Ya en la década de 1950 el historiador belga Charles Verlinden señaló la esclavización de los prisioneros musulmanes por parte de los estados cristianos del Mediterráneo, especialmente los ubicados en Italia y la Península Ibérica. Las formas de capturarlos eran muy variadas: bien fruto de cabalgadas organizadas desde las costas andaluzas ya desde el siglo XV con la finalidad de obtener esclavos y botín; bien por apresamientos de barcos musulmanes en alta mar realizados por los corsarios cristianos; bien como consecuencia de las conquistas de las plazas norteafricanas iniciadas en la época de los Reyes Católicos. La principal razón de ello fue el constante estado de guerra entre los imperios español y otomano, ambos deseosos de imponer su hegemonía política en el Mediterráneo. La ocupación de ciudades norteafricanas por parte de la Monarquía Hispánica (Melilla en 1497, Túnez en 1535, Larache y La Mamora en 1610) provocaría el cautiverio de numerosos musulmanes. La ocupación española de Orán entre 1509 y 1791 facilitó asimismo la creación de una ruta esclavista permanente. Las fuentes nos muestran numerosos cautivos procedentes de Orán, Bugía, Trípoli y Túnez, aunque el destino de muchos de ellos era el de ser canjeados por cristianos prisioneros en manos musulmanas.

Si durante la Baja Edad Media los esclavos norteafricanos fueron llamados sarracenos, a partir del siglo XVI se hace más frecuente el término berberisco. En la Edad Media el vocablo sarraceno fue utilizado sobre todo para los individuos procedentes del norte de Africa, pero también para designar a los musulmanes de la Península Ibérica. Según el Tesoro de la Lengua castellana de Covarrubias de 1611, sarraceno es un sinónimo de moro, y esta definición provendría de Sarra, la esposa de Abraham. Desde el siglo XVI, por el contrario, se prefiere utilizar el término de berberisco, predominando el criterio geográfico (originario de Berbería, es decir, el norte de África).

Normalmente se piensa que el esclavo norteafricano es de piel blanca, pero la realidad afirma lo contrario. En la Granada del siglo XVI, donde las compraventas mencionan el color de la piel de los esclavos berberiscos en el 83% de los casos, el 48% son blancos, el 24% negros, el 1% mulatos, el 8% loros y el 3% membrillo cocho, por lo que sería incorrecto identificar la esclavitud norteafricana como blanca. Algo similar sucede en Cádiz: de los 392 berberiscos vendidos entre 1650 y 1750, según catas realizadas cada cinco años, se precisa el color de la piel de 206, y nos encontramos a 127 membrillos, 4 claros, 49 blancos, 3 morenos, 6 mulatos, 8 negros, 1 oscuro, 5 trigueños, 2 mulatos y 1 pardo. Por lo que se refiere a los 788 moros, de los cuales de 663 se especifica el color de la piel, nos encontramos con un atezado, 156 blancos, uno claro, 387 membrillos, 7 mulatos, 79 negros, 12 trigueños, 10 morenos, 1 oscuro, 1 pardo y 8 turcos.

