El Palacio de las Dueñas se ubica entre las calles Dueñas, Doña María Coronel, San Quintín, Espíritu Santo, Enrique el Cojo y Castellar de la ciudad de Sevilla, en el centro histórico, muy cerca de la collación de San Juan de la Palma. El origen del Palacio se encuentra en un conjunto de casas mudéjares que ya desde la Baja Edad Media se localizarían ocupando aproximadamente el mismo solar donde se establecería el propio palacio con posterioridad. Algunas de estas viviendas, inconexas entre ellas, pasarían a manos de la ilustre familia de los Pineda -señores de Casabermeja- que, paulatinamente, las irán fusionando entre ellas para llegar a conformar un pre-palacio que años más tarde compondrá el espacio que nos compete en esta reseña.

Este núcleo originario sería adquirido por don Juan de Pineda y su familia, linaje del que se tiene constancia en la ciudad hispalense desde principios del siglo XV -cuando podrían haber comprado las casas ya referidas-, destacando la reforma que llevaría a cabo su propio hijo, Pedro de Pineda, al ir uniendo las distintas viviendas para conglomerar todos los espacios en uno solo convirtiéndolo así en una residencia única. Será en 1496 cuando Catalina de Ribera, viuda de don Pedro Enríquez, aprovecharía la muerte de Juan de Pineda, el reparto de bienes entre sus primogénitos y el endeudamiento de Pedro de Pineda -hijo de Juan- para adquirir el conjunto antes comentado, iniciándose de esta forma el proceso de transformación que, desarrollado en distintas etapas, terminará dando lugar a lo que hoy conocemos como el Palacio de las Dueñas.

Posteriormente, y significando un punto de inflexión en la historia del palacio, desde comienzos del siglo XVII el conjunto pasará a propiedad de la Casa de Alba. No sería a través de una transacción económica, sino que Antonia Enríquez de Ribera, marquesa de Villanueva del Río, se casará con Fernando Álvarez de Toledo, VI duque de Alba. La marquesa de Villanueva aportaría en el matrimonio al palacio, convirtiéndose así la Casa de Alba en la titular hasta el día de hoy del conjunto. Esta familia aristocrática será la que desempeñaría un papel fundamental en la adquisición de los bienes artísticos muebles que hoy en día decoran las estancias del palacio. Entre estos destacan obras de Andrea Vaccaro, Goya y Sorolla, entre otros, así como tapices flamencos y una colección arqueológica en la que se incluyen piezas íberas, almohades y mudéjares. En lo arquitectónico, pese a haber sufrido diversas modificaciones a lo largo de su historia, sería durante la etapa de doña Catalina de Ribera (1496-1505) cuando el esquema básico del palacio se defina, siendo este sobre el cual se realizarán las posteriores reformas, destacando de este momento algunos de los aljarfes y techumbres de las estancias.

El Palacio de las Dueñas supondrá un hito importante a la hora de entender y comprender cómo sería la arquitectura civil y palaciega renacentista, tanto sevillana como andaluza. Urbanísticamente, adecuándose en cierto modo a las tendencias ortogonales y de apertura de espacios urbanos propios de los siglos XVI y XVII, como se observa en la estructura de la manzana que ocupa, y arquitectónicamente por haber contribuido a definir una tipología de palacio que será, en mayor o menor medida, imitado en otras casas-palacio sevillanas. Cumple y sigue las premisas y los modelos más habituales en este tipo de construcción de la Sevilla del XVI, al igual que la Casa Pilatos -de la que también la familia Ribera será titular y con la que compartirá una serie de características comunes-, el Palacio de los Altamira, el de los Marqueses de la Algaba o la Casa de los Pinelo. No obstante, son edificios que siguen el modelo ya desde el XIV establecido por la Casa Real de Sevilla, es decir, el Alcázar de Pedro I, que también el Palacio de las Dueñas imitará en muchas ocasiones.

