La Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, actual sede central de la Universidad Hispalense, es sin duda una de las mayores construcciones civiles e industriales de todo el siglo XVIII europeo. Su enorme planta, configurada por un rectángulo de 184 x 147 metros, solo era superada en la España del momento por la del Real Monasterio de El Escorial. Las <<Reales Fábricas>> tuvieron su origen en la Francia de Luis XIV bajo el auspicio del primer ministro Colbert, con objeto de crear un conjunto de manufacturas de lujo –tapices, sedas, porcelanas, espejos…- con las que surtir a la Corte. En España, las fábricas reales al modo francés se instituyeron con la entronización de la dinastía borbónica tras la Guerra de Sucesión. A lo largo del setecientos se implantaron diversas factorías dedicadas a la producción de objetos suntuarios. Pero además se remodelaron otras ya existentes buscando aumentar la racionalización de la producción y mejorar el control de la calidad. Este fue el caso de la Real Fábrica de Tabacos sevillana. La capital del Guadalquivir,  por su condición de <<puerto y puerta de Indias>>, gozó desde el siglo XVI de privilegios comerciales que le permitieron ostentar el monopolio virtual tanto de la materia prima, como de su elaboración artesanal en los distintos obradores que existían en la ciudad. Conforme avanzaban las décadas, aumentaba el consumo del tabaco entre la población, por lo que pronto, hacia 1620, surgió la necesidad de reagrupar los talleres dispersos por la ciudad en una sola fábrica –la primera de tabacos del mundo-, con una mayor eficiencia de producción. La fábrica, propiedad de la Corona, se instaló ocupando una manzana de casas frente a la parroquia de San Pedro, en el actual solar de la Plaza Cristo de Burgos.

La llegada al trono de Felipe V supuso acabar con los antiguos arriendos a particulares para gestionar la fábrica mediante un Intendente de la Real Hacienda. Al mismo tiempo comenzó a plantearse su sustitución por unas <<Nuevas Fábricas>> capaces de responder mejor a unos procesos de producción cada vez más industrializados. El proyecto se puso en manos de Ingenieros Militares, quienes representaban la vanguardia arquitectónica dieciochesca y poseían una amplia cultura cosmopolita frente a la vetusta estructura gremial de la tradición arquitectónica local. En un primer momento se pensó en adecuar la fábrica en edificios preexistentes, como las Atarazanas medievales o el Palacio de Dueñas. Aunque finalmente se optó por erigirla de nueva planta a extramuros, libre de las servidumbres y estrecheces que hicieron de la primitiva un lugar de difícil acceso con una compleja distribución interna. El sitio escogido fue un terreno baldío denominado <<lugar de las Calaveras>> por haber servido de enterramiento en época romana. Al sur de la urbe, ente la Puerta de Jerez, la Huerta de la Alcoba (Alcázar), El Palacio de San Telmo y el convento de San Diego, un edificio desaparecido, ubicado frente al actual Casino de la Exposición. El emplazamiento era idóneo por su cercanía al río, donde desembarcaba el tabaco indiano. La fachada principal del edificio se dispuso paralela al lienzo de muralla de la ciudad, junto al arroyo Tagarete, que era utilizando como vía de escape para los residuos de fabricación, y para surtir de agua al amplio foso que circunda al edificio por sus flancos occidental, meridional y oriental, mientras que la fachada norte, la principal, primitivamente quedó guarnecida por una tapia de derretido de grandes dimensiones. El sistema defensivo del edificio se completaba con una serie de garitas y cuerpos de guardia distribuidos por su perímetro exterior. El tramo de arroyo que pasaba frente al edificio fue soterrado, dando origen a la actual calle San Fernando.

El primer director de obra, entre 1726 y 1731, fue el Ingeniero Militar leridano Ignacio Sala y Garrido. A él se debe el diseño original del edificio, el replanteo de los cimientos, y parte del foso, dejando la construcción a la altura del zócalo. Le sucedió en el puesto el Coronel de Infantería Diego Bordick Deverez, Ingeniero Director entre 1731 y 1750. Este elaboró un nuevo anteproyecto que constaba de dos plantas de altura más una entreplanta. Pero poco pudo avanzar la construcción en estos años tras sufrir la obra largos periodos de paralizaciones. El ingeniero que dio al edificio su aspecto definitivo fue el también Coronel de Infantería de origen flamenco Sebastián de van der Borcht. Reanudó las obras en 1750, permaneciendo al frente de ellas hasta 1766, año en que fue despedido tras la caída del primer ministro Marqués de Esquilache. Van der Borcht realizó la mayor parte de la fábrica, levantando su núcleo fundamental y sus zonas más representativas como la crujía de fachada principal, los patios, las galerías y gran parte del foso, así como los pequeños edificios que flanquean la fachada norte, la Capilla y la Cárcel. Para racionalizar la distribución interior del edificio y facilitar al máximo las labores de producción, se optó por una moderna solución para su planta: formar una trama reticular compuesta por la multiplicación de un módulo resultante del giro de un mulo enganchado a un molino, e inscrito en un cuadrado definido por cuatro pilares que sustentan una bóveda vaída. Esta trama por medio de la multiplicación o sustracción de sus módulos, permitía definir las naves de elaboración, patios, almacenes, espacios representativos o las viviendas para funcionarios. El enorme rectángulo construido, con los ángulos ligeramente realzados en planta, como vestigio de torres, enlazaba con la tradición de los alcázares españoles. Al exterior, la fábrica se cerró con un muro austero de piedra arenisca, ordenado por filas de ventanas rectangulares y cuadradas coronadas por frontones triangulares y, por un abstracto apilastrado de orden gigante, liso en los tramos de fachada, almohadillado en los cuerpos angulares.

