Con unos 3.800 kilómetros cuadrados de extensión, la diócesis de Cádiz era uno de los obispados más pequeños de la España del Antiguo Régimen. Su andadura se iniciaría cuando el 21 de agosto de 1263 el papa Urbano IV enviaba a Alfonso X de Castilla una bula por medio de la cual se le concedía la restauración del obispado asidonense y el traslado de su capitalidad a Cádiz, concediendo facultad al obispo abulense Don Domingo Suárez para realizar dicha translación, nombrando éste a su vez al religioso franciscano Fray Juan Martínez como primer titular de la sede gaditana. Habría de hacer frente a la oposición del arzobispo de Sevilla don Remondo, que en 1261 había reorganizado la administración de dicha archidiócesis creando cinco arcedianatos con sedes en Sevilla, Écija, Cádiz, Niebla y Reina, por lo que la primera tarea del nuevo prelado habría de ser el llegar a un entendimiento con la Iglesia hispalense: de este modo, en 1265 se firmaba un acuerdo por el que se fijaba como línea divisoria entre ambas sedes el curso del río Guadalete hasta su desembocadura en el Atlántico, y, dado que este compromiso no prosperó, el 23 de noviembre de 1267 Alfonso X confirmaba en Jerez de la Frontera una nueva avenencia signada por el arzobispo, deán y cabildo de Sevilla y el obispo gaditano según la cual la diócesis gadicense comprendería Cádiz, la Isla de León y los territorios allende el Guadalete hasta donde entraba el Guadiaro en el mar, salvadas algunas excepciones.

Se trataba, no obstante, de límites meramente teóricos que no se hicieron plenamente efectivos hasta que no avanzó el proceso reconquistador: en 1292 las tropas castellanas tomaban Tarifa, lo que suponía la consolidación del dominio sobre Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules y Vejer, en 1344 y definitivamente en 1379 Algeciras, en 1431 Jimena de la Frontera y Castellar, en 1462 Gibraltar, a la vez que surgían nuevas poblaciones cuando en 1493 los Reyes Católicos fundaban Puerto Real y en 1503 se iniciaba la existencia de la villa de Paterna de Ribera. Estos límites se verían ampliados cuando en el siglo XVII se incluyeron las localidades norteafricanas de Larache y La Mamora, conquistadas por los españoles, pero que volvieron a ser perdidas a manos de los marroquíes a finales de la centuria. Fray Gerónimo de la Concepción, en su Emporio de el Orbe, nos presenta una detallada relación de los límites de la diócesis, llamando la atención la inclusión de las localidades norteafricanas mencionadas anteriormente:

Tiene el Obispado de Cádiz su Silla Catedral en la ciudad de Cádiz, y en la Isla de su mismo nombre. Los lugares de su jurisdicción caen entre el Arzobispado de Sevilla y el Obispado de Málaga en esta forma.

Con Sevilla parte términos por la parte de el Norte con el Río Guadalete, que nace en las Sierras de Ronda, y trayendo sus corrientes hacia el Occidente desemboca en el mar Océano por el Puerto de Santa María. Los Lugares, que el Obispado de Cádiz tiene por aquí confines al Arzobispado de Sevilla, comenzando desde la costa de la mar, son, la Villa de Puerto Real, y más la tierra adentro 3 leguas, y media la villa de Paterna de la Ribera, y una legua distante la ciudad de Medina Sidonia, y 3 leguas adelante la villa de Alcalá de los Gazules.

Por la parte de Levante confina con el Obispado de Málaga, sirviendo de términos, y división una cordillera de la Sierra de Ronda, que va cortando hacia Gibraltar, y las vertientes de el río Guadiaro, que salen al mar Mediterráneo. Están en sus confines, y en lo más mediterráneo la villa de Jimena, distante 5 leguas de Alcalá, y más cercana al mar la Villa de Castellar, que dista 2 leguas de Jimena, y en la falda de el monte Calpe la ciudad de Gibraltar, distante 3 leguas de Castellar.

