La fundación del noviciado jesuítico de San Luis de los Franceses de Sevilla tuvo lugar en 1600, casi medio siglo después de la llegada a la ciudad de los primeros miembros de la orden. Para ese momento, aparte de la casa profesa, instituida en 1557, se habían creado toda una serie de establecimientos de enseñanza extendiendo la presencia de los jesuitas por la urbe.

Disponer de un noviciado capaz en una ciudad de la importancia de Sevilla era esencial para llevar a cabo los planes de expansión de la orden. Se trataba del lugar que acogería, durante al menos tres años, a los aspirantes a miembros de la Compañía, quienes tenían que superar hasta cuatro probaturas para devenir en profesos. Por tanto, su importancia estratégica era trascendental, pues un noviciado repleto de futuros jesuitas garantizaba la continuidad y expansión de la obra de San Ignacio de Loyola no sólo en Sevilla y su territorio, sino también en los territorios de ultramar. En este contexto se suceden toda una serie de donaciones a la orden con el fin de lograr la fundación del deseado noviciado, siendo el testamento de Juan Perez de Castro y la intervención de Luisa de Medina, su viuda, determinantes para que tal hecho tuviera lugar.

Concretamente, en 1600 se realiza la fundación del noviciado y durante los tres años siguientes se realizan gestiones similares para lograr un emplazamiento apropiado. Este proceso culmina con la compra de las que, hasta entonces, habían sido casas principales del duque de Alcalá en la collación de Santa Marina. Un edificio que carecía ya de uso, pues desde 1483 la noble familia se había trasladado a su nueva residencia, la hoy conocida como “Casa de Pilatos”. Después de un breve proceso de reformas, se estrena la casa e iglesia el 11 de enero de 1604, dedicando la fundación a San Luis, rey de Francia en honor de la onomástica de la fundadora y patrona Luisa de Medina. No obstante, en esta dedicación también se ha interpretado que la orden buscaba las buenas relaciones y la adscripción a la monarquía hispánica como medio que asegurase su prosperidad.

Pese a que la casa se había remozado convenientemente y se había ampliado la capilla ya existente, originalmente ubicada en una qubba, la necesidad de una iglesia pública de mayores dimensiones y categoría fue una constante que se mantuvo entre los sucesivos rectores del noviciado. En efecto, no sólo la mentalidad barroca del momento, sino el propio carácter de la orden, demandaban un edificio que, mediante recursos arquitectónicos y ornamentales, epatara al espectador apelando directamente a su entendimiento y sentidos. Se pretendía transmitir de una manera contundente y retórica un mensaje que simultáneamente engrandeciera a la orden, a la vez que atrajera nuevos aspirantes ansiosos de ser partícipes de la realidad que allí se presentaba.

En 1695, problemas de estabilidad en el presbiterio de la primera capilla pusieron en peligro a los que allí celebraban los oficios religiosos. Estos sucesos serían el detonante para que cuatro años más tarde, en 1699, se iniciasen las obras de la nueva iglesia pública.

Varios fueron los personajes clave para la génesis del que puede considerarse uno de los edificios más significativos del barroco sevillano. Una construcción que además constituye, por diferentes motivos, un raro ejemplo arquitectónico en su contexto geográfico. El primero de estos protagonistas es el padre Francisco Tamariz, a quien se ha ponderado como personalidad esencial en la configuración conceptual y formal de la nueva iglesia, pues habiendo sido rector en diferentes etapas, comenzó algunas obras de reforma. Tamariz hubo de viajar a Roma coincidiendo con los primeros años de esta empresa constructiva. Quizá su toma de contacto con las novedades constructivas romanas, especialmente las que se estaban llevando a cabo por parte de la propia Compañía, pudieron intervenir en el formato que se le iba a dar al nuevo templo sevillano. Junto a este padre, Francisco de Acevedo, Juan de Arana y de forma destacada Jerónimo de Ariza, van a ser las piedras angulares de la nueva iglesia. Tanto desde el punto de vista de su financiación, consiguiendo captar los recursos del patriciado sevillano, y de los prelados Arias y Salcedo, como desde el meramente constructivo, simbólico y decorativo.