La presencia de esclavos norteafricanos fue una constante hasta muy avanzado el siglo XVIII, a pesar de que en repetidas ocasiones se promulgaron órdenes de la Corona disponiendo su expulsión por el peligro potencial que podían suponer. Así sucedió el 19 de julio de 1624, cuando el cabildo municipal gaditano acusaba recibo de la Real Cédula del 26 de junio del mismo año por la que Felipe IV mandaba que ninguna persona pudiera tener esclavos moros o nuevamente convertidos sino era para el servicio de su casa y que no les consintieran andar a jornal, que todos los moros libres salieran de la ciudad, y que si era posible «se traigan negros de Guinea y no de Berbería por ser gente más segura«. Un bando del gobernador, el conde de Frigiliana, del 13 de agosto de 1646, señalaba que «por cuanto tiene SM mandado que en todas las ciudades villas y lugares de estos reinos que fueren marítimos no haya ningún moro y que los que hubiere entren a vivir 10 leguas la tierra adentro…mando que dentro de seis días…salgan a cumplirlo todos los moros que en esta dicha ciudad se hallaren de edad de 16 años arriba» so pena de ser condenados a galeras de por vida. Pero la importancia económica de los esclavos fue tal que en ciertos momentos se libraron de las órdenes de expulsión. Una consulta del consejo de Guerra de 1637 con motivo de alistar esclavos para las galeras, indicaba los inconvenientes que se podrían seguir de alistar a negros y mulatos «por hacer mucha falta a sus dueños y en Cádiz a las fortificaciones”. Del mismo modo, una Real Cédula, recibida en cabildo del 29 de abril de 1658, toleraba a los moros en la ciudad, aunque su vigencia fue de corta duración ya que el gobernador Antonio Pimentel y Prado se vio obligado a cumplir la Real Orden del 12 de junio de 1662 que disponía que todos los esclavos moros y berberiscos que habitasen a menos de 15 leguas de la costa se retirasen al interior en el término de un mes so pena de galeras, pero lo hizo con bastantes reticencias, ya que de 133 moros localizados, solamente envió a 25, «volviendo los demás a sus dueños por el favor e inteligencia que en esto tuvo«.

En el uso de los esclavos norteafricanos como fuerza de trabajo destacó siempre la corona española, que los empleaba en la construcción de fuertes, labores de minas y servicio de galeras, que requerían una enorme necesidad de cautivos: las cuarenta galeras españolas necesitaban en el siglo XVI 2.500 esclavos de un total de 8.000 galeotes, es decir, 5.000 cada diez años, o 50.000 durante un siglo, lo que quiere decir que durante la Edad Moderna 150.000 esclavos pasaron por las galeras del Rey Católico. Siendo estos esclavos mayoritariamente norteafricanos, otomanos o eslavos, las galeras constituían una mezcla increíble de lenguas y culturas, por cuanto podían tener comandante genovés, marineros españoles, soldados flamencos y alemanes, y esclavos turcos, argelinos o subsaharianos. Es cierto que en ellas los esclavos constituían solamente una pequeña parte de la fuerza de trabajo, pues normalmente eran servidas por forzados o condenados a galeras por los tribunales pero, siempre que éstos escaseaban, lo más rápido era forzar el servicio de los esclavos, aunque los intentos del gobierno chocaban con fuertes resistencias. Un decreto para alistar esclavos en Málaga en 1670 fue resistido por los amos y en un plazo de ocho meses solamente se obtuvieron tres esclavos. Aunque en el siglo XVIII las galeras fueron quedando cada vez más obsoletas, antes de su definitiva retirada en 1748, los esclavos y forzados ya no trabajaban predominantemente como remeros, sino, sobre todo, en los astilleros, siendo la tarea más ardua la de hacer funcionar las bombas de achique. Se pueden encontrar numerosos ejemplos de ello en el arsenal gaditano de La Carraca, donde su presencia se prolongaría al menos hasta 1779, siempre en unas condiciones de vida muy duras, por cuanto habitaban en barracones donde algunas veces soportaban el hacinamiento y la miseria, según se indica en 1766, “por la noche los meten a dormir, en un lugar tan estrecho, que adonde no pueden dormir más que diez o doce, meten cincuenta, y así tienen que dormir en cuclillas, llenos de miseria e inmundicia”. En 1737 el comisario de marina informaba que los esclavos del arsenal de Cádiz padecían mucho frío a causa de su desnudez, porque en dos años solamente habían recibido un par de calzones.

Autor: Arturo Morgado García

Bibliografía

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BARRIO GOZALO, Maximiliano, “La esclavitud en el Mediterráneo Occidental en el siglo XVIII. Los esclavos del Rey de España», Critica Historica, Florencia, 1980.

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MORGADO GARCÍA, Arturo, Una metrópoli esclavista: el Cádiz de la Modernidad, Granada, Universidad de Granada, 2013.