La dominación hispana sobre los territorios americanos implicó el trasvase de instituciones jurídicas y sociales a esa nueva geografía. En las Indias podemos encontrar tres tipos de hidalguía: en primer lugar, la peninsular, propia de los que ya eran hidalgos antes de pasar al Nuevo Mundo (Vid. La hidalguía en la Corona de Castilla); en segundo lugar, la americana, es decir, la de aquellos españoles que se ennoblecieron ya en América; y, por último, la indígena, reconocida a los caciques y dignatarios nativos más destacados. Por su vitalidad y relevancia en este escenario centraremos nuestra atención en la hidalguía americana.

La conquista del Nuevo Mundo supuso una nueva oportunidad para que prosperasen hidalgos y plebeyos de condición humilde. Esta empresa concedió a unos pocos afortunados la posibilidad de enriquecerse y elevar su posición social y la de sus descendientes. Tal y como había sucedido anteriormente durante la Reconquista, los hechos de armas y una estudiada política de concesión de mercedes por parte de la Corona fueron factores determinantes para concretar ese ascenso social.

Muchos conquistadores y pobladores aprovecharon su llegada al Nuevo Mundo para ocultar su pasado y “fabricarse” una nueva reputación, convenientemente exteriorizada y reforzada mediante la adopción de las formas de vida nobles. Pocos vecinos de las primeras ciudades españolas en América aceptaban desempeñar los oficios mecánicos que habían tenido en España, conscientes de los perjuicios que ello podía suponer para su reputación. Por su parte, la Corona, deseosa de incentivar la conquista y poblamiento de estas nuevas tierras, alimentó involuntariamente estas aspiraciones al suprimir todos los actos de distinción entre hidalgos y plebeyos que se estilaban en Castilla, tales como los tributos de pecheros o la mitad de oficios reservados al estado noble en los concejos. Como resultado de todo ello, la estima social quedaba a expensas de los méritos individuales realizados durante la conquista y poblamiento del Nuevo Mundo.

Así fue como, aprovechando la casi total ausencia de la aristocracia en el Nuevo Mundo, conquistadores y primeros pobladores –en su mayoría, humildes hidalgos y plebeyos– ocuparon un lugar preeminente en las élites indianas. No conformes con ello, muchos de estos advenedizos reclamaron a la Corona la concesión de mercedes de nobleza que legitimasen sus aspiraciones, ya fuesen hidalguías, hábitos de órdenes militares o títulos nobiliarios. Su objetivo era, obviamente, equipararse a la nobleza peninsular. Consideraban que tal pretensión era una justa retribución a todos sus méritos, confirmando así de iure un estatus que ya habían ganado por las armas. Sin embargo, la habitual falta de respuesta satisfactoria por parte de la Corona a sus peticiones limitó muchos de estos anhelos de nobleza a la mera opinión pública de sus convecinos. Así fue como el colectivo de los conquistadores-encomenderos se convirtió en una categoría paranobiliaria, amparada en la posesión de encomiendas, la principal fuente de riqueza de la época, y en el control de los cargos del cabildo a través de los cuales obtenían el respeto y reconocimiento social correspondiente dentro de su vecindario.

El “autoascenso” al estatus nobiliario de un selecto grupo de conquistadores-encomenderos y de sus descendientes (denominados beneméritos) dio lugar a una primitiva jerarquización de esa naciente sociedad, encabezada por unas pocas familias principales. Apoyados en esta reputación, y ante la ya mencionada inexistencia de la nobleza titulada peninsular, este grupo convirtió la antigüedad de su familia en Indias en la más elevada y distinguida prueba de nobleza de esos territorios, asumiendo así el lugar de la nobleza de sangre castellana.

