Bartolomé de las Casas, probablemente nació en el barrio de San Lorenzo, en Sevilla, donde sus padres tenían propiedades, o bien, en la parroquia del Salvador, en el centro de la ciudad. Hijo del mercader Pedro de las Casas, natural de Tarifa, y de Isabel Sosa, que regentaba una panadería que heredó, se dedicaron a la venta del pan. Tuvieron cuatro hijos, siendo Bartolomé el primogénito, seguido de sus hermanas Isabel de Sosa, Catalina de las Casas y Marina de las Casas. Algunas fuentes de la época lo hacen descender de un linaje noble. Por ejemplo, Pedro Mexía, presuponía que el linaje de los Casaus o Casas sevillanos, tenía su origen en el caballero francés Guillen de Casaus, señor de Limoges, que había participado en la reconquista de tierras sevillanas y había recibido gratificaciones de los monarcas. Sin embargo, parece que tal vinculación no existió, pues Bartolomé en ningún momento hace referencia de tal parentesco.

Por otro lado, no se puede determinar de modo preciso su fecha de nacimiento, lo que suscita un debate entre sus biógrafos. En tal sentido, el dominico fray Antonio de Remesal, uno de sus primeros biógrafos, señala la fecha de 1474, aunque en otro momento apunta el año de 1480. Investigaciones más recientes tienden a rejuvenecer al “Apóstol de las Indias”, como el caso de Álvaro Huerga Teruelo o Bernat Hernández que le atribuyen la fecha aproximada de 1484.

En cuanto a la educación de Bartolomé, transcurrió en el entorno andaluz y no en Salamanca como apuntan algunos estudios. Se educó en la escuela de San Miguel de la Catedral de Sevilla, donde adquirió un conocimiento del latín escrito y hablado. Hay especulaciones de que se formó en la academia catedralicia de Sevilla con el célebre filólogo Elio Antonio de Nebrija, o en el Colegio de Granada, pero son simples conjeturas. Solo se conoce a través del propio Las Casas que viajó a principios del siglo XVI con su padre a Granada, probablemente como integrante de las milicias sevillanas que fueron a combatir la rebelión de moriscos en las Alpujarras.

De modo que, son pocos los datos biográficos de la infancia de Bartolomé, que seguramente estuvo marcada por la familiaridad con las tierras americanas, porque en Sevilla se encontraban los centros regionales de decisión política y de infraestructura portuaria de navegación hacia Ultramar. Fue testigo en su ciudad natal del regreso triunfal de Cristóbal Colón y su séquito de su primer viaje en 1493, el cual debió impresionarle por los papagayos y siete indígenas que transportaban para su encuentro con los Reyes Católicos en Barcelona. Igualmente, debieron persuadirle las noticias de su padre sobre las tierras recién halladas, que decidió enrolarse en el segundo viaje a las Indias, el 25 de septiembre de 1493, junto con su hermano Francisco de Peñalosa, quien marchó en calidad de capitán.

Mientras Francisco regresó a la Península en 1496, Pedro de las Casas permaneció en las Antillas hasta 1499, y como premio por sus servicios prestados, el Almirante Colón lo recompensó a su regreso, así como a algunos de sus compañeros, con un joven esclavo indígena que llevó consigo a Sevilla y regaló a su hijo Bartolomé. Sin embargo, este vasallo duró apenas unos días, pues la reina Isabel que por aquel entonces se encontraba en Granada, montó en cólera tras conocer la noticia de la llegada de unos trescientos indígenas, y ordenó que fueran liberados y repatriados en la siguiente flota.

Los contactos con el mundo americano condujeron a que Las Casas emprendiera la travesía atlántica, el 13 febrero de 1502, zarpando en la flota que llevaba consigo a Nicolás de Ovando, quien iba a relevar al gobernador de La Española, Francisco de Bobadilla. Apenas se sabe de los primeros años del sevillano en la isla, cuyos datos están muy dispersos entre sus obras. Se alude de manera breve que había sido dueño de algunos indígenas y presenció un panorama muy tétrico entre los colonos de La Española, donde imperó el hambre, debido a la escasez de provisiones, y las epidemias. Asimismo, presenció los estragos que ocasionó un huracán que asoló la zona poco después de la llegada de la flota y condenó a la población a una indigencia aún mayor.

Hasta el momento, la autoridad española distaba mucho de estar bien instaurada en el territorio, y tuvo que hacer frente a numerosas revueltas, entre otras, la de los cacicazgos de Higüey y Xaraguá, que Las Casas describe de forma detallada en su Historia de las Indias, al menos en cuanto a las masacres perpetradas por los españoles. Según Bernard Lavalle, es probable que Las Casas participara en la cruel campaña de Xaragua, pues le entregaron un esclavo, y por lo general la asignación de cautivos era una recompensa por participar en operaciones militares.

