Escultor nacido en Sevilla y admirado, ya en vida, por sus dotes artísticas. El propio Ceán Bermúdez lo consideró como el último escultor de mérito que hubo en la capital hispalense e investigadores posteriores lo han estimado como uno de los maestros de la Sevilla dieciochesca más atrayente. Su obra estuvo caracterizada por tres hechos fundamentales: la nueva etapa del barroco en la que se enmarcaba, el carácter profundamente religioso de su autor y la reivindicación de un estilo personal frente a los modelos estéticos de la época. A ello hay que añadir que Montes de Oca mantuvo en todo momento buenas relaciones con el clero, lo que le granjeó, consecuentemente, un mayor acercamiento a la clientela religiosa.

Durante mucho tiempo, han sido exiguas las referencias a las que se podía acudir para conocer su vida y obra −a lo que tampoco ayudó el hecho de que utilizase el apellido León hasta 1710−. Sin embargo, desde finales de la década de 1980, diferentes autores como Antonio Torrejón Díaz, Lorenzo Alonso de Sierra Fernández y Álvaro Dávila-Armero del Arenal han proporcionado relevantes datos sobre Montes de Oca. Como muestra, estos investigadores se han cuestionado las fechas de nacimiento y defunción proporcionadas por Ceán Bermúdez. Torrejón Díaz, al que numerosos expertos nos dirigen para conocer más a fondo a este escultor, consideró que era necesario posponer la primera hasta los años 1675-1680. Posteriormente, Alonso de Sierra Fernández estimó que la fecha debía ser 1676. Por su parte, su fallecimiento habría que retrasarlo hasta 1754, seis años después de la dada por el académico.

Gracias a estas investigaciones hoy se sabe que era el menor de los tres hijos del matrimonio formado por Cristóbal de Montes de Oca y Teresa Marcela Torrenuevo, que pasó la mayor parte de su vida sin la referencia de su padre, quien marchó a las Indias en 1684 −cuando el joven escultor podría tener ocho años−. También se ha conocido que tiempo más tarde, en 1692, su madre se trasladó a residir a Cádiz hasta su muerte, ciudad en la que también vivió su hermano. Poco más se ha averiguado sobre su infancia y juventud, siendo difícil de establecer, por tanto, el origen de su vocación artística. Ya en el siglo XVIII, se tiene constancia de que se casó con Eugenia de Padilla y González en 1707, matrimonio que no tuvo descendencia; y que en su testamento Montes de Oca hizo herederas a su mujer y su hermana. En Sevilla, ciudad en la que estuvo su taller, vivió entre las collaciones del Sagrario y santa Cruz.

Las numerosas obras de las que fue autor y que se encuentran repartidas por las provincias de Sevilla, Cádiz, Huelva, Málaga y Badajoz, se enmarcan en un siglo XVIII que no fue del todo propicio para el adecuado desarrollo de las labores artísticas. A la poca demanda de obras que caracterizó este periodo hay que añadirle el paro y la escasez relacionados con la Guerra de Sucesión Española (1701-1713). Además, en estos momentos, junto a la irrupción del racionalismo moderno, el barroco comenzó una nueva fase, alejándose de la espiritualidad trentina que había caracterizado su ciclo más pleno y careciendo, por consiguiente, de la expresividad religiosa de las obras previas en pro de una belleza más dulce, delicada e, incluso, idealizada. Sin embargo, ello no impidió que la producción de Montes de Oca recibiera las influencias de los más notables artistas sevillanos del momento: Pedro Duque Cornejo (1678-1757), el taller de Roldán y los seguidores de Gijón (1653-1720); y, sobre todo, de los maestros que no hacía mucho tiempo habían dominado la producción escultórica andaluza: Juan Martínez Montañés (1568-1649) y Juan de Mesa (1583-1627) a cuyas características estilísticas desembocaría a partir de 1729-1730 tras unos iniciales influjos del arte roldanesco del momento.

Porque su estilo, aunque en un principio pudo asemejarse al de los círculos de aquellos artistas contemporáneos a él, y así se aprecia en algunas de sus esculturas, pronto acabó dirigiéndose hacia una manera más personal: una mezcla entre naturalismo y clasicismo, unido a una gran capacidad para transmitir el sentimiento religioso, gracias al dramatismo presente en sus obras o a la belleza de los rostros y su aventajada capacidad técnica. Todo ello derivó en que Montes de Oca fuese, ante todo, un escultor ecléctico −tal y como lo calificó Torrejón Díaz− que supo aunar la estética de su tiempo, la serenidad y reposo de Montañés y el dramatismo y la intensidad de Mesa. Además, de su producción se aprecia el interés que mantuvo por los temas de la Pasión, exponente de algunas de sus más relevantes obras.

