El ámbito del Mar de Alborán y la piratería constituyeron desde la Edad Antigua un modelo predatorio que, a partir de la época medieval, se constituyó como un modus vivendi de la región. A partir de la conquista del Reino de Granada, con la llegada de emigrantes andalusíes a diversos enclaves de Berbería, el paradigma fue perfeccionándose. Su conocimiento de la costa, costumbres e idioma los hacía expertos guías, lenguas, adalides e, incluso, arráeces (capitanes) que, en muchos casos, contaron con la connivencia de los correligionarios que permanecían en la península. Las “cabalgadas” berberiscas desde el mar fueron tan recurrentes en las orillas andaluzas que en zonas como la almeriense llegó a identificarse en tal grado para que fuese denominada como “Costa de los Piratas”.

Con bases importantes, especialmente en el Magreb (Tánger, Peñón de Vélez de la Gomera, Mazalquivir, Argel, Túnez,…), sus ataques en el Mediterráneo y el Atlántico eran sorpresivos sobre las localidades litorales y de rápido refugio en la costa norteafricana. En sus acciones robaban y saqueaban y, sobre todo, capturaban rehenes para pedir posteriormente rescate por ellos o, en caso de no obtenerlo, reducirlos a esclavitud para nutrir el comercio esclavista del mercado musulmán. Estas “razias” también se extendieron a las naves cristianas en tránsito, especialmente tras la incorporación de algunos presidios norteafricanos.

Conforme se perfiló la frontera de allende, los piratas consideraron sus asaltos como una forma de Guerra Santa. Por otro lado, en el transcurso de los inicios del siglo XVI en la región se implantaron regímenes musulmanes que conllevaron también la aparición de corsarios berberiscos. En efecto, al ir incorporándose las plazas de Trípoli, Túnez y Argel al dominio otomano, la costa norteafricana fue constituyéndose en un entramado de dependencia autónomas -Estados berberiscos- que actuarían de forma pirática aunque bajo su amparo y pabellón, considerándose, pues, las acciones piráticas como asaltos musulmanes. Similar comportamiento se desarrolló en diversos puertos de Marruecos, desde donde se produjeron muchas incursiones piráticas.

De gran repercusión fueron los asaltos de Málaga (1505), Motril (1523), Albuñol (1549), Níjar (1562), Tabernas (1566)… Famosos corsarios fueron los hermanos Barbarroja, quienes desde Argel sembraron el terror en el Mediterráneo oriental y los piratas de la república independiente de Salé, en el Mediterráneo occidental y atlántico. Las capturas piráticas y corsarias en el litoral andaluz ocasionaron el práctico abandono del litoral, especialmente oriental, por temor a los asaltos. El litoral se plagó de una red de torres y castillos para defenderse, dando origen la piratería a la frase popular “no hay moros en la costa”. Aún con todo hubo zonas inhóspitas donde fue muy difícil el poblamiento, como el cabo de Gata, verdadero nido de piratas donde hacían con toda impunidad incursiones y aguadas. De igual moco en ambas orillas del Mar de Alborán se desarrolló toda una red de solidaridad y para auxiliar el cautiverio se extendieron órdenes religiosas, como los trinitarios y mercedarios, para el rescate de cautivos y alivio de sus familias. Muchos de los cautivos liberados se convirtieron en intermediarios de rescates, ya que su conocimiento de la lengua y cultura pirática los hacía buenos interlocutores. Famoso fue el sacerdote del levante almeriense, Diego Marín, quien a partir de 1579 acabó sirviendo de embajador del rey Felipe II ante el sultán marroquí Ahmad al-Mansur.

Al término de la guerra de Las Alpujarras (1568-1571) los ataques piráticos, especialmente sobre las costas del reino de Granada, continuaron. Muchos de ellos contaron con el asesoramiento de los moriscos que lograron huir a Berbería, como El Joraique, afamado monfí que después de huir a África fue pirata. Uno de los más impactantes tuvo lugar en Cuevas del Almanzora en 1573, saqueada por El Doghalí, y que supuso un duro golpe por el gran número de esclavos (en su mayoría repobladores) que cautivó. Los asaltos se reducirían progresivamente en los años posteriores, aunque hubo algunos destacados piratas como Murat Agá (Morato Arráez), reduciéndose en el primer cuarto del siglo XVII, centuria en donde sobresalió la república de Salé-Rabat. Sin embargo las actuaciones piráticas fueron progresivamente menores en el sector occidental, pues  el alcance de los navíos hispanos obligó a los estados berberíscos a pactar y dejar de atacar a las naves cristianas. No obstante el fenómeno pirático, aunque contenido, siguió siendo una lacra durante las centurias siguientes, aumentando ligeramente en el siglo XVIII, cuando durante la Guerra de Sucesión (1700-1714) se perdieron Orán y Mers-el-Kebir y disminuyó el dominio marítimo español. Se erradicaría finalmente a principios del siglo XIX con la conquista francesa de Argelia.

Autor: Valeriano Sánchez Ramos

Bibliografía

BRAUDEL, Ferdinand, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, México, FCE, 1987.

GARCÍA ARENAL, Mercedes y BUNES IBARRA, Miguel Ángel, Los españoles y el Norte de África. Siglos XV al XVIII, Madrid, Ed. Mapfre, 1992.

MUÑOZ BUENDÍA, Antonio, «Un enclave estratégico del Mediterráneo español: el Cabo de Gata (Almería) en el siglo XVI», en Actas del Congreso la Frontera Oriental Nazarí como Sujeto Histórico (S.XIII-XVI), Almería, Instituto de Estudios Almerienses, 1997, pp. 639-645.

TAPIA GARRIDO, José Ángel, «La costa de los piratas», Revista de Historia Militar, 32, 1970, pp. 73-103.