En 1506, de regresó a Sevilla, posiblemente recibió las órdenes menores al sacerdocio, porque según una carta de 1534, que él mismo escribió, predicaba desde hace veintidós años. Por tanto, su ordenación se produjo en el año de su regreso a España, siendo más probable que se ordenara en Sevilla y no en Roma como especulan algunos biógrafos, la cual visitó en 1507, puesto que en su ciudad natal podría aportar sin dificultad los documentos y testigos necesarios.

De vuelta a La Española, a finales de 1507, pronto entró en contacto con los dominicos de la isla, dirigidos por fray Pedro de Córdoba, y entre los que se encontraba fray Antón de Montesinos. El domingo de Adviento del 21 de diciembre de 1511, los miembros de la Orden de Predicadores en La Española redactaron un sermón condenatorio fundamentado en el Evangelio de San Juan. Para ello, Montesinos fue el encargado de hacer lectura desde el púlpito de la principal iglesia de Santo Domingo. A la misa asistieron todas las autoridades de La Española, como el virrey Diego Colón, acompañado de los oficiales reales, letrados y encomenderos de la ciudad. Aunque Las Casas no estuvo presente en el acto, realizó una transcripción resumida años después del sermón en su Historia de las Indias, que comenzó a redactar en 1526 y cuyo contenido no se conoce íntegro. Tras su lectura, las repercusiones fueron inmediatas, acudiendo el gobernador Diego Colón al convento de los dominicos para exigir explicaciones, y posteriormente se informó a la corte de lo sucedido.

Los acontecimientos de 1511 tuvieron una enorme incidencia en la Península, ya que dieron lugar a la promulgación de las Leyes de Burgos y Valladolid de 1512 y 1513, que pretendían limitar los abusos para la protección de los indígenas. Mientras tanto, es probable que Bartolomé llevase una vida como cualquier otro colono, es decir, se dedicase a la búsqueda de la fortuna indina, empleando indígenas a su cargo en actividades agrícolas y mineras, pues en el siglo XVI, la obtención de las órdenes menores o mayores, no conllevaba la obligación de ocupar un cargo eclesiástico. Sin embargo, el grito de espanto y angustia del sermón de Adviento supuso un episodio que nunca olvidaría.

En 1513, pasó a la isla de Cuba en compañía del teniente Pánfilo de Narváez en calidad de clérigo encomendero. Vacilante aún a su conciencia, resonaban en él las palabras que pronunció Montesinos en La Española. Al siguiente año, hallándose en la villa de Sancti Spiritu, determinó cambiar por completo el modo de vida y seguir las huellas de los dominicos, renunciando a sus repartimientos de Cuba que le había premiado el gobernador Diego Velazquez, y regentaba con un antiguo alcalde ordinario de Santo Domingo, Pedro de Rentería.

En junio de 1515, se dirigió a Santo Domingo junto con los dominicos Gutierre de Ampudia y Diego de la Alberca. Allí, tuvo contacto con fray Pedro de Córdoba y Antón de Montesinos para acordar iniciativas y estrategias para la evangelización pacífica. El 6 de octubre del mismo año, Bartolomé se dispuso a regresar a Sevilla junto con Montesinos, con el propósito de tener audiencia con el rey para comentarle la situación que padecían los indígenas. Visitó el convento dominico de San Pablo y Montesinos le presentó a sus superiores, que se mostraron encantados de ayudarle. Conoció al arzobispo de Sevilla, fray Diego de Deza, quien fue confesor de Isabel la Católica y le expidió una carta de presentación que le abrió las puertas de la Corte a la víspera del día de Navidad de 1515. Fue un encuentro breve que sirvió para refrendar el interés del monarca en los asuntos americanos, pero no se tomaron decisiones. En este sentido, el confesor del monarca, el dominico Tomás de Matienzo, acordó un futuro encuentro entre el monarca y Las Casas, pero nunca llegó a producirse, pues el soberano falleció en Madrilejo, el 23 de enero de 1516, entregando la regencia al cardenal Cisneros, arzobispo de Toledo.

En estas circunstancias, Las Casas preparó un texto en castellano para Cisneros y en latín para Adriano de Utrecht, tutor del príncipe Carlos, futuro Carlos V, para dar cuenta del trato que padecían los indígenas en el Nuevo Mundo. Se trata del Memorial de los agravios, de los remedios y de las denuncias (1516), una propuesta escrita de reforma de Indias, que entre sus remedios destaca la supresión de los repartimientos y encomiendas, e insistir en la libertad de los indígenas.