El 14 de agosto de 1699, casi un siglo después de la institución del noviciado, se coloca la primera piedra de la nueva iglesia, siendo la paternidad de su proyecto un asunto largamente discutido por la historiografía. No obstante, los más destacados estudiosos y los más recientes trabajos coinciden en otorgar la autoría de las trazas a Leonardo de Figueroa, si bien hay que aceptar que, como era obligación en todas las empresas constructivas de la orden, los planos debieron ser enviados a Roma para su visado.

La falta de documentación ha impedido conocer con detalle la cronología del proceso constructivo de la iglesia pública del noviciado jesuita de San Luis. Tan sólo se cuenta con datos sueltos como los que en 1712 señalan la terminación de las obras de la capilla doméstica, intuyéndose que las de la nueva iglesia estarían en pleno desarrollo. Para 1719 se ha estimado que estaría terminada en lo fundamental la obra interior, pues en este momento es cuando se fecha la decoración pictórica del intradós de la cúpula por parte de Lucas Valdés. Se sabe también que las fiestas de inauguración comenzaron el 10 de noviembre de 1931, consagrándose definitivamente el 25 de enero de 1733. Parece que a lo largo de estas casi tres décadas, la actividad edilicia fue irregular, con diversos periodos de paralización por falta de recursos económicos derivados de penurias y carestías. No obstante, el resultado es un edificio a todas luces singular en su contexto.

La fachada, sin precedentes formales conocidos en el territorio sevillano, se articula mediante dos grandes niveles y cinco calles. En ellas, Leonardo de Figueroa pone de manifiesto su capacidad compositiva a la hora de conjugar elementos propios del medio italiano, con toda una serie de aquilatadas tradiciones constructivas sevillanas. Como muestra de las primeras, la estructura serliana del primer piso, y entre las de rasgo sevillano, las ornamentaciones a base de pinjantes y guirnaldas, así como las soluciones empleadas al resolver los vanos de iluminación del primer piso. Con este ejercicio de sintaxis arquitectónica, Figueroa demuestra no sólo su amplia cultura visual, sino también, su extenso conocimiento de la tratadística italiana del momento. Desde el punto de vista espacial, esta fachada de san Luis, desarrollada en un solo plano, confirma una propuesta elaborada por Figueroa en la iglesia del hospital de los Venerables y que recoge las enseñanzas del tratado de Fray Lorenzo de San Nicolás. En la planta baja, el acceso se resuelve con una doble entrada a través del aludido pórtico en serliana, que da paso a una galería a modo de nártex y que acoge el verdadero portal de la iglesia, de vano único. Este espacio sostiene el coro alto de la iglesia. En los extremos se sitúan las subidas a las torres y los accesos al coro.

Las torres, que enmarcan y rematan la fachada presentan una gran dependencia con uno de los diseños del tratado del jesuita Andrea Pozzo. Al mismo tiempo, la fachada presenta también articulaciones de cornisas y soportes derivados del repertorio de Figueroa como es el empleo del órden salomónico entero, extraído del tratado de Fray Juan Ricci, además de la extraordinaria combinación de materiales pétreos y de ladrillo cortado, revocos de varios colores y la feliz inserción de un programa escultórico realizado en barro cocido.

Por lo que respecta a la planta del edificio, el esquema centralizado parte de un gran espacio circular inscrito en un tetralóbulo. Cuatro machones alojados en los ángulos, igualmente horadados para alojar las correspondientes capillas hornacina, sostienen una potente cúpula sobre tambor cilíndrico, con su correspondiente linterna. Se ha querido ver en esta solución grandes similitudes al esquema planteado primero por Bramante y continuado por Miguel Ángel, para el gran espacio central de la basílica vaticana. También y más cercana en el tiempo y las formas, se ha relacionado la planta de San Luis con lo que Borromini y Reinaldi implementan en la iglesia romana de Santa Inés en la plaza Navona. Edificio éste, que deriva claramente del citado modelo vaticano. Sea como fuere, parece claro que el concepto espacial que articula el proyecto llevado a cabo por Leonardo de Figueroa, está en directa conexión con el medio italiano. En esto ha querido verse también la especial relación que los padres rectores del noviciado mantuvieron con el medio romano durante el proceso de génesis y construcción del edificio.