El palacio que nos concierne acoge un sincretismo entre la tradicional arquitectura gótico-mudéjar sevillana, con aún una tradición musulmana en sus bases, y los modelos y métodos clásicos del Renacimiento que se sobreponen sobre los anteriores en la moda del cambio de siglo (XV al XVI). Cuenta con cuatro jardines y dos patios, cumpliendo de ese modo -aunque en menor escala- con la disposición espacial del Alcázar, en la que se integran y entrelazan zonas ajardinadas al aire libre y las distintas estancias interiores. Estas zonas ajardinadas irán sometiéndose a la simetría, las proporciones y el orden propios de los siglos XVI y XVII, dejando a un lado las antiguas huertas de origen musulmán y decorando estos con esculturas, dándole un cariz recreativo al espacio. En las Dueñas se localizan una colección de bustos y otras esculturas de origen clásico y neoclásicos, datadas entre los siglos I y III d. n. e., que representan desde emperadores romanos -Augusto, Tiberio, Nerón y Trajano- hasta divinidades mitológicas del mundo grecolatino -Dionisio, Priapo y Diana-. Estos serán obtenidos por parte de la casa de Alba durante los siglos XVII, XVIII y XIX.

Una característica muy recurrente de los espacios que se consideran casas-palacio en la arquitectura sevillana, es el comienzo de una nueva tipología de fachada que se integra a finales del siglo XV y que se desarrollará más intensamente desde bien entrado el siglo XVI. Desde la introspección arquitectónica del mundo musulmán, se pasa a la construcción de portadas y fachadas más monumentales abiertas a calles y plazas, generalmente decoradas por grandes y visibles blasones nobiliarios de las familias que regentan el lugar. En el caso del Palacio de las Dueñas, la fachada es interrumpida por una portada de factoría clásica constituida por dos pilastras de orden dórico que flanquean un tímpano semicircular en el que se localiza el blasón del ducado de Alba. Sobre lo comentado, se impone un frontón recto desprovisto de ornamentación exceptuando los tres flameros que, a modo de acróteras, lo coronan. Datada en 1771, esta portada sustituiría a la anterior de modelo mudéjar que se habría mantenido desde fines del siglo XV. Aunque no destaca por una excesiva iconografía, ni rica ornamentación, la presencia del blasón del ducado en azulejo trianero del siglo XVII, junto con la sobria monumentalidad de la portada, nos indica que el afán de ostentación y la creación de una marca familiar visual ante el resto de la población es lo que motiva la externalización urbanística de esta arquitectura, aportando en muchas ocasiones un espacio abierto previo a la entrada y potenciando de esa forma la fachada que, en el caso de las Dueñas, se trata de un ensanchamiento de la calle para dar lugar a una pequeña plaza.

A continuación de la fachada nos encontramos un jardín, conocido como “picadero”, que servía de nexo entre la calle y el palacio además de como espacio de “recibimiento”. Tras un zaguán, continuo al “picadero” o “recibimiento”, se da entrada al patio principal o claustro del conjunto, compuesto por dos cuerpos rodeados por sendas galerías con arcos ricamente decorados con motivos platerescos -florales, vegetales y grutescos-, contando también con pilastras y un friso que siguen los mismos modelos ornamentales. El cuerpo superior contará con una galería de arcos rebajados. Muy parecido al patio central de la Casa Pilatos -consecuencia de que el titular de los dos edificios sea el mismo y sean prácticamente contemporáneos entre ellos-, el claustro toma una importancia organizativa fundamental en el interior del palacio, puesto que será el eje sobre el que giren el resto de las estancias y, además, sea la parte más visible del interior del recinto, causa esta última de la riqueza decorativa -tanto de las galerías como del jardín-. El centro del patio, al igual que en la ya nombrada Casa Pilatos, se ubica una fuente haciendo caso al uso dado al agua desde los siglos XVI y XVII para la dinamización de las zonas ajardinadas y su decoración más simétrica y ordenada. En la crujía norte del claustro se localiza el Salón de la Gitana, uno de los espacios más representativos del palacio, pues supone un claro ejemplo de sala ceremonial palaciega siendo, además, decorada con los bienes artísticos y arqueológicos antes referidos -tapices, esculturas y pinturas-.