En abril de 1516, Cisneros determinó enviar a tres frailes jerónimos que acompañaran a Bartolomé, quien fue nombrado consejero de los jerónimos, y según él propio Las Casas, “Protector universal de todos los indios”. Al respecto, Bernat Hernández comenta que este último cargo asignado carece de base documental en fecha tan temprana, pues solamente desde finales de la década de 1520, la monarquía concedió títulos de protectores naturales a los obispos de Indias.

Las tensiones entre Las Casas y los jerónimos no se hicieron esperar, debido a que los segundos se ganaron el favor de los encomenderos de La Española, porque autorizaron que algunas embarcaciones partieran hacia las costas de Tierra Firme y capturaran nativos para ser vendidos posteriormente. De este modo, a lo largo de la primera mitad de 1517, los jerónimos y Las Casas se cruzaron acusaciones mutuas en su correspondencia con el cardenal Cisneros, quien, en julio del mismo año, exigió a Bartolomé regresara inmediatamente a la Península. Sin embargo, Las Casas nunca volvió a entrevistarse con el cardenal, pues falleció en septiembre de 1517, provocando una situación de interinidad en los asuntos de Indias, cuyas decisiones políticas muy pronto quedaron en manos de Carlos I y su séquito de consejeros procedentes de Flandes.

En 1518, Las Casas planeó un proyecto de colonización pacífica en tierras indígenas con labradores reclutados en España. En mayo de 1520, el Consejo de Castilla autorizó su proyecto en el territorio de Cumaná, en la actual Venezuela, y en diciembre del mismo año, partió con un grupo de setenta labradores hacia Puerto Rico, donde recibieron noticias de que Alonso de Ojeda había enfurecido a los indígenas de la provincia por sus continuas cacerías de esclavos. Por tal motivo, la experiencia colonizadora en Cumaná no resultó, pues fueron meses soledad sin indígenas para adoctrinar, ya que se había retirado al interior del territorio. Al mismo tiempo, Bartolomé no encontró trabajadores con los que poblar el territorio, porque los agricultores que le acompañaron inicialmente se enrolaron en otras operaciones basadas en la captura de indígena.

En consecuencia, Las Casas decidió abandonar el territorio de Cumaná a finales de 1521, ya que vivía en un estado de violencia endémica. Quince días después de su partida, los nativos asaltaron la misión de Cumaná. De retorno a La Española, debido a las fuertes tormentas acabó desembarcando en el lado opuesto de la isla. De camino a Santo Domingo fue informado del final dramático de las misiones de Cumaná, lo que supuso una profunda frustración que le condujo retiro de la vida pública durante casi diez años. En 1523, tomó el hábito de dominico y profundizó en el estudio de la escritura en los conventos de Santo Domingo y Puerto de Plata, ambos en la ciudad de Santo Domingo.

Años más tarde, Las Casas decidió unirse a los dominicos que se extendían hacia otras regiones del continente americano. En este sentido, a mediados de 1534, se sumó a la expedición hacia el Perú dirigida por fray Tomás de Berlanga, obispo del Darién, para intentar mediar en las trifulcas mantenidas entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro. Sin embargo, Bartolomé nunca alcanzó las tierras andinas a causa de los numerosos contratiempos y episodios de carestía y enfermedad, provocando que el grupo no pudiera avanzar más allá de tierras nicaragüenses, donde se detuvieron en abril de 1535.

En otoño de 1536, Bartolomé se dirigió hacia México, donde asistió a una junta de obispos que organizó el virrey Antonio de Mendoza, y fue reconocido como vicario de los dominicos en Guatemala. En mayo de 1537, firmó un asiento con Alonso de Maldonado, gobernador de Guatemala, para llevar a cabo la conquista pacífica de los territorios de Alta Veracruz (Guatemala) y de la selva Lacandona, en el estado de Chiapas. Los nativos se mostraron hostiles a la evangelización, debido a las incursiones españolas en el territorio, entre ellas, una comandada por el propio gobernador Maldonado.

