durante los últimos días de su vida, aunque la Duquesa falleció en Madrid, en su domicilio.

En tierras gaditanas, en Arcos de la Frontera, ciudad que dio nombre a dicha Casa, los Duques llevaron a efecto diversas iniciativas. Por ejemplo, el Colegio de la Compañía de Jesús (1678) inicialmente financiado por una ilustre familia, don Diego Virués de Prado y su esposa doña Ana Trujillo Coronado, al que posteriormente realizaron aportaciones que se sumaron a las de los fundadores.

Así mismo, otras ciudades andaluzas se beneficiaron del fervor fundacional y la generosidad de la Duquesa que intervino a favor del convento de la Concepción en Huécija,  Almería, en cuya fachada luce un gran escudo de la Casa Maqueda, perpetuando así su memoria. En las ciudades de Granada y Jaén, doña Guadalupe, benefició a los conventos de la orden de las Carmelitas descalzas.  

Gervasio Velo, autor de una de las pocas biografías dedicadas a la Duquesa,  señala su carácter discreto y su generosidad, refiriéndose a ella en estos términos: “…hacía muchas obras de caridad sin que supieran, y por sus libros de contabilidad se sabe que en 20 años distribuyó en obras pías y limosnas 1.536.739 reales, sin contar los 4.000 ducados de la misión de África y otras muchas cosas que no quería se enteraran…”.

Doña Guadalupe falleció en el año 1730,  junto a sus hijos, familiares y amigos. No sería Andalucía la tierra en la que descansara pues sus restos, por propia voluntad, fueron depositados, junto a los de su madre y hermano, en el Panteón del Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, Cáceres, monasterio al que los Lancaster permanecieron vinculados y al que otorgaron grandes donaciones y beneficios.

Autora: María de la Paz del Cerro Bohóquez

Bibliografía

MÁRQUEZ RODRÍGUEZ, Joaquín, Apuntes Históricos de la Villa de Marchena, Sevilla, Junta de Andalucía, Sevilla, 2010.

ATIENZA LÓPEZ, Ángela, Tiempos de conventos. Una historia social de las fundaciones en la España Moderna, Madrid, Marcial Pons, 2008.

ATIENZA LÓPEZ, Ángela, “Nobleza, poder señorial y conventos en la España Moderna. La dimensión política de las fundaciones nobiliarias”, en SARASA SÁNCHEZ, Esteban y SERRANO MARTÍN, Eliseo (coord.), Estudios sobre señorío y feudalismo: homenaje a Julio Valdeón, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2010, pp. 235-269.

VELO NIETO, Gervasio, María Guadalupe de Alencastre y Cárdenas, Duquesa de Aveiro, Madrid, 1954.  

ORTIZ DE ZÚÑIGA, Diego, Anales eclesiásticos y seculares de Sevilla que contienen sus mas principales memorias desde el año de 1246, Imprenta Real, Madrid, 1795.