Una de las cuestiones más interesantes del estudio de un linaje concreto es su extensión territorial a través del régimen señorial de la Edad Moderna. En este caso, el estudio está centrado en el linaje Fernández de Córdoba, cuyo poder desde, al menos, el final de la Edad Media fue más que sobresaliente e incontestable en buena parte de Andalucía y, por supuesto, en la corte y el resto de instituciones de la Monarquía Hispánica. De todo lo cual fueron plenamente conscientes los contemporáneos como puede seguirse en la enorme pléyade de genealogías sobre el linaje y sus diversas ramas, en la importancia de los autores que escribieron sobre los Córdoba y en un sin fin de elementos que nos podrían servir para valorar la trascendencia social de la familia, tema que supera con creces los límites de esta aportación.

Así, pues, la materialización territorial de ese poder a través de la extensión del régimen señorial de los Córdoba en la Edad Moderna, particularmente en Andalucía, da una idea del tamaño de los estados señoriales que gobernaron las diversas Casas del linaje y el control que ejercieron sobre un amplísimo territorio. No es un mapa exhaustivo de todos los señoríos de éstos, sino una muestra de la expansión que llegaron a alcanzar los más importantes estados y otros de menor entidad, como indicador de la cantidad de territorio que gobernó la nobleza andaluza por delegación real, como consecuencia de una Historia que tiene sus raíces en la Edad Media, pero que se perpetuó en el tiempo hasta el final del Antiguo Régimen.

La posesión de jurisdicciones señoriales en la Edad Moderna (también antes) es uno de los parámetros más sobresalientes e inequívocos del poder de las familias del periodo. Un poder que no sólo se expresó a nivel territorial con el control político, social y judicial de un territorio dado, sino que, tuvo como contrapartida una ingente cantidad de rentas del propio señorío, más las que fueron enajenadas a la Corona y, en muchos casos, hasta la propia percepción de los diezmos, los cuales fueron cedidos, a veces, a los nobles. De manera que si unimos esta trilogía de rentas (señoriales, eclesiásticas y enajenadas a la Corona, es decir, las alcabalas, las tercias y los unos por ciento) percibidas en cada uno de los territorios, podemos percatarnos de la importancia de la realidad señorial para la nobleza en tanto que el poder económico del estamento provenía en buena medida de esta clase de rentas.

Pues bien, si por algo se caracteriza el poder señorial del linaje es por su amplitud, así como por la importancia de las villas que formaban parte del mismo. En este sentido, la misma tipología de las formas de adquisición de los señoríos es paradigmática del peso que tiene esta realidad en la historia de los Fernández de Córdoba. En la mayoría de los casos el régimen señorial de éstos se formó gracias a las mercedes regias por la participación en las diversas campañas militares, donde jugaron un papel de enorme relevancia, de ahí también que la constitución del mismo esté circunscrito, casi en todos los casos, a la Baja Edad Media y los comienzos de la Modernidad, sobre todo entre los siglos XIV a XVI.

Por otra parte, esta extensión territorial tiene mucho que ver con la diversificación del linaje, con el ingente número de ramas que llegaron a formar parte de los Córdoba como líneas o Casas autónomas (que llegaron hasta 50 en diversos momentos), la mayoría de las cuales, de una forma u otra, acabaron por poseer jurisdicciones señoriales. Así pues, desde un punto de vista cronológico la formación del régimen señorial comienza en el siglo XIV y XV al calor de la conquista cristiana de Andalucía, donde los Fernández de Córdoba fueron parte muy activa.

Así, a la altura del siglo XV la configuración principal de los señoríos a nivel andaluz quedaba ya bastante perfilada, continuando del mismo modo a lo largo de la modernidad, aunque aumentó por la proliferación de nuevas ramas, por la política matrimonial o por la compra de otras jurisdicciones señoriales. Un mapa que en todos los casos quedó establecido de esta manera por la colaboración militar con la Monarquía. Lo cierto es que ya aparecen representadas las principales villas de las cuatro Casas capitales de los Córdoba, que cuales acabarían por configurarse como la cabeza de los estados de estas ramas y, junto a ellas, las primeras ramificaciones del linaje, las más antiguas con origen bajomedieval. Todo lo cual hizo que los Fernández de Córdoba se extendieran en fechas tan tempranas por cinco de las ocho provincias andaluzas: Málaga, Jaén, Sevilla, Granada y, sobre todo, Córdoba. Como puede apreciarse el control del reino epónimo es total, lo cual es lógico, pues fue el camino natural de la Reconquista cristiana toda vez que la capital fue conquistada en 1236.

Así, conforme fue avanzando la ocupación hacia el emirato nazarí las villas se fueron entregando a los nobles para que el territorio pudiese repoblarse y, fundamentalmente, controlarse, ya que lo que estaba en juego eran posesiones particulares, de ahí que éstos las defendieran con su propia vida. A ello hay que añadir que se trató de las mejores tierras del reino de Córdoba, las que acabarían alcanzado más población y, sobre todo, contarían con una productividad destacada, lo que las llevaría a convertirse en una de las bases más importantes del poder de este grupo nobiliario. Junto a ello, a finales de la centuria nació la Casa de Sessa, fundada por el Gran Capitán, que no sólo se extendió por el reino granadino sino también por Italia, donde el personaje gozó de otros señoríos.

