Hijo de Antonio Cobo, natural de Begíjar (Jaén), y de Dª Isabel Vela de Quesada de Jaén, Cristóbal Vela Cobo es un pintor giennense nacido hacia 1588 que alternó esa actividad con la de dorador de retablos. A lo largo de su vida desempeñó una carrera muy productiva en su ciudad natal, sin embargo despuntó fue en Córdoba donde llegó a alcanzar un gran prestigio social y profesional.

En lo que se refiere a su estilo pictórico, se trata de un artista con una marcada sensibilidad manierista de influencia escurialense y un férreo dibujo que con el paso del tiempo se dejó seducir por las novedades de la pintura naturalista. Para  Antonio Palomino fue un «pintor de crédito» y de «muy buena habilidad  […] muy buen inventor, y gran dibujante, aunque de poco gusto en el colorido».

Se desconoce cualquier noticia sobre su formación, a pesar de que Palomino sugirió que su magisterio debió transcurrir primero en la ciudad de Córdoba bajo la tutela de Pablo de Céspedes y que posteriormente perfeccionó su técnica junto a Vicente Carducho en un supuesto viaje a Madrid. Lo cierto es que Cristóbal Vela Cobo se inicia en la pintura bajo unos postulados de marcada tendencia italiana basados en un correcto uso del dibujo y en la adquisición de un gran conocimiento teórico e iconográfico.

A pesar de ello, es posible que se formase en la escuela sevillana, pues en 1610 se encuentra en Sevilla para firmar dos contratos con el marchante Carlos Atabante. El primero de ellos lo firma de febrero y en él se comprometía a hacer 330 lienzos de diversos temas y tamaños; mientras que el segundo sería acordado junto a Juan de Quintanilla el 3 de octubre para hacer 300 cuadros de temática religiosa y profana, entre los que figuraban cuatro apostolados (los doce apóstoles, San Pablo, Cristo y la Virgen), veinticuatro figuras de santos ermitaños y cuatro vistas de la ciudad de Sevilla.

Ese mismo año se documenta su presencia en Jaén para firmar en compañía de Juan de Quintanilla los trabajos de dorado y estofado del retablo mayor de la Catedral de Jaén, que había sido realizado por Sebastián de Solís entre 1602 y 1605. En su ciudad natal sobre todo desempeña la labor de dorador de retablos, como sucede en el retablo mayor de la iglesia de San Bartolomé y en el de la cofradía de San Antón de la iglesia de San Juan. En 1615 también se suceden varios encargos en otras localidades jiennenses como Cambil y Campillo de Arenas, aunque en estos casos no llegó a terminarlos. Durante el tiempo que vivió en Jaén estuvo afincado en un inmueble en la calle de la Vera Cruz, próxima a la Catedral junto a «las Recogidas», y fue parroquiano de Santa María.

Entre 1627 y 1630 debió trasladarse a Priego de Córdoba, bajo la protección del Marqués de la villa, para ejecutar un lienzo de San Francisco del retablo mayor de la iglesia de San Francisco. Cristóbal Vela Cobo parece tener cierta estabilidad en su vida profesional cuando el 2 de septiembre de 1627 contrajo matrimonio por poderes con Catalina Garrido en la parroquia de Santa María de Jaén, oficializándose un año más tarde su enlace en la localidad cordobesa. Ambos tuvieron un hijo, llamado Antonio Vela Cobo (Priego de Córdoba, 1629 – Córdoba1675) que también desempeñó las actividades de pintor, dorador y escultor durante gran parte de su vida hasta que decidió ordenarse sacerdote. En el Museo de Bellas Artes de Córdoba se le atribuyen una Santa Inés y una Santa Catalina que siguen modelos de Zurbarán.