Van der Borcht supo dotar al edificio del decoro y la representatividad exigida a su categoría de <<Real Fábrica>> con una impresionante portada palaciega, escultórica, reminiscente de las formas del barroco clasicista de arquitectos cortesanos contemporáneos como Juvarra o Sacchetti. La portada, ejecutada en caliza blanca resalta del resto de fachada. Enmarcada por pares de columnas jónicas sui géneris, con friso dórico en planta baja. El cuerpo inferior muestra en la clave del arco una cartela en la que se lee “FÁBRICA REAL DE TABACOS”, coronada por un altorrelieve de un prótomo de león rampante. La arquivolta, se decoró con relieves alusivos a la molienda del tabaco, veleros, trofeos militares y los retratos en busto de Cristóbal Colón y Hernán Cortés, además de dos indios, uno de ellos fumando en pipa. Sobre el dintel del cuerpo superior, la leyenda “DEL REYNADO DE FERNANDO VI. AÑO MDCCLVII”. Remata un frontón triangular con las armas reales flanqueadas por pequeñas tallas de leones. El conjunto queda coronado por la impresionante escultura de la Fama, diseñada por el lisboeta Cayetano da Costa en 1755. Airosa figura femenina tallada en piedra con  alas y trompeta de cobre dorado. Se dispone de pie, sobre nubes, apoya su mano izquierda en la cadera sujetando con la otra el instrumento realizando una ligera torsión de cuerpo. Cayetano da Costa y su equipo trabajaron en sintonía con van der Borcht entre 1755 y 58, ejecutando el programa decorativo del edificio, resultando de su unión una sutil combinación de elementos arquitectónicos clasicistas y ornamentación rococó. Además de la portada, en la decoración destacan los remates de esquina en forma de obeliscos segmentados con prótomos de león y cabezas infantiles en la base, las gárgolas, y la fuente del patio central. De taza mixtilínea y fuste con superposición de cuerpos con tazas menores en altura, soportadas por cabezas de leones con caños en la boca, máscaras y, como remate, cuatro niños semidesnudos que portan la bola del mundo y una corona.

Van der Borcht admitió a un buen número de maestros locales como Antonio de Figueroa, Pedro Silva o Lucas Cintora, aunque su actuación se restringió a puntos muy concretos de la molduración y ornamentación interior, o a la serie de cupulitas con linterna que iluminan cenitalmente las galerías de la planta principal. Estas, edificadas en ladrillo con revestimientos cerámicos de brillantes coloridos. Las cubiertas, soladas también de ladrillo, eran utilizadas para extender el tabaco y secarlo al sol.

Pronto la Fábrica de Tabacos se convirtió en foco de atracción para propios y extraños. Un edificio estanco, aislado mediante muros y foso del exterior, con su propia cárcel y capilla. Constituía una ciudadela, poblada por las <<cigarreras>> estereotipo de mujer fuerte e independiente, conformando una especie de <<harem prohibido>> en el imaginario de los viajeros ingleses, franceses y alemanes. La fábrica y sus trabajadoras suscitaron diversas evocaciones literarias durante el Romanticismo. En París, se anunciaban <<cigarros de Sevilla>>, enrollados a mano por las cigarreras sobre sus muslos.

Actualmente el edificio atesora un rico patrimonio de bienes muebles pertenecientes a la Universidad de Sevilla. En cuanto a cantidad, destacan su colección de pintura, y la Gipsoteca, un espacio musealizado donde se exponen más de un centenar de vaciados en yeso que reproducen desde piezas mesopotámicas o egipcias hasta estatuaria del siglo XX. Por último, sobresalen por su singularidad y calidad el Cristo de la Buena Muerte (1620), tallado en madera de cedro por Juan de Mesa, imagen que presidie el retablo de la capilla; el retrato a tamaño natural, de pie, en bronce fundido de Maese Rodrigo de Santaella (1900), fundador de la Universidad Hispalense, modelado por Joaquín Bilbao; y la monumental reja de hierro fundido que separa la fachada principal del edificio de la calle San Fernando en sustitución del antiguo murallón primitivo. Pieza excepcional, ejecutada hacia 1860 por la fundición local Portilla Hermanos Y White, según un modelo usado en el interior del Cristal Palace de la Exposición de Londres de 1851.

Autor: Alejandro Prada Machuca

Bibliografía

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