Al igual que este tipo de conjuntos palaciegos sevillanos, el Palacio de las Dueñas cuenta con una capilla situada en la en la crujía oeste de la planta baja -a veces, en otros edificios de características similares, se localizaba en la primera planta-. Es cubierta mediante una bóveda muy rebajada, nervada con terceletes, ricamente decorados mediante relieves que vienen a descansar sobre ménsulas que a su par representan ángeles pasionarios, motivo ornamental renacentista. Incluye, además, revestimientos y solerías de azulejos propios del tránsito de lo gótico-mudéjar a lo renacentista-mudéjar. Es comentada la posibilidad de que esta capilla, al igual que otras de diferentes casas-palacio, estuviese conectada a través de una tribuna con otro templo de mayor envergadura: en el caso de las Dueñas con el convento de ese mismo nombre, que se situaba y aún se sitúa en la parcela contigua dirección oeste. Será la capilla la que demuestre, además de otras localizaciones internas, la tradición gótico-mudéjar del palacio tanto en lo ornamental como en lo meramente estructural, aunque haya reminiscencias renacentistas en lo decorativo. La antecapilla, de una factoría similar, representa el uso de las yeserías y los estucos para la decoración mural del edificio, algo que se generalizará en muchas de las estancias, así como en los patios, para la ornamentación de las arquerías, frisos, alfices y otros elementos arquitectónicos-decorativos.  

A lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX, en función del titular en cada momento, el Palacio de las Dueñas irá sufriendo y experimentando diferentes etapas estilísticas y de reformas, observándose de esta manera la combinación de bienes artísticos, motivos iconográficos y modelos decorativos anacrónicos entre sí, pero siempre manteniendo un esquema y una estructura arquitectónica, urbanística y espacial establecida durante el siglo XVI, con un pasado gótico-mudéjar pero con una realidad renacentista. La familia de los Alba, actuales regidores, trabajarían principalmente en la adquisición de arte europeo como tapices, esculturas y pinturas con las que irán decorando a lo largo del tiempo el interior del palacio. Palacio que supondrá no sólo un hito renacentista en relación con su disposición urbana y su carácter palaciego, sino que se tendrá en cuenta como uno de los espacios históricos, artísticos y culturales más importantes de la ciudad de Sevilla, siendo lugar de residencia y de recreo a lo largo de su historia de muchos personajes ilustres como la emperatriz Eugenia de Montijo, el político inglés lord Holland, el poeta Antonio Machado -el cual le dirigiría unos versos en su famoso Retrato– o el pintor Salvador Clemente, a cuyo estudio asistiría con frecuencia el escritor y premio Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez.

Autor: Rafael González Madrid

Bibliografía

ALBANEDA RUZ, Esther, “La primera cubierta renacentista del Palacio de las Dueñas de Sevilla”, en Quiroga, 1, 2012, pp. 12-19.

ALBANEDA RUZ, Esther, “El Palacio de las Dueñas de Sevilla: las techumbres de la época de Catalina de Ribera”, en Laboratorio de Arte, 25, Universidad de Granada, 2013, pp. 219-234.

FALCÓN MÁRQUEZ, Teodoro, “El Palacio de las Dueñas: sus orígenes. La escritura de compra-venta de 1496”, en Laboratorio de Arte, 10, 1997, pp. 105-121.

FALCÓN MÁRQUEZ, Teodoro, “Tipologías constructivas de los palacios sevillanos del siglo XVI”, en Actas del Tercer Congreso Nacional de Historia de la Construcción, Sevilla, 2000, pp. 279-284.

LLEÓ CAÑAL, Vicente; ASÍN, Luis, El Palacio de las Dueñas, Girona, Atalanta, 2016.