El Sacro Monte de Granada es una de las instituciones más emblemáticas de la cultura andaluza de su tiempo, única en su género, cuyo origen se debe al descubrimiento de una serie de supuestas reliquias, libros y láminas de plomo pertenecientes a lo que en ese momento se creían primeros evangelizadores vinculados con los apóstoles. Descubrimientos que fueron declarados falsos y heréticos por el Vaticano en 1682.

Para perpetuar la memoria de los hallazgos, el arzobispo Pedro de Castro y Quiñones funda, en 1609, una abadía concebida como un centro cultural y religioso, como el santuario de los orígenes del cristianismo en Andalucía. Complejo que integra una iglesia colegial, la vivienda de los canónigos y un colegio-seminario para treinta becas gratuitas que siguiera los preceptos tridentinos mediante el estudio de Filosofía y Teología, así escolástica y moral, como expositiva. Posteriormente, con la incorporación de las enseñanzas de Derecho Civil, se convirtió en insigne Colegio de Teólogos y Juristas, bajo cuya denominación adquirió un gran prestigio.

El Colegio se inauguró el 30 de octubre de 1610 siendo su primer rector Juan Estrada. Desde muy pronto se vio favorecido por las instituciones académicas, eclesiásticas y reales que lo distinguieron con numerosos privilegios. Así, en 1613, la Universidad le otorga la facultad de admitir a Grados Mayores a sus canónigos, catedráticos, maestros y colegiales y, posteriormente, en 1617, le concede a los alumnos del Sacro Monte la gracia de poder presentarse a examen sin estar matriculados en ninguno de los cursos impartidos por la Universidad. Por su parte la Corona le concede, en 1621, en el reinado de Felipe IV, el Patronato Real.

Por último, la Cancillería vaticana le otorga, en 1616, el privilegio de recibir Órdenes a título de Colegio; unos años más tarde, en 1621, Gregorio XV concede la gracia de recibir los Grados de bachiller, licenciado, doctor y maestro en cualquiera de las Universidades a aquellos alumnos que hubieran cursado estudios de Lógica, Filosofía y Teología y, por último, en 1752 Benedicto XIV, mediante la bula Saluberriman,  crea las cátedras de Leyes hasta el Grado de bachiller, la de Historia Eclesiástica y Lenguas Orientales (hebreo, griego y árabe), concediendo el privilegio de recibir Grados académicos en cualquiera de las Universidades al igual que su predecesor, Gregorio XV, había hecho con los Filósofos y Teólogos. Es en este momento cuando el Colegio abre sus puertas a estudiantes laicos que junto a los clérigos cursan estudios en la Institución.

En cuanto a su organización académica, docente y administrativa, el Colegio se rige por unas Constituciones elaboradas por Pedro de Castro, siendo aprobadas por la Congregación de Cardenales intérpretes del Concilio de Trento en 1623. Éstas se estructuran en una serie de apartados que reglamentan la forma de nombramiento del rector, el número de colegiales, la forma de ingreso, la provisión de colegiaturas, tiempo de permanencia, uniforme, régimen de vida, alimentación y disciplina. Capítulos que podemos organizarlos en dos vertientes bien diferenciadas: preparación para todo lo relacionado con el Culto Divino y formación académica.

En cuanto al tema de ingreso y formación académica, las Constituciones establecen cuatro requisitos fundamentales para poder acceder al Colegio, a saber: examen de ingreso; los aspirantes debían demostrar su conocimiento en Gramática latina a través de un examen que sería evaluado por el abad y el cabildo. Superada la prueba de conocimientos se procedía a elaborar un informe de la limpieza de sangre, en el que se dejaba constancia de su legitimidad, vida honesta y formación académica en otros centros académicos; datos que se completaban con numerosos informes de párrocos, profesores o cualquier persona que pudiera justificar la calidad del candidato; mes de prueba, momento en que el aspirante se convierte en huésped debiendo pasar un mes como interno en el Colegio y, por último, investidura de la Beca. Una vez realizados, el secretario asentaba en los respectivos libros de ingreso a los alumnos nuevamente admitidos.

En cuanto a la administración el centro depende del abad y cabildo, quienes nombran a los capitulares que han de desempeñar las cátedras, el rectorado y ejercen la libre y plena administración sin que pueda inmiscuirse ni el arzobispo, el Cabildo catedralicio ni otro estamento civil o religioso.

Completando la cúpula organizativa existían otros cargos propios de la institución. Entre ellos destaca: el rector, cargo ocupado por un canónigo, era el encargado de dirigir el Colegio. A él le corresponde velar por el cumplimiento del Reglamento, controlar la asistencia y la disciplina, tomar juramento de los nuevos alumnos y, por último, designar a los colegiales que han de desempeñar algún oficio.

El resto de los cargos son ejercidos por los propios alumnos. Entre ellos sobresale la figura del vicerrector persona que ayuda al rector en su función y lo sustituye en caso de ausencia o enfermedad; el maestro de ceremonias, que vigila y denuncia las faltas cometidas por sus compañeros en el Coro y es el encargado de explicar el Ceremonial; y, por último, el presidente de tabla, encargado de la vigilancia del estudio de los alumnos más jóvenes. Completando el cuadro organizativo del Colegio encontramos otro personal como el secretario, refitolero, bedeles, enfermeros, administradores, clavero o tesorero, desempeñados tanto por colegiales como por canónigos.

Fuera del cuadro de oficios se encuentran los cargos académicos estructurados en tres bloques: el maestro-escuela o prefecto de estudios, desempeñado por el catedrático de Prima de Sagrada Teología; los catedráticos que ocupan la cúspide de la organización académica, normalmente eran canónigos de la Abadía aunque, esporádicamente, podían desempeñar este puesto personas ajenas a la institución; y los presidentes. Éstos últimos, eran colegiales supervisados por los catedráticos y encargados de las clases  del libro primero y segundo de Jurisprudencia, de Lógica y Teología Moral.

El Colegio a lo largo de su existencia llegó a disfrutar de un gran prestigio no solo a nivel social sino cultural y político, tanto local como nacional e internacional. Buena muestra de ello son los casi treinta rectores, nueve cancilleres y veinticuatro obispos que se formaron en el Sacro Monte. Así mismo, sus colegiales participan en las conferencias y demás actos del Paraninfo universitario; en las Academias de las comunidades religiosas; en las Oposiciones, en la toma de borlas y en los vajámenes.

Personajes como el arzobispo Martín de Ascargorta, protector y mecenas de la Iglesia de Granada, Vicente Pastor de los Cobos profundo conocedor de la Teología Mística y de los Estudios Apologéticos; Nicolás Heredia Barnuevo; José Antonio Porcel y Salablanca muy implicado en el ambiente cultural granadino a través de la Academia del Trípode; Francisco de Saavedra, ministro de Carlos IV y amigo de Jovellanos y Goya o Juan Valera Alcalá-Galiano, escritor, político y diplomático, son buena muestra de ello.

Autora: María Luisa García Valverde

Bibliografía

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