Durante esos años realizó las pinturas de los retablos laterales de la iglesia de la Asunción de Priego de Córdoba, los cuales fueron tallados por Juan Fernández de Lara. En 1627 recibió el encargo para el de la nave del Evangelio, erigido en honor a la Virgen del Rosario, el cual estaba compuesto por pinturas de San Juan Evangelista y San Jerónimo en el banco, San Antonio y San Francisco en las calles y una Anunciación en el ático. Un año después ejecutó el de la nave de la Epístola, dedicado originalmente a San Pedro (hoy está dedicado a San José) con cuadros de las Ánimas del Purgatorio en el banco; dos pinturas de Jesús y María en las calles; Cristo del Perdón en la puerta del Sagrario y una Inmaculada del Carmelo en el ático.

Tras su paso por Priego, viajó a la ciudad de Córdoba en 1631, convirtiéndose en uno de los pintores más valorados entre 1630 a 1645. El motivo del traslado fue para llevar a cabo la decoración de el ambicioso y monumental programa iconográfico del convento de San Agustín, integrado por figuras de profetas, santos, el Tránsito de San José, una Natividad, una Adoración de los Pastores y diferentes escenas de la vida de San Agustín. Cuando Antonio Palomino se refirió a esta empresa de Cristóbal Vela Cobo la elogió y dijo de ella que «hay de su mano innumerables pinturas, así de historias, como de figuras solas, cosa excelente, en especial algunos profetas, con bien raros, y caprichosos trajes». Para la mayor parte del conjunto se observan influencias de la obra de Alonso Sánchez Coello en el Monasterio de El Escorial y de la decoración de la iglesia de San Pedro Mártir de Toledo que realiza Juan Bautista Maíno; sin embargo para la Inmaculada del sotocoro se aprecia un acercamiento a la pintura naturalista de la escuela sevillana.

Su ascenso social se observa en 1637 cuando, tras la muerte de D. Juan de Collantes, fue nombrado receptor del Santo Oficio de la Inquisición en la ciudad de Córdoba y también por la hidalguía de los comitentes de sus encargos, que generalmente fueron eclesiásticos y destacadas personalidades de la nobleza cordobesa.

Ese año se establece de forma definitiva en la ciudad de Córdoba en la collación de San Andrés, arrendando las casas principales de Dª María Cerón de Vargas por la cantidad de ciento doce ducados anuales. El inmueble se localizaban cerca del convento de San Agustín para acoger a todos los ayudantes y colaboradores de su obrador, en el que sabemos que entraron como aprendices Juan de Bolaños en 1638 y Pedro Aguilar y del que quizás también formó parte Sebastián Martínez Domedel (Jaén, h. 1615–Madrid, 1667).

Igualmente durante ese año pintó el lienzo central de la capilla de Santa Úrsula y las once mil vírgenes para el racionero Miguel Bermúdez en la Catedral de Córdoba, siguiendo la composición de un cuadro homónimo de Luca Cambiaso que se halla en El Escorial.

Posteriormente, el 3 de mayo de 1639 acordó con Dª María Méndez de Sotomayor pintar el primitivo retablo del convento de Santa Cruz de Córdoba, cuyos lienzos de San Gregorio y Santa Lucía actualmente se encuentran en la parroquia de Santiago. Un año más tarde, en 1640 realizó un lienzo con el tema de La Visitación para la iglesia del convento de Santa Isabel.

Una de las empresas más destacadas de su carrera fue la adjudicación en 1645 del concurso para decorar el retablo mayor de la Catedral de Córdoba que había diseñado el hermano Alonso Matías, perteneciente a la Compañía de Jesús. Parece ser que para que Cristóbal Vela Cobo se adjudicara dicho encargo el cabildo catedralicio sobre todo tuvo en cuenta su destacada situación social y gracias a ello quedó por delante de otros artistas con los que tuvo que competir como Antonio del Castillo Saavedra. Los lienzos no llegaron a satisfacer las expectativas y fueron muy criticados, especialmente por Palomino, quien dijo que eran muy desproporcionados, justificando de esta forma su sustitución en 1713 por otros que el mismo realizó. De los cuadros originales se conservan los dedicados a San Acisclo y Santa Victoria que fueron donados a la ermita de los Santos Mártires del Colodro.

