Francisco de Zurbarán es uno de los principales representantes del Naturalismo español y el creador de uno de los mayores obradores pictóricos de la época. Hijo del comerciante Luis de Zurbarán y de Isabel Márquez, fue bautizado el 7 de noviembre de 1598 en la parroquia de Nuestra Señora de la Granada de Fuente de Cantos, provincia de Badajoz. Su formación tuvo lugar en Sevilla, en el obrador de Pedro Díaz de Villanueva, coincidiendo con Francisco Pacheco, Juan de Roelas, Diego Velázquez y Alonso Cano en el contexto de una gran urbe en plena efervescencia creativa.

En 1617 se instala en Llerena contrayendo matrimonio con María Páez Jiménez, con quien tuvo tres hijos: María, Juan y Paula. Abrió obrador propio en la ciudad pacense atendiendo los primeros encargos, principalmente dorados, estofados, policromías y pinturas para retablos y andas procesionales. Volviéndose a casar en 1625 con Beatriz de Morales. De esta etapa no se conserva ninguna obra con certeza.

En enero 1626 concertó con fray Diego de Bordas -prior del Convento de San Pablo el Real de Sevilla- una serie sobre la vida de Santo Domingo, las efigies de varios doctores de la Iglesia y un Crucificado para el oratorio privado (fig. 1). En apenas ocho meses el maestro extremeño concluyó -con ayuda de otras manos de su obrador- un conjunto plenamente contrarreformista en el que codificó nuevos modelos iconográficos que tendrán gran difusión. Estas obras, de fuerte tenebrismo, dan muestra de la alta calidad pictórica que Zurbarán alcanza desde temprano. El modelado y la descripción anatómica de Cristo en la cruz, la sabia distribución de la incidencia de la luz, la textura de las telas, la armonía de las tonalidades, la presencia escultórica de los protagonistas y la calidad de los rostros dieron cuenta de un trabajo consciente de su trascendencia.

Acto seguido los mercedarios de la Casa Grande de Sevilla encargaron, con motivo de la canonización de san Pedro Nolasco, una serie compuesta por 22 lienzos sobre la vida del nuevo bienaventurado. Para su ejecución se instaló en Sevilla en 1629, donde terminó disponiendo su residencia a petición del Cabildo Municipal; una proposición insólita que llevó al Gremio de la Pintura recelar sobre su presencia y a Alonso Cano a pedir la realización del examen requerido. Este mismo año se obligó con el Colegio de San Buenaventura a concluir el ciclo dedicado a su titular que dos años antes había comenzado Francisco de Herrera el Viejo. Los cuatro óleos que ejecutó se acercan al trabajo de su predecesor, realizando composiciones abigarradas de personajes dentro de arquitecturas clásicas. Esta primera etapa sevillana concluye con la Apoteosis de Santo Tomás de Aquino (fig. 2) que realiza en 1631 para el colegio hispalense del mismo nombre, en la que deja patente su maestría compositiva, sus capacidades técnicas e iconográficas y la utilización de la persuasión. Convirtiéndose en el mejor intérprete de la fe contrarreformista del Siglo de Oro.

Para entonces codifica sus procesiones de santas mártires que tuvieron importante transcendencia en los entornos religiosos femeninos (fig. 3). Tras estas representaciones celestiales se esconden elegantes ‘retratos a lo divino’ de las inquilinas monásticas dispuestas sobre un fondo neutro oscuro, con gran presencia volumétrica y con el único distintivo de sus signos martiriales. Paralelamente a estos conjuntos, Zurbarán y su obrador realizaron, al menos, dos ciclos de Jacob y sus hijos, y otro de Los infantes de Lara con destino al Nuevo Mundo. Así como distintos bodegones, agnus dei y santas faces de apreciable calidad.

Zurbarán cuenta con un obrador nutrido de oficiales y aprendices que trabajan como una auténtica fábrica de lienzos especializada en series de santos, santas, apostolados y patriarcas que se expandiendo por todo el reino, iniciando un fluido comercio con las Indias. En 1634 Zurbarán es llamado a la Corte para pintar los trabajos de Hércules  y dos grandes lienzos sobre el Socorro de Cádiz para el Salón Grande del Palacio del Buen Retiro. A partir de este momento se denomina pintor del rey.

