La presencia de hombres y mujeres de origen subsahariano, esclavizados y libertos, en España constituye una parte silenciada y cardinal de la historia socio-económica de los mundos ibéricos. Al contrario que los moriscos, la comunidad afrohispana apenas había sido objeto de interés en la historiografía española hasta los años 80.
Los esclavos negroafricanos se pueden rastrear desde la época de la Hispania romana, y por supuesto, durante la dominación musulmana. Durante la época de Al-Andalus, se aplicaba la sharía, es decir, la ley islámica que permitía la esclavitud de los infieles, y por tanto, la esclavitud de los cristianos españoles y también de los animistas negroafricanos, que constituían su principal mano de obra. Posteriormente, la apertura de la ruta atlántica hacia el nuevo mundo y la cercanía del puerto lisboeta, impactaron de lleno en la arribada de esclavos y esclavas subsaharianos a España y su desplazamiento a los puertos americanos.
Cervantes llegó a comparar Sevilla con un “tablero de ajedrez”, por su contraste racial, y Lope de Vega llamó a las negras y mulatas “los lunares de Sevilla”. E incluso, los más afamados pintores sevillanos del siglo de Oro, Diego Velázquez y Bartolomé Esteban Murillo, retrataron respectivamente jóvenes afroespañoles. Además, la esclavitud negroafricana está muy presente en la literatura española del Siglo de Oro. Por ejemplo, el padrastro de Lázaro de Tormes era un hombre negro de origen esclavo, algo que queda claro en el Tratado primero, cuyo título reza: “Cuenta Lázaro su vida y cuyo hijo fue”. Del mismo modo, la esclavitud negrafricana aparece en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, especialmente cuando Sancho Panza se plantea la posibilidad de importar esclavos subsaharianos a España y dice: “¿Qué se me da a mí que mis vasallos sean negros? Habrá más que cargar con ellos y traerlos a España, dónde los podré vender y adonde me los pagarán de contado, de cuyo dinero compraré algún título o algún oficio de que vivir descansando todos los días de mi vida”. Es más, los negroafricanos llegaron a ser incluso protagonistas de varias famosas comedias. Y la llamada “habla de negros”, distintiva de los bozales (los subsaharianos recién llegados a la Península), conocida también como “media lengua” o “guineo” era de obligado conocimiento entre los literatos. Precisamente, a comienzos del siglo XVII, Francisco de Quevedo, preocupado por la importancia de dominar la técnica de imitación de los acentos de los negroafricanos debido a lo exitoso de los personajes cómicos de negros, escribía que, si un autor quería escribir comedias o ser poeta, debería conocer el “guineo”, cambiando “l” por “r” y viceversa, “como Francisco, Flancico; primo, plimo”.
Y entre los siglos XVI y XIX, se dictaron una serie de decretos y leyes sobre los ingresos fiscales procedentes de la esclavitudnegroafricana, se fijaron los precios de los esclavos en América, etc. Y también se abordaron cuestiones como las relaciones con las diferentes compañías extranjeras que monopolizaron la introducción de esclavos negroafricanos en Hispanoamérica, como la “Compañía de Guinea de Francia”, y posteriormente, la “Compañía del Asiento de Inglaterra”. Ya en 1604, se dictó una Real Cédula acerca de lo que habían de observar los virreyes y oficiales reales en Indias con relación a la Compañía Real de Guinea establecida en Francia. También se dictaron leyes coloniales específicas sobre la esclavitud, como el Código Negro carolino, 1783, de Santo Domingo, que era una copia casi exacta del anterior Código negro francés, de 1685.
En los diarios madrileños del siglo XVIII, se incluían noticias relativas a esclavos y esclavas en los siguientes términos: “La persona que quisiere comprar un negro de 20 años de edad, que sabe un poco de cocina y cuidar caballos, y asimismo un coche casi nuevo y un par de mulas, acuda a la confitería que está en la calle de Fuencarral, frente a la de San Pedro y San Pablo” (Diario Noticioso, oct. 1765). Estos anuncios nos permiten apreciar la cotidianidad con que la ciudadanía española aceptaba la esclavitud, y nos muestra la dureza de la esclavitud, cuyos protagonistas aparecen desprovistos de nombres, en el más completo anonimato, reducidos a su color de piel y asociados a animales. Sin duda, el racismo se acentuó en el siglo XVIII debido a la extensión de la esclavitud negroafricana en las colonias europeas de América y África.
Y por lo que respecta al abolicionismo, las últimas colonias en abolir la esclavitud fueron Puerto Rico y Cuba, en 1873 y 1886, respectivamente. España recibió el movimientoanti-esclavista tardíamente, aunque el mundo intelectual apoyó pronto el movimiento anti-esclavista europeo. De hecho, hubo grandes figuras abolicionistas, como el gaditano Emilio Castelar o la malagueña María Rosa de Gálvez Cabrera. La novela Zinda, de Rosa M.ª de Gálvez Cabrera, publicada en los primeros años del siglo XIX, ha sido considerada uno de los alegatos antiesclavistas más contundentes escritos en España antes de las Cortes de Cádiz. Por su parte, Castelar escribió uno de los discursos más impresionante por la abolición de la esclavitud que se pronunciaron en España, concretamente en la sesión de Cortes Constituyentes del 20 de junio de 1870. Entre otras agudísimas observaciones, dijo: “Yo diré solamente que llevamos diez y nueve siglos de cristianismo, diez y nueve siglos de predicar la libertad, la igualdad y la fraternidad evangélica y todavía existen esclavos”. Y, en su lecho de muerto, refiriéndose a las Antillas españolas, dijo al poeta Rubén Darío: “Yo he libertado a doscientos mil negros con mi discurso”.
Autora: Aurelia Martín Casares
Bibliografía
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