Por tal motivo, en 1540, Las Casas y su compañero Rodrigo de Ladrada viajaron a España para entrevistarse con Carlos V y denunciar los abusos que los encomenderos ejercían sobre la población indígena, y al mismo tiempo, reclutar frailes dominicos y franciscanos con destinos a las misiones de Guatemala. La audiencia tuvo lugar en abril de 1542 en Valladolid, donde prestó el emperador oídos a las demandas de Las Casas, que presentó en un “Memorial de denuncias de abusos”. Carlos V quedó sorprendido por las acusaciones y dispuso la convocatoria de unan junta que debería considerar la situación de Indias y redactar ordenanzas para gobernar dichos territorios. El resultado fue la promulgación en noviembre de 1542 de las Leyes Nuevas, que eran una actualización de las Leyes de Burgos y Valladolid de 1512 y 1513, y proponían la abolición de las encomiendas y libertad de los indígenas puestos bajo protección directa de la Corona.

En este mismo año, le fue ofrecido a Las Casas a instancias de Díaz de Luco, la dignidad del obispado de Cuzco, que rechazó, posiblemente porque se encontraban las facciones más beligerantes de señores encomenderos. Por estas mismas fechas, finalizó en Valencia su controvertido manuscrito de la Brevísima, dirigida al príncipe Felipe, futuro rey Felipe II, entonces encargado de los asuntos de Indias, y que recogía las principales denuncias de la situación miserable de los nativos en el Nuevo Mundo.

Carlos V en la corte en Barcelona, le ofreció a Las Casas el obispado de Cuzco, el cual rechazo. Por el contrario, sí aceptó el nombramiento del obispado de Chiapas, el 30 de marzo de 1544. No obstante, el nombramiento no pudo darse en circunstancias más inoportunas, pues la acogida de las Leyes Nuevas fue funesta y coincidía con el estallido de la guerra del Mictón en Nueva España, conflicto que se prolongó entre 1540 y 1551.

En 1547, Las Casas decidió abandonar sus diócesis de Chiapas y regresar a España para presentar su renuncia. Valladolid fue la ciudad elegida para establecer se residencia a su regreso, y el 22 de julio de 1551, firmó un contrato con el Colegio de San Gregorio de Valladolid para hacer de esta institución su lugar de residencia. Según Bernat Hernández, los estatutos internos del Colegio prohibían que se hospedara un huésped que no fuera estudiante o profesor, logrando Las Casas un trato especial. Al mismo tiempo, consiguió la garantía de una manutención vitalicia y de una sepultura.

En Valladolid, se abrió un nuevo frente de batalla para Las Casas, entre 1550 y 1551, contra el humanista Juan Ginés de Sepúlveda, en la conocida “controversia de Valladolid”, donde diferentes juristas, letrados y teólogos fueron convocados por el Consejo de Indias para una junta, donde debatieron sobre la licitud de la guerra de conquista en América. Cabe puntualizar que en las sesiones de la junta nunca coincidieron Sepúlveda y Las Casas, y por tanto, nunca hubo tal careo, aunque fueron los protagonistas de uno de los episodios más relevantes de mediados del siglo XVI.

A finales de 1552 y comienzos de 1553, Las Casas se desplazó a Sevilla, donde llevó a la imprenta diversos tratados que fueron impresos en los talleres sevillanos de Sebastián Trujillo y Jácome Cromberger, y entre las que formaban parte la Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Resulta sorprendente que estos tratados se imprimieran sin la licencia de publicación que requería legalmente toda publicación.

A finales de 1559, Las Casas y Ladrada abandonaron el Colegio de San Gregorio, para trasladarse a Toledo con la corte de Felipe II. El año de 1560, transcurrió para ambos en el convento dominico de San Pedro Mártir, y en la primavera de 1561, se desplazaron con la corte a Madrid. Finalmente, se establecieron en el convento dominico de Nuestra Señora de Atocha, donde Las Casas pasó el resto de su vida, dedicándose a redactar algunos memoriales para el Consejo de Indias. El 18 de julio de 1566, fallecía el dominico, año en el que la conquista del continente americano iba terminando, o al menos se estaba estableciendo los límites de la extensión del imperio español en América, que se mantendría hasta finales del XVII. Fue enterrado en la capilla mayor del convento, pero hoy día se desconocen el lugar donde se conservan sus restos.

Autor: Alfredo Bueno Jiménez

Bibliografía

-HANKE, Lewis, Bartolomé de las Casas: pensador político, historiador, antropólogo, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1968.

-HERNÁNDEZ, Bernat, Bartolomé de las Casas, Taurus, 2015.

-HUERGA TERUELO, Álvaro, Fray Bartolomé de las Casas. Vida y obras, vol. 1, Madrid, Alianza Editorial, 1998.

-LAVALLÉ, Bernard, Bartolomé de las Casas. Entre le espada y la cruz, Barcelona, Ariel, 2009.