En la Catedral también se le atribuyen dos cuados con el tema de la Inmaculada Concepción, uno en la capilla de San Pablo y otro en la de San Pedro y San Lázaro. Además se le relaciona un San Miguel de la capilla de Santa Francisca Romana. Otras obras atribuidas se encuentran en el Museo de Bellas Artes de Córdoba. Una de ellas es un San Miguel (h. 1642), procedente del convento de San Jerónimo, que deriva de una estampa de Sadeler; una pareja de lienzos de San Acisclo y Santa Victoria de procedencia ignorada; un San Benito y una tabla que debió pertenecer a un retablo que representa a la Virgen Dolorosa con María Magdalena. Asimismo, en Córdoba también se le atribuyen las pinturas de Santa Inés y San Miguel de la capilla del Capitán Alonso de Benavides de la iglesia de Santa Marina y un Crucificado del convento de Santa Ana.

Unos años después, en 1648 recibió un encargo junto con el escultor Diego Antonio para ejecutar el retablo de la iglesia de la Merced de Córdoba, que desgraciadamente no se conserva en la actualidad. Ese mismo año también concertó con el licenciado Gálvez la hechura de cuatro pinturas y el dorado del retablo mayor de la parroquia de la Asunción de Santaella, que fue tallado por Juan de Espinosa entre 1627 y 1631, inspirándose en el de la Catedral de Córdoba. Su fiador fue el platero de origen francés Pedro de Bares. Sin embargo, Cristóbal Vela Cobo no pudo ejecutar dicha obra teniendo que cedérsela al dorador Francisco Vargas Guzmán. Una situación similar le sucedió con el encargo para pintar y dorar el retablo mayor de Montemayor, teniendo que legarle el trabajo en este caso a su hijo Antonio Vela Cobo.

La imposibilidad para poder llevar a cabo dichos encargos fue a causa de la grave enfermedad que padeció Cristóbal Vela Cobo desde 1648, la cual le impidió redactar un testamento, viéndose obligado a otorgarle un poder a su esposa el 4 de junio de 1648. En él nombró como heredero universal a su hijo Antonio Vela Cobo. Además declaró que el cabildo catedralicio de Córdoba le debía parte del dinero acordado por los cuadros que pintó para el retablo mayor, cuya cuantía ascendía a veintiocho mil reales, aunque en última instancia decidió rebajar la cantidad restante.

Según Antonio Palomino, Cristóbal Vela Cobo murió en 1658 de forma trágica cuando fue golpeado por un cubo mientras sacaba agua de un pozo y a raíz del impacto se le rompió una arteria, falleciendo aquella misma noche sin recibir la extremaunción. A pesar de los detalles narrados por el artista y tratadista de Bujalance, la historia parece ser falsa, ya que la muerte del pintor se produjo en 1654 en su domicilio de la calle de las Parras, que era propiedad del convento de San Agustín. Su entierro se hizo con gran ornato y suntuosidad, acudiendo a él religiosos de varias órdenes cordobesas. Finalmente el cuerpo de este artista giennense que gozó de gran prestigio y fama en la ciudad de Córdoba fue sepultado en el nicho de los cofrades de Ntra. Sra. de las Angustias.

Autor: Rafael Mantas Fernández

Bibliografía

GALERA ANDREU, Pedro A., “Pintores nobles y nobleza en la Jaén del Barroco”, Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada, nº 40, 2009, pp. 193-208.

PALOMINO DE CASTRO Y VELASCO, Antonio, Museo pictórico y escala óptica (1724), Prólogo de Juan A. Ceán y Bermúdez. M., Madrid, Aguilar, ed. 1947.

VALVERDE MADRID, José: “Artistas giennenses en el barroco cordobés”, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, nº 33, Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, 1962, pp. 9-96.