A lo largo de la época Moderna tuvo lugar en los pueblos andaluces el nacimiento, desarrollo y consolidación de una nueva categoría social conocida como élites rurales, que estaría llamada a tener un enorme protagonismo en la historia de la región. Este segmento social estuvo constituido por un reducido y selecto grupo de familias que gozaron de importantes niveles de riqueza, poder político y prestigio social, ocupando una situación intermedia entre la nobleza señorial, el patriciado urbano y el campesinado.

Los orígenes sociales de estas familias eran más o menos modestos. Ciertamente, algunos de ellos procedían de linajes hidalgos, asentados en el sur peninsular a raíz de la conquista cristiana. Pero la gran mayoría de ellos provenían de labradores ricos, tipo social de gran arraigo en el campo andaluz, que alcanzó una destacada posición gracias al prestigio de la labranza de la tierra. En ocasiones consiguieron acumular importantes fortunas que les permitieron engrosar las filas de la caballería de cuantía. Este cuerpo militar, que desapareció en 1611, se había creado durante la baja Edad Media para la defensa de la frontera con el reino de Granada y estaba integrado por aquellos pecheros que tenían un patrimonio valorado en una cantidad igual o superior a 100.000 maravedíes (1.000 ducados a partir de 1587). Otros procedían de linajes judeoconversos con antepasados perseguidos por la Inquisición. La mayor parte de ellos trabajaban en la artesanía, el comercio y la administración, estando muy vinculados al manejo de caudales como prestamistas y arrendatarios de rentas. No pocos entraron al servicio de las grandes Casas señoriales andaluzas, desempeñando destacados puestos en la administración señorial, lo que les posibilitó disfrutar de la protección de las mismas. De una u otra manera, todas estas familias estuvieron vinculadas al gobierno de los pueblos desde antiguo, perpetuándose en el poder mediante el ejercicio de los oficios públicos tanto en el realengo como en el señorío.   

Con el paso de los años, estas familias protagonizaron un proceso de movilidad social que les abrió las puertas de la clase dirigente de la Monarquía Hispánica. Este proceso fue posible gracias al despliegue de un amplio conjunto de estrategias económicas y familiares conducentes a incrementar su riqueza, poder y prestigio social. La base económica de este grupo radicaba esencialmente en la explotación de la tierra. Aunque en un principio partían de pequeños patrimonios, pronto lograron hacerse con el monopolio de los arrendamientos de las propiedades señoriales, de la iglesia y de los municipios, obteniendo importantes dividendos que emplearon en la adquisición de tierras en propiedad. De esta manera, en relativamente poco tiempo, pasaron a convertirse de pequeños en mediados y grandes propietarios. Paralelamente a la explotación de la tierra, y gracias a las ventajas del sistema de cultivo al tercio propio los latifundios andaluces, algunos de estos labradores devinieron asimismo en grandes ganaderos, consiguieron acumular enormes cabañas de ganado, que les permitieron controlar el abastecimiento de lana, carne y leche de los mercados locales, obteniendo sustanciosos beneficios. Estas actividades económicas hicieron posible que estas familias acumularan enormes capitales, algunos de los cuales fueron reinvertidos en la concesión de préstamos a través de la suscripción de censos hipotecarios. Entre los destinatarios de los préstamos encontramos a los pequeños campesinos, los municipios y la propia nobleza señorial, circunstancia que les colocó en una posición sumamente ventajosa. Y es que los censos permitían la obtención de importantes beneficios a través de los intereses, así como acceder a la propiedad de los bienes hipotecados en caso de impago, constituyendo un producto altamente rentable en la época.  

Fue así como estas familias fueron acumulando enormes fortunas, llegando a rivalizar con la propia nobleza señorial, la iglesia y los municipios. Para evitar la fragmentación y dispersión de sus patrimonios, recurrieron pronto a las fórmulas jurídicas propias de la nobleza, como la fundación de vínculos o mayorazgos. Este fenómeno comenzó a difundirse en el quinientos, avanzó con fuerza en el seiscientos y alcanzó su máximo desarrollo durante la centuria ilustrada, coincidiendo con la época de máximo apogeo de las élites rurales. De manera simultánea a estas fundaciones, se fue produciendo una concentración de patrimonio y vinculaciones en manos de unas pocas familias, debido a los efectos del régimen hereditario castellano en general y de los mayorazgos en particular, que privilegiaban la sucesión de la primogenitura masculina.  

A este tipo de prácticas hay que añadir la articulación de toda una serie de   estrategias familiares concebidas con el objetivo de incrementar o en todo caso mantener el nivel de estatus. Especial trascendencia cobraron los enlaces matrimoniales entre familias de similar posición, de un nivel superior o entre miembros del mismo linaje, una forma eficaz de propiciar la confluencia de patrimonios, incrementar el poder y el prestigio familiar y ampliar su círculo de influencias. Pero el elevado coste de los casamientos hacía que no todos los hijos de una progenie pudiesen aspirar a tomar estado, con lo que se imponía la búsqueda de destinos alternativos entre los que destacó por encima de todos la iglesia. De esta manera, el celibato se convirtió en una opción muy rentable por cuanto eliminaba potenciales herederos, podía proporcionar otras vías de ingresos económicos, y conllevaba el disfrute de honor y reconocimiento social. Esto explica la enorme profusión de frailes y monjas entre los grupos acomodados del mundo rural andaluz y su estrecha vinculación con el clero de las parroquias. Algunos de ellos desarrollaron espléndidas carreras al servicio de la iglesia, desempeñando importantes puestos en la organización administrativa de las diócesis y en los cabildos catedralicios, llegando a alcanzar la silla obispal. Otros, tomaron caminos distintos cursando estudios en alguna de las universidades castellanas o entrando en el ejército. Entre estos destacaron los graduados en Derecho, quienes encontraron grandes posibilidades de promoción social en el ejercicio de la profesión como alcaldes mayores y corregidores de los pueblos y ciudades, así como distintos puestos en las audiencias y chancillerías. En algunos casos labraron notables currículum y acabaron por ocupar puestos en la alta administración de la monarquía como secretarios y consejeros de los reales consejos. Del mismo modo, el ejercicio de las armas se convirtió en otra importante plataforma de ascenso social. Fueron muchos los jóvenes que ingresaron en la filas del ejército como cadetes, accediendo con el tiempo a los puestos más relevantes de la oficialidad.

Todo este proceso de ascenso social se vio refrendado con el acceso al estamento nobiliario a través de la consecución de ejecutorias de hidalguía en la Sala de hijosdalgo de la Real Chancillería de Granada, hábitos en las Órdenes Militares y hasta títulos nobiliarios, algunos de los cuales serían incluso distinguidos con la grandeza de España. También frecuentaron las Reales Maestranzas de Caballería a partir de su creación en el siglo XVIII, sobre todo la de Ronda, donde la presencia de las élites rurales fue especialmente relevante.   

El progresivo incremento de poder, riqueza y honor de las familias que integraron esta categoría social pronto chocó con los intereses de las ciudades cabezas de partido, en el caso de los municipios de realengo, y de la nobleza señorial, en el caso de los pueblos de señorío. Ello se tradujo en frecuentes conflictos que desembocaron a menudo en procesos de independencia jurisdiccional, en el primer caso, y pleitos antiseñoriales, en el segundo, algunos de los cuales están en la base del fin del régimen señorial en la región andaluza.

Autor: Ángel María Ruiz Gálvez

Bibliografía

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