En 1788 un grupo de ilustrados solicitaba al Consejo de Castilla la aprobación de una Sociedad Económica de Amigos del País que contribuyera a desarrollar en Málaga su agricultura e industria, similar a las instauradas en diversas ciudades desde 1765. Recogían la demanda de Campomanes en su “Discurso sobre el fomento de la industria popular” que incitaba a la fundación de este tipo de Sociedades por su conveniencia al bien público. La importancia económica de Málaga y su puerto, las ventajas comerciales y las instituciones creadas en la capital a instancias de José de Gálvez habían creado un ánimo proclive a estas  reformas del que participaban personalidades de todo tipo, aunque algunos autores hablen de una presión de la Monarquía para la instalación de la misma que justificaría su carácter tardío y su escasa perdurabilidad.

Entre los solicitantes de la autorización real se encontraban nobles titulados, eclesiásticos de distinto rango, regidores municipales y particulares, en su mayor parte militares y funcionarios de rentas, pero también comerciantes del Alto Comercio Marítimo. La aprobación real llegaría en enero de 1789, aunque hasta agosto no se celebraría la primera junta, con una gran asistencia que duplicaba el número de los iniciales peticionarios, en la cual se nombró director al obispo de la ciudad, D. Manuel Ferrer y Figueredo, vicedirector al conde de Villalcázar de Sirga y una junta directiva compuesta por vicepresidente, censor, secretario, contador y tesorero. Ya en la siguiente sesión en diciembre se presentaron los estatutos de la Sociedad, inspirados en la Matritense aunque la orden real solicitara lo hiciesen en la granadina, y organizados en 17 capítulos que regulaban la organización y las actividades a realizar, los cuales fueron aprobados en diciembre de 1790.

Durante su primer quinquenio de vida la Sociedad se reuniría semanalmente, los viernes a las 10 de la mañana, para escuchar las aportaciones de los socios o leer algún libro de utilidad, situando su junta general el día 19 de agosto coincidiendo con el día de la celebración de la conquista de la ciudad. Fueron muchos los temas tratados en sus reuniones, tendentes a lograr “hacer más felices a los demás”, que generaron distintos informes o memorias muy en la línea del resto de las Sociedades peninsulares. Se preocuparon así del entorno urbano, analizando remedios para potenciar la limpieza y embellecimiento de la ciudad a través de la memoria encargada a D José Márquez, propugnando también por el empedrado de calles. En este aspecto la Sociedad se implicó directamente pues dos de sus miembros formaron parte de la comisión encargada de su ejecución junto con dos regidores municipales y los diputados y síndicos del común, siguiendo las órdenes del gobernador.

La agricultura fue uno de los sectores que acaparó mayor atención, con numerosas solicitudes de informes desde la Corona, interesada en conocer los cultivos, las formas de potenciarlos, el estado de los colonos y de la población en general, los montes y las especies vegetales que los componían, como una forma de implicar a las Sociedades en el progreso y la felicidad general. De este modo sus miembros se implicaron en todas las actividades y medidas llevadas a cabo para mejorar señalando mejoras que podía suponer una mejor capacitación de los labradores, las posibilidades de incremento del regadío en Torremolinos o Churriana (con las memorias de D. Buenaventura Torres premiada en 1793 y la de D Francisco Monsalve en 1794), y la necesidad de plantar árboles que solventaran los problemas de la desforestación provocados por el intensivo cultivo de viñas en las laderas. Menores fueron los logros en los restantes sectores económicos, sobre todo vinculados a la formación profesional de textil y metalúrgico, y a la organización del comercio minorista, tras la petición de la Chancillería de Granada de que revisaran las ordenanzas de los gremios de tenderos de la capital.