Las primeras de las que se tiene constancia son cuatro santos, hoy desaparecidos, que elaboró en 1712 para el retablo de la capilla sacramental de la parroquia de san Nicolás de Sevilla. Sí ha llegado hasta nuestros días el grupo escultórico de la iglesia del Salvador de la misma ciudad que representa a santa Ana enseñando a leer a la Virgen niña, fechado en 1714 tras las averiguaciones de Emilio Gómez Piñol, y que ha sido considerado como “una de las más notables obras del tardobarroco sevillano”. En 1717, Montes de Oca realizó la Virgen de los Dolores de la hermandad servita de Puebla de Cazalla y en 1726, santa Ana y la Virgen Niña para la iglesia de Nuestra Señora de las Virtudes del mismo pueblo, obra en la que el autor mostró esas primeras influencias de Roldán y Gijón. En fechas próximas, entre 1725 y 1730 según Torrejón Díaz, elaboró el grupo que representa la Sexta Angustia de María, ubicada en la capilla de los Dolores de la parroquia de san Marcos de Sevilla. Esta obra, en la que el maestro utilizó modelos renacentistas y góticos y en la que, igualmente, se han visto semejanzas con la Piedad de Juan de Mesa conservada en Córdoba, es considerada como una de las mejores entre las piedades dieciochescas, destacándose el bello rostro de la Virgen. El propio Ceán Bermúdez afirmaba que era una de sus mejores obras porque en ella “los tiernos afectos de las figuras mueven la devoción de quien los mira”.

Fuera de Sevilla también se encuentran destacados ejemplos de la labor artística de Montes de Oca como el altorrelieve de la Epifanía del retablo del oratorio de san Felipe Neri de Cádiz, labor contratada en 1728 y estimada como una de sus obras más logradas. En este relieve, siguiendo la línea comenzada en el retablo de la iglesia gaditana de san Lorenzo–con las imágenes de Santiago, san Andrés y la atribución de los ángeles lampareros, fechados todos en 1729−, Montes de Oca reafirmó el estilo de Montañés, con un trabajo que recuerda al retablo mayor del monasterio de san Isidoro del Campo en Santiponce ejecutado por este autor en 1610.

Continúa Montes de Oca con la influencia de Montañés en el Ecce Homo de la capilla de san Pablo de Cádiz, fechado hacia 1730. Obra en la cual, siguiendo con la manera de este escultor del seiscientos, añadió el dramatismo de Mesa, tal y como se aprecia en los detalles anatómicos. La influencia de estos distinguidos maestros se deja ver en otras obras como en su Jesús cansado o Jesús sin soga de la iglesia de santa Bárbara en Écija (h. 1732-1733) que recuerda, además, al citado Ecce Homo.

A esta nómina de obras habría que añadirle otras que, por diversas causas, no han llegado hasta nuestros días. A este respecto, son destacables sus Dolorosas como la que se encontraba en la iglesia de san Jacinto, de fuerte dramatismo expresivo al mostrarnos su angustia y dolor, así como Nuestra Señora de los Dolores del desaparecido convento del espíritu Santo de Triana, imagen que fuese titular de la hermandad de los Gitanos y que se quemó en 1936 junto con el cristo, también titular de la hermandad, Jesús Nazareno de las Tres Caídas, de la misma autoría. Tampoco se ha conservado la imagen de Nuestra Señora del Mayor Dolor de Aracena.

Cuantioso es, como se aprecia, el número de obras que podrían destacarse de José Montes de Oca. A las ya mencionadas se podrían añadir la Divina Pastora o San José de los sevillanos templos de san Antonio Padua y san Isidoro, respectivamente; o la Virgen Comendadora de la Merced de la capilla del Museo, en la misma ciudad (obra que, junto al grupo de la iglesia del Salvador de Sevilla, fueron destacadas por Ceán Bermúdez). También Nuestra Señora de los Dolores de Carmona, el san José de Bormujos y el relieve de la Encarnación del ya mencionado oratorio de san Felipe Neri, entre otras. Trabajos, todos ellos, que muestran la capacidad del escultor para trasladar, con gran expresividad, su sentir religioso al elenco de obras que acabaron por conformar su legado. Una producción que, sin embargo, no le privó de años de escasez laboral y apreturas económicas cuando se aproximaba la fecha de su muerte, acaecida en 1754.

Autora: Victoria Sánchez Mellado

Bibliografía

ALONSO DE LA SIERRA FERNÁNDEZ, Lorenzo, “Nuevos datos sobre la vida y la obra del escultor José Montes de Oca”, en Atrio, 4, 1992, pp. 71-83.

CÉAN BERMÚDEZ, Juan Agustín, Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes en España, t. III, Madrid, en la imprenta de la viuda de Ibarra, 1800, pp. 176-177.

DÁVILA-ARMERO DEL ARENAL, Álvaro, “Una revisión bibliográfica acerca de la vida y obra del escultor José Montes de Oca”, en Laboratorio de Arte, 18, 2005, pp. 265-281.

RODA PEÑA, José, “Escultura en la Baja Andalucía durante el siglo XVIII: síntesis interpretativa e historiografía reciente”, en Mirabilia, 1, 2014, pp. 162-218.

TORREJÓN DÍAZ, Antonio, El escultor José Montes de Oca, Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 1987.