El origen del Colegio Eclesiástico de san Cecilio hemos de buscarlo en el mismo decreto de erección de la Catedral y demás iglesias de la archidiócesis, otorgado por el cardenal Mendoza el 21 de mayo de 1492, para hacer efectiva la Bula que, para tales fundaciones, había recibido del Papa. Fue fundado por iniciativa del primer arzobispo de Granada, fray Hernando de Talavera, a semejanza del seminario-colegio de Toledo y como consecuencia del movimiento reformista de la Iglesia que pretende formar, adecuadamente, a los aspirantes al sacerdocio.

A lo largo de su dilatada vida el Colegio ha pasado por diferentes etapas que podemos resumir en seis periodos. Primero desde su fundación hasta la muerte de fray Hernando (1507) en que el arzobispo dirige personalmente la institución. Segundo de 1507 a 1526, momento de profunda crisis caracterizado por la falta de alumnos y la ausencia de rentas. Tercero de 1526 a 1547, periodo de reorganización y aumento de prestigio. Cuarto de 1547 a 1677, coincide con una de las etapas de mayor esplendor del Colegio, nuevas Constituciones, incremento de rentas, colegiales y prestigio social. Quinto de 1677 a 1766: declive de la institución y enfrentamientos con el Colegio de Santa Cruz de la Fe. Sexto de 1766 a 1842: crisis, falta de seminaristas y profesores, decaimiento del espíritu del Concilio y ausencia de medios económicos que desembocan en la ruina del centro, el cierre de sus puertas y el fin de su vida como Colegio Eclesiástico.

Como hemos apuntado, la primera etapa del colegio coincide con el pontificado de Hernando de Talavera. Momento en que se asientan las bases de la institución. Durante este periodo el colegio reside en las casas arzobispales, cuenta con una población de veinte colegiales elegidos por el arzobispo, quien se encarga de su formación académica y pastoral. La edad exigida para su ingreso oscilaba entre los quince y los veinticinco años y, una vez concluido el primer curso, los alumnos se comprometían a ordenarse de tonsura y, posteriormente, recibir las Órdenes Mayores. Era dirigido por un rector nombrado por el ordinario. Los colegiales usaban como hábito las coletas de los frailes jerónimos, el manto de color pardo y la beca de color leonado. Los diez más antiguos eran siempre sacerdotes y los demás se iban ordenando de Misa según su antigüedad, conforme iban vacando las becas primeras. Su principal ocupación era la asistencia al coro de la Catedral, a los canónigos y a los Oficios Divinos, llevando los candeleros, incensarios, portapaces, libros y vinajeras. Asimismo, leían, por turno, las lecciones de Maitines, versos y demás Antífonas. Para su mantenimiento se establecieron veinte capellanías, otras tantas plazas para clerizontes o acólitos y las aportaciones económicas del propio fray Hernando. A su muerte el colegio es casi abandonado por sus alumnos. La llegada de Carlos V a la ciudad, en 1526, significó, a efectos de continuidad, la reactivación del mismo. Así el 10 de diciembre de este año se otorga una real cédula en la que se ordena reunir a todos los acólitos y capellanes en un colegio con su rector, como se solía hacer en esta ciudad en tiempo de su primer arzobispo, se pone al Colegio bajo el Patronato Real y se incrementan sus rentas con parte de las primicias del arzobispado. Posteriormente y ya en 1543 se incrementa el número de becas pasando de veinte a treinta y dos, con lo que el colegio quedó plenamente constituido.

Durante este periodo, el Colegio era como una escuela básica de formación sacerdotal donde piedad, clausura y disciplina eran lo fundamental frente a la formación académica: unos años de Gramática, dos o tres de Moral y Teología, algo de Canto, Ceremonias y Cómputo y un tanto de Sagrada Escritura. Más que seminario era un colegio de gramáticos donde recibían instrucción religiosa un contado número de estudiantes, no muchos, pues las becas eran pocas y aún no se admitían externos. Los sacerdotes que se formaban en el centro eran clérigos sencillos frente al alto clero, obispos y demás jerarcas de la Iglesia, que salían de otros Centros y Universidades o de las Órdenes religiosas con más medios y mejores programas de estudio y formación.

En 1547 el arzobispo Pedro Guerrero da unas nuevas Constituciones que, salvo algunas modificaciones, regirán la vida de la institución hasta bien entrado el siglo XIX. En ellas se fijan el número de colegiales, la forma de ingreso y el número de becas. De igual forma se establece la elección de candidatos, que corría a cargo del arzobispo asesorado por el rector y por varias dignidades del cabildo catedral, y el examen de limpieza de sangre.

El Colegio estaba gobernado por un rector elegido por el arzobispo por un periodo de dos años, y por dos consiliarios, un mayordomo y un maestro de ceremonias elegidos por los colegiales por un periodo de un año. Los viernes se celebraba Capilla donde se trataban los negocios más importantes de la institución. Las Constituciones apenas si hablan de la formación intelectual de los colegiales, solo señalan que el tiempo que les quedara libre debían dedicarlo a las ciencias que les fueran señaladas por el prelado y los visitadores; de igual forma se insiste en la necesidad de tener libros necesarios para preparar las lecciones con especial atención al catecismo del Concilio que habían de manejar a diario como base de estudio y meditación. Solo sabemos que dentro del recinto se hablaba asiduamente latín y que cada semana tenían conclusiones o conferencias con argumentos y silogismos.

A partir de este momento y hasta 1677 se abre un periodo de desarrollo y consolidación. Son numerosos los colegiales que reciben enseñanzas en la Universidad y esta institución se consolida como único organismo oficial para la formación del bajo clero secular. Tan solo al final de este periodo se comienza a poner de manifiesto el gran enfrentamiento que tendrá su punto álgido en la centuria siguiente. Nos estamos refiriendo al proceso que se desarrolla entre el Colegio Imperial de Santa Cruz de la Fe, la Catedral y el Colegio Eclesiástico de san Cecilio al reclamar éste último su derecho a formar al bajo clero, a recibir clase en el propio centro y, sobre todo, a su negativa a atender a los canónigos. Proceso que se prolongó hasta 1766 momento en el que el colegio se incorpora, por voluntad regia y por bula de Clemente XIII, a la Universidad.

A partir de entonces mejora sensiblemente la disciplina y la formación en el Colegio no así a nivel económico y de crecimiento interno de la institución en que se inicia un periodo de decadencia y ruina que se prolongará durante el primer tercio del siglo XIX y que concluirá con su desaparición. Crisis que no es más que el reflejo de lo que está pasando a nivel general: guerras civiles, pronunciamientos y cambios políticos que provocan la decadencia en estos centros eclesiásticos. Etapa que concluye unos años más tarde, en 1842, con la reapertura de la institución pero ya no como Colegio Eclesiástico sino como único Seminario Conciliar de la Diócesis.

Autora: María Luisa García Valverde

Bibliografía

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