Pero estas aspiraciones nobiliarias no se circunscribieron a unos cuantos linajes de beneméritos, sino que incluso los recién llegados a las Indias, por el simple hecho residir allí y no ejercer oficios mecánicos o manuales, se consideraban nobles, con independencia de su condición de nacimiento: el plebeyo aspiraba a convertirse en hidalgo y este, en caballero. El rechazo frontal a ejercer oficios mecánicos demuestra que los orígenes de la hidalguía americana no son muy distintos de los del caballero cuantioso de la Reconquista. Recordemos que el ennoblecimiento de facto por parte de conquistadores y pobladores había sido la tónica dominante en la singular evolución de la hidalguía durante la Baja Edad Media. Lo cierto es que el conquistador consideraba que, en virtud de sus méritos militares y con independencia de su origen familiar, la hidalguía le correspondía por derecho propio. Es decir, que tal y como había sido costumbre durante los siglos precedentes en España, se entendía que la hidalguía o nobleza no titulada no procedía de merced regia alguna ―a diferencia de los hábitos o los títulos de Castilla― sino que eran sus meritorios servicios al Rey y a la Monarquía lo que les calificaba como tales a pesar de no corresponderles por nacimiento.

Para exhibir públicamente este recién adquirido estatus no pocos adoptaban comportamientos y tratamientos propios de la nobleza en la Península. Ello se tradujo, por ejemplo, en la adopción de determinados tratamientos de respeto como el de don, gentilhombre o caballero, cuya usurpación y generalización en Indias alcanzó cotas hasta entonces desconocidas.

Pero lo cierto es que la pertenencia a las élites durante los siglos XVI y parte del XVII estuvo determinada más por factores como el control de encomiendas o la antigüedad de la familia en Indias, que por la existencia de algún tipo de reconocimiento nobiliario legal (título nobiliario, hábito de orden militar o hidalguía). No obstante, estas élites pronto lograron reservarse una serie de privilegios (como la participación en fiestas reales y tornes, la reserva de ciertos cargos en el cabildo, evitar ser sometidos a tortura o la formación de cofradías integradas exclusivamente por nobles) que les permitieron diferenciarse jurídicamente de la plebe. Además, las audiencias americanas podían reconocer, con efectos locales y limitados, la nobleza e hidalguía que allí se reconocía a los descendientes de conquistadores y primeros pobladores.

A diferencia del declive de la hidalguía en Castilla, a lo largo de la Edad Moderna estos hidalgos de facto prosperaron y se convirtieron en grandes terratenientes. Durante el siglo XVIII, ahora con la dinastía de los Borbones instalada en el trono, fueron muchas las familias criollas que lograron hacerse con los tan ansiados títulos nobiliarios. Obviamente, estas elevadas mercedes solo estuvieron al alcance de unas cuantas familias distinguidas y acomodadas, aunque las de menor abolengo no despreciaron otras alternativas para realzar el prestigio del linaje, ya mediante la obtención de una ejecutoria de hidalguía despachada por una chancillería metropolitana, ya a través de ventajosos matrimonios con burócratas y comerciantes, muchos de ascendencia hidalga.

La llegada a lo largo del siglo XVIII de nuevos pobladores peninsulares a estas tierras propició una renovación del estamento nobiliario en América. Esto fue así gracias, sobre todo, al especial protagonismo de gentes de la cornisa cantábrica –fundamentalmente vascongados y montañeses–, que universalmente eran considerados como hidalgos y limpios de sangre. Además, el desempeño de muchos de ellos en la administración borbónica o en actividades lucrativas como el comercio ultramarino –dominado por los peninsulares– facilitaron su rápido vínculo con las distinguidas familias de la oligarquía criolla. Así, la ascendencia honorable, junto a la posesión de un considerable patrimonio económico, convertía a estos hombres en candidatos idóneos para la rancia nobleza benemérita, siempre deseosa de emparentar con nobles de sangre que diesen mayor lustre a sus linajes.

El final de la presencia española en América marcó el final de la hidalguía americana. El triunfo de los procesos de emancipación durante el primer tercio del siglo XIX, la consiguiente ruptura de los vínculos con la metrópoli y la imposición de los principios liberales conllevaron la supresión de todos los títulos, jerarquías y privilegios nobiliarios.

Autor: Jorge Pérez León

Bibliografía

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KONETZKE, Richard, “La formación de la nobleza en Indias”, Estudios Americanos, 10, 1951, pp. 329-357.

PÉREZ LEÓN, Jorge, Hidalguía de facto y de iure. Estima social y tratamiento judicial en Castilla e Indias. Madrid, 2014

SANCHÍZ OCHOA, Pilar, Los Hidalgos de Guatemala. Realidad y apariencia en un sistema de valores, Sevilla, 1976.