La siguiente centuria supuso la intensificación de la presencia de los Fernández de Córdoba en el ámbito andaluz, en el propio reino de Córdoba, así como su despegue hacia otras regiones hispanas. El primer mecanismo a destacar es la compra de ciertas jurisdicciones por la rama primogénita del linaje, coincidiendo con uno de los momentos más fuertes de la presión nobiliaria sobre el alfoz de la ciudad de Córdoba, que a finales de la centuria acabaría bastante desmembrado, perdiendo todo interés para las grandes Casas cordobesas de la modernidad, muchas de las cuales fueron partícipes activas de su aniquilación. En este sentido, por sólo citar algún ejemplo, Fuente Obejuna se vende a don Leopoldo de Austria (de suerte que la venta quedaría sin efecto por el impago de éste), don Diego Bernuy compra Benamejí en 1548, mientras que el marqués del Carpio adquiere en 1564 Adamuz y Pedro Abad. Por su parte, este clima de esquilmo de la jurisdicción cordobesa sería aprovechado por los marqueses de Priego, que compraron Castro del Río en 1565.

Ahí no quedaría la cosa, pues junto a la política de compras lo más sobresaliente es la política matrimonial llevada a cabo por los Córdoba, quienes acabarían por ostentar a lo largo de la centuria (aunque por las vicisitudes sucesorias no se haga definitiva hasta los inicios de la siguiente) el condado, luego ducado de Feria. Esto significaba controlar una buena parcela del régimen señorial extremeño, donde los Figueroas ocupaban un importante número de villas. Por su parte, la Casa de Cabra, al perder la varonía la de Sessa, se anexionó ésta con todos sus señoríos granadinos más lo que aún quedaban en Italia. Además, por su enlace con los Folch de Cardona extendieron su influencia al ámbito catalán donde empezaron a gozar de los señoríos del ducado de Soma, del condado de Palamós,… Por su parte, los Alcaides de los Donceles, también vía matrimonial emparentaron y se anexionaron Casas nobiliarias (y con ellas sus señoríos) en Cataluña, Valencia y Aragón gracias a su enlace con los Cardona y Segorbe. Si a ello unimos todas las villas que estaban derramadas por las dos Castillas de otras Casas, es fácil hacerse una idea de hasta dónde llegaba el poder territorial del linaje. Además, nacían otras nuevas merced a la política matrimonial, las cuales se fueron extendiendo por Andalucía como los jiennenses señores de Torralba y Torrequebradilla, quienes a partir de esta centuria serían ya Fernández de Córdoba.

El siglo XVII no sería más que una continuación de las mismas estrategias y de la consecución de los logros de las anteriores. Así, el marqués de Guadalcázar compraba en 1630 la villa de Posadas, por lo que toca al reino de Córdoba. Además, la unión con los Cabrera hacía que se anexionase el señorío de Torres Cabrera, al tiempo que otras alianzas acabaron por extender el poder de los Córdoba por Andalucía: se producía la sucesión en el señorío de la Puebla de los Infantes por la repetida alianza con los Alfonso de Sousa; en Granada, gracias a la política matrimonial se sucedía en la villa de Algarinejo, al tiempo que se adquiría el señorío de Huétor Santillán. Y fuera de Andalucía se consolidaba la presencia en Extremadura con la sucesión definitiva en el ducado de Feria tras una política recurrente de enlaces matrimoniales con los Figueroa, al tiempo que se acentuaba la presencia de los Córdoba en Aragón, Cataluña y Valencia.

Por su parte, el siglo XVIII fue el momento de máxima expansión del régimen señorial gracias, en su totalidad, a la política matrimonial. La rama primogénita, los marqueses de Priego y duques de Feria, se anexionaban el ducado de Medinaceli, cuya extensión por todo el país destaca sobremanera, además de la Casa de Comares del propio linaje (con su marcada presencia en el reino de Córdoba, en Málaga, así como en la Corona catalano-aragonesa) y la de Santisteban del Puerto, una de las familias andaluzas más antiguas y de más proyección social (los Benavides). A ello habría que añadir la presencia de esta rama a nivel señorial en las dos Castillas y hasta en el ámbito gallego. Por su parte, las líneas que se derivaban de ésta acabarían también emparentando con otras noblezas, extendiendo su poder a Galicia y Castilla, como ocurre con los Malpica. Además, los Algarinejo se unían y sucedían a los condes de Luque y los Valenzuela, formando así una de las familias de más poder en Andalucía en un claro proceso de ascenso social.

Lo cierto es que al final de la Modernidad los Fernández de Córdoba acabaron extendiendo su influencia territorial a todo el país, muestra inequívoca del lugar que llegaron a ocupar en la sociedad hispana durante toda la Edad Moderna.

Autor: Raúl Molina Recio

Bibliografía

FERNÁNDEZ DE BETHENCOURT, Francisco, Historia genealógica y heráldica de la Monarquía española, tomos VI a IX, Madrid, 1905.

SORIA MESA, Enrique, La venta de señoríos en el Reino de Granada bajo los Austrias, Granada, 1995.

SORIA MESA, Enrique, Señores y oligarcas: los señoríos del Reino de Granada en la Edad Moderna, Granada, 1997.

MOLINA RECIO, Raúl, Los señores de la Casa del Bailío. Análisis de una élite local castellana (Córdoba, siglos XV-XIX), Córdoba, 2002.

MOLINA RECIO, Raúl, La nobleza española en la Edad Moderna: los Fernández de Córdoba. Familia, riqueza, poder y cultura, Tesis Doctoral inédita, Córdoba, 2004.