En lo referente a los alzados, Figueroa articula el espacio interior mediante pares de gigantescas columnas salomónicas tomadas en su formulación del tratado de Andrea Pozzo. Sobre estos soportes, un potente entablamento da paso a diferentes niveles superpuestos y animados por pilastras que componen el trayecto hacia la media naranja que cierra el espacio central. En los brazos de la cruz, los arcos torales enmarcan los retablos laterales, realizados en madera tallada y dorada, articulados por estípites y provistos de una abigarrada decoración de motivos vegetales. Retablos estos que están dedicados a San Estanislao y San Francisco de Borja. Santos que la orden proponía como modelo de imitación para los novicios. Las máquinas lignarias que albergan las esculturas de los titulares, atribuidas a Pedro Duque Cornejo, se han relacionado con la actividad de este autor. También se ha adscrito a este maestro el retablo que preside el altar mayor, decorado con una colección de pinturas legadas por el arzobispo Salcedo y Azcona, y que presenta también elementos poco frecuentes como son espejos y placas de lapislázuli. En los huecos hornacina de los machones se disponen retablos y altares menores que se han relacionado con el quehacer de Felipe Fernández del Castillo, quizá en colaboración con Duque Cornejo. Sobre estos, se disponen las tribunas de la iglesia, ocultas tras ricas celosías de madera dorada y profusamente tallada.

Finalmente, un aspecto muy sobresaliente de este formidable conjunto es la decoración pictórica y escultórica del interior, que se atribuye a Lucas Valdés en los murales del interior de la cúpula y a Domingo Martínez en otros paramentos. Parece claro, y así se ha identificado, que todo el programa pictórico está concebido de forma unitaria y con un potente mensaje simbólico a propósito del Templo de Salomón como edificio del Dios arquitecto, templo de la sabiduría divina. Algo que se refleja ya en los sermones como el del padre Chacón durante la inauguración de la iglesia, donde identifica este centro formativo con el mítico edificio hierosolimitano. En efecto, todo el programa gira a la identificación de las virtudes que deben adornar a los novicios de la Compañía y la relación de un templo dedicado a la formación de estos. En otras hornacinas aparecen los santos fundadores de las órdenes más importantes, cuyas imágenes escultóricas están realizadas en barro cocido y atribuidas a Duque Cornejo. En pintura se representa en la cúpula el ajuar del Templo de Salomón, y en la bóveda del coro una destacada quadratura con la alegoría de San Ignacio y la sabiduría divina, a propósito de la apoteosis del santo y sus ejercicios espirituales, realizada por Domingo Martínez en 1743.

En suma, la iglesia del noviciado jesuita de San Luis de los Franceses, pasa por ser uno de los espacios más destacados del barroco hispano, tanto desde el punto de vista espacial, como desde el decorativo. Tiene aquí especial protagonismo el carácter simbólico del edificio, cuyo mensaje se dirige fundamentalmente a aquellos que aspiraban a ser miembros de la orden. Pero también y desde un planteamiento plenamente barroco, retórico y persuasivo, la iglesia busca sugestionar a cualquier espectador con la magnificencia propia de los jesuitas, quienes supieron hacer del Barroco un verdadero instrumento para la propaganda de la fe católica.

Autor: Pedro M. Martínez Lara

Bibliografía

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RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, Alfonso, “Reconsideración de la iglesia del noviciado de San Luis, de Sevilla, a la luz del tratado del jesuita Andrea Pozzo”, en La Compañía de Jesús y las artes: nuevas perspectivas de investigación, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2014, pp. 315-336.

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