El palacio conocido como la Casa de Pilatos, ubicado en la collación de San Esteban, cerca de la desaparecida Puerta de Carmona, ocupa una extensa área de unos 10.000 m2 en el interior del casco histórico de la ciudad de Sevilla. El conjunto, limita al norte con la calle Imperial, al oeste con el convento de San Leandro, por el sur con la plaza de Pilatos, donde se sitúa su fachada  monumental, y, por el este con la parroquia de San Esteban, con la que estuvo conectada durante siglos por medio de un pasadizo alto y volado sobre la portada del templo. La popular denominación “Casa de Pilatos” procede de una práctica devota implantada por el I marqués de Tarifa, quien, tras peregrinar a los Santos Lugares entre 1518 y 1520, instauró un Vía Crucis que a lo largo de doce “estaciones” conectaba su palacio con el antiguo templete de la Cruz del Campo, siendo esta distancia, al parecer, la misma que existe entre el pretorio romano y el Calvario.

En la historia constructiva de esta casa-palacio se distinguen cuatro fases diferentes en relación con sus principales patronos. La primera de ellas, realizada entre 1483 y 1504, se corresponde con la erección del palacio gótico-mudéjar levantado por Pedro Enríquez, el Adelantado Mayor de Andalucía, y su esposa, Catalina de Ribera. El núcleo primigenio del palacio estuvo compuesto por unas casas dotadas con agua procedente del acueducto de los Caños de Carmona que habían sido adquiridas por el matrimonio tras ser incautadas por la Inquisición. La única estancia que se ha conservado íntegra del primitivo Palacio de los Adelantados, es la “Capilla de la Flagelación”, precioso ejemplo de hibridación gótico-mudéjar. Cubierta por una bóveda de terceletes muy rebajada sobre nervios que arrancan de ménsulas figuradas con angelitos, sus muros y plementerías quedan ornamentadas con una tupida red de yeserías de ataurique que arrancan sobre un zócalo de alicatados de lacería. Idéntica síntesis encontramos en la portada de yeso, donde un arco carpanel decorado con crochets y tracería en las enjutas es rematado por un friso de arcos ciegos lobulados y un ancho alfiz de ataurique en el que una inscripción de caracteres arábigos proclama “para nuestro señor y dueño Don Pedro, ensalzado sea”.

La siguiente etapa constructiva coincide con la remodelación renacentista del palacio ejecutada entre 1525 y 1539 por Fadrique Enríquez de Ribera, el I marqués de Tarifa. Educado en los valores del humanismo, viajó por toda la península itálica durante su peregrinaje a Tierra Santa, entrando en contacto con la fase más brillante del renacimiento italiano. A su vuelta, renovó el “Patio principal” mudéjar, ampliándolo para regularizar su forma cuadrada, y sustituyendo los pilares de ladrillo por modernas columnas genovesas de mármol con fuste liso y alternancia de capiteles de castañuelas –lado este– y tronco-piramidales –resto de arquerías–. El centro del patio se hermoseó con una fuente de mármol de taza mixtilínea con delfines en el fuste rematada con el rostro de Jano bifronte. La “Portada principal” fue colocada en 1533, adosada al primitivo muro mudéjar de ladrillo agramilado. Fue labrada en mármol blanco de Carrara por el artista lombardo Antonio María Aprile de Carona. A modo de Arco de Triunfo, se compone de un gran vano de medio punto flanqueado por pilastras corintias sobre altos pedestales. El amplio friso, decorado con las armas de los Ribera, muestra una inscripción piadosa en latín seguida de un texto en castellano alusivo a la fundación del palacio y a la renovación efectuada por don Fadrique. Sobre la cornisa corre una crestería calada interrumpida por tres pedestales, en los que se repite la Cruz de Jerusalén y la inscripción: “4 días 1519 entró en Herusalem”. En las enjutas aparecen dos medallones con los perfiles de Julio César y Trajano en relieve.

En la planta alta del palacio edificó el marqués de Tarifa nuevas estancias, como el  “Salón del Pretorio”, cubierto por un artesonado mudéjar decorado con blasones, lacerías y racimos de mocárabes. Para conectar con estos salones altos, se construyó en 1538 la “Escalera principal” en el ángulo sur-oeste del patio. De un sólo tiro y traza asimétrica, su caja es a la vez cerrada y abierta. Su complejo diseño responde a la idea de monumentalizar el espacio, de manera que a medida que se asciende, el espectador experimenta un crescendo hasta llegar al apogeo bajo la soberbia media naranja dorada sobre trompas de mocárabes con grutescos. Entre éstas, se sitúan parejas de guerreros tenantes que ostentan los escudos heráldicos de los Enríquez, Ribera, Mendoza y Quiñones. La escalera se convierte en un elemento clave en el ceremonial palaciego, límite entre el espacio público y el noble, donde el dueño acudirá a recibir a sus huéspedes más honorables para conducirlos a la galería alta, lugar en que los visitantes se deleitarían con un ciclo de pinturas murales que representa a personajes ilustres de la literatura clásica. En un marco de arquitectura fingida, y con un fragmento de su obra más representativa al pie, se muestran los retratos de Cicerón, Creso, Horacio y Tito Livio, entre otros. Fueron realizados por el pintor Diego Rodríguez Benamad, autor también del ciclo del Triunfo de las Estaciones del año, identificadas con los dioses Pomona, Jano, Ceres y Flora, que decora los muros del “Salón de los Frescos”. Durante estos años y en fases sucesivas, se colocaron en las paredes de la Casa de Pilatos medio millón de azulejos de cuenca o arista, realizados en el sevillano taller de los Pulido.

