“Cada año celebra nuestra Santa Madre Iglesia el inefable misterio del Sacramento del Altar, un día que para esto tiene señalado. Este se llama el día del Corpus. Es día de alegría grande, porque merece tanto alborozo tanto día”. Con estas palabras el escritor y moralista seiscentista Juan de Zabaleta en su conocida obra El día de fiesta por la mañana resumía la trascendencia de esta festividad, celebrada durante los siglos del barroco con gran esplendor y que sigue acaparando en la actualidad la atención de multitud de fieles en Sevilla, ciudad en la que han perdurado pretéritas costumbres aunque otras muchas se han transformado o adaptado a los nuevos tiempos.

 Debemos remontarnos al siglo XIII para hallar el germen de esta festividad, relacionada con hechos prodigiosos y milagrosos –visiones de Juliana de Lieja y milagro de la misa de Bolsena- que se interpretaron como la necesidad en la iglesia de una celebración que glorificase el Sagrado Cuerpo de Cristo. Fue finalmente Urbano IV con la bula Transiturus de hoc mundo (1264) quien la instituyó y Clemente V la ratificó en el Concilio de Vienne de 1311. Pocos años más tarde, en 1317 el papa Juan XXII la reglamentó, estableciendo la solemne procesión y la octava. No obstante, fue en el Concilio de Trento (Decreto sobre el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, sesión, XIII, cap. V, 11 de octubre de 1551) donde se impulsó la trascendencia de esta celebración.

Si bien se tienen referencias de que en algunas ciudades españolas se organizaban procesiones en la primera mitad del siglo XIV, las andaluzas se unieron a esta solemnidad a finales de la centuria, aunque ya hay alguna noticia -aunque muy breve- de un desfile eucarístico en Sevilla en 1363.

Los elementos constitutivos de la fiesta del Corpus, y de su preparación, se fijaron desde antiguo, como se puede constatar en una jugosa descripción del Corpus de Sevilla de 1454 proporcionada por Gestoso en la que ya se vislumbran muchas de las características que la conformarán posteriormente: limpieza de las calles por la que transcurría la procesión, utilización de toldos y cubrición de los espacios con plantas aromáticas, adorno de las fachadas, participación de músicos y carros –denominados rocas-, que transportaban personas que figuraban a Jesús, la Virgen, San Francisco, Santo Domingo y los cuatro evangelistas y el culmen de la procesión, el arca “destinada al Cuerpo de Dios”, que iba rodeada de músicos eclesiásticos, como escribe Clara Bejarano. Tras la finalización el cabildo “obsequiaba á sus convidados con cerezas, brevas, ciruelas y vino blanco”, viandas que se ampliaron en 1530 con “ternera, pollos, palominos, perniles de tocino, pasteles, limones para la ternera y azúcar á cuyos sabrosos comestibles añadieron el conocido manjar blanco, agraz y vino aloque”.

Esta celebración debía reforzar la fe en los creyentes, de ahí que la catedral, los conventos y las iglesias de las collaciones (para las fiestas de la Octava) se adornasen esplendorosamente, al igual que las calles y plazas por donde transitaba la procesión -que podemos considerar como prolongación del espacio sagrado-, transformaban su fisonomía con colgaduras y la construcción de altares, empalizadas, fuentes y arcos de triunfo que eran decorados simbólicamente con pinturas, figuras religiosas, letreros, poesías y alegorías que, o bien eran simples divertimentos o, los más, transmitían un mensaje que tenía como principal cometido reverenciar al Santísimo Sacramento. [Fig. 1]

Una magnífica muestra de este tipo de montajes lo encontramos en el excepcional manuscrito de Reyes Messia de la Cerda en el que se describe el Corpus sevillano de 1594. El texto, que se estructura en catorce discursos, se ilustra con dibujos que muestran las arquitecturas ficticias –arcos, pórticos, “riscos”, retablos, altares– e invenciones -fuentes y bosques-, así como los denominados “passos” que se dispusieron en diferentes calles. Éstos consistían en tablados con fondo decorado en los que se escenificaban pasajes bíblicos y en donde los protagonistas eran figuras vestidas con atuendos de los propios vecinos que representaban profetas, sibilas, papas, santos y figuras alegóricas acompañados de multitud de ingenios mecánicos. Messia tiene también presente la publicación de la fiesta con “atabales, trompetas y ministriles, danças, follas y pandorgas”, las luminarias de las calles por las que discurrirían las procesiones, los toldos o enramados que creaban sombra, los fuegos de artificio que iluminaban las noches, las mascaradas que se solían organizar días antes de la festividad, la representación de los autos sacramentales en carros y las danzas que amenizaban el desfile. El primer discurso lo dedica a la procesión general, que en esta fecha se realizaba en el interior de la catedral, ocupándose en los siguientes de los desfiles organizados por las parroquias, que tenían lugar durante la octava. [Fig. 2].