El desarrollo de la cultura y la educación fueron el aspecto en el que se conseguirían los mayores logros, aunque en la línea de las organizaciones caritativas tradicionales. Desde la inicial pretensión de hacerse cargo de la Casa de Periclitantes, que acogía a niños desamparados y huérfanos, se planteaba ya uno de sus principales problemas, la carencia de fondos económicos para hacer frente a los proyectos. No obstante, la Sociedad consiguió poner bajo su protección la Casa de Desamparados que gestionaba individualmente D. Antonio Peláez, colaborando con él en su mantenimiento y en la dotación de elementos que facilitaran una formación profesional a los niños. Se crearon escuelas patrióticas, solicitando para su mantenimiento alguna asignación anual de las ganancias de la lotería en la ciudad, sin éxito, donde los jóvenes aprendían labores y oficios y se les proporcionaban las herramientas y materias primas para el aprendizaje, creando súbditos útiles y laboriosos. La formación de una biblioteca propia no llegó a conseguirse, aunque desde el principio pretendieron apropiarse de la pública, procedente de la expropiación a las jesuitas, o en todo caso poder garantizar su apertura. También se establecieron premios para todos aquellos que destacaran por un impecable trabajo profesional, o por su preparación intelectual, ortográfica o en doctrina cristiana.

Entre 1790 y 1795 la Sociedad alcanzó su máximo apogeo, pero ya empezaban a detectarse síntomas de su futura decadencia, dado que los socios ideológicamente más tradicionales desistieron pronto de acudir a las reuniones y de participar en las comisiones, boicoteándolas en ocasiones, y sus sesiones fueron languideciendo hasta la última de 1797.

Aunque hubo varios intentos de reactivación, no fue hasta 1820 cuando a instancias de la Diputación se decidió la reorganización. El 28 de enero de 1821 tuvo lugar la primera reunión y poco tardaría en crearse una comisión para realizar una reforma del reglamento que no se consideraba acorde con los tiempos, pues aunque las bases fueran similares había un mayor predominio de los socios de profesiones liberales y del comercio. Les preocuparon los temas habituales: el abastecimiento de agua y la creación de nuevas parroquias que organizaran una ciudad en crecimiento (cuestión que ha llevado a calificarla de moderada en sus planteamientos),  la pobreza y su remedio mediante el trabajo y la formación, y la mejora de la agricultura.

Un tema singular es la organización por parte de la Sociedad, con el apoyo de la Diputación, de un Jardín de aclimatación botánica: el jardín experimental de Churriana, una iniciativa del vicepresidente Francisco Javier de Abadia, teniente general de los Ejércitos Nacionales para formar a la juventud en labores agrícolas. El interés formativo también se plasmó en los intentos de crear una escuela de dibujo, aprovechando los materiales de algunas otras que se habían extinguido, o una universidad literaria de segunda clase, y en su pretensión de apoderarse de la abandonada biblioteca episcopal. Otras actividades fueron las excavaciones arqueológicas en Cártama y Monda, la creación de un gabinete de lectura que supondría el inicio de su futura biblioteca, la edición de un periódico, y la tradicional distribución de premios.

La Sociedad decae por la ausencia de ingresos con los que hacer frente a sus variadas iniciativas, y en torno a 1823 acabó abandonándose de nuevo. Reaparece en 1834, y desde 1853 su biblioteca se ubicó en los salones del edificio Consulado adquiriendo un considerable incremento, ya en 1826 contaba con 204 obras de Ciencias Morales y Políticas, 115 de Ciencias Físicas y Exactas, 160 de Historia, 92 de Letras, 20 de Filosofía, 38 de Bellas Artes, 46 de Agricultura, 49 de Artes e Industrias y 83 bajo el título de Varios, y con las últimas adquisiciones y donativos llegó a contar con 1.200 volúmenes.

Entre 1906 y 1926, bajo la dirección de Pedro Gómez Chaix, estuvo muy implicada en temas educativos y formativos, instituyendo clases gratuitas, conferencias de extensión universitaria en la Sociedad y centros obreros, certámenes escolares y además, una Exposición Provincial de labores y trabajos manuales. Para las clases gratuitas obtendría a partir de 1909 algunos años una subvención anual del Ministerio de Instrucción Pública, insuficiente para las labores realizadas.

Autora: Pilar Pezzi Cristóbal

Bibliografía

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VILLAS TINOCO, Siro, “Málaga, el mundo del trabajo y la Sociedad Económica de Amigos del País en el siglo XVIII”, Jábega, 43, 1983, pp. 39-42.

VILLAS TINOCO, Siro, “Un intento de proyectar el futuro: La Sociedad Económica de Amigos del País de Málaga”, Péndulo, 6, 1994, 72-81.