Entre 1568 y 1571 se acometieron nuevas reformas en el palacio a iniciativa de Per Afán de Ribera, I Duque de Alcalá de los Gazules, y virrey de Nápoles. Perafán, educado en el círculo de humanistas e intelectuales sevillanos, encarnó el prototipo del aventurero del siglo de Oro español, pícaro e hidalgo a la vez. Durante su mandato en el sur de Italia, el I duque de Alcalá se convirtió en uno de los grandes coleccionistas de piezas arqueológicas, siendo su gran pasión la estatuaria clásica. Desde allí, envió cargamentos repletos de esculturas con intención de crear un Jardín Arqueológico en su palacio hispalense. Para instalar la colección mandó a Sevilla al escultor-restaurador Giuliano Menichini y al arquitecto Benvenuto Tortello, autor de los veinticuatro tondos que decoran la galería baja del “Patio principal”, marcos que alojan la serie de bustos romanos y renacentistas de personajes de las Guerras Púnicas, reyes y emperadores romanos. Este modo de exhibir las colecciones denota una nueva sensibilidad, un criterio moderno y ordenando en el que prima la simetría y la regularidad a la hora de mostrar ciclos temáticos. En los vértices del patio colocaron cuatro monumentales esculturas de mármol. Entre ellas destaca la grandiosa Palas Atenea, original griego datado en el tránsito del s. V al IV a.C., realizada por Akerácritos de Paros, discípulo de Fidias. En el área oeste del palacio, antigua zona de huertas, se construyó el “Jardín Grande”, donde Tortello trazó dos logias dobles para los extremos cortos, y otra simple para uno de los lados mayores. En ellas dispuso el arquitecto napolitano hornacinas y tondos para albergar la colección arqueológica del I duque de Alcalá.

El último gran periodo constructivo de la Casa de Pilatos se corresponde con la época de Fernando Enríquez de Ribera, III duque de Alcalá e igualmente virrey de Nápoles (1583-1637). Tras tomar posesión del palacio en los primeros años del siglo XVII, emprendió un ambicioso programa de obras para renovar el antiguo palacio mudéjar-renacentista y adecuarlo a los nuevos usos y exigencias de su lujosa corte ducal, donde aparte de los criados, contaba con servicio de músicos, médicos y astrólogos. Además, allí se reunía la “Academia” del duque de Alcalá, una tertulia compuesta por personas de diversa condición social que tenían en común su amor por las letras y las artes. Para estas reformas, don Fernando Enríquez de Ribera contó con los servicios del arquitecto Juan de Oviedo y de la Bandera, autor de la galería sur de la fachada principal, una logia de cuatro huecos, que combina tradición y modernidad, compuesta por columnas de mármol genovesas que sustentan arquerías de ladrillo enmarcadas por alfices. La logia, que se abre hacia la plaza a modo de balcón de honor, custodia en su muro interior tondos con bustos entre los que aparece la figura de Felipe II. A las trazas de Juan de Oviedo se deben igualmente las estancias de la galería oeste del piso alto, que configuran la nueva área de representación oficial del palacio: sala de recepción, gabinete de pinturas, biblioteca y armería. Entre ellas, sobresale por su decoración pictórica el llamado “Salón Pacheco”, cuyo techo al temple fue ejecutado por Francisco Pacheco entre 1603 y 1604. El tema central representado es La Apoteosis de Hércules. El héroe clásico, por tanto, constituye un modelo de virtud para el joven duque, y realza el cometido formativo del grupo de humanistas que le asesoraban. Entre los dioses del Olimpo se hallan los retratos de los duques. En los paneles laterales se representan otras seis escenas mitológicas alegóricas: en un lado, la Caída de Ícaro, el rapto de Ganimedes y Astrea; y, al otro, la Caída de Faetón, Belerofonte sobre su caballo Pegaso y la Envidia. Esta sala da paso al “Gabinete”, cuyo techo se decora también con una pintura de asunto mitológico, La Asamblea de los Dioses, atribuida al pintor holandés Jacob van der Gracht. Anexo a esta estancia está el “Salón Oviedo”, cubierto por una bóveda en forma de artesa, decorada con yeserías.

A mediados del s. XVII el palacio pasó al duque de Medinaceli, ocupando una posición periférica dentro del inmenso conjunto patrimonial de esta casa nobiliaria. Sólo recibiría visitas esporádicas, y sus múltiples espacios y dependencias fueron paulatinamente destinados a oficinas, almacenes, viviendas para los criados y apartamentos de alquiler, produciéndose un proceso de desmembramiento del solar original del palacio, que ya en el s. XVIII entró en decadencia. En el s. XIX, además, el inmueble hubo de hacer frente a los estragos producidos por la invasión francesa, al ser ocupado como cuartel, hospital y polvorín, y más tarde, a los daños de trece proyectiles que le impactaron durante el bombardeo del general von-Halen en 1843, tras la sublevación popular al levantamiento de Espartero. A fines del ochocientos, el rico repertorio ornamental gótico, mudéjar y renacentista desplegado a lo largo muros, arquerías, y techos de la Casa de Pilatos se convirtió en uno de los paradigmas decorativos para la arquitectura ecléctica y para el posterior historicismo regionalista denominado “estilo sevillano” de la década de 1920.

Autor: Alejandro Prada Machuca

Bibliografía

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