No pocos autores que se han acercado al estudio de la medicina ilustrada española, coinciden en señalar que la cirugía, antes de la fundación de los Reales Colegios se encontraba en un estado deplorable. Podemos afirmar que la cirugía de la Armada durante el setecientos no siguió la tónica general del resto de las ocupaciones sanitarias. El apoyo monetario e ideológico que recibió de la Corona y de las nuevas instituciones se vio materializado en sueldos, prebendas y prestigio. La Sanidad Naval llegó  a ser considerada fundamental en los esquemas de potenciación de la Marina española ilustrada.

La experiencia adquirida por el cirujano Pedro Virgili en Montpellier y París y la vivida en el seno del departamento gaditano, potenciada por la consolidación científica que había logrado la cirugía en el país vecino, hicieron madurar la idea de establecer un Colegio para formar a los cirujanos de la Marina española. El lugar idóneo resultaba ser el Hospital Real de Cádiz, en el que existía ya una tradición de enseñanza quirúrgica. El proyecto fue aprobado y sus estatutos publicados el 11 de noviembre de 1748. Los cuatro profesores y el demostrador anatómico, que debían tener el empleo de Ayudantes de Cirujano Mayor, tenían vinculación hospitalaria, regulándoseles 50 escudos de sueldo por su trabajo asistencial y otros 50 por su dedicación docente, con el fin de evitar la necesidad de recurrir a clientelas privadas en busca de remuneración. También se vinculaba a la docencia al Boticario inspector de medicinas, con 10 escudos de gratificación, para la explicación de la composición y administración de los medicamentos. Las materias básicas que componían el curriculum del colegio eran: osteología, anatomía, fisiología, higiene, patología, terapéutica y operaciones. Desde su fundación se regló la enseñanza de la medicina clínica por medio de los médicos del hospital. La formación de los cirujanos se fue cimentando con las diferentes medidas adoptadas por la Corona para dar mayor contenido científico a las enseñanzas del Colegio. Para ello, se le dotó de una biblioteca que incorporó las últimas aportaciones quirúrgico-médicas de los países europeos y reunió un excepcional gabinete de máquinas y materiales de física, historia natural, química y botánica. La formación se completaba con el envío de profesores y colegiales pensionados al extranjero, especialmente París, Leyden y Bolonia, estrategia seguida por la política científica que establecieron  las monarquías borbónicas. Con la concesión al Colegio de la facultad de conceder grados de «Bachiller en Filosofía» a sus graduados en 1758 se equiparaba la institución gaditana a la universitaria y se reconocía el prestigio que gozaba el Colegio a los 10 años de su creación.

Igualmente se fueron ampliando las áreas de enseñanza, pues se incorporaron lecciones de matemáticas, física experimental, partos y enfermedades de mujeres y niños , química  y botánica. No deja de sorprender la inclusión la cátedra de partos en el curriculum del Colegio gaditano dedicado a formar cirujanos exclusivamente para el servicio en Marina. La manera de incorporar las nuevas enseñanzas consistió en conceder cátedras a aquellos graduados que, previamente pensionados en el extranjero, se reincorporaban al colegio, especializados en las diferentes disciplinas. De especial relevancia fue la incorporación de la enseñanza de la medicina teórica, a través de la clase de «Aforismos», que abrió el camino para legalizar, de hecho, la práctica de la medicina interna por parte de los cirujanos de la Armada. No debemos olvidar, también, el privilegio que gozaron los colegiales de Cádiz de acceder a las obras de medicina y cirugía prohibidas por edicto inquisitorial, privilegio que compartieron con los profesores del colegio a título particular.

De la orientación eminentemente práctica y científica que Virgili pretendió dar al colegio desde el primer momento de su concepción, dan idea los símbolos y lema que eligió para su distinción. Por una parte un puño apretando una lengua, «… símbolo propio de la institución propia de la enseñanza, la cual consiste en no adelantar en las explicaciones que deben hacer los maestros de este Real Colegio más que aquello que les enseña la observación y experimentos físicos», y por otra parte el lema elegido «Según la mano, así el auxilio», ejemplifica la vertiente eminentemente práctica y técnica de la cirugía a enseñar.

De los requisitos académicos iniciales para optar a una plaza en el colegio: saber leer, escribir y contar; se pasó, a los 10 años de su fundación, a exigir que fueran «buenos latinos y filósofos», condiciones similares para el ingreso a cualquier universidad española. El número de colegiales  fue sucesivamente en aumento, de 60 en un primer momento, se pasó a 80 en 1753 y a 100 en 1791, sus  edades estaban comprendidas entre los 17 y los 20 años. Sometidos a una férrea disciplina militar e internados en la institución, y de variada procedencia geográfica y social surtieron como profesionales sanitarios la mayor parte de los barcos de la Armada.

Cuando en los años sesenta se creó en Barcelona el segundo colegio de cirugía de España, el gaditano se había convertido en modelo de centro de enseñanza extrauniversitaria, y cuna de un grupo de cirujanos, médicos y médico-cirujanos, que llegaron a convertirse en un grupo de presión que consiguió reestructurar el modelo organizativo tradicional del arte de curar en este país.

Durante la siguiente década se realizaron fuertes ataques a la secular preeminencia de la medicina frente a la cirugía, jaleados desde las altas instancias del Estado. Por ello, frente al tradicional y universal discurso médico que clasificaba la cirugía como el arte de curar con las manos (por lo que su formación debía ser exclusivamente práctica, empírica) el discurso de la élite militante de los cirujanos hizo hincapié en la necesidad de dar un mayor bagaje de conocimientos teóricos y prácticos posibles a los jóvenes estudiantes de cirugía.

El decidido apoyo que desde la corona y sus ministros se prestó a la fundación y mantenimiento de los colegios de cirugía no resultó en absoluto gratuito. Mientras los reformadores, entre ellos la élite de cirujanos, consideraban las instituciones tradicionales bastiones de mentes cerradas, la Corona las veía como elementos que impedían el incremento y consolidación del poder real; de ahí que las sumas empleadas en las nuevas enseñanzas, a pesar de ser escandalosamente altas, se dieran por bien empleadas. No obstante, la fundación del Colegio de cirugía de la Armada se había realizado en un momento económico boyante, y sus resultados inmediatos justificaron la inversión. Por otro lado, el acicate que para la Universidad supusieron las nuevas enseñanzas, desembocó en la necesidad de su reforma.

Autor: Mikel Astrain Gallart

Bibliografía

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