Todo lo demás de el Obispado de Cádiz, que mira al Occidente, está bañado de las aguas de el Océano desde Gibraltar hasta la boca de Guadalete, de donde comenzamos la descripción; y por estas costas viniendo desde el Estrecho hacia Cádiz está la ciudad de Tarifa 5 leguas de Gibraltar, y más adelante 7 leguas, metida algo adentro como una legua, la villa de Vejer de la miel, y luego 2 leguas en la Costa la villa de Conil, y más adelante dos leguas la Villa de Chiclana, que viene a caer frontero de la Puente de Zuazo, por donde se pasa a la Isla de León, y a la entrada está el Castillo, y Consejo de la Puente.

Este es el territorio de el Obispado de Cadiz, en la parte de Andalucía. Fuera de los cuales, en la de el Africa se extiende su jurisdicción espiritual a los Lugares, y Presidios de Larache, y Mamora, que yacen en las costas de el Océano«.

Estos límites se verían asimismo alterados por la conquista inglesa de Gibraltar en 1704, y durante buena parte del siglo XVIII los obispos gaditanos intentaron que las autoridades inglesas respetaran su jurisdicción sobre los católicos residentes en dicha ciudad. Este proceso terminaría cuando en 1839 se nombraba un Vicario Apostólico para dicha población.

Durante buena parte del siglo XVII la diócesis de Cádiz sería uno de los típicos obispados de ascenso, como muestra el hecho de que muchos de sus prelados carecieran de experiencia previa en el gobierno episcopal, y fuesen promovidos a otras diócesis tras algunos años de estancia en la sede gaditana. Ello debió provocar, sin duda alguna, que dado este carácter de «aves de paso», los obispos carecieran de tiempo material para familiarizarse con la problemática de la feligresía y de los eclesiásticos a su cargo, lo que impediría cualquier iniciativa reformadora de relieve y provocaría la persistencia de los mismos problemas estructurales a lo largo de todo el siglo. Tan sólo a partir de Antonio Ibarra (1680-1691), se inicia una nueva etapa en la cual los prelados gaditanos acceden al gobierno de la diócesis como su último y definitivo destino en el cursus honorum eclesiástico, situación que se prolongaría durante todo el siglo XVIII, lo que no es casual, ya que el papel cada vez más importante de la ciudad en la monarquía reforzaría su posición en el cursus honorum de la carrera episcopal. Y a la inversa, Francisco Javier Cienfuegos y Jovellanos (1819-1824) sería promovido posteriormente al arzobispado hispalense: por primera vez en más de cien años un obispo de Cádiz fallecía en otro destino, lo que muestra la pérdida de importancia de la ciudad.

Pero el contraste entre una capital diocesana que acabaría convirtiéndose a finales del siglo XVIII en la cuarta o quinta ciudad española por su volumen de población, y un interior rural aparentemente inmóvil, traería como consecuencia una macrocefalia cada vez mayor. En el siglo XVIII Cádiz concentraba la mitad del clero diocesano, reunía un tercio de las vocaciones, acaparaba entre la mitad y los dos tercios de la riqueza clerical, tenía los conventos más nutridos y con mayor proyección social de todo el obispado, a la vez que sus estructuras cofradieras y benéficas eran, con gran diferencia, muchísimo más sólidas que en el mundo rural. Cuando en la capital de la diócesis comience, en una primera fase, a difuminarse la influencia social de la Iglesia, y, en una segunda, cuando la misma se viera claramente atacada por las élites sociales, el mundo rural será incapaz de ofrecer una alternativa ante la debilidad de sus propias estructuras clericales.

Autor: Arturo Morgado García

Bibliografía

ANTÓN SOLE, Pablo, La Iglesia gaditana en el siglo XVIII, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1994.

BETHENCOURT MASSIEU, Antonio de, El catolicismo en Gibraltar durante el siglo XVIII, Valladolid, 1967.

CONCEPCIÓN, Fray Gerónimo de la, Emporio del Orbe. Cádiz Ilustrada (1690), edición e introducción de Arturo Morgado García, tomo II, Cádiz, Universidad/Ayuntamiento, 2002.

MANSILLA, Demetrio, «Creación de los obispados de Cádiz y Algeciras», Hispania Sacra, 10, 1957.

SÁNCHEZ HERRERO, José, Cádiz. La ciudad medieval y cristiana, 2ª edición, Córdoba, 1986.