La década de los treinta fue su momento de mayor auge en cuanto a la cantidad y calidad de las obras realizadas: un apostolado para el convento de san Vicente de Fora de Lisboa (1633); un ciclo para el Colegio de San Alberto del Carmen Calzado de Sevilla (1633-35); un conjunto de nueve lienzos para la iglesia de San Juan de Marchena (Sevilla); varios lienzos para retablo mayor del Convento de la Encarnación de Arcos de la Frontera (Cádiz); otros para el de san Martín de Tours en Bollullos de la Mitación Sevilla (1640-45); y el de la Virgen de los Remedios en Zafra (1643-44). En este periodo destacan los trabajos desarrollados para Santo Domingo de Portacoeli de Sevilla (ca. 1638), para la Cartuja de Jerez de la Frontera (Cádiz) (1638-1640); y la sacristía del monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe (fig. 4).

Hacia 1645 el negocio pictórico comenzó a resentirse. La pérdida de primacía de la ciudad de Sevilla frente a la pujanza gaditana y la aparición de jóvenes artistas, como Bartolomé Esteban Murillo, hicieron disminuir los grandes encargos. Es por ello que, a fin de mantener en pie el obrador, en 1647 tuvo que centrarse en el negocio transatlántico, realizando: para el convento de la Encarnación de Lima pintó 10 escenas de la vida de la Virgen y una procesión de 24 santas; para Andrés Martínez, también limeño, una docena de césares a caballo; y envió un lote de pinturas a Buenos Aires para su venta. Para colmo, en primavera de 1649 la ciudad andaluza vio mermada su población a la mitad a causa de la peste bubónica, falleciendo su hijo Juan, excelente pintor de bodegones. Cinco años antes Francisco de Zurbarán había refrendado su tercer matrimonio con doña Leonor de Tordera, cuya dote le reportó importantes beneficios, permitiéndole continuar con el oficio. Tras la crisis sanitaria inicia dos retablos sevillanos, el mayor de la iglesia de San Esteban (1650-55) y el que preside la capilla de San Pedro en la Catedral (1650), cuya colosal Inmaculada Concepción supone un esforzado trabajo de trasnochada iconografía.

La perspectiva profesional de Zurbarán se vio truncada con la llegada de Francisco de Herrera el Mozo a Sevilla a comienzos de 1655, quien trae consigo el lenguaje del Barroco Pleno, quedando obsoleto el naturalismo tenebrista. Este mismo año concertó con Blas Domínguez -prior de la Cartuja de Sevilla- su último encargo notable, tres grandes lienzos de la sacristía de Santa María de las Cuevas (fig. 5). En estas piezas el pintor interpreta de manera introspectiva los principios espirituales y ascéticos de la vida contemplativa a través de la simplicidad compositiva, el uso fluido de la luz, la calidad de los blancos y el abandono definitivo del tenebrismo.

Asediado por las deudas y falto de encargos, el maestro extremeño traslada su residencia a la Corte donde realiza contadas obras en las que se contempla una transición hacia la nueva estética, utilizando una pincelada más suelta y colores más vibrantes. Si bien subsiste de la tasación de bienes. Finalmente, el 26 de agosto de 1664 dicta su testamento y un día más tarde fallece, siendo enterrado en la iglesia de los Agustinos Recoletos Descalzos de Madrid.

Deja una extensa escuela tras de sí. Ignacio de Ríes, Miguel y Francisco Polanco o Bernabé de Ayala seguirán dando cuenta del inconfundible estilo zurbaranesco. Al mismo tiempo que siguen reproduciéndose sus composiciones, principalmente las procesiones de santas y los temas infantiles marianos.

Autor: Antonio García Baeza

Bibliografía

PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso Emilio (dir.), Zurbarán ante su centenario: 1598-1998, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1999

LORENZO DE LA PUENTE, Felipe (coord.), Francisco de Zurbarán (1598-1998): Su tiempo, su obra, su época, Fuente de Cantos, Diputación de Badajoz, Ayuntamiento de Fuente de Cantos, 1998.

NAVARRETE PRIETO, Benito y DELENDA, Odile. Zurbarán y su obrador: pinturas para el nuevo mundo, Valencia, Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana, 1998.

DELENDA, Odile, Francisco de Zurbarán: 1598-1664, Madrid, Sacar Vallehermoso, Fundación Arte Hispánico, 2009.

CANO RIVERO, Francisco y Finaldi, Gabriele (dirs.), Francisco de Zurbarán (1598-1664) (catálogo de exposición), Bruselas, Bozar Books, 2014.