En el texto queda claro que el aparato ornamental se destinaba a asombrar a los espectadores, contribuyendo al esplendor de la fiesta figuras en movimiento, tramoyas, simulacros y vuelos. Asimismo, todo estaba diseñado para que los vecinos y visitantes pudieran pasear sin dificultades por las calles engalanadas, incluso algunos de los tablados se dispusieron “a manera de balcones […] de modo que, ocupando dos de la calle por la parte superior, quedava toda la vaja libre sin que a la gente les sirviessen de estorvo para pasar”.

El cortejo del desfile incluía una compleja escenografía aunque es la custodia, donde se exhibe el Cuerpo de Cristo, la pieza principal y la más esperada por los fieles. Juan de Arfe fue el artífice (entre 1580 y 1597) de la que se procesiona en la capital sevillana, extraordinaria pieza que ensalza, con su espléndida decoración completada en el siglo XVII, el culto a la eucaristía y proclama el triunfo de la iglesia.

Relacionado con esta pieza se conserva un dibujo de hacia 1686, que dio a conocer Teodoro Falcón y estudiado por José Roda, que representa a tres hombres que se identifican claramente a través de la inscripción: “Facchini che conducono la Custodia col SSmo. Sacramto. nella Processione che si fà in Siviglia il giorno del Corpus Domini” (Cargadores que conducen la Custodia con el Santísimo Sacramento en la Procesión que se hace en Sevilla el día del Cuerpo del Señor). Lo más novedoso de estos “cargadores” es la tela que les cubre la cabeza, sin duda un “costal” que les protege el cuello del peso de las andas, claro antecedente del que actualmente utilizan los costaleros. [Fig. 3].

Sobre ellos, escribe el abad Alonso Sánchez Gordillo en 1612: “la custodia era llevada por su gran peso, por doze hombres […] los cuales van vestidos con unas ropas de lienzo colorado, y van metidos debaxo de la cubierta de las andas”; años después, entre 1630 y 1632, da mayor información sobre la misma, expresando que pesa veintiséis arrobas, y que para “ayudar a esta carga, están señalados veinticuatro hombres seglares de buenas fuerzas, escogidos entre los de la Gran Compañía que asiste en el río que […] van debajo de las andas y a ciertos puestos se mudan”. Esta forma de transportarla es denunciada por un particular en un Memorial fechado en 1630 en el que se puede leer: “vi que no era llevado [el Santísimo Sacramento] en hombros de sacerdotes (indecencia notable) y que salieron hombres debajo de la Custodia a tomar en una calleja ‘calor por la boca’”. La respuesta no se hizo esperar, señalando Sánchez Gordillo que debido al gran peso es necesario que sean hombres seglares quienes la porten, añadiendo que lo hacen “con mucha modestia y reverencia”. Asimismo era acompañada por órdenes religiosas, cofradías, gremios, parroquias, clero, autoridades locales y dignidades eclesiásticas, que, vestidos suntuosamente, contribuían al esplendor de la fiesta desfilando con sus insignias, estandartes, cruces e imágenes de su devoción.

En el primer discurso Messia, en el manuscrito ya señalado, enumera con todo detalle los participantes del desfile sevillano del año 1594: abrían la procesión mil quinientos cofrades –con hachas blancas- que acompañaban a sus imágenes que portaban en andas; les seguían cuatrocientos cincuenta religiosos de diversos conventos, veinticinco cruces de las parroquias, las reliquias que poseía la catedral llevadas en andas por capellanes y clérigos, los racioneros y beneficiados y en el centro los dieciséis miembros de la Universidad de los Beneficiados con albas y casullas portaban la custodia a la que acompañaban las dignidades eclesiásticas. Finalizaban la procesión la Inquisición y el cabildo civil.

La composición de este cortejo fue adaptándose al paso de los años. La documentación existente se hace eco de los escasos cambios y transformaciones que se iban produciendo; no obstante, mucho más clarificador resulta un excepcional dibujo (dividido en ocho tiras) realizado por Nicolás de León Gordillo que titula: “Mapa del Orden con que se haze la Solemne Procesión del Corpus Christi en la Sta. Metropolitana y Patriarcal Iglesia de Sevilla en 1747” (el dibujo es una copia de 1780). En el mismo, estudiado por Vicente Lleó y Mª Jesús Sanz, se puede apreciar la disposición de las instituciones y autoridades en el cortejo, acompañados de imágenes, cruces y reliquias, identificadas por inscripciones y los conocidos Seises; cada uno tenía su sitio, que se distribuía por riguroso orden de antigüedad y jerarquía, por lo que no se podía (o debía) alterar.

En esta celebración profundamente religiosa se incluían elementos profanos, originarios de antiguas tradiciones culturales, para el regocijo del público. Danzas, representaciones teatrales, música profana, gigantes, cabezudos y mojarrillas -que divertían al pueblo con el ruido de vejigas hinchadas con piedrecillas-, no podían faltar. No obstante, la figura que más anhelaba ver la población era la tarasca que principiaba el desfile, como podemos comprobar en las tiras de dibujos ya citadas. Según la documentación conservada, en Sevilla se solía asemejar a una serpiente o dragón sobre el que iba el denominado “tarasquillo”, personaje que vestía como un bufón con traje de vivos colores. [Fig. 4].

La tarasca y los bailes, a pesar de la intención moralizante que les otorgaban mentores y eruditos, fueron elementos muy criticados por algunos sectores del clero. Entre ellos destaca el arzobispo don Jaime Palafox y Cardona que tras su toma de posesión en 1690 suspendió la entrada de las danzas a la catedral, conminándolas a que abandonasen el lugar que tradicionalmente ocupaban en la procesión y se pusiesen delante de los gigantes. Esta decisión que “pretendía innovar y alterar las antiguas costumbres y usos inmemoriales de esta Ciudad”, como escribió Ortiz de Zúñiga no gustó a ninguno de los cabildos ni, por supuesto a los fieles, quienes no olvidaron la afrenta, llegando incluso a atentar contra su vida, habiéndose hallado en el confesionario que debía ocupar el arzobispo en la iglesia del Sagrario en 6 de octubre de 1692 “un barril relleno de pólvora, cohetes, paños embreados, trozos de teas y otros combustibles”. Los conflictos fueron continuos en los años siguientes, y el arzobispo consiguió hacerse escuchar por el rey Carlos II quien expidió una Real Cédula el 12 de mayo de 1699 en la que prohibía la participación de las mujeres en las danzas y dictaminaba que los componentes de las mismas llevaran las “caras descubiertas, sin velos ni mascarillas, ni otro disfraz en los rostros, usando en lugar de sombreros guirnaldas”. Ya en la época ilustrada, y tras diversos tanteos, los bailes fueron prohibidos por Carlos III en 1777, prohibición ratificada en 1780, que incluía la parte lúdica de la procesión.

En la actualidad los Seises continúan bailando en Sevilla ante el Santísimo, la ciudad y el arzobispo vestidos a la manera barroca, las calles de la carrera se engalanan y se siguen alfombrando con plantas aromáticas. Se montan altares y arcos efímeros, se decoran escaparates y la procesión, alejada del aparataje popular y lúdico, marcha solemne ante el público, que, como cada año, asiste ensimismado para adorar a Cristo Sacramentado. [Fig. 5].

Autora: Reyes Escalera Pérez

Bibliografía

GESTOSO Y PÉREZ, José, Curiosidades antiguas sevillanas (Serie Segunda), Sevilla, El Correo de Andalucía, 1910.

LLEÓ CAÑAL, Vicente, Fiesta Grande: el Corpus Christi en la Historia de Sevilla, Sevilla, Ayuntamiento, 1980.

MESSIA DE LA CERDA, Reyes, Discursos festivos en que se pone la descripcion del ornato e invenciones que en la fiesta del Sacramento la Parrochia Collegial y vecinos de Sant Salvador Hizieron… Año de 1594. BNE, Mss/598. Edición facsímil con introducción y transcripción de Vicente Lleó, Sevilla, Fundación Fondo de Cultura de Sevilla, 1985.

ORTIZ DE ZÚÑIGA, Diego, Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla…¸ Madrid, en la Imprenta Real, año de 1796, t. V.

SÁNCHEZ GORDILLO, Alonso, Religiosas estaciones que frecuenta la religiosidad sevillana. Con adiciones del Canónigo D. Ambrosio de la Cuesta y del copista anónimo de 1737, edición a cargo de Jorge Bernales, Sevilla, Patronato Ricardo